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miércoles, 22 de octubre de 2014

El capitalismo contado por Lope de Vega, Marty McFly y Sarkozy

¿Recuerdan cuando, una vez reconocida la magnitud de la crisis financiera global, en septiembre de 2008, Nicolas Sarkozy pronunció un discurso en el que señalaba la necesidad de refundar el capitalismo y de construir un capitalismo sobre bases éticas, con rostro humano? Sí, seguro que lo recuerdan. Cómo olvidarlo…


Las palabras del otrora presidente francés no tenían más objetivo que salvar el capitalismo, tratando de hacernos creer en la existencia de un capitalismo bueno. Había que hacerle un lavado de cara al capitalismo, apartando a los corruptos y especuladores, para comprobar que el capitalista seguía siendo el mejor de los sistemas posibles. Cuando se hizo evidente la crisis y el capitalismo mostró su más despiadado rostro, su verdadero rostro, Sarkozy debió sentir la misma perplejidad que sintió Marty McFly, el protagonista de Regreso al futuro, cuando, tras hacer unos viajes en el tiempo a bordo de un DeLorean, regresa a su presente y descubre que nada es como era. El capitalismo pop de la primera entrega de la trilogía, retratado con colores vivos, música bailable, refrescantes bebidas gaseosas e incluso la posibilidad de la rebeldía, había de pronto desaparecido. La ficticia ciudad californiana de Hill Valley era ahora un foco de delincuencia, violencia, corrupción y oscuridad. No quedaba nada de la luz y de la libertad que McFly recordaba. Incluso su casa está habitada por negros, por supuesto armados. El malvado Biff se había apoderado de la ciudad tras enriquecerse con las apuestas, después de recibir de quien decía ser su “yo” del futuro un almanaque en el que figuraban todos los resultados deportivos desde 1950 hasta el año 2000. Por culpa de Biff, Hill Valley se había convertido en un casino. La paz social de la aconflictiva Hill Valley de la primera parte, representación simbólica del capitalismo bueno, fue corrompida al subir al poder el déspota Biff. Su ascensión representa la posibilidad de la existencia de un capitalismo malo, si dejamos su gestión en manos de especuladores y corruptos; su caída final, el happy end fílmico, nos recuerda que es posible un capitalismo bueno, con rostro humano: basta con apartar del poder a personajes como Biff. En definitiva, lo mismo que dijo Sarkozy en septiembre de 2008. 


La explicación de la crisis y la reivindicación de un capitalismo bueno no es nada original; en realidad, no es más que una especie de reformulación o reescritura de las comedias neo-organicistas de Lope de Vega. Todas siguen un idéntico esquema, muy similar al trazado por Sarkozy y Marty McFly. Tomemos como ejemplo Fuenteovejuna, posiblemente su obra más leída y conocida. La trama transcurre en un pueblo cordobés llamado Fuenteovejuna, en la época de los Reyes Católicos, donde los lugareños sufren la tiranía del recién llegado Comendador, Fernán Gómez. Su abuso de poder, su carácter dominante, la mala gestión económica que hace del lugar, que deja el pueblo en escasez de alimentos, así como su costumbre de violar a las mujeres que voluntariamente no ceden a sus encantos, provoca que el pueblo se levante contra la autoridad y termine asesinándolo. Su muerte supone el triunfo de la justicia popular. La llegada, al final de la obra, de los Reyes Católicos sirve para reafirmar el restablecimiento del orden en Fuenteovejuna. 

Pero en ningún momento se cuestiona en Fuenteovejuna el sistema establecido. No cometamos el error de deshistorizar la literatura y creer que en Fuenteovejuna están las bases de la revolución popular, como a veces se ha leído esta obra. Al contrario, Fuenteovejuna es una obra en extremo conservadora. Esta obra de Lope de Vega solamente reconoce que el sistema disfunciona en algunos aspectos pero ni mucho menos se cuestiona en ella el sistema en su totalidad. Únicamente señala que hay que extirpar el cuerpo corrupto de la sociedad, aquello que provoca que la sociedad sea imperfecta y tenga sus fallas, pero asimismo se reconoce –en la misma estructura de la obra– que una vez apartados los elementos corruptos que degradan la sociedad, será posible que todo vuelva a la normalidad y todo marche según su correcto funcionamiento. En Fuenteovejuna el sistema no falla, lo que falla son individuos concretos que hay que apartar –el sistema funciona bien precisamente porque es capaz de apartarlos a tiempo, sugiere la obra–, porque como todo lo que tiene que ver con lo humano en desemejanza con lo divino, puede corromperse hasta pudrirse (es lo que separa al hombre de Dios, al cuerpo del alma, según la ideología organicista feudalizante que reproduce el texto). En definitiva, lo mismo que dijo Sarkozy en septiembre de 2008.

Pero no existe un capitalismo bueno. El capitalismo, por su propia esencia, o mejor sería decir por su propio funcionamiento objetivo, es en sí mismo corrupto. Cuando empezó la crisis parecía que Marx resucitaba, que el marxismo iba a volver a ser el instrumento más apropiado para explicar el capitalismo y sus crisis sistémicas, copando portadas, encabezando El manifiesto comunista las listas de libros más vendidos. Pero pronto nos olvidamos de nuevo de Marx y nos entretuvimos buscando a Biff y al Comendador. Desde Bárcenas hasta las tarjetas negras de Blesa y compañía, pasando por los ERE y el caso Pujol. Pero no se trata –sólo– de apartar a los corruptos para que el capitalismo nos muestre su mejor rostro y de este modo se pueda asentar sobre bases éticas. No se trata de eso precisamente porque la corrupción es parte consustancial del capitalismo. Forma parte de su estructura misma. A veces nos sacude la nostalgia y nos gusta pensar en que hubo un día en que todo marchaba un poco mejor, que sonaba música bailable, que bebíamos refrescantes bebidas gaseosas e incluso la rebeldía estaba permitida; pero no nos equivoquemos, en esos días en tecnicolor, que parecen contrastar con estos tiempos sombríos, el capitalismo no era más bueno que éste de ahora. Es el mismo. 

No nos conformemos con apartar a especuladores, a corruptos, a Biff, al Comendador, a Bárcenas. Decía Brecht que de nada vale denunciar el fascismo si no se denuncia el capitalismo que lo origina. Con la corrupción, sucede algo parecido. No se trata, pues, de terminar únicamente con la corrupción sino con el capitalismo que la genera. De lo contrario, acaso no estaremos sino regresando al pasado, no construyendo futuro. 


1 comentario:

  1. Zygmunt Bauman dice en su libro reciente que la palabra misma que usamos, o sea, "una crisis económica" esconde la realidad de lo que está ocurriendo. Esa "crisis" es, en realidad, un estado permanente de nuestro mundo. Al plantearnos la idea de una crisis como un estado excepcional, estamos negando el hecho de que dicha excepción se ha convertido en una regla. De aquí no hay salida, señala Bauman. Lo que nos parecía normal crea todas las condiciones necesarias para el surgimiento de esta clase de crisis.

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