Ángela Martínez Fernández
Nuestra Bandera
Deberíamos alarmarnos.
O tal vez deberíamos rebelarnos cada vez que alguien, tras coger entre las
manos un libro como este, nos dice “¡tiene un título muy provocador!”.
La exclamación esconde mucho más que una anécdota entre compañeros de profesión
o escritores ofendidos, lo que subyace es el inconsciente ideológico
mayoritario según el cual alterar o contradecir el discurso dominante en torno
a la Guerra Civil española no es una buena idea (o, cuanto menos, es una idea ‘provocadora’
con todos los sentidos que esa palabra pueda acarrear en pleno siglo XXI). Por
eso, el libro de David Becerra resulta ser, ya desde su título, una obra
completamente necesaria.
Decía Constantino Bértolo
en su libro La cena de los notables (2008) que la crítica es una “posición
de combate de quien no está conforme con la narración dominante en la vida
social ni con las narraciones dominantes en los medios culturales, ni, menos aún,
con la presunción de que lo literario sea un aval estético que funcione como
distinguida patente de corso” (2008: 14). La Guerra Civil como moda
literaria es una de esas posiciones de combate que, además, no solo se
responsabiliza de sus palabras sino que también hace responsables a
todos los novelistas que han escrito, hablado, trabajado o pensado en torno a
la Guerra Civil española. Si algo caracteriza, por tanto, a la obra de Becerra
es que nace desde una posición de combate que entiende la literatura como un
pacto de responsabilidad y que se niega a conformarse con aquel inconsciente
ideológico que le acusa de provocador por atreverse a cuestionar de qué forma
están mirando al pasado nuestros novelistas.
Con todo ello, el
trabajo crítico del autor se ve respaldado por un amplio corpus: ciento ochenta
y una novelas sobre la Guerra Civil española (además de referencias cinematográficas, ensayísticas, etc.)
y tres mil quinientas noventa y siete referencias bibliográficas sobre la
contienda entre 1975 y 1995 son algunos de los datos que se manejan. Sobre ese
material, Becerra se pregunta e interpela: “¿a qué se debe esta proliferación de títulos
sobre la Guerra Civil española en la última década del siglo XX y en la primera del siglo XXI?” (32-33). Lo que en un primer momento pueden parecer
discursos que nacen con el fin de cuestionar el pacto de la Transición y “convertir
la memoria en materia narrativa” (33) se someten a un análisis profundo: en
primer lugar ¿por qué se produce ese regreso al pasado? y en segundo lugar ¿de
qué forma?, ¿qué se consigue con ello?.
En torno a la primera
cuestión, lo que Becerra plantea es precisamente que ese regreso al pasado
resulta, en muchas ocasiones, ‘interesado’, es decir surge en pro de los
argumentos narrativos: “La vuelta al pasado que se produce en la novela española
actual pone de manifiesto que nuestros novelistas han asumido que vivimos en un
tiempo perfecto y cerrado, sin conflicto, interiorizando la ideología del “Fin
de la Historia”, y ante este presente en el que no sucede nada se hace
necesario acudir a un pasado conflictivo como el de la Guerra Civil para poder
escribir una novela” (35). Los novelistas regresan al pasado en busca de
argumentos para sus novelas porque han asumido completamente la ideología del
capitalismo avanzado en la que, como diría la propia Almudena Grandes, “vivimos
en un presente aburrido y democrático”. Por ello estas novelas son, en palabras
del autor, puros productos posmodernos cuya concepción aconflictiva del
presente hace que tengan la necesidad de retroceder al pasado para encontrar
material narrativo: “La moda literaria de la Guerra Civil en la actualidad es
efectivamente un producto posmoderno” (41).
Por otro lado, y en un nivel más profundo, la
obra plantea un cuestionamiento directo de ese ‘regreso’ al pasado, a cómo se
está creando la memoria ya que, afirma Becerra, “acudimos a una reconstrucción
despolitizada y deshistorizada de la Historia, invitando al lector a mantener
una relación complaciente con su pasado” (36). Es decir que la vertiente es
doble: el novelista no solo regresa al pasado porque considere su presente
aconflictivo sino que además regresa a ese pasado desde su condición
posmoderna, es decir, deshistorizando el suceso. De manera que aquello que
parecía surgir como un fenómeno para rescatar la memoria olvidada de España se
convierte más bien en una moda literaria que despolitiza a los lectores frente
a lo que verdaderamente es un conflicto histórico y político -con todo el peso
que tienen esas palabras- del pasado español.
Ahora bien, el autor no
se limita a delimitar el fenómeno sino que continúa preguntándose e
interpelando: ¿cómo se lleva a cabo todo esto a partir de las novelas? y, sobre
todo, ¿qué efectos produce? Tras el análisis pormenorizado de un amplio corpus
en el que aparecen títulos, ensayos, artículos, fechas, nombres y apellidos de
escritores y escritoras (algunos más conocidos que otros, de ahí su condición de obra responsable para con sus
lectores y sobre todo necesaria) Becerra advierte que ese regreso al pasado que
llevan a cabo las novelas se debe en una gran parte de ellas a una causa
fortuita o a un estado de frustración del personaje (basado en el ideologema liberal, es
decir, hace que el sujeto rebusque en su pasado por causas personales y no
colectivas). “Se
trata de personajes que sienten en un primer momento cierta indiferencia hacia
la memoria y hacia el pasado histórico, pero terminan acudiendo a él, de
forma más o menos apasionada,
cuando descubren que la historia que tienen entre manos les puede aportar una
trama atractiva en su proceso de creación literaria. La memoria no repara el presente,
solamente sus frustraciones individuales” (66-67). El argumento de muchas de las novelas estudiadas,
por ende, se construye sobre una analepsis que poco tiene que ver con la
conciencia de clase de los personajes o con la intención de cuestionar su
presente sino más bien con un retroceso ‘fortuito’ a un pasado que jamás pone
en peligro el presente.
Los efectos de esta
moda literaria, por tanto, tienen que ver con la construcción de una concepción
lineal de la Historia en la que no se pretende analizar el carácter
político que verdaderamente
tuvo la Guerra Civil porque “no forma parte de su proyecto ideológico dinamitar
o hacer pedazos el presente” (39). Y para evitar que ese presente estalle en
mil pedazos se vacía de sentido político a la Guerra Civil española, algo que
David Becerra ya enunció en otra de sus obras, La novela de la no-ideología (2013).
El hecho central del retorno al pasado tiene que ver con su propio cierre: los
personajes no regresan a los hechos de la Guerra Civil para intervenir y
cuestionarlos políticamente sino precisamente para “que el pasado deje de
intervenir en el presente” (68). Hay una voluntad de frenar esas ‘intermitencias
molestas’ del pasado en pro de una ‘reconciliación nacional’ que, ni mucho
menos, profundiza en las razones y los hechos política e históricamente.
La literatura, dice
David Becerra, es uno de los aparatos privilegiados de reproducción ideológica
y por ello su libro señala sin tapujos de qué forma esta moda literaria está funcionando
en muchas ocasiones (dentro de su heterogeneidad) con una ‘dialéctica de lo
agradable’ que, como decía Isaac Rosa en el prólogo, “nos mueven a la
reconciliación y delimitan una memoria de corto alcance, sin reparación ni
justicia” (12). Es una literatura de evasión, en palabras del propio
autor, que no pretende regresar al pasado para cuestionar el presente sino para
cerrar un hecho traumático y colectivo -no nos olvidemos- de la realidad española.
Y ante ese tipo de literatura que no quiere responsabilizarse y que rebusca sus
materiales en un hecho trágico del pasado como si se tratase en muchas
ocasiones de un cuento fantástico deberíamos alarmarnos y rebelarnos, como lo
hace este libro.
Ángela Martínez Fernández // Nuestra Bandera, nº233 (junio, 2016), págs. 113-115.
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