--fragmento de La Guerra Civil como moda literaria--
[…] en numerosos casos se aplica en las
novelas sobre la Guerra Civil la teoría de la equidistancia, entendida esta
como la proyección de «la imagen de los dos bandos enfrentados, repetida con
buenas o malas intenciones a lo largo de los años, [que] alude al odioso
postulado de la simetría entre las dos caras de una moneda o entre las dos
bordas –las dos bandas– de un barco»[1]. Pero, en
efecto, y como sugería Carmen Negrín en las IX Jornadas sobre la cultura de la República,
celebradas durante el mes de abril de 2011 en la Universidad Autónoma de Madrid
y dirigidas por el profesor Julio Rodríguez Puértolas, «Bando: ¿dos
bandos? Un gobierno no es un bando»[2]. La
novela española actual, sin embargo, contribuye a reforzar la idea de que el
Gobierno legítimo republicano sea considerado un bando, situándolo en una
posición de simetría con respecto al bando –ahora sí es de rigor el uso del
sustantivo– franquista. No es casualidad encontrar en las novelas afirmaciones
encaminadas a apuntalar la idea de que en ambos lados y por igual se cometieron
todo tipo de atrocidades.
La teoría de la equidistancia está muy
presente en la narrativa española actual y se pone en práctica, por ejemplo, en
Soldados de Salamina de Javier Cercas (Tusquets, 2001),
cuando sitúa en posición simétrica la muerte de Antonio Machado y el frustrado
fusilamiento del escritor y falangista Rafael Sánchez Mazas desde el principio
mismo de la novela:
Un
día de principios de febrero de 1999, el año del sesenta aniversario del final
de la guerra civil, alguien del periódico sugirió la idea de escribir un
artículo conmemorativo del final tristísimo del poeta Antonio Machado, que en
enero de 1939, en compañía de su madre, de su hermano José y de otros cientos
de miles de españoles despavoridos, empujado por el avance de las tropas
franquistas huyó desde Barcelona hasta Collioure, al otro lado de la frontera
francesa, donde murió poco después. El episodio era muy conocido, y pensé con
razón que no habría periódico catalán (o no catalán) que por esas fechas no
acabara evocándolo, así que ya me disponía a escribir el consabido artículo
rutinario cuando me acordé de Sánchez Mazas y de que su frustrado fusilamiento había
ocurrido más o menos al mismo tiempo que la muerte de Machado, solo
que del lado español de la frontera. Imaginé entonces que la simetría y el
contraste entre esos dos hechos terribles –casi un quiasmo de la historia–
quizá no era casual y que, si conseguía contarlos sin pérdida en un mismo
artículo, su extraño paralelismo acaso podía dotarlos de un significado inédito
[...]. El resultado fue un artículo titulado «Un secreto esencial»[3].
Obsérvese
el modo en que Cercas utiliza, de buen
seguro de forma intencionada, la palabra «simetría» para establecer un
paralelismo entre la muerte de Antonio Machado y el fusilamiento
fallido del poeta falangista.
La teoría de la equidistancia coloca en
simétrica posición a las víctimas y a sus verdugos, como si a ambas partes del
conflicto hubiera que atribuirle la misma responsabilidad. No resulta difícil
localizar en las novelas que sobre la Guerra Civil se escriben en la actualidad
sentencias del tipo «en esta guerra y posguerra se han cometido muchas
atrocidades por ambos bandos. Repito: por ambos bandos», extraída de la novela Donde nadie te encuentre de Alicia
Giménez Bartlett[4];
o en Dime quién soy de Julia Navarro: «¿Asesinos? Sí, en este país hay y ha habido muchos
asesinos, pero no solo los nacionales, no, también los otros han matado a
muchos inocentes»[5].
También Javier Marías habla en Tu rostro mañana de que el terror era el
«mismo en ambas zonas, en siniestra simetría demente»[6]. Pero
igualar a los verdugos con las víctimas supone falsear la historia por medio de
su descripción equidistante, como, contrariamente, el propio Marías afirma en otro lugar
de su novela, cuando el protagonista le pregunta a su padre los motivos por los
cuales nunca pensó en vengarse de la persona que le delató y que, por culpa de
la misma, no solo sufrió años de cárcel, sino que también fue privado del
ejercicio de la docencia durante el periodo que duró la dictadura franquista:
…le
habría dado una especie de justificación a posteriori, un falso asidero, un
motivo anacrónico para su acción. Ten en cuenta que en el conjunto de una vida
lo cronológico va perdiendo importancia, no se distingue tanto lo que vino
antes de lo que vino luego, ni los actos de sus consecuencias, ni las
decisiones de lo que desencadenan. Él habría podido pensar que al fin y al cabo
yo le había hecho algo, qué más daba cuándo, y haberse ido a la tumba más
conforme consigo mismo[7].
El
paso del tiempo en efecto termina borrando las huellas de la Historia, difumina
las diferencias, altera la cronología y acaso contribuye a la confusión de las
causas y los efectos, como imprime la metáfora de las tres casas distintas pero
igualadas con los años en Soldados de
Salamina de Javier Cercas:
Sesenta
años atrás habrían sido sin duda tres casas muy distintas, pero el tiempo las
había igualado, y su aire común de desamparo, de esqueletos en piedra entre
cuyos costillares descarnados gime el viento en las tardes de otoño, no
contenía una sola sugestión de que alguien, alguna vez, hubiera vivido en ellas[8].
El
tiempo borra las huellas y dificulta la tarea de discernir entre las causas y
los efectos, entre las víctimas y sus verdugos. Parece que la novela española
actual que convierte la Guerra Civil en materia novelable participa de dicha
confusión equidistante. La inculpación y la exigencia de responsabilidad a «los
unos y los otros» por la tragedia desatada es un tema recurrente en nuestra
literatura guerracivilista. El historiador Francisco Espinosa Maestre, en su
ensayo El fenómeno revisionista o los
fantasmas de la derecha, donde desmonta las teorías construidas por la
historiografía revisionista actual sobre la Guerra Civil, saca a colación el
modo en que la teoría de la equidistancia es empleada por Lorenzo Silva, autor
de Carta blanca (Espasa, Calpe,
2004), cuando el novelista dice, en relación con la ocupación de Badajoz, que
su novela «refleja el heroísmo y la infamia de los dos bandos. Los republicanos
fusilaron, por ejemplo, a jubilados; y la represión nacional fue inhumana; pero
entre sus filas hubo quien se jugó el tipo». Ante una proposición de este tipo,
Espinosa Maestre no puede sino apuntar:
Ahora
resulta que los republicanos fusilaron a jubilados y que los fascistas se
jugaron el tipo [...]. Y ya como colofón, y tras decir que en el palacio de
congresos que se ha construido en lo que fue la plaza de toros de Badajoz,
convendría que «haya un recuerdo de lo que significó aquello», Silva el ecuánime repite: «También vi que en
el baluarte de Trinidad hay un monumento a los héroes de la Legión. Esto está
bien porque fue gente que se dejó el pellejo; pero cabría colocar otro
monumento a los carabineros que lucharon por la República en la ciudad». Parece
que no importa nada que unos se dejaran el pellejo defendiendo la democracia y
otros el fascismo. Por lo visto el tiempo todo lo iguala. Por esta regla de
tres Europa estaría cuajada de monumentos a los nazis que se dejaron el
pellejo...[9]
Ante
reconstrucciones del pasado de este tipo, es de rigor esgrimir que situar en el
mismo plano de responsabilidad a un gobierno legítimo y a los golpistas que
atentan contra su legalidad responde, como afirma Serge Salaün, a una insidiosa maniobra revisionista:
Desde
hace algunos años se propaga una nueva manera de enfocar la literatura y la
cultura de la guerra de España, alrededor del dogma de la «equidistancia». El
punto de partida se sitúa a mediados de los años ochenta cuando, después de la
Transición y asentada la democracia, se pretende enfocar la historia de la
guerra hacia perspectivas menos partidarias, menos doctrinarias y, sobre todo,
menos maniqueas. Como si el fantasma de la guerra o de la dictadura fuera ya
inofensivo, como si la visión supuestamente primitiva y drástica entre «buenos»
y «malos» necesitara matizarse o suavizarse, hacia unas posiciones más humanas
de perdón, reconciliación u olvido de un pasado que se quiere superado[10].
Más
adelante señala Salaün que la teoría de la
equidistancia no solamente produce y legitima «cierta reescritura sesgada de la
Historia, o ciertas omisiones»[11] debido
a que «la doctrina del “justo medio” encaja mal con la realidad social,
ideológica y política»[12]; pero
además, advierte sobre la peligrosidad política que conllevan este tipo de
lecturas (o de reescrituras) de la Historia al señalar que «suele ser el
terreno abonado para empresas ideológicas solapadas de rehabilitación de este
pasado dictatorial, presentado como ominoso durante más de una década»[13].
[…]
Resulta
innegable la existencia de una violencia desmesurada y descontrolada en la zona
republicana –producida sobre todo durante los primeros meses de la contienda–
que la literatura fascista se apresuró en calificar de «terror rojo». Y acaso es
de rigor no mirar hacia otro lado. Pero para comprender en su completa
dimensión histórica este episodio dramático de nuestra guerra, tiene que
entenderse, en primer lugar, que la violencia fue desencadenada por –o mejor:
fue una reacción lógica de– la violencia que se inició tras el golpe de Estado.
Y, como apunta José Luis Ledesma, «el atronador y dramático contexto en el que las matanzas
tuvieron lugar no disculpa, pero sin él nada resulta inteligible»[14]. En
segundo lugar, también es de rigor señalar que, si bien es incuestionable la veracidad
de este episodio histórico perteneciente a la Guerra Civil española, también es
cierto que la violencia registrada en la zona republicana fue inmediatamente
atajada por las instituciones gubernamentales republicanas en un intento de
enderezar el rumbo y recuperar el mando de la situación. El papel que asume el
Estado republicano frente a la violencia cometida en su zona, en su intento de
limitar la violencia espontánea, constituye el rasgo distintivo que hace que
medie un abismo entre el denominado «terror rojo» y el «terror
blanco» producido en las zonas conquistas por los rebeldes. De esta opinión es
Paul Preston:
Naturalmente,
las atrocidades no se limitaron a la zona rebelde. Especialmente a principios
de la guerra, hubo oleadas de asesinatos de curas y sospechosos de ser
simpatizantes fascistas [...]. Sin embargo, si hubo una diferencia en los
asesinatos en las dos zonas, esta yace en el hecho de que las atrocidades
republicanas solían ser obra de elementos incontrolables, en unos días en que
se habían sublevado las fuerzas del orden[15].
Del
mismo modo, Herbert R. Southworth afirma:
Sabemos
que los líderes de la República condenaron la violencia de sus partidarios, y
en algunos casos lograron limitarla. También sabemos [...] que, al revés que en
el campo republicano, la matanza se convirtió en la España de Franco en una forma de vida durante toda la guerra y
muchos años después [...]. Contra estas matanzas, ningún falangista levantó la
voz de protesta, ni un requeté, ni un general franquista, ni un sacerdote,
ningún abad mitrado, obispo, cardenal o nuncio se indignaron[16].
Y
más adelante sostiene el historiador norteamericano lo que sigue:
Los
asesinatos se perpetraron en la España republicana cuando los hombres que había
jurado defender la ley y el orden renegaron de su palabra, abandonaron al
Estado y se alzaron para fomentar una rebelión, dejando las calles a una
multitud vengativa y furiosa cargada de razón [...]. Por el contrario, las
matanzas en la zona rebelde [...], fueron organizadas con método, firmadas por
los militares y bendecidas por la Iglesia, y fueron mucho más numerosas[17].
En
definitiva, y como afirma Ángel Viñas en su libro:
Si
en la zona republicana el Estado apenas si existió de facto en los primeros meses de la guerra, aunque nunca se
desplomó totalmente, una de las claves sobre las que se asentó el proceso de
recuperación paulatina de su autoridad fue, con el ejército y la economía,
el «orden público». Esto se reflejó en
la voluntad de retirar la administración de la violencia a los micropoderes y
grupos armados que la aplicaban a su aire [...]. La correspondencia entre la
progresiva reconstrucción del Estado y el descenso de las atrocidades es, a mi
entender, incuestionable por más que se manifestara con distinta velocidad[18].
Dicho lo cual, no es de recibo seguir sosteniendo
una visión de la Guerra Civil española desde una perspectiva equidistante.
Tratar de igualar y de situar en el mismo nivel de responsabilidad a quienes
atacaron a un sistema legítimo y democrático y a quienes, por el contrario,
sufrieron la agresión de un golpe militar fascista no puede sino tildarse de
tergiversación –consciente o inconsciente– de la Historia. En este sentido,
hacemos nuestras las palabras de Alberto Reig Tapia:
Una violencia era de signo defensivo ante el asalto
al poder legítimamente establecido y, la otra, era de carácter ofensivo
empezando por poner en peligro uno de los principios esenciales de toda
sociedad civilizada: la seguridad jurídica. Conviene, además, recordar que todo
código penal admite eximentes en caso de legítima defensa y agravantes en caso
de agresión indiscriminada. Se trata de una cuestión cualitativa fundamental en
torno a la cual giran todas las demás, pero de la que no puede prescindirse[19].
David Becerra Mayor // "La teoría de la equidistancia", La Guerra Civil como moda literaria, Madrid, Clave Intelectual, 2015, págs. 203-229.
[1] Andrea
GREPPI, «Los
límites de la memoria y las limitaciones de la Ley. Antifascismo y
equidistancia», en José Antonio Martín
Pallín y Rafael Escudero Alday, Derecho y
memoria histórica, Madrid, Trotta, 2008, p. 107.
[2] Carmen NEGRÍN, «La memoria revisitada», en Julio Rodríguez Puértolas
(coord.), La República y la cultura, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes,
2012, p. 124.
[7] Ibid., p. 186.
[9] Francisco ESPINOSA
MAESTRE, El fenómeno revisionista o los
fantasmas de la derecha, Cáceres, Del Oeste, 2005, p. 60. Los
fragmentos de Lorenzo Silva están extraídos de El Periódico de Extremadura (2 de junio de 2004).
[10] Serge SALAÜN, «Romances y romanceros de la guerra», en Manuel Aznar Soler et al. (eds.), València, Capital cultural de la República (1936-1937). Congrès
Internacional, Universitat de València,
2008, p. 304.
[14] José Luis LEDESMA, «Una retaguardia al rojo. Las violencias en la zona
republicana», en Francisco Espinosa
Maestre (ed.), Violencia roja y azul, Barcelona, Crítica, 2010,
p. 231.
[17] Ibid., p. 310.
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