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lunes, 12 de mayo de 2014

La nueva ofensiva económica de Maduro o el paso firme hacia el socialismo del siglo XXI

La crisis económica golpea a Venezuela: la inflación ha alcanzado en los últimos meses los 60 puntos porcentuales, el desabastecimiento de productos de primera necesidad está a la orden del día y se ha registrado una caída en los datos de crecimiento. Aunque la derecha venezolana se ha apresurado en atribuir toda la responsabilidad a la gestión del gobierno de Nicolás Maduro, lo cierto es que los problemas económicos de Venezuela se agudizan, desde hace un tiempo, por medio de una orquestada guerra económica que persigue la desestabilización de un gobierno legítimo y democráticamente electo en las urnas. Quieren lograr por medio del sabotaje lo que no consiguen a través de la política.
      Para paliar los graves problemas económicos que atraviesa el país, y acaso para asimismo reforzarse ante futuras agresiones económicas, el presidente Nicolás Maduro convocó al sector productivo nacional de titularidad privada a una mesa de diálogo para invitarles a trabajar, codo con codo, en la superación de las dificultades económicas que azotan a Venezuela. La reunión entre más de 700 empresas privadas y el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela se celebró el pasado 24 de abril en tres ciudades de forma simultánea –en Aragua (Centro-norte), Moragas (Nororiente) y Zulia (Noroccidente)– con el propósito de conocer, de primera mano, las necesidades productivas de Venezuela en sus distintas regiones. El objetivo de este encuentro era, como señaló el propio Maduro, “desatar los nudos que frenan el avance económico del país” para emprender “una revolución económica productiva” que potencie, diversifique y dinamice el modelo productivo venezolano para garantizar el abastecimiento y los precios justos.
      La crisis de Venezuela encuentra su causa en dos factores básicos, muy vinculados entre sí: en una estructura económica monoproductora ligada a la actividad extractivista y en su excesiva dependencia de las importaciones. No es un problema nuevo sino histórico que, como señala Atilio Boron en su ensayo ‘América Latina en la geopolítica del imperialismo’, deriva del hecho de que las potencias del norte desindustrializaron los países del sur, re-primarizando sus economías (en los años setenta con el boom del petróleo), impidiendo con ello su desarrollo. Liberarse de este lastre económico, que es estructural, no es una tarea que pueda lograrse en un corto periodo de tiempo. Esta situación convirtió a los países del sur –y Venezuela no es una excepción, sino que puede incluso funcionar como paradigma– en países económicamente dependientes de las importaciones, debido a que la nueva estructura económica impuesta por las potencias del norte ni siquiera les permitía producir sus bienes más básicos. En este sentido, tanto Nicolás Maduro como el vicepresidente Jorge Arreaza acertaron en el análisis y coincidieron en señalar que el objetivo prioritario de esta ofensiva económica era “sustituir las importaciones por productos desarrollados en el país”. Lograr este objetivo resultaría fundamental para poner fin a la situación de dependencia económica que mantiene Venezuela con el exterior, teniendo en cuenta que cerca del 90% de lo que se consume en el suelo nacional es producto de importación.
     El éxito de la ofensiva económica propuesta por Maduro permitiría a Venezuela conquistar su tercera independencia; si con Hugo Chávez Venezuela alcanzó su “segunda independencia”, una independencia política que posibilitó que el destino nacional estuviera, por vez primera, en manos del pueblo venezolano, su autonomía política no podrá ser total hasta que el país no desarrolle una economía menos dependiente del exterior. De lo contrario, será un país vulnerable en riesgo de tambalearse ante futuras guerras económicas y estará siempre sujeto a los vaivenes y las presiones externas. Para impedir nuevos escenarios de desabastecimiento y precios no ajustados a la realidad, resulta imprescindible una independencia económica. La conquista de su tercera independencia puede lograrse mirando los procesos hermanos que se están viviendo actualmente en América Latina. Porque si bien Venezuela ha sido –y es– un referente y ha restituido la esperanza en el continente latinoamericano, ahora que no está sola puede aprender de otros procesos revolucionarios, como es por ejemplo el caso de Ecuador, que ha puesto en marcha una revolución del conocimiento para cambiar la matriz productiva del país, para poder pilotar una transición desde una economía extractivista hacia una sociedad del conocimiento, basada en la educación y el talento humano.
     Si hubiera que escoger una palabra para definir cómo ha sido recibida la noticia de la celebración de esta mesa de diálogo, seguramente la que mejor se adaptaría al caso sería la palabra desconcierto. Por un lado, ha desconcertado a una derecha venezolana que esperaba que, tras la siembra del Comandante Hugo Chávez, Nicolás Maduro encarnara la imagen de un presidente discreto, sin el carácter y el liderazgo de su predecesor, que pasaría sin pena ni gloria, sin hacer apenas ruido, por la Presidencia de la República, viviendo de las rentas políticas de Chávez hasta que éstas duraran, para ir desinflándose poco a poco y, con él, esperaban que se fuera asimismo desinflando el proyecto de la Revolución Bolivariana. Pero no. Con esta nueva ofensiva económica, Nicolás Maduro ha demostrado que es un presidente con iniciativa y que no le tiembla el pulso a la hora reconstruir las bases que han de permitirle a Venezuela seguir desarrollando –y consolidando– el proceso revolucionario bolivariano que inició Chávez y que ha de conducir al país hacia el socialismo del siglo XXI.
      Pero las medidas de la nueva ofensiva económica de Nicolás Maduro han desconcertado también –y en parte– a sectores de la izquierda que han leído esta reunión con las empresas privadas de Venezuela como una claudicación ante el sector privado, como una forma de doblegarse ante los mercados, cuando la situación económica parecía irresoluble. Tampoco. Sería errado analizar esta nueva ofensiva como una improvisación ante una coyuntura de crisis. Más bien se trata de lo contrario, ya que en los textos teóricos fundacionales de lo que es –o debía ser– el socialismo del siglo XXI ya se hablaba de la necesaria relación entre el Estado y la empresa privada en su fase de transición. De hecho, como decía el teórico Michael Lebowitz, en el socialismo del siglo XXI “no se trata simplemente de un cambio en la propiedad de las cosas; se trata de algo mucho más difícil: cambiar las relaciones de producción, las relaciones sociales en general”. De lo que se trata, por lo tanto, es de incorporar, en esta novedosa fase de la transición del capitalismo al socialismo, al sector privado al proceso, de hacer converger sus intereses con los intereses del pueblo venezolano, para generar un mayor impulso productivo nacional, para favorecer el desarrollo de las fuerzas productivas de Venezuela. Se trata de integrar la fuerza productiva nacional al proyecto revolucionario, a invitarles a remar hacia un mismo objetivo. De eso se habla cuando se habla de modificar las relaciones sociales y de producción en su conjunto.
      El presidente de Ecuador Rafael Correa ha afirmado en varias ocasiones, cuando se le pregunta por esta cuestión, que en el socialismo del siglo XXI “el mercado tiene que estar al servicio de la sociedad, no la sociedad al servicio del mercado. Porque el mercado es un gran siervo, pero un pésimo amo”. La función del Estado tiene que animar a los actores que participan en la actividad económica nacional a que subordinen sus intereses al plan económico nacional, al bien común. Lebowitz señala que para que el sector privado pueda integrarse al proceso revolucionario tiene que cumplir lo que ha denominado como la “condicionalidad socialista”, que puede desgajarse en cuatro puntos clave: a) transparencia: la empresa privada tiene que rendir cuentas ante la administración pública para evitar que se produzcan casos de corrupción; b) transferencia de excedentes para la inversión pública y políticas sociales; c) establecer precios justos y ajustarlos a la realidad económica cuando ésta lo requiera; d) participación de los trabajadores en las tomas de decisión de las empresas. Si se incorpora el sector privado al proceso revolucionario, teniendo en cuentas las condiciones descritas, la transición hacia el socialismo será ya irreversible.

      Hay que añadir un último elemento para un correcto análisis de la nueva ofensiva económica propuesta por Nicolás Maduro. En el socialismo del siglo XXI, a diferencia del socialismo del siglo XX, el Estado ya no centraliza ni define las necesidades de su población, sino que es ésta quien las determina. El papel que debe representar el Estado será ahora el de recoger las verdaderas necesidades de sus ciudadanos, en sus diversas regiones, para trabajar conjuntamente en su satisfacción y realización. Por esta razón resulta tan importante la participación de la sociedad civil, la apertura democrática, la posibilidad de que todos los sectores y regiones puedan expresar sus posiciones. En este sentido, no es casualidad que, como se ha dicho, la mesa de diálogo del Estado con el sector privado se haya celebrado, simultáneamente, en tres lugares distintos. Este hecho, que puede parecer anecdótico, demuestra que el Estado buscaba que en la reunión quedaran representadas las distintas voces y regiones de la nación venezolana. Forma parte de un plan de descentralización del Estado propia del socialismo del siglo XXI, en su fase de transición.
      Como se observa, aunque haya voces que puedan haber interpretado lo acontecido en las últimas semanas como gestos improvisados del presidente Nicolás Maduro ante una coyuntura de crisis de difícil resolución, todo parece estar bien planificado, todo parece responder a un programado proceso de transición del capitalismo hacia el socialismo del siglo XXI. Nicolás Maduro sabe dónde pisa y qué dirección toman sus pasos. Pisa fuerte y su paso es firme.

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