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miércoles, 24 de junio de 2015

Entrevista a Belén Gopegui para La Marea

La red es un espacio que se apropia el capital

Todo está en venta. El capitalismo todo lo que toca lo convierte en mercancía. No va a dejar que nada ni nadie escape de su dominio. Todo puede privatizarse. Incluso algo tan aparentemente inalienable como es la sangre. Una noticia de Europa Press cuenta que “una multinacional farmacéutica plantea pagar setenta euros semanales a los parados que donen sangre”. Con este titular empieza El comité de la noche de Belén Gopegui (Random House, 2014). Una novela que cuestiona el orden de las cosas y que explora nuevas vías de organización política y social de resistencia ante la ofensiva neoliberal. Una novela que no renuncia a ninguna trinchera, que se resiste a abandonar espacios colonizados por el capital, como puede ser internet o la literatura.  Frente a las narrativas del yo, Gopegui buscar construir un nosotros. Una literatura que intervenga, una literatura donde sea posible encontrarnos.

- Una de las cuestiones que me gustaría abordar, que está presente en tu novela anterior, Acceso no autorizado, y que reaparece en El comité de la noche, es lo que podríamos denominar como una suerte de elogio a internet, entendido como un espacio posible para el activismo político y social. Frente a la idea de que internet es una herramienta potencialmente alienante e inmovilizadora, que tras la pantalla no hay nadie, o quien hay son sujetos pasivos, en El comité de la noche las redes sociales se conciben como un espacio desde el que intervenir, desde el que luchar, desde el que resistir y acaso desde el que construir un horizonte emancipatorio. En la novela se dice: “Cuando retransmitimos cada paso que damos como si las trescientas setenta personas que siguen nuestros tuits protegidos fueran a estar atentas, ¿qué más da si son dos las que leen o si en largos ratos no es nadie? Nosotros y nosotras vamos mandando señales, nos numeramos con un rostro, un pasado y los huecos que nos dejan en el cuerpo. Decimos que estamos aquí, lo que no es igual a estar sin decirlo”. Para hacer la revolución tal vez lo primero sea construir un nosotros. ¿En qué medida las redes sociales –o más ampliamente internet- contribuyen a construir ese nosotros, sujeto imprescindible para que dé comienzo la revolución?

La red es parte de lo común, una atmósfera de bits que nos envuelve y en la que hoy se expresa eso que somos, no sólo cuerpos aislados, separados por la piel para sobrevivir, sino, también, tejido, individualidades colectivas. Al mismo tiempo es, de nuevo, espacio que se apropia el capital, tierra no nuestra, estructuras que trazan barreras mientras funden los verbos vender y controlar en una misma acción, corporaciones hábiles para explotar y falsificar necesidades reales y legítimas. La red es, entonces, campo de batalla y en la construcción de ese nosotros y nosotras contamos con lo nuevo a nuestro favor, con la torpeza del capital ante lo nuevo y su velocidad. No durará mucho, pienso, ese desfase, no está durando, las comunidades hackers del principio han perdido margen de actuación, el conocimiento libre requiere unas infraestructuras de las que no dispone y cae en manos de grandes monopolios, la lógica de la abundancia empieza a convertirse, una vez más, en lógica de la reiteración, del poder para reiterar y de la potencia de difusión que se compra con dinero. Pese a todo, se ha creado un espacio donde se escuchan voces que antes apenas si habrían accedido a una fotocopia diseminada por un barrio, existen modos de convocarnos que antes habrían requerido muchísimas más horas de trabajo y está surgiendo, sí, un nosotras y nosotros, un común que se construye con calle, con reuniones y con red.

- Sin embargo, en otro lugar de la novela, y sin que este hecho constituya una contradicción irresoluble, se reivindica la clandestinidad como la forma de lucha más adecuada para combatir la clandestinidad del poder. Porque, en efecto, no hay nada más clandestino que el poder, con “su dinero negro, sus reuniones opacas”. Se dice que “tenemos que aprender a actuar sin red, porque nuestros bits son postales y cualquiera puede leerlos”. Entiendo que no es una contradicción sino que es una forma de no renunciar a ninguno de los espacios que disponemos.

Hay condiciones necesarias que a veces no son suficientes. En ese territorio discurre la novela, se pregunta si bastará con los modos de hacer política y de luchar que hoy tenemos. Y quiere dar espacio y reconocimiento a todas esas personas y colectivos que ya hoy están arriesgando a veces un puesto de trabajo, a veces algo más, para lograr así que el enfrentamiento no sea tan desigual. La clandestinidad elegida es un dilema difícil de resolver cuando es ofensiva, cuando repite el modelo de la clandestinidad del poder. En el caso de la novela se trata de una clandestinidad defensiva pues, como allí se dice: “Hacer significa poner en peligro. Sin embargo no hacer hoy, omitir, significa abandonar las cosas y las personas a un peligro provocado y evitable en el que ya están inmersas”.

- Desde la publicación de El lado frío de la almohada –una novela de espías que se enfrenta al relato dominante que describe Cuba como una dictadura–, vienes desarrollando lo que podemos denominar como la “estrategia del caballo de Troya”. Para asaltar la ciudad sitiada es necesario construir un caballo que parezca un caballo, de la misma manera que para que la literatura pueda asaltar las conciencias de sus lectores debe tener la apariencia de una novela convencional, ya que de lo contrario un lector inocente nunca le abriría las puertas a una novela política. Esta estrategia, que tiene mucho de gramsciana, no la comparten otros novelistas críticos, al considerar que no se puede subvertir el capitalismo con su mismo lenguaje, con sus mismas formas, y apuestan por construir novelas radicalmente enfrentadas en la forma con la literatura de mercado. ¿Cómo concibes una literatura que intervenga, desde su forma y su contenido?

No describiría así la estrategia, creo que tomas la referencia de un artículo en donde se analiza una franja continua que comienza, como mal menor, con el caballo de Troya y continúa con distintas opciones, líneas en las que trabajar. Por así decir, tal vez usar algunos elementos del caballo de Troya para entrar, o salir, de la ciudad sitiada, pero sin limitarse a ellos, pues no existiendo la separación entre forma y contenido difícilmente podemos esperar que el contenido del caballo sea distinto de su forma. En mi caso no creo haber escrito ni una novela de espías en El lado frío de la almohada, ni un thriller en las dos últimas. Como experiencias narrativas emplean diferentes instrumentos, algunos del espionaje, pero no todos. Al mismo tiempo, no tengo ningún prejuicio acerca de la posibilidad de escribir, digamos, una novela popular -aquí veo más la posición de Gramsci- sólo que ni siquiera en tal caso se trataría de un caballo de Troya sino de una posible novela popular que desde el principio mostrase unas cartas distintas y, en esa medida, unas formas distintas. Tal sería una línea útil, creo, para trabajar. Por otro lado, considero que la literatura interviene desde la acumulación: una sola novela no es más, ni menos, que un rato de compañía, un tiempo breve que puede entregarnos impulsos y hacernos conscientes de experiencias a través de la imaginación. Pero sólo cuando una gran multitud de relatos de cualquier género, y de todos ellos mezclados, empiece a transmitir una visión del mundo diferente, podremos hablar, creo, de capacidad de intervención con consecuencias transformadoras relevantes y duraderas.

- ¿“Lo que hay” es la mayor ficción que se ha inventando?

El ser se dice de muchas maneras; una de ellas es erigirse en intérprete de la realidad que determina que “esto es lo que hay”. Pues la frase nunca se usa cuando se trata de ecología, de establecer los límites del planeta -único caso en el que pudiera tener sentido- sino en alusión a la suma de normas, actitudes, vidas y sueños, que nos hacen. Y hay quienes usan esa frase como argumento para justificar que lo real es necesario, quienes dan por buena la línea de meta y el origen. No, esa línea de meta y ese origen no estaban desde el principio, son una ficción, una construcción que puede ser modificada, que debe serlo si en ella habitan el dolor evitable, la explotación, el abandono. La quema brujas fue durante un tiempo lo que había, el trabajo infantil, la caridad como único recurso para quienes no podían pagar un médico. Y pudieron ser tachadas porque eran una manera injusta y vergonzosa de decir nuestro ser, porque nuestro ser puede decirse, aunque sea a tientas, sin explotación y con amabilidad.

David Becerra Mayor // La Marea, nº 23 (enero, 2015) págs. 53-55.

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