La red es un espacio que se apropia el capital
Todo está en venta. El
capitalismo todo lo que toca lo convierte en mercancía. No va a dejar que nada
ni nadie escape de su dominio. Todo puede privatizarse. Incluso algo tan
aparentemente inalienable como es la sangre. Una noticia de Europa Press cuenta
que “una multinacional farmacéutica plantea pagar setenta euros semanales a los
parados que donen sangre”. Con este titular empieza El comité de la noche de Belén Gopegui (Random House, 2014). Una
novela que cuestiona el orden de las cosas y que explora nuevas vías de
organización política y social de resistencia ante la ofensiva neoliberal. Una
novela que no renuncia a ninguna trinchera, que se resiste a abandonar espacios
colonizados por el capital, como puede ser internet o la literatura. Frente a las narrativas del yo, Gopegui buscar construir un nosotros. Una literatura que intervenga,
una literatura donde sea posible encontrarnos.
- Una de las
cuestiones que me gustaría abordar, que está presente en tu novela anterior, Acceso no autorizado, y que reaparece en
El comité de la noche, es lo que
podríamos denominar como una suerte de elogio a internet, entendido como un
espacio posible para el activismo político y social. Frente a la idea de que
internet es una herramienta potencialmente alienante e inmovilizadora, que tras
la pantalla no hay nadie, o quien hay son sujetos pasivos, en El comité de la noche las redes sociales
se conciben como un espacio desde el que intervenir, desde el que luchar, desde
el que resistir y acaso desde el que construir un horizonte emancipatorio. En
la novela se dice: “Cuando retransmitimos cada paso que damos como si las
trescientas setenta personas que siguen nuestros tuits protegidos fueran a
estar atentas, ¿qué más da si son dos las que leen o si en largos ratos no es
nadie? Nosotros y nosotras vamos mandando señales, nos numeramos con un rostro,
un pasado y los huecos que nos dejan en el cuerpo. Decimos que estamos aquí, lo
que no es igual a estar sin decirlo”. Para hacer la revolución tal vez lo
primero sea construir un nosotros. ¿En qué medida las redes sociales –o más
ampliamente internet- contribuyen a construir ese nosotros, sujeto
imprescindible para que dé comienzo la revolución?
La red es parte de lo común, una atmósfera de bits que nos
envuelve y en la que hoy se expresa eso que somos, no sólo cuerpos aislados,
separados por la piel para sobrevivir, sino, también, tejido, individualidades
colectivas. Al mismo tiempo es, de nuevo, espacio que se apropia el capital,
tierra no nuestra, estructuras que trazan barreras mientras funden los verbos
vender y controlar en una misma acción, corporaciones hábiles para explotar y
falsificar necesidades reales y legítimas. La red es, entonces, campo de
batalla y en la construcción de ese nosotros y nosotras contamos con lo nuevo a
nuestro favor, con la torpeza del capital ante lo nuevo y su velocidad. No
durará mucho, pienso, ese desfase, no está durando, las comunidades hackers del
principio han perdido margen de actuación, el conocimiento libre requiere unas
infraestructuras de las que no dispone y cae en manos de grandes monopolios, la
lógica de la abundancia empieza a convertirse, una vez más, en lógica de la
reiteración, del poder para reiterar y de la potencia de difusión que se compra
con dinero. Pese a todo, se ha creado un espacio donde se escuchan voces que
antes apenas si habrían accedido a una fotocopia diseminada por un barrio,
existen modos de convocarnos que antes habrían requerido muchísimas más horas
de trabajo y está surgiendo, sí, un nosotras y nosotros, un común que se
construye con calle, con reuniones y con red.
- Sin embargo, en
otro lugar de la novela, y sin que este hecho constituya una contradicción
irresoluble, se reivindica la clandestinidad como la forma de lucha más
adecuada para combatir la clandestinidad del poder. Porque, en efecto, no hay
nada más clandestino que el poder, con “su dinero negro, sus reuniones opacas”.
Se dice que “tenemos que aprender a actuar sin red, porque nuestros bits son
postales y cualquiera puede leerlos”. Entiendo que no es una contradicción sino
que es una forma de no renunciar a ninguno de los espacios que disponemos.
Hay condiciones necesarias que a veces no son suficientes.
En ese territorio discurre la novela, se pregunta si bastará con los modos de
hacer política y de luchar que hoy tenemos. Y quiere dar espacio y
reconocimiento a todas esas personas y colectivos que ya hoy están arriesgando
a veces un puesto de trabajo, a veces algo más, para lograr así que el
enfrentamiento no sea tan desigual. La clandestinidad elegida es un dilema
difícil de resolver cuando es ofensiva, cuando repite el modelo de la
clandestinidad del poder. En el caso de la novela se trata de una
clandestinidad defensiva pues, como allí se dice: “Hacer significa poner en
peligro. Sin embargo no hacer hoy, omitir, significa abandonar las cosas y las
personas a un peligro provocado y evitable en el que ya están inmersas”.
- Desde la
publicación de El lado frío de la
almohada –una novela de espías que se enfrenta al relato dominante que
describe Cuba como una dictadura–, vienes desarrollando lo que podemos
denominar como la “estrategia del caballo de Troya”. Para asaltar la ciudad
sitiada es necesario construir un caballo que parezca un caballo, de la misma
manera que para que la literatura pueda asaltar las conciencias de sus lectores
debe tener la apariencia de una novela convencional, ya que de lo contrario un
lector inocente nunca le abriría las puertas a una novela política. Esta
estrategia, que tiene mucho de gramsciana, no la comparten otros novelistas
críticos, al considerar que no se puede subvertir el capitalismo con su mismo
lenguaje, con sus mismas formas, y apuestan por construir novelas radicalmente
enfrentadas en la forma con la literatura de mercado. ¿Cómo concibes una
literatura que intervenga, desde su forma y su contenido?
No describiría así la estrategia, creo que tomas la
referencia de un artículo en donde se analiza una franja continua que comienza,
como mal menor, con el caballo de Troya y continúa con distintas opciones,
líneas en las que trabajar. Por así decir, tal vez usar algunos elementos del
caballo de Troya para entrar, o salir, de la ciudad sitiada, pero sin limitarse
a ellos, pues no existiendo la separación entre forma y contenido difícilmente
podemos esperar que el contenido del caballo sea distinto de su forma. En mi
caso no creo haber escrito ni una novela de espías en El lado frío de la
almohada, ni un thriller en las dos últimas. Como experiencias
narrativas emplean diferentes instrumentos, algunos del espionaje, pero no
todos. Al mismo tiempo, no tengo ningún prejuicio acerca de la posibilidad de
escribir, digamos, una novela popular -aquí veo más la posición de Gramsci-
sólo que ni siquiera en tal caso se trataría de un caballo de Troya sino de una
posible novela popular que desde el principio mostrase unas cartas distintas y,
en esa medida, unas formas distintas. Tal sería una línea útil, creo, para
trabajar. Por otro lado, considero que la literatura interviene desde la
acumulación: una sola novela no es más, ni menos, que un rato de compañía, un
tiempo breve que puede entregarnos impulsos y hacernos conscientes de
experiencias a través de la imaginación. Pero sólo cuando una gran multitud de
relatos de cualquier género, y de todos ellos mezclados, empiece a transmitir
una visión del mundo diferente, podremos hablar, creo, de capacidad de
intervención con consecuencias transformadoras relevantes y duraderas.
- ¿“Lo que hay” es la
mayor ficción que se ha inventando?
El ser se dice de muchas maneras; una de ellas es erigirse
en intérprete de la realidad que determina que “esto es lo que hay”. Pues la
frase nunca se usa cuando se trata de ecología, de establecer los límites del
planeta -único caso en el que pudiera tener sentido- sino en alusión a la suma
de normas, actitudes, vidas y sueños, que nos hacen. Y hay quienes usan esa
frase como argumento para justificar que lo real es necesario, quienes dan por
buena la línea de meta y el origen. No, esa línea de meta y ese origen no
estaban desde el principio, son una ficción, una construcción que puede ser
modificada, que debe serlo si en ella habitan el dolor evitable, la
explotación, el abandono. La quema brujas fue durante un tiempo lo que había,
el trabajo infantil, la caridad como único recurso para quienes no podían pagar
un médico. Y pudieron ser tachadas porque eran una manera injusta y vergonzosa
de decir nuestro ser, porque nuestro ser puede decirse, aunque sea a tientas,
sin explotación y con amabilidad.
David Becerra Mayor // La Marea, nº 23 (enero, 2015) págs. 53-55.
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