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miércoles, 4 de marzo de 2015

Entrevista en Rebelión sobre "La Guerra Civil como moda literaria" (I)







Entrevista a David Becerra Mayor sobre "La guerra civil como moda literaria" (I)
“Son novelas donde la memoria no funciona como un instrumento de oposición al presente, sino de asimilación”



Doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid, documentado editor de La mina de López Salinas y La consagración de la primavera de Carpentier, responsable de la sección de Estética y Literatura de la FIM, colaborador de La Marea, Mundo Obrero, El telégrafo y El Confidencial, autor de numerosos estudios y artículos de crítica literaria, autor del ensayo La novela de la no-ideología, David Becerra Mayor ha publicado recientemente en la editorial Clave Intelectual La guerra civil como moda literaria. En su última obra de centra nuestra conversación 
***

-Felicidades por tu nuevo libro. Permíteme unas aclaraciones previas antes de entrar propiamente en materia. ¿Qué es una moda literaria?
-Podemos medir –y definir, que es de lo me preguntas– una moda literaria desde un criterio objetivo pero también subjetivo. Objetivamente, podemos hablar de «moda literaria» cuando llega al mercado literario un tema que funciona bien en ventas, que tiene buena acogida entre el público y la crítica, y, a raíz de su éxito, empiezan a surgir epígonos. Y se comprueba que el número de epígonos, una vez recogidos y cuantificados, no es nada desdeñable. Entendemos el epígono no solamente como un libro que trata el mismo tema que aquellos otros que inician el fenómeno, sino –y aquí está la clave, en mi opinión– libros que lo tratan de la misma manera, con idénticas o parecidas estratégicas literarias. En el caso de la Guerra Civil, se trata de novelas que suelen partir de nuestro presente, siempre apacible y tranquilo, están protagonizadas por un investigador o un nieto de un combatiente de la guerra que de pronto y por casualidad descubre un asunto turbio de su pasado familiar que le obliga a remontarse a la Guerra Civil, y desde allí descubre su verdadera historia personal, etc. Si existieran muchas novelas sobre un mismo tema pero donde no fuera posible reconocer un punto en común en la forma de abordarlo en todas ellas, difícilmente podríamos hablar de «moda literaria», ya que difícilmente podríamos comprobar que estamos en efecto ante epígonos.
Hay que añadir también que, a su vez, las modas literarias vienen acompañadas de reediciones de novelas clásicas –y no tan clásicas– que tratan el mismo tema para satisfacer un mercado literario ávido de novelas sobre el tema en cuestión. En nuestro caso, hemos podido comprobar que, cuando se constituye esta moda literaria sobre la Guerra Civil, empiezan a reeditarse textos que hacía tiempo que habían dejado de editarse. En estos años se vuelve a editar a Max Aub, a Chaves Nogales o a Juan Iturralde, entre otros, pero también se produce un revival fascista que vuelve a poner de actualidad autores que provienen del bando de los vencedores como Foxá o Sánchez Mazas, verdadero protagonista de Soldados de Salamina de Javier Cercas, dicho sea de paso.
Pero decía que también hay un criterio subjetivo para medir una moda literaria. Y se reconoce en el hartazgo que llega a generar un tema, cuando la moda empieza a agotarse. Es muy sintomático que algunos de los autores que escriben novelas sobre la Guerra Civil y, en consecuencia, han contribuido a la existencia de este fenómeno, han empezado a afirmar, en entrevistas que concedieron cuando publicaron sus novelas sobre la Guerra Civil, que en realidad las suyas no eran novelas sobre la Guerra Civil sino sobre dilemas morales, porque estaban hartos de la guerra, un tema agotador, en su opinión. Este intento de desvincularse de «la novela sobre la Guerra Civil» constata dos cosas: que ha existido una moda y que ha llegado, o está llegando, a su agotamiento.
-Me salgo un poco de tema. Hablabas de Max Aub. En El cura y los mandarines Gregorio Morán habla maravillas de su obra. ¿Esa es también tu opinión?
-Me interesa mucho Max Aub. Trabajé a fondo su obra hace unos años y una de las conclusiones a las que pude llegar fue que no podemos analizar la obra de Max Aub –en estricto la de ningún autor, pero en el caso de Aub es evidente– como si fuera homogénea, porque poco tiene que ver el Max Aub que vive y escribe bajo una guerra, que el que lo hace durante los primeros años en el exilio, que además entiende como una situación transitoria (no es casualidad que la revista que funda y dirige en México se titule Sala de espera), que el Max Aub que observa cómo España se incorpora al bloque capitalista, entrando a formar parte de sus organismos internacionales, y desde entonces no puede sino concebir que su exilio ya no es transitorio, sino que va de durar mucho tiempo. La obra de Aub se va transformando a medida que va cambiando su situación personal, que a su vez cambia a medida que se va modificando la situación política española e internacional. Entre todos esos Max Aub hay algunos que me interesan más y otros menos. Pero, a grandes rasgos, coincido con Morán. Aub es un autor que conviene leerlo, analizarlo, trabajarlo. Creo, además, que hay que destacar la labor de recuperación de su obra que ha emprendido la fundación que lleva su nombre; pero queda mucho por hacer, ya que hay mucha memoria literaria pendiente todavía de rescatar.
-A la llamada guerra civil, ¿debemos seguir llamándola guerra civil?
-Convendría llamarla de otra manera, sin duda. Por dos razones: una social y otra nacional. La primera, porque el adjetivo «civil» desplaza otro concepto que seguramente es más apropiado para describir lo que ocurrió en España entre 1936 y 1939, como es «guerra de clases». La Guerra Civil –lo que denominamos «Guerra Civil»– no fue sino la consecuencia de un golpe de Estado que dio el bloque histórico dominante para poner fin a una «República democrática de trabajadores de toda clase» (como se dice en la Constitución republicana), democráticamente electa por el pueblo español. Por miedo a perder sus privilegios de clase, se levanta en armas contra la República para recuperar una posición social e ideológica dominante que empezaba a estar en retroceso. La Guerra Civil y el franquismo fue su instrumento para contener su pérdida de hegemonía.
El segundo motivo por el cual no deberíamos seguir llamado «Guerra Civil» a la Guerra Civil es porque en ella no sólo participan como fuerzas beligerantes ejércitos de un mismo país con intereses contrapuestos. En la Guerra de España participan, a pesar del Pacto de No Intervención, fuerzas extranjeras desde el inicio mismo de la guerra. El nazi-fascismo europeo, Alemana e Italia, no respetan el pacto firmado y entran en escena para dar apoyo militar al bando franquista; después, como consecuencia, la URSS también decide participar en defensa de la República, como respuesta a la pasividad de las potencias democráticas burguesas que, a pesar de la intervención de nazis y fascistas, decidieron mantenerse en un segundo plano. En este sentido –y hay historiadores que así lo apuntan- la Guerra Civil no sería tanto una guerra civil como una primera batalla de la posterior Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el concepto «Guerra Civil» está tan fijado que, aunque no describe con exactitud las dimensiones de la guerra, seguramente resulta muy difícil poner en circulación un concepto más adecuado para definir este momento histórico.
-¿Y por qué la guerra civil, a la que no deberíamos llamar “guerra civil”, se ha convertido en una moda literaria? ¿Quién inauguró esa moda?
-¿Quién inauguró la moda? No me atrevería a señalar a alguien en concreto, porque realmente no lo hay: no creo en la idea de que hay un genio que inventa algo que funciona y el resto lo imita. Creo que es más importante acudir al contexto histórico y ver qué estaba pasando en España en esos años, que favoreciera este fenómeno literario. Sin embargo, si tuviéramos que buscar al «dogmatizador de una secta tan mala», como se dice en el escrutinio del capítulo VI de El Quijote, creo que lo encontraríamos entre los autores que publican entre 2001 y 2004. Entre esos años se publican las novelas más celebradas –y también vendidas– sobre la Guerra Civil: La voz dormida, Soldados de Salamina y Los girasoles ciegos. El hecho de que esas tres novelas funcionen, y funcionen tan bien, hace que los epígonos lleguen poco después (aunque el fenómeno venía arrancando desde algunos años antes).
Pero, insisto, hay que acudir al contexto y comprobar el modo en que intervienen varios factores en la constitución del fenómeno. El primero ya lo hemos dicho: la fórmula funciona comercialmente hablando y el modelo se imita. Pero para que funcione tiene que existir un receptor que demande esos productos. Y de ahí que la pregunta sea tan pertinente: ¿qué sucede en España, después del cacareado estribillo de la Transición, con su pacto de olvido y de silencio, para que de pronto empiecen a ocupar las estanterías de las librerías novelas sobre la Guerra Civil? Que este fenómeno exista –y funcione– significa que en la sociedad española tienen que haber ocurrido cosas, que no es sólo por seguir una moda el motivo por el cual los lectores empiezan a demandar novelas sobre la Guerra Civil. Significa que lo que funcionó en la transición ya no funciona en nuestros días. Una sociedad no puede vivir eternamente en la amnesia, en el silencio, siempre mirando al futuro, hacia delante. Una sociedad no puede vivir con el miedo de Lot, pensando que si mira hacia atrás se convertirá en estatua de sal. La sociedad española ha empezado a mirar al pasado porque quiere entender su Historia. Un síntoma del cambio de mentalidad de la sociedad se localiza en la fundación, en el año 2000, de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), y en su labor realizada, y en su lucha. Que siete años más tarde surja una Ley de la Memoria Histórica, aunque claramente insuficiente, significa que la Historia vuelve a formar parte de la agenda política. Y, en consecuencia, la sociedad empieza a demandar información sobre el pasado, y acaso pretende encontrarla en las novelas.
-Te preguntaré por alguna de las novelas que has citado más tarde. ¿Y es malo que sea así, que haya irrumpido esa moda? Añado otra pregunta: ¿desde qué punto de vista, en qué coordenadas estético-políticas te sitúas en tu análisis?
-No, por sí mismo no es malo. De hecho, el fenómeno anuncia que la sociedad se ha interesado por su pasado e, incluso, que la sociedad quiere comprometerse con su pasado. El problema es que estas novelas no pueden satisfacer al lector que quiera relacionarse activamente con su pasado, porque estas novelas no resuelven nada. O mejor dicho: resuelven imaginaria o simbólicamente la forma que tiene la sociedad de relacionarse con el pasado. Porque son novelas donde la memoria no funciona como un instrumento de oposición al presente, sino de asimilación. Con estas novelas no se trata de traer al presente el pasado para que, una vez conocido el pasado, podamos cuestionar el presente (que es heredero de ese pasado); con estas novelas sólo se busca normalizar o asimilar que aquello ocurrió, pero nunca cuestionar el modo en que nuestro presente está construido desde las cenizas de aquella guerra.
En el libro utilizo dos metáforas para explicar cómo se reconstruye el pasado en estas novelas: una de Walter Benjamin y otra de Fredric Jameson. La primera tiene que ver con el ángel de la Historia que protagoniza la tesis VI de las Tesis sobre la Historia de Benjamin. Un ángel sobrevuela la Historia y la observa; cuando quiere detenerse en las ruinas para observarlas de cerca, un viento huracanado le impide detenerse y le empuja hacia delante. A nuestros novelistas les sucede un poco lo mismo que le sucede al ángel.
-¿Qué les sucede?
-La clase dominante no quiere que su posición de clase se explique desde los muertos que provocó su asalto al poder. Por eso es mejor no detenerse a mirar las ruinas, porque allí se encontrarán los muertos que la clase dominante dejó por el camino para ascender al poder. Comprometerse con el pasado significa tener voluntad de detenerse en las ruinas para entender cómo nuestro presente no es sino la versión de un pasado victorioso. Las novelas que analizo en el libro nunca cuestionan este continuum entre el pasado de la Guerra Civil y nuestro presente, en cómo nuestro hoy es heredero de aquel pasado.
La segunda metáfora la tomo, como decía, de Jameson. Estas novelas son como el espejo reluciente del que hablaba el crítico estadounidense en La posmodernidad o la lógica del capitalismo avanzado, un espejo al que nos miramos para vernos reflejados, pero cuando nos vamos a mirar sale del espejo un destello de luz cegadora que no sólo nos impide reconocer nuestro rostro sino que además nos hechiza. Como nos hechizan estas historias de aventuras de pasión y muerte, de vidas heroicas, de ideales y de un futuro todavía por escribir. Estas novelas le impiden al lector reconocerse en su pasado, experimentar la Historia de forma activa, al concebir el pasado como algo que le es ajeno, que es atractivo, sugerente para una trama, pero no el lugar donde se encuentran los muertos sobre los que edifica el presente.
Creo que con estas dos referencias respondo, al menos sucintamente, en qué coordenadas me sitúo y sitúo mi punto de partida para llevar a cabo la investigación.
-Y no generalizas, apresuradamente por decirlo en términos clásicos, cuando hablas de novelistas, de las novelas. No sería mejor hablar de algunas novelas, de muchas novelistas, etc.
-Ahora lo estoy haciendo, tienes razón. Pero en el libro no generalizo ni compongo un discurso abstracto, sino que hago descender la teoría a la práctica, analizo obras muy concretas y hago un análisis muy apegado al texto, precisamente para no caer en una suerte de impugnación teórica que luego habría que ver si en la lectura real funciona. Uno de mis objetivos, al redactar el libro, era no caer en la elucubración teórica sin más. Por ello, todo lo que digo queda demostrado mediante una confrontación de la teoría con textos extraídos de novelas concretas. Hay mucho de comentario de texto –bien entendido– en este libro.
-Por lo demás, tu nuevo libro, que ya sé que no es una novela, ¿no sería un ejemplo más que, paradójicamente, abonaría esa moda literaria-ensayística?
-Si así fuera, me habría salido el tiro por la culata. Porque lo que se propone este libro es cuestionar cómo se nos está contando la Guerra Civil, no seguir reproduciendo el mismo esquema estético e ideológico que nos hace creer que 1) vivimos en el mejor de los mundos posibles y que, en consecuencia, 2) acudimos a la Guerra Civil para armar una trama atractiva, en un pasado que, a diferencia del presente, hay conflictos que pueden alimentar muy bien una trama, servir como un interesante material novelístico. Frente a la noción débil de memoria que plantean estas novelas, en el libro se reivindica la necesidad de concebir la memoria como un arma política –valga decir: revolucionaria– para hacer añicos el presente. La memoria como oposición, no como asimilación; no para resolver simbólicamente las contradicciones, sino para hacerlas estallar. Solamente mediante una utilización revolucionaria (benjaminiana) de la memoria será posible una ruptura radical con el pasado del cual nuestro presente sigue siendo heredero. Creo que, como decía Walter Benjamin, tenemos que disparar contra los relojes para detener el continuum histórico que solamente privilegia a la clase dominante. Este era mi objetivo cuando redacté La Guerra Civil como moda literaria. Sin embargo, las novelas que en el libro analizo, más que disparar contra los relojes, parece que les dan cuerda.
-No te pregunto por el prólogo pero sí por el prologuista. ¿Por qué tu elección por Isaac Rosa?
-Creo que tiene mucho sentido que Isaac Rosa escriba el prólogo de este ensayo, porque muchas de las cuestiones que se plantean en mi libro, Isaac Rosa las había trabajado novelísticamente; y muchas de las estrategias, tanto estética como ideológicas, que se ponen en funcionamiento en muchas de las novelas sobre la Guerra Civil y que en este ensayo se cuestionan, Isaac Rosa las había cuestionado también desde el género desde el que trabaja: la novela. Tanto El vano ayer como ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil! comparten con mi ensayo –o mi ensayo comparte con ellas– una idéntica voluntad de exigir otro tipo de memoria, menos blanda que la que proponen las novelas que sobre la Guerra Civil se escriben en la actualidad, una memoria que de verdad busque convocar a los muertos a este presente para transformarlo.
-Insisto en esto que señalas. Y ese menos blanda, esa mayor dureza que pareces pedir-exigir, ¿en qué podría consistir? ¿No hay ninguna novela escrita con esa no blandura que demandas?
-No hay ninguna novela que plantee la necesidad de la ruptura a través de la memoria, pero, y agradezco mucho esta pregunta, pues me permite matizar mis palabras, hay distintos niveles entre las novelas que forman parte del corpus. Evidentemente, no es igual el modo en que, por ejemplo, se reconstruye la Guerra Civil en las obras de Josefina Aldecoa, Almudena Grandes, Dulce Chacón o Alberto Méndez, donde hay una voluntad de rescatar del olvido ciertos episodios de nuestra Historia, silenciados, con la de otros como Manuel Maristany, Antonio Muñoz Molina o Andrés Trapiello que, consciente o inconscientemente, reproducen lo que Southworth denominó el mito de la cruzada de Franco; o Javier Cercas que, desde una posición teórica posestructuralista y por medio de un elogio de la opacidad, duda de todo testimonio, de toda memoria, porque considera que el testimonio, más que producir un discurso histórico, produce un discurso narrativo y, por consiguiente, se acerca más a la ficción que a la verdad. Hay memorias más blandas y otras más fuertes, pero difícilmente podemos encontrar una memoria de oposición en estas novelas.
-Aparte de la bibliografía (¡25 páginas!), tu libro está estructurado en tres partes, una coda más un anexo. Empiezo si te parece por la primera parte: “El boom de la memoria”. Comentas que al margen de la literatura escrita en catalán, euskera o gallego, se han publicado 181 novelas sobre la guerra civil española entre 1989 y 2011, es decir, durante 22 años, 8,2 novelas por año, unas 2 por trimestre, no llega a una por mes. ¿Son muchas en tu opinión?
-El problema es que cuando se hacen medias no se aprecia bien cuál es la tendencia, y se hace imposible ver el recorrido y los altibajos que tiene el fenómeno. Dicho así, 2 por trimestre, menos de una al mes, parece poco, sin duda; pero hay que tener en cuenta que es un fenómeno que se va construyendo poco a poco y que los números de libros publicados, cuando el fenómeno todavía es incipiente, hace bajar mucho la media. Observemos que solamente en 2010 he podido recoger 17 novelas publicadas (es el punto más álgido), o en 2004, fecha que antes señalábamos, son 14 las novelas que se publican. Son más de una al mes en ambos casos. No obstante, podemos entrar a valorar si son muchas novelas, o no, pero como sé que los adjetivos «muchas» o «pocas» carecen de valor científico, por su indeterminación, lo que me interesaba era observar la tendencia in crescendo de novelas que sobre la Guerra Civil se publicaban, y cómo a partir de cierto momento empieza a crecer el número de novelas que se editan, en comparación con los años anteriores. Soy consciente –y así lo reconozco en el libro– de que es probable que, aunque era mi intención inicial recoger el mayor número de novelas –incluso todas– que trataban sobre la Guerra Civil, e incluso la búsqueda en algunas fases del trabajo de investigación fue obsesiva, el corpus (como cualquier corpus) es seguramente incompleto y seguramente habrá novelas que no habrán sido recogidas; no obstante, la recopilación es abundante y nos permite al menos inferir cuál es la tendencia.
-De hecho, lo señalas en la página 32, entre 1975 y 1995 se publicaron 1.848 libros sobre la Guerra Civil. No sé cuántos de estos libros fueron novelas, pero parece que el tema interesó aún más en aquellos primeros 20 años tras la muerte del dictador golpista. ¿No es un pelín sorprendente teniendo en cuenta el pacto de silencio del que suele hablarse, con razón y con frecuencia?
-El dato lo extraigo, como así aparece referido en el libro, de un artículo de María del Rosario Ruiz Franco y de Sergio Riesco Roche («Veinte años de producción histórica sobre la guerra civil española (1975-1995): una aproximación bibliométrica», Revista española de documentación científica, vol. 22, nº 2 (1999), pp. 174-197). En este artículo se recogen no sólo libros ensayísticos sobre la Guerra Civil, sino también artículos publicados en revistas académicas y en otras publicaciones periódicas. En ningún caso se recogen novelas.
-Lo siento. Perdona mi torpeza
-Y no son sólo libros publicados en España, también en el extranjero. En cualquier caso, esta información es relevante porque nos permite observar que el fenómeno no sólo es literario, también hay un interés por la Guerra Civil desde otros ámbitos, como es el ensayo o el cine. Tengo la sensación de que la novela llega un poco tarde, que el interés que suscita la Guerra Civil dentro del ámbito académico es mucho anterior al que despierta al conjunto de la sociedad y, más tarde, a nuestros novelistas.
-Y en cuanto a poemarios, ¿se han publicado muchos poemarios centrados en nuestra llamada guerra civil?
-La poesía no formaba parte de mi objeto de estudio. No lo he estudiado en profundidad y por ello no me siento autorizado para sacar conclusiones ni para darte una respuesta definitiva. Gracias a conversaciones que tengo habitualmente con Alberto García Teresa, poeta y crítico literario, autor de un ensayo imprescindible titulado Poesía de la conciencia crítica, sé que existen poemas concretos, escritos en la actualidad, donde se habla de la Guerra Civil, pero no tengo constancia –lo cual no quiere decir que no exista– de la existencia de poemarios cuyo núcleo temático sea exclusivamente la Guerra Civil. Evidentemente, hubo mucha poesía escrita en el frente, pero no creo que, en la actualidad, existan poemarios que se retrotraigan a la Guerra Civil. Sí se han recopilado en un solo volumen, en una magnífica edición de César de Vicente Hernando para la colección «Nuestros clásicos» de Akal, la poesía producida durante la contienda, pero no sé si la Guerra Civil nutre la poesía actual en la misma medida en que ha nutrido la literatura y el cine.
-¿Hay algún novelista que tú consideres importante que no haya publicado su novela sobre nuestra guerra?
-Curiosamente, a excepción de Isaac Rosa, los novelistas que podemos denominar críticos o disidentes en la actualidad, no han escrito sobre la Guerra Civil española. Y quizá este hecho sea significativo. Estamos dejando que el relato sobre la Guerra Civil lo escriban aquellos escritores que en otro lugar he denominado novelistas de la no-ideología, autores cuyas novelas interpretan todo conflicto desde lo individual y nunca desde lo político. En consecuencia, tenemos estas novelas tan despolitizadas sobre un episodio histórico tan politizado como fue la Guerra Civil. Dice Isaac Rosa en el prólogo que, a pesar de tantas novelas que se han escrito, todavía seguimos esperando la gran novela sobre la Guerra Civil. Estoy seguro que si alguno de nuestros autores disidentes, como puede ser, por ejemplo, Belén Gopegui –que además en su ensayo Rompiendo algo tiene reflexiones muy acertadas y pertinentes sobre la Guerra Civil y su literatura– se pusiera a escribir una novela sobre la Guerra Civil, seguramente sería capaz de escribir por fin una novela que haga de la Guerra Civil no un escenario o telón de fondo –que es lo que hacen las novelas que analizo– sino un lugar histórico de enormes conflictos sociales y políticos que no pueden sino resolverse desde lo político y lo social.
-¿Y en otros países? ¿Ha habido autores importantes que hayan escrito sobre nuestra guerra?
-Sí, y no sólo novelas. Pensemos por ejemplo en la película de Ken Loach, Tierra y libertad. En el corpus, para delimitar el objeto de estudio, sólo introduje novelas escritas por escritores españoles (de lo contrario, temía que se me fuera de las manos y, de inabarcable, se me volviera resbaladizo). Pero añadí una excepción: la del mexicano Jordi Soler, autor de Los rojos de ultramar. De entre todas las novelas leídas y analizadas, es una de las que más me interesó, sobre todo porque en ella, si bien tampoco se pone en funcionamiento una noción revolucionaria (rupturista) de memoria, sí se denuncia claramente la amnesia de la sociedad española (y también europea). Hay dos escenas en la novela que son sumamente interesantes. En la primera tenemos al protagonista, homónimo de su autor, impartiendo una conferencia sobre Teotihuacán en la Universidad Complutense de Madrid. Al poco de iniciar la conferencia, un estudiante alza la mano y le pregunta por qué siendo mexicano tiene un nombre tan catalán. Entonces, les habla de la guerra y el exilio y observa cómo el silencio que se impuso en la Transición ha convertido la Guerra Civil en un episodio lejano que en nada se relaciona con el presente. La segunda escena se produce en la playa de Argelès-sur-Mer, donde descubre que la huella de los refugiados españoles –entre ellos, su padre– ha sido borrada de la localidad francesa, que el mismo lugar donde ahora se broncean los turistas fue un campo de refugiados donde murieron muchos españoles republicanos que iniciaron el exilio tras la derrota de la República en la Guerra Civil. La amnesia no es, pues, algo exclusivo de la sociedad española.
-Allí, en Argelès, nació un amigo mío, Eduard Rodríguez Farré, un gran científico republicano e internacionalista. No me voy. Las novelas que has analizado, las muchas novelas que has estudiado, ¿están bien documentadas históricamente?
-Hay errores en muchas de ellas, algunos de bulto, otros menores, y señalo algunos en el libro. Aunque tampoco era ese el objetivo. Creo que más interesante que señalar algunas inexactitudes era analizar cómo se nos cuenta la guerra, cómo se despolitiza, cómo siguen perpetuándose algunos mitos de la cruzada de Franco en la novela española actual, etc. No obstante, si el lector curioso quiere ver los errores históricos de algunas novelas, le remito a un artículo que publiqué con Julio Rodríguez Puértolas en República de las Letras (nº 120, págs. 37-70), donde nos aproximamos críticamente a La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina, y señalamos algunas de sus inexactitudes: el protagonista pasa por hoteles que todavía no se habían construido, lee novelas que todavía no se habían traducido, se citan frases célebres que todavía no se habían pronunciado, etc.
-Una curiosidad, ¿algunas de ellas toma la figura de Juan Negrín como eje central?
-Precisamente en La noche de los tiempos de Muñoz Molina Juan Negrín aparece constantemente, representando un papel de actor secundario en la trama novelística. Pero, como sucede en el grueso de estas novelas, se elimina su dimensión histórica. Negrín aparece en la novela de Muñoz Molina como un republicano burgués que cree en una tercera España y que, igual que Ignacio Abel, el protagonista, y que el propio Muñoz Molina, señala el potencial golpista tanto de fascistas como de comunistas, situándolos en una simétrica posición de responsabilidad respecto a la guerra que habría de venir. Y, no sé si por esta razón, que acaso tampoco se ajuste mucho al personaje histórico, la novela describe a Negrín como un gordo que siempre anda comiendo gambas y jamón por las terrazas de Madrid.
Debe ser por eso porque Negrín fue otra cosa muy distinta.
-Estas novelas, te cito textualmente (página 36), “legitiman la concepción de que nuestro presente, por oposición al mundo al que la narración nos retrotrae, es un presente en el que no existen conflictos y en el que, en definitiva, la Historia ha alcanzado su fin”. ¿Nos das algún ejemplo? ¿Todas esas novelas abonan esa cosmovisión? ¿No hay excepciones?
-Sí, así es. Me explico: Almudena Grandes en su Inés y la alegría, una novela que persigue el loable objetivo de rescatar del olvido la hazaña de quienes combatieron en la llamada «Operación Reconquista» (la frustrada invasión de Arán por parte del ejército de la UNE durante el mes de octubre de 1944), nos dice en el epílogo de la novela que se ha «permitido el lujo de evocarla [esta historia]» ya que vive en un presente «aburrido y democrático». ¡Qué transparente es a veces el inconsciente ideológico! La autora nos está diciendo aquí que habla del pasado no como una urgencia para cambiar el presente, sino como un privilegio, ya que escribe desde un presente que no es preciso ser cambiado. Lo mismo ocurre, por ejemplo, en otra novela de Muñoz Molina, El jinete polaco, que después de que los protagonistas descubran su pasado, cómo fue la guerra en su pueblo, Mágina, vuelven a vivir plácidamente en un presente apacible, acostándose de nuevo en su pacífica habitación de hotel de la ciudad de Nueva York. Hay más ejemplo, pero creo que estos dos son muy significativos.
Al leer estas novelas, no sólo estas referidas, sino muchas otras, no se puede tener sino la sensación de que estos autores han asumido que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que han interiorizado que, como dicta la ideología dominante, nuestra sociedad es aconflictiva y si, como decía Bajtin, sin conflicto no hay novela, estos autores necesitan acudir a un pasado conflictivo, como es la Guerra Civil, para poder armar una trama. Nuestro presente es aconflicto por oposición a lo narrado.
-Hablas también de novelas pretendidamente progresistas, ancladas en la falsa izquierda, que reproducen la lógica ahistoricista y despolitizada de la ley de 2007. ¿Falsa izquierda a quién refiere? ¿No hay, por lo demás, en esa tesis o comentario una relación demasiado mecánica entre el espacio político y la creación artística?
-El concepto de «falsa izquierda» lo tomo del ensayo de José Antonio Fortes, La guerra literaria (literatura y falsa izquierda), donde el profesor de la Universidad de Granada pasa revista a los autores que, aparentemente progresistas, no reproducen sino ideología dominante en sus textos. Los dos autores citados en la respuesta anterior pueden ser un ejemplo de ello. Por lo demás, como señalas, sus planteamientos son muy parecidos a los que planteaba la, a todas luces insuficiente, Ley de Memoria Histórica que propuso Zapatero en 2007, que en ningún caso pretendía cuestionar un presente que es heredero de un pasado vencedor, sino que se conformaba con reconocer y asimilar a los vencidos sin cuestionar a quienes ostentan hoy el poder, un poder labrado en la guerra y la dictadura, un poder que está manchado de sangre. La conversión del Valle de los Caídos en lugar de culto religioso donde « honrar la memoria de todas las personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil de 1936-1939 y de la represión política que la siguió con objeto de profundizar el conocimiento de ese período histórico y en la exaltación de la paz y de los valores democráticos» es un objetivo muy poco ambicioso y, sobre todo, nada rupturista. Por varias razones: ¿todas las personas fallecidas? ¿fallecidas? ¿no sería mejor hablar de asesinadas? Y, ¿tienen que ser todas: víctimas y verdugos por igual? ¿El lugar de la represión puede convertirse en exaltación de la paz y los valores democráticos? ¿No debería serlo del horror? Esta despolitización está también presente en muchas novelas, que no buscan cuestionar el presente, sino más bien apuntalarlo, cerrar definitivamente las heridas, pero sin reconocer quién abrió esas heridas.
¿Establecer esta relación es mecanicista? He tratado de rehuir el mecanicismo constantemente a lo largo del ensayo; sin embargo, a veces, cuando se señalan fechas, cuando se observa que lo que plantean las novelas también está planteado políticamente, puede parecer mecanicista, pero no creo que lo sea. Creo que estas novelas en realidad trasladan lo que Elizabeth Jalin denominó «conflicto de memorias»: el mismo conflicto que se da en la sociedad se pone en marcha en las novelas.
-Hablas de novelas que contribuyen a reforzar una concepción homogénea y lineal de la Historia. ¿Qué concepción es esa? ¿Cuándo abonamos una concepción con estos atributos?
-Creo que esta pregunta te la he ido respondiendo a lo largo de la entrevista. Se trata de romper el continuum histórico, de disparar contra los relojes, de permitir que el ángel se detenga en el lugar donde se encuentran las ruinas, los muertos en las cunetas, para convocarlos a este aquí y ahora para hacer añicos el presente. Esta es la reivindicación de una memoria revolucionaria que persigo con el libro, una concepción que entra en oposición con una noción dominante de memoria, que es la que se pone en juego en estas novelas, que no tienen la más mínima intención de cuestionar nuestro presente, porque han asumido que es perfecto, aconflictivo y por ende no conviene cambiarlo; y porque son incapaces de ver –o de mostrar- que este presente no es sino resultado de una derrota, la derrota republicana en la Guerra Civil y, en consecuencia, de una victoria, la victoria del fascismo que sirvió como «Estado de sitio» del capitalismo, que necesitó acudir al fascismo para poder implantarse con todas las garantías en España. Estas novelas refuerzan la concepción homogénea y lineal porque no nos recuerdan que nuestro hoy carga con muchos muertos, porque no se detienen en los momentos de ruptura.
-Mil gracias. ¿Abuso de ti si sigo preguntándote sobre otras aristas y nudos de tu libro?
Muchas gracias a ti por la lectura tan atenta que has realizado del libro. Es un placer conversar contigo, Salvador. Quedo a la orden, y a tu entera disposición para seguir con el diálogo.
-De acuerdo y muchas gracias de nuevo por tus más que generosas posibles. Y, desde luego, nos ordenaremos obedeciéndonos.

Salvador López Arnal. Publicado en Rebelión (26 de febrero de 2015). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=195853

2 comentarios:

  1. He hojeado el libro de Becerra en una librería y acabo de leer esta entrevista. Ante todo debo decir que el autor, que seguramente es muy joven, ha puesto en el mercado una obra que será citada, muy citada. Yo lo felicito porque sin duda es un excelente trabajo, muy trabajado, sí,seguramente hasta la extenuación. Merece por ello el agradecimiento de sus lectores, que espero que sean muchos. Por lo que leí en la librería ya me di cuenta de que la obra ha sido escrita por un participante de la generación de Podemos, incluso que milita en este partido. Se nota enseguida. Leyendo la entrevista, muy buena, excelente, esa impresión se confirma. Quien esto escribe tiene por lo menos medio siglo más que el autor. Pero no por ser viejo he caído en lo que llama desmemoria de la Guerra Civil. No la viví. Nací en 1937 en un pueblo sevillano que fue "liberado" pocos días después del golpe rebelde. Durante mi adolescencia los recuerdos de la guerra entre los paisanos era muy viva aunque solo hablaban de ella en privado. Yo, no. desde mi 15 años descubrí que esa guerra no fue una Cruzada como se decía entonces sino una guerra fratricida. Y me refería a ella de forma clara y provocadora como Guerra Civil, hasta el punto de que mi padre, un represaliado por haber sido antifranquista en su fuero interno por miedo a más represión, me amonestaba por decir a las cosas por su nombre.
    Habla con insistencia Becerra de que a partir de 1975 hubo un pacto de silencio. Así lo creía hasta hace poco y así se lo afeé a Santos Juliá en público. Él me cotestó que no era verdad y aportó numerosos autores y obras que lo atestiguaban. Poco a poco fui aceptanto esa verdad y por eso no estoy de acuerdo con Becerra.
    La generación de Becerra, que tanto acusa de olvido, olvida que la Transición nu fue una mierda como gustan decir quienes no la vivieron. No es cierto que quienes la vivimos ollvidáramos la ttagedia de aquelos tres años de la contienda porque dedicamos tiempo a conocer sus episodios. Pero tampoco olvidamos los años de la II República, aquel sistema de gobierno que se impuso con quizás demasiada facilidad y por solo una de las dos Españas. En la Constitución de 1931 no colaboró la mitad del pueblo, esa mitad que era la depositaria de la tradición católica y rural, y no participó porque el objetivo era barrerla de la faz de la tierra. Así les salió el sistema y así se les reventó en las manos, sobre todo cuando ganó en Frente Popular con la propuesta de culminar la revolución obrera que se impuso como meta a pesar de que se intentaba disimular de cara al exterior.
    La Transición no fue el resultado del olvido. Ni el resultado de los deseos de los vencedores de la guerra. Fue una sabia combinación de todo lo mucho de positivo que tuvo la República tratando de no caer en sus mismos errores.
    Los jóvenes de hoy demuestran estar harto bien preparados y eso es algo que hay que poner en el activo de la Transición y de su resultado inmediato la Constitución de 1978, que no alumbró como gustan decir algunos el Régimen de 1978, sino el sistema de gobierno más equilibrado y más frctífero que ha tenido España desde la Constitución de 1812.
    Solo les diría para erminar este largo comentario a David Becerra y a su generación que hacen mal con su adanismo. La Constitución vigente es una base sólida a pesar de sus debilidades y a pesar de sus orígenes desde la que se puede progresar mejorando sin prisa pero sin pausa. Cuando tiréis el agua sucia de la bañera procurar no tirar también a la criatura. Salud.

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    1. Querido Franjo, muchas gracias por sus palabras. Las agradezco. Solo le diré, para responderle brevemente, que aunque sea de la generación de Podemos, no milito en Podemos, ni mi visión de la Transición coincide con la suya. Le dejo este artículo que publiqué en el número de marzo de Mundo Obrero sobre la Transición y sus relatos (a partir del libro "Argentina contra Franco" de Mario Amorós) para que observe cuál es mi posición sobre el tema: http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=4724
      De nuevo, gracias por su interés y por su comentario. Un saludo.

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