Decía Franco que el mejor monumento que había construido no era el
Valle de los Caídos, sino la clase media; José Luis Arrese, su ministro
de Vivienda, puso la primera piedra del monumento con aquella frase que
terminó definiendo a la clase media: “Queremos un país de propietarios,
no de proletarios”. Esta conversión de los proletarios en propietarios
perseguía la desactivación política de la clase trabajadora que, en una
posición más acomodada, renuncia a luchar.
Pero, ¿qué es la clase media? En términos objetivos, la clase media
no existe. Sancho Panza decía que “dos linajes hay en el mundo que son
el tener y no tener”; o lo que es lo mismo, si el escudero de don
Quijote hubiera leído a Marx (cosa improbable por la época), que la
sociedad se divide entre quien posee los medios de producción y quien no
posee nada más que su fuerza de trabajo. El capitalismo, en su
funcionamiento objetivo, no da lugar a matices. Así es si lo analizamos
en su objetividad, pero hay que tener en cuenta también las condiciones
subjetivas, que es lo que retrata Esteban Hernández en su ensayo El fin de la clase media.
Se conciben como clase media aquellos trabajadores, a veces
cualificados y de profesión liberal, que experimentan un desclasamiento
hacia arriba como consecuencia de su acceso al consumo: con mayor poder
adquisitivo que sus iguales se distinguen en una forma de vida más
holgada, en un momento histórico en que el capitalismo permite una mayor
distribución de los excedentes del capital. La clase media, en esta
coyuntura, escribe su relato triunfal: con el trabajo y el esfuerzo es
posible mejorar nuestras condiciones de vida, como se trasluce de las
distintas entrevistas que realiza Hernández en su libro.
Sin embargo, desde que el capitalismo entró en crisis y circulan
menos excedentes, la clase media ha compuesto otro relato: el de la
pérdida. Desde su posición acomodaticia, observa cómo de pronto su mundo
se desmorona. La clase media se precariza, su poder adquisitivo mengua y
su acceso al consumo desciende. Para sobrevivir a la nueva coyuntura,
tiene que reinventarse, nos dice El fin de la clase media con
un tono tan apocalíptico como apologético, asumiendo que no queda otra
salida que la adaptación a los nuevos tiempos –y el relato de la pérdida
se sustituye por el relato de la supervivencia–. Pero existe la
posibilidad de construir otra narrativa que no pase por asumir la
derrota. Porque cuando la clase media deja de diferenciarse del
proletariado que rehuía, vuelve a bajar a las plazas. La clase media,
cuando deja de serlo, encuentra motivos por los que luchar.
Es el fin de la clase media, nos dice Hernández. Habrá que ver si su
fin es el comienzo de algo. Cuando la clase media se sume a la lucha,
empiece a cuestionar sus propios relatos y analice el papel funcional
que ha representado en un sistema que ahora la expulsa –“la clase media
garantiza la continuidad y la estabilidad del sistema”, escribe
Hernández–, entonces sucederá lo que vaticinan los versos de Antonio
Orihuela: “El día que queramos luchar contra nosotros mismos / ese día /
la clase media /arderá”.
David Becerra Mayor // Publicado en La Marea, nº, 22 (diciembre 2014), pág. 61: http://www.lamarea.com/2015/01/04/la-clase-media-ardera/
David Becerra Mayor // Publicado en La Marea, nº, 22 (diciembre 2014), pág. 61: http://www.lamarea.com/2015/01/04/la-clase-media-ardera/
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