Hoy, 5 de marzo, se cumplen dos años de la siembra de Hugo Chávez
Frías. Digo siembra, y no muerte, porque Chávez no ha muerto, o al menos
no ha muerto del todo. Porque no muere quien deja sembrado un legado
que habrá de florecer en esta primavera consagrada llamada Revolución.
A los medios de comunicación a menudo se les olvida que la libertad
de información no es un privilegio de los periodistas y sus dueños, sino
que es un derecho que le pertenece al conjunto de la sociedad: la
ciudadanía tiene derecho a estar informada, no intoxicada con
informaciones falsas, medias verdades que en realidad son completas
mentiras, tergiversaciones o manipulación de los hechos. Cuando hablan
de Hugo Chávez, y de Venezuela en general, los intereses del gran
capital –que financian y sustentan a los medios– se ponen por encima de
la verdad.
Solo hay un modo de enfrentarnos a las mentiras de los grandes
medios: leyendo y estudiando. Acudiendo a los libros que tratan sus
temas con rigor. Por esta razón, en un día como hoy, quizá no haya mejor
forma de entender Venezuela, de entender quién fue Hugo Chávez, que
leyendo dos libros que se acercan con exhaustividad y voluntad
científica e informativa, verdaderamente informativa, a Chávez y a lo se
ha convenido en denominar chavismo.
El autor del primero de ellos es Alfredo Serrano Mancilla y lleva por título El pensamiento económico de Hugo Chávez
(El Viejo Topo, 2014). Frente a quienes pretenden encerrar en
categorías estancas y en etiquetas clásicas el pensamiento económico de
Chávez, Alfredo Serrano se detiene a observar su sincretismo y el modo
en que se va configurando en sus distintas fases: «Chávez desarrolla una
matriz propia de pensamiento económico difícil de encajar en paradigmas
predefinidos. Esto nos obliga a estudiarlo como creador de un
pensamiento económico propio, con un sincretismo tan amplio, diverso y
complejo que constituye un paradigma particular (…). El pensamiento
económico de Chávez es pura dialéctica, inteligencia en situación, en
donde se enfrentan los planos empírico y teórico, político, social,
histórico y cultural. Los intentos de clasificar a Chávez en un catálogo
preestablecido son infructuosos». El propio Hugo Chávez lo reconoció en
una ocasión: «yo más bien creo que tengo un poquito de cada cosa que
uno va recogiendo en los caminos».
Pero, ¿qué es lo que va recogiendo por el camino Hugo Chávez para
construir su pensamiento? El ensayo de Alfredo Serrano Mancilla lo
detalla con rigor. En una primera etapa, sostiene el autor, Chávez toma
un enfoque cepalino de la economía política, esto es, asimila los
postulados de la CEPAL [Comisión Económica para América Latina y el
Caribe], muy en auge en los años sesenta y setenta en el subcontinente.
El enfoque cepalino se asentaba sobre tres pilares: el nacionalismo, la
soberanía y el anti-imperialismo. Sin cuestionar en momento alguno el
modelo capitalista, el Estado asumía el papel de motor de un proceso de
industrialización y desarrollo con el fin de disminuir la relación de
dependencia con respecto a las potencias del Norte. Las referencias
políticas –y, por extensión, económicas– de Hugo Chávez en este primer
periodo eras tres: Velasco Alvarado, presidente de Perú desde el triunfo
de la Revolución de la Fuerza Armada de 1968, que fue el primer general
progresista y nacionalista que llevó a cabo una política humanista,
poniendo en marcha un reforma agraria y nacionalizando la banca, la
industria pesquera y los sectores estratégicos; Juan José Torres,
presidente de Bolivia, mestizo y de familia empobrecida, que llevó a
cabo también una política económica basada en la soberanía y la
recuperación de las riquezas nacionales; y Omar Torrijos, presidente de
Panamá, hijo de maestros rurales y de familia humilde, que luchó contra
lo que denominó «colonialismo disimulado» a través de una política
desarrollista nacionalista que impugnaba las imposiciones llegadas del
Norte. En ningún caso se cuestionó, mediante estas políticas, el
capitalismo, y acaso por esta cuestión su éxito fue relativo, cuando no
estuvieron directamente abocadas al fracaso. Había, pues, que reformular
estas tesis.
Chávez, entonces, incorpora a su pensamiento lo que se ha llamado el
«árbol de las tres raíces»: Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel
Zamora. «Este triángulo de referencias iba dando contenido nacional, de
patria y soberanía, a un proyecto político y económico que comenzaba a
trazarse», afirma Alfredo Serrano Mancilla; y, como recuerda más
adelante, Chávez resumía estas tres raíces de la siguiente forma: «la
idea geopolítica de Bolívar; la idea filosófica de Simón Rodríguez; y la
idea social de Ezequiel Zamora». Chávez descubre América, las raíces
revolucionarias de América Latina, antes que a Marx.
A medida que la Historia avanza, se produce el «Caracazo» en 1989 y
fracasa el golpe de Chávez de 1992 contra las políticas neoliberales que
estaban llevando al país a la ruina, Chávez va consolidando su
pensamiento político y económico, situándose cada vez más en una postura
antineoliberal, si bien todavía no anticapitalista. En la cárcel de
Yare, donde permanece privado de libertad desde 1992 a 1994, Chávez no
desaprovecha el tiempo y se alimenta de lecturas que resultarán
fundamentales para la construcción de su paradigma económico. Lee al
marxista y gramsciano Jorge Giordani, al ex ministro de Economía del
gobierno de Allende, Carlos Matus, y al socialista argentino Óscar
Varsavsky. De sus lecturas extrae la idea de la planificación económica
para llevar a cabo un correcto desarrollo económico, desde una noción
radicalmente enfrentada a las teorías hegemónicas del desarrollo. Como
fructuosas serán también las lecturas del marxista húngaro Istvan
Mészáros, de quien asimila la noción de «transición hacia el
socialismo», y de Julius K. Nyerere, líder africano de quien aprehende
el concepto de «Sur», más allá de ser entendido como un punto cardinal,
lo interpreta en clave geopolítica.
Este era Hugo Chávez antes de ser el Hugo Chávez que asumió la
Presidencia del Gobierno de Venezuela en 1999 y que inició un proceso
constituyente para devolverle al país las riendas de su destino, hasta
el momento secuestrado por las políticas de ajuste neoliberal que
empobrecían al pueblo y mal vendían la patria a las grandes
corporaciones multinacionales. Chávez comienza una primera etapa en el
gobierno con un pensamiento económico que, ni mucho menos, podemos
calificar de socialista. En este momento, Chávez inaugura la Agenda
Alternativa Bolivariana, cuyo enfoque era más humanístico que
anticapitalista, aunque sí ya claramente antineoliberal: no cuestiona el
capitalismo, sino su gestión neoliberal. Los pasos hacia el socialismo
del siglo XXI no llegarían hasta el 30 de enero 2005, cuando Chávez
proclama, en el Foro Social Mundial en Porto Alegre (Brasil), que la
única alternativa al neoliberalismo no puede ser sino el socialismo del
siglo XXI que, como señala Serrano Mancilla, «no [es] un socialismo del
pasado, sino un socialismo que había que inventar, construir». Para que
Chávez alcance esas posiciones Venezuela ha tenido que sufrir dos duros
golpes: un golpe de Estado en abril de 2002 y un golpe de mercado en
2003. El látigo de la contrarrevolución fue el que desencadenó una
Revolución socialista y bolivariana como la que, todavía hoy, sigue viva
en Venezuela.
Pero,
¿en qué consiste la Revolución Bolivariana? En otro libro, tan
interesante y necesario como el de Alfredo Serrano Mancilla, se describe
de forma muy detallada los logros, y asimismo los retos, de la
Revolución. Se titula Los siete pecados de
Hugo Chávez (Yulca, 2014) y está firmado por el reputado periodista
belga Michel Collon. En el libro, el autor pasa revista, desde su
posición de testimonio que ha observado de cerca el proceso, a las más
interesantes conquistas de la Revolución Bolivariana. La primera de
ellas, y acaso la más destacada, ha sido romper el círculo vicioso de la
pobreza a la que estaba condenada una parte de la población venezolana.
La primera batalla, para romper el círculo, no pudo ser sino contra el
analfabetismo: «El alfabetismo opera en un terrible círculo vicioso:
pobre, por tanto, ignorante, por tanto, sin trabajo, por tanto, pobre.
¿Cómo salir de él?» Y añade Collon: «el hambre refuerza el círculo
vicioso de la pobreza: los niños mal alimentados acceden a la escuela
más tarde, presentan una memoria y una atención más débil, y en
consecuencia, aprenden menos. Y abandonan la escuela tan pronto como
pueden, especialmente si se requiere su trabajo para alimentar a la
familia». Hay políticas que son urgentes y Chávez da de inmediato inicio
a las llamadas «Misiones» para combatir el analfabetismo, la pobreza y
la exclusión social. Con la «Misión Robinson», y el programa cubano «Yo
sí puedo», Venezuela se proclama país libre de analfabetismo en 2005.
Otras «Misiones» permiten la democratización del acceso universitario
(«Misión Sucre»), el derecho a la asistencia médica («Misión Barrio
Adentro») o la posibilidad de acceder a la compra de alimentos a precios
justos («Misión Mercal»).
Cuando Chávez alcanza el gobierno –que no el poder, que sigue en
manos de la burguesía nacional e internacional– se ve obligado, por la
realidad, a poner en marcha políticas urgentes que logren sacar de la
pobreza y de la exclusión a miles de compatriotas de manera inmediata.
Pero a la vez se trabaja con un horizonte más lejano, y asimismo se pone
en marcha una política a largo plazo capaz de transformar, de forma
radical, el funcionamiento del sistema y sus instituciones. Profundiza
la democracia aumentando la participación ciudadana, permitiendo que las
decisiones sobre el destino nacional se tomen de forma soberana y no
obedeciendo los mandatos de los organismos multilaterales extranjeros;
crea la figura del referéndum revocatorio para que se pueda someter a
nuevas elecciones al mandatario aun cuando no haya terminado su
legislatura; empodera a la ciudadanía a través de los Círculos
Bolivarianos y los Consejos Municipales, que integran tanto a
partidarios chavistas como a sus opositores, y que tienen la función de
«supervisar la aplicación de las decisiones de las autoridades locales y
de controlar el uso de los presupuestos»; fomenta la participación de
los trabajadores en la toma de decisiones de las empresas en las que
desarrollan su actividad laboral y se promociona la fundación de
cooperativas y empresas mixtas que trabajen al servicio del desarrollo
endógeno de cada territorio o región.
Con todo lo anterior, ¿cómo es posible que se trate a Chávez de
dictador y, desde algunos sectores, no se reconozca que Venezuela es una
auténtica democracia? Porque Chávez no se ha sometido al poder de los
medios de comunicación ni ha bajado la cabeza ante los Estados Unidos.
Chávez ha cuestionado el poder hegemónico global, y los poderosos no se
lo perdonan. Por eso no dejan de golpear a Venezuela: golpes de Estado,
golpes de mercado, golpes mediáticos.
No perdonan que Chávez haya restituido la esperanza por una vida
digna y mejor en América Latina, un continente acostumbrado a la
pobreza, que había naturalizado la desigualdad, como si de un mal
endémico se tratara. Chávez le dijo al continente –y al mundo– que la
pobreza no caía del cielo, sino que era resultado de unas políticas
económicas concretas, que ponían a los intereses de los mercados por
encima de las personas. A pesar del relato que tratan de construir los
medios, Chávez ha materializado un sueño por muchos compartido: que otro
mundo es posible, que podemos vivir fuera del neoliberalismo.
Lo que sucede es que cuando los pobres gobiernan, los ricos se manifiestan.
David Becerra Mayor // Publicado en La Marea (5 de marzo de 2015). Fuente: http://www.lamarea.com/2015/03/05/leyendo-a-chavez-en-el-segundo-aniversario-de-su-muerte/
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