Tampoco
está al margen de la Historia, de la lucha de clases, ni escapa a las
contradicciones ideológicas del momento histórico en que se produce, un poema o
una canción de amor en la actualidad. Piénsese en cualquier canción
de Joaquín Sabina, como son, por ejemplo, «Contigo» o «Y sin embargo», ambas
incluidas en el disco Yo, mi, me, contigo
(1996). Las dos bien podrían funcionar como un discurso
transgresor o contra-hegemónico que se enfrenta a la tradición monogámica
patriarcal, al escenificar, en «Contigo», la necesidad de construir una forma
de amor libre, no «civilizado» y situado fuera de los convencionalismos
tradicionales –simbolizados en el altar y el san Valentín–. Este amor, al ser
libre, y aunque más tortuoso y acaso provoque mayor sufrimiento que uno convencional, será asimismo más auténtico, más pasional y, en consecuencia, y a
diferencia de todos los amores, será eterno («Y morirme contigo si me matas / y
matarme contigo si te mueres, / porque el amor, cuando no muere mata, / porque
amores que matan, nunca mueren). Del mismo modo, en «Y sin embargo», Sabina
insiste en un amor que acepte la infidelidad como instrumento imprescindible
para reforzar una relación, como se apunta desde el principio mismo de la
canción: «De sobra sabes que eres la primera / y, sin embargo, un rato cada
día / te cambiaría por cualquiera»; pero deja muy claro que esta infidelidad,
lejos de constituir motivo de ruptura, conduce al sujeto poético a reforzar lo
que siente hacia tu pareja, aunque sin rechazar, en modo alguno,
la necesidad del adulterio, ya que justifica, con una filigrana retórica, que sólo piensa en las demás cuando se encuentra con ella: «y, sin embargo, cuando duermo sin ti contigo
sueño, y con todas si duermes a mi lado».
Como decimos, estas canciones pueden entenderse como una transgresión, pero en realidad encierran una legitimación de las nuevas relaciones «líquidas» del capitalismo avanzado,
donde los sujetos plenamente individualizados, autónomos, se vuelven incapaces
de establecer vínculos afectivos con otros sujetos. La relación con el otro no es sólida ni solidaria, simplemente
busca su cosificación, la transformación del sujeto en objeto de deseo. El otro se convierte en sostén de su propio
deseo, en el objeto que sirve para extraer beneficio (libidinal) propio,
funcionando de la misma manera que funcionan las relaciones de explotación
capitalistas. Los poemas de amor son más fieles a su ideología que a sus
amantes.
Fragmento de: David Becerra Mayor, Raquel Arias Careaga, Julio Rodríguez Puértolas y Marta Sanz, Qué hacemos con la literatura, Madrid, Akal, 2013, págs. 18-19.