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miércoles, 10 de junio de 2015

"La Guerra Civil como moda literaria. Un ajuste de cuentas necesario" por Rodrigo Vázquez de Prada

La reciente aparición de La guerra civil como moda literaria (Clave Intelectual, 2015), de David Becerra Mayor (1984), ha vuelto a remover con fuerza las estancadas aguas de la crítica literaria en nuestro país. Sin duda alguna, el efecto que está causando el magnífico ensayo de este joven doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid y director de Estética y Literatura de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM), se asemeja en gran medida al que produjo en los últimos años de la década de los setenta y primeros de los ochenta la Historia Social de la Literatura Española (Castalia, 1978), un hito decisivo en la historia del análisis marxista de la creación literaria en lengua española escrito por su maestro, Julio Rodríguez Puértolas (1936), junto a Carlos Blanco Aguinaga (1926- 2013) e Iris M. Zavala (1936).
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En efecto, en aquellos años primeros de la Transición, los tres tomos de la Historia social de la Literatura Española constituyeron un valioso, clarificador y riguroso estudio crítico y un certero aldabonazo en el ámbito del conocimiento en profundidad de nuestra narrativa al abordar el corpus principal de la historia literaria de nuestro país situándola en su contexto histórico social y desde la perspectiva de su matriz ideológica. Un tipo de análisis que no se había realizado apenas por estos lares. Y subrayo el apenas, porque, justo es recordarlo, en una línea próxima de investigación en 1974 había llegado a las librerías otro ensayo de particular interés en este mismo dominio, la Teoría e historia de la producción literaria. Las primeras literaturas burguesas. Siglo XVI, de Juan Carlos Rodríguez, catedrático de la Universidad de Granada y discípulo del francés Louis Althusser, con el que había trabajado en la École Normale de París. Pero, lamentablemente, sobre aquella obrase se ejerció una poderosa conspiración del silencio, un recurso frecuentemente utilizado por los mandarines de la cultura cuando aparece un trabajo que pone en cuestión el canon que ellos acuñan.
Los autores de la Historia social…, durante años profesores en diversas universidades extranjeras, especialmente de EE.UU., formaban ya en aquella época parte del mejor elenco de nuestros investigadores literarios y eran conocidos por sus enfoques críticos e innovadores. Así, Carlos Blanco Aguinaga, había alcanzado ya un serio prestigio con la edición de Juventud del 98 (1970) y De mitólogos y novelistas (1975); la puertorriqueña Iris M. Zavala había escrito obras de particular relevancia como Masones, comuneros y carbonarios (1970) e Ideología y política en la novela española del siglo XIX (1979); y Julio Rodríguez Puértolas, después de haber sacado a la luz ediciones críticas del Poema de Mio Cid, el Romancero, La Celestina, o la poesía de Jorge Manrique, había publicado ya un sugerente y revelador estudio sobre el autor de los Episodios Nacionales, Galdós. Burguesía y revolución (1975) así como Literatura, historia y alienación (1976). Años después, escribiría otro libro también incómodo para muchos, que causó igualmente un gran revuelo entre los críticos literarios y, como era de esperar, entre los autores vivos en aquellos años a los que se refería, Literatura fascista española (1986); un asunto éste al que ya se había acercado en el tercer volumen de la Historia social de la literatura (1979) y, poco después, en 1981, en la ponencia que presentó en el Congreso Internacional de Hispanistas, celebrado en Roma.
Testimonio fidedigno de la conmoción que causó la Historia social de la literatura española fue el furibundo e injusto rechazo que recibió, en las páginas de El País, en artículos escritos por Rafael Conte, anteriormente y durante muchos años jefe del Suplemento Cultural del vespertino Informaciones, y de otro periodista situado desde hace ya bastantes años en la bancada de la extrema derecha y que en aquella época- ¡Quién lo iba a decir!- formaba parte del diario polanquista, Federico Jímenez Losantos. Junto al rechazo sin más, las descalificaciones que aquellos mandarines de la cultura española vertieron sobre sus autores (“inquisidores, estalinistas, marxistas vulgares, ignorantes”), conformaron la prueba irrefutable de que, malgré lui, la Historia Social de la Literatura Española había dado en la diana al situar la obra literaria en la realidad social de su tiempo histórico, alejándola de la abstracción nebulosa e idealizante en la que se la presentaba en todos los libros de texto.
Sin lugar a dudas, y esto es un mérito a consignar desde el principio, David Becerra continúa en toda su producción intelectual la estela trazada por Julio Rodríguez Puértolas. A él se deben dos ediciones críticas de novelas de especial importancia en el panorama de la literatura contemporánea en lengua española. La primera, la de La mina, finalista del Premio Nadal de 1953 y, sin lugar a dudas, la mejor obra del escritor y dirigente comunista fallecido en 2014 Armando López Salinas, una novela sepultada en el olvido y silenciada “porque molesta, porque quiebra el relato de la Transición”, y que, gracias a su labor de recuperación, ha podido llegar a las nuevas generaciones como uno de los exponentes máximos de la que constituyó la novelística del realismo social, despectivamente calificada por los “modernos” que empezaban a aflorar en aquel entonces como “la literatura de la berza”. La segunda, la de La consagración de la primavera”, del narrador cubano de origen francés Alejo Carpentier, uno de los intelectuales extranjeros que, en solidaridad con la II República española participaron en 1937 en el Congreso de Escritores Antifascistas y uno de los grandes artífices del realismo mágico latinoamericano, cuyas claves David Becerra desvela con indudable maestría.
Crónica Popular mantiene viva la memoria sobre los crímenes del franquismo
Es autor, asimismo, de rigurosos artículos de crítica literaria, publicados en revistas especializadas y escritos en torno a la obra de un amplio espectro de escritores españoles que se inicia en nuestro siglo de oro, con Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo, continúa en el dieciocho, con Diego Torres de Villarroel, se adentra en el diecinueve, con Benito Pérez Galdós, y recala con especial atención en el veinte, con novelistas y poetas que contribuyeron de modo esencial al empeño de regeneración cultural que impulsó la II República, como Max Aub, Federico García Lorca y Miguel Hernández. Es, también, coautor de Qué hacemos con la literatura, escrita junto a su maestro, Julio Rodríguez Puértolas, Raquel Arias Careaga, profesora de Literatura en la Universidad Autónoma de Madrid- con ellos intervino en las XIII Jornadas sobre la cultura de la República. Lecturas de El Quijote en la configuración del pensamiento republicano, sobre las que escribió en Crónica Popular el historiador Alejandro Camino – www.cronicapopular.es/2015/04/xiii-jornadas-sobre-la-cultura-de-la-republica-lecturas-de-el-quijote-en-la-configuracion-del-pensamiento-republicano/-  y la novelista y poeta Marta Sanz, doctora en Literatura Contemporánea por la UCM y profesora de la Universidad Antonio de Nebrija.
Y, además, a él se debe otro importante ensayo, La novela de la no-ideología (Tierra de Nadie Ediciones, 2013), un enjundioso trabajo en el que utiliza los conceptos, la bibliografía y las herramientas metodológicas que Rodríguez Puértolas había venido aplicando en sus muchos ensayos y que expone, por ejemplo, en su trabajo La crítica literaria marxista. Conviene subrayar por ello que La novela de la no ideología, cuyas primeras palabras suponen un pertinente aviso de navegantes- “No existe una literatura inocente. Todas las formas de discurso, independientemente de que éste sea literario o no, contienen siempre ideología” -, constituye, asimismo, un marco conceptual perfecto para adentrarse de forma más completa en la lectura de La guerra civil como moda literaria y para comprender en profundidad el empeño analítico que discurre por sus páginas.
Pongo énfasis en esta afirmación porque tanto en La novela de la no ideología como en La guerra civil como moda literaria, David Becerra expone con claridad los conceptos que aplica en su investigación y se apoya en autores cuya obra constituye una imprescindible herramienta para analizar los mecanismos de hegemonía y dominación ideológica del capitalismo de nuestros días. Conceptos, para empezar, como el de ideología, que, de la mano de otro de sus autores de cabecera, el crítico literario inglésTerry Eagleton, rescata de Marx y Engels en La ideología alemana, como falsa conciencia e instrumento de dominación, después del Marx del primer libro de El Capital, cuando, al hablar del fetichismo de la mercancía, muestra que la ideología se origina en la base misma de la sociedad y como un efecto estructural del capitalismo, y luego de Lenin, que, en ¿Qué hacer?, da un paso adelante y habla ya de ideología como un instrumento y subraya que el problema se plantea solamente así, ideología burguesa o ideología socialista”; o, en fin, de otros pensadores marxistas contemporáneos como Louis Althusser que, en La revolución teórica de Marx, sostiene que la ideología es un sistema de representaciones que se imponen como “estructuras” a la mayoría de los hombres sin pasar por su conciencia.
Para él, tanto la novela de la no ideología como la mayor parte de la novelística que forma parte del corpus de La guerra civil como moda literaria se integra en lo que, en un trabajo inicialmente publicado en la New Left Review, en 1984, el marxista estadounidense Friedric Jameson denominó epostmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado o capitalismo tardío, si utilizamos la terminología del economista e historiador trotskista belga Ernest Mandel; un concepto del que es su máxima expresión El Fin de la Historia (1992), del neocon estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama, y que desarrolla igualmente en su obra La condición del postmodernismo el británico David Harvey, al que, asimismo, se debe el innovador y acertado concepto de acumulación por desposesión, expuesto en su obra El nuevo imperialismo (2004).
A partir de ahí, esta nueva obra de David Becerra supone una gran labor desmitificadora y un ajuste de cuentas con la mayor parte de las novelas en la que la guerra civil española se utiliza como telón de fondo o, simplemente, como excusa, para situar la peripecia de sus personajes: un total de 181, escritas entre 1989 y 2011, un dato éste que permite aseverar que todas ellas se integran en lo que ciertamente se puede considerar como una moda literaria, por más que se observe un carácter realmente heterogéneo en las narraciones que la integran y en sus autores, de muy distinta procedencia tanto desde el punto de vista generacional como ideológico. Pero una moda que pone al desnudo datos que merece la pena retener, como el siguiente: más del 50% de estas novelas fue editado por solo tres grandes grupos (Planeta, Timón y Random House Mondadori) que controlan lo que se ha venido en llamar la industria cultural, en la que en las últimas décadas se ha registrado un fortísimo proceso de concentración, con una acusada penetración del capital extranjero, y sobre la que planean cada vez más, como auténticas aves de rapiña, las multinacionales y los bancos. Un proceso muy en la línea del que se ha desarrollado también en el sector de los medios de comunicación, sobre todo en los audiovisuales, con todas las consecuencias que de ello se derivan para la reproducción de la ideología de la clase dominante.
Pero, este ajuste de cuentas que lleva a cabo David Becerra resulta particularmente necesario para que los lectores puedan conocer lo que representa desde el punto de vista ideológico gran parte de este tipo de novelística, algunos de cuyos títulos, catapultados a una gran difusión mediante campañas de publicidad lanzadas por los grandes conglomerados editoriales y mediáticos, se han alzado a la categoría de best sellers, y están gozando tanto del favor del público como del nihil obstat de los críticos que dictan el canon literario. Máxime, además, cuando, desde los años noventa del siglo XX, se ha venido desarrollando una siniestra operación de revisión histórica del golpe de Estado de 1936, diseñada en los estados mayores de la derecha española y en la que no han dejado de participar historiadores y seudohistoriadores cuyo exponente más paradigmático es el otrora terrorista del Grapo Pío Moa. Un nuevo asalto a la razón, en este caso a la razón de la Historia, contra el que se han visto obligados a alzar su voz historiadores como el profesor de la Universidad de Sevilla Francisco Espinosa Maestre, con El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha (2005)Contra el olvido. Historia y memoria de la guerra civil (2006), entre otras de sus obras, y politólogos como el cetedrático de Ciencia Política de la Universidad Virgili i Rovira, de Barcelona, Alberto Reig Tapia, autor de dos libros, titulados expresamente Anti Moa. La subversión neofranquista de la Historia de España (2006) y Revisionismo y política. Pío Moa revisitado (2008).
David Becerra estructura esta obra en tres partes, una coda, un anexo, en el que incluye el enorme corpus narrativo sobre el que ha trabajado, y una amplísima bibliografía, de especial utilidad para el lector. Todo ello prologado por otro escritor crítico, Isaac Rosa, que denuncia que “la mayoría de las novelas sobre la guerra civil propiamente dicha son novelas de retaguardia, de prismáticos, de alrededores, alejadas de la guerra no solo físicamente sino también conceptualmente”. Y, tras él, un par de citas de autores muy seguidos admirativamente por David Becerra, cuyas palabras encajan a la perfección en el objeto del ensayo. Una de ellas, la más extensa, del filósofo, ensayista y crítico literario alemán, próximo a la Escuela de Franfurt y suicidado en Portbou, en 1940, Walter Benjamín, a cuya original y sugerente obra y, especialmente a sus Tesis sobre la filosofía de la Historia, integradas en el volumen II de sus Obras (2008), tributa David Becerra un homenaje sincero en toda su producción: “El don de encender la chispa de la esperanza solo es inherente al historiógrafo que esté convencido de que ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si es que éste vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer”.
La guerra civil como moda literaria da cumplida respuesta a los interrogantes que se suscitan en torno a las causas que explican esta proliferación de narraciones sobre o con la guerra civil española como paisaje en el que se desarrollan. Es decir, la razón de que muchos de nuestros escritores hayan echado la vista atrás, pretendidamente “sin ira”, desde el presente. Para David Becerra, el primer factor que explica la creación de esta moda literaria se encuentra en que el pasado empieza a constituirse como herramienta de lucha política para reivindicación y la reparación de las víctimas del franquismo. El segundo, tiente tintes puramente mercantiles: se trata de un producto literario que “funciona”, que tiene éxito comercial, para mayor gloria de la cuenta de resultados de los conglomerados editoriales.
Sin embargo, el meollo del ensayo de David Becerra desborda esta explicación e incide en profundidad en una cuestión capital, en el modo en que estas novelas están contando a sus lectores la guerra civil, en los mensajes que transmiten a partir del arsenal de creencias, imágenes y representaciones que el novelista expresa en su obra, de manera consciente o inconscientemente. Estudia detenidamente, en serio y con rigor, sus diversos pasajes y mete el dedo en la llaga ideológica que estas narraciones contienen. Y para ello, dedicó nada menos que cuatro años en desentrañar, con las herramientas del materialismo histórico, el significado profundo que encierra la narrativa guerracivilista.
El resultado de su análisis le ha permitido desvelar los mensajes de naturaleza ideológica que, en ocasiones de forma directa y en ocasiones de forma más oculta y sutil, estas novelas proyectan y difunden. Tal como David Becerra subraya, la novela actual sobre la guerra civil española constituye “un aparato privilegiado que opera en la reproducción y legitimación ideológica”. Pero, además, la conclusión a la que llega es clara y concluyente. Para él, “la vuelta al pasado que se produce en la novela española actual pone de manifiesto que nuestros novelistas han asumido que vivimos en un tiempo perfecto y cerrado, sin conflicto, interiorizando la ideología del Fin de la Historia”. Dicho de otro modo, se trata de una operación, por decirlo así, de ida y vuelta. Quienes parten de esa concepción del presente como el mejor de los mundos posibles lo hacen de manera que contribuyen a la desactivación política hoy, en el presente, del lector. Pero, además, reescriben la historia y se mueven en una operación que discurre de forma paralela y que, como consecuencia de la caracterización del público objetivo al que se dirige el género novelístico, quizás esté operando con mayores dosis de eficacia que la de los historiadores y seudohistoriadores que han perpetrado esa revisión histórica.
Para él, el grueso de esta novelística reconstruye el pasado mediante “unos mecanismos ideológicos y estéticos dirigidos a la liquidación de la historicidad”. De esta forma, “se aniquila toda posibilidad de intervenir o relacionarnos con el pasado, a la vez que se imposibilita la capacidad de transformar el presente por medio de la rememoración del pasado”. A partir de ahí, el análisis de David Becerra pone al descubierto cómo este tipo de narraciones reproducen lo que ya denunció en 1963 el historiador norteamericano Herbert Southworth en su obra El mito de la Cruzada de Franco, editada por la editorial fundada en París por el anarquista José Martínez y otros cuatro exiliados españoles, entre ellos el historiador Nicolás Sánchez- Albornoz, y el diplomático Vicente Girbau… Hay novelas en las que se reproducen uno tras otros prácticamente todos los clichés que trató de sacralizar la historiografía franquista a través de obras como la Historia de la Cruzada Española dirigida por quien fue desde 1937 jefe de Prensa de los golpistas, Joaquín Arrarás, y cuyos argumentos principales siguen repitiendo machaconamente algunos seudohistoriadores de nuevo cuño. Hay otras que utilizan preferentemente algunos de los estereotipos que sus autores entienden pueden producir mayor impacto y éxito comercial. Y algunas – entre ellas, La enfermera de Brunete, de Manuel Maristany, La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina, Enterrar a los muertos, de Ignacio Martínez de Pisón, Días y noches, de Andrés Trapiello, Díme quien soy, de Julia Navarro, o Soldados de Salamina, de Javier Cercas -, son realmente paradigmáticas en esta operación.
De un modo u otro, el conjunto de esta novelística no hace sino difundir mensajes tervigersadores de la Historia. Entre ellos, los que establecen una falsa ecuación II República- URSS y sitúan a la guerra civil como una cruzada contra el comunismo, caracterizan a la II República como sinónimo de violencia, caos y conflicto permanente, resaltan el “terror rojo” y silencian la sistemática aniquilación física de cuantos pudieran parecer enemigos de los autores del golpe de Estado, pretenden dibujar el carácter potencialmente golpista de cada una de las partes, proyectan la teoría de la equidistancia, mediante la cual se coloca en simétrica posición a las víctimas y a sus verdugos, como si a ambas hubiera que atribuirles la misma responsabilidad. Vale decir, todos los componentes de la operación revisionista que trata de legitimar lo que no fue sino un brutal golpe de Estado contra la II República y su legalidad constitucional, asediada intensamente desde su misma proclamación el 14 de abril de 1931 por la derecha política y el gran capital, tal como han puesto de manifiesto historiadores de la talla del norteamericano Gabriel Jackson y el británico Paul Preston, con obras, entre otras, como La República española y la guerra civil (1966) y La guerra civil española (1987), respectivamente, así como por el catedrático de la Universidad de Oviedo, David Ruiz, en Octubre de 1934. Revolución en la República española (2008). Tal como escribió el historiador Francisco Espinosa, “parece que no importa nada que unos se dejaran el pellejo defendiendo la democracia y otros el fascismo. Por lo visto, el tiempo todo lo iguala”.
Pero, profundizando aún más en la difusión de la ideología dominante, la mayor parte de este tipo de novelística proyecta también algo que David Becerra había denunciado ya en La novela de la no ideología. Es decir, el aideologismo y una suerte de neohumanismo. Mediante el aideologismo, estos novelistas tratan de “reducir el conflicto a una guerra fratricida, desplazando el conflicto objetivo históricamente determinado, aniquilando todo componente político y social e imposibilitando un acercamiento histórico a aquellos hechos, mostrando las tensiones sociales y políticas como si se tratara de pulsiones puramente individuales”. Y, abordando los hechos desde un peculiar neohumanismo, muy preciado por escritores que se jactan de situarse por encima del bien y del mal y repartir urbi et orbi y desde su particular perspectiva, una “comprensión” de la generalización del mal, aplican lo que Jameson denunció como “una fórmula eficaz para lograr la despolitización de la Historia”.
En 1939, y en plena conflagración mundial, el filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre escribía en sus Cuadernos de guerra (Traducción española de 1987) “Por Dios, ya sé que en una novela hay que mentir para ser veraz”. Podríamos entender que aquella afirmación del autor de El Ser y la nada no era más que una provocación formulada para épater la bourgeoisie. Sin embargo, muchos escritores españoles de prestigio aplican avant la letre esa máxima del compañero de Simone de Beauvoir cuando utilizan la guerra civil para construir su obra narrativa. Unos, los más, a sabiendas, siendo conscientes de por qué y para qué lo hacen. Es decir, para contribuir a difundir de nuevo los mitos de la Cruzada de Franco, a través de las páginas de sus novelas. Otros, sin advertirlo…. Porque, quizás les ocurra lo que al personaje de una obra de Moliére que tuvo que reconocer que hacía más de cuarenta años que “hablaba en prosa sin saberlo…” Es decir, también entre nuestros narradores hay quienes difunden la ideología de la clase dominante sin saberlo. Y el nudo de la cuestión reside en que, como subrayaba Lenin, en El imperialismo, fase superior del capitalismo (Obras completas, tomo 22), “la ideología imperialista penetra incluso en el seno de la clase obrera, que no está separada de las demás clases por una muralla china”. Pues bien. La muralla china no existe tampoco para salvaguardar a los escritores bien intencionados de la penetración en su obra de la ideología de las clases dominantes. En La guerra civil como moda literaria, David Becerra lo desvela con una lucidez realmente incontestable.

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