[Fragmento de la presentación del dossier "Juan Carlos Rodríguez", publicado en el número 15 (noviembre 2013) de Youkali. Revista crítica de las artes y el pensamiento]
Número completo aquí: http://www.youkali.net/youkali15-completo.pdf
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David Becerra Mayor
En otro mundo –pero no en éste– estas palabras que me
dispongo a escribir, y en las que el lector espera encontrar unas breves notas
acerca del pensamiento teórico del personaje homenajeado, no serían necesarias.
Ni siquiera lo serían para cumplir con el protocolo. En otro mundo –pero,
insisto, no en éste–, los textos de Juan Carlos Rodríguez no requerirían glosa
y sus obras serían ampliamente divulgadas, conocidas, leídas, estudiadas. Algunos
de sus libros, como Teoría e historia de
la producción ideológica o La norma literaria,
serían lectura obligatoria en todas las Facultades de Filosofía y Letras;
otros, como De qué hablamos cuando
hablamos de literatura o Tras la
muerte del aura, reposarían en las mesitas de noche de estudiantes y
profesores de literatura, que harían de ellos sus libros de cabecera. El escritor que compró su propio libro o
Lorca y el sentido se descubrirían
ante nosotros al abrir cualquier cajón, como sucede con las biblias que se
encuentran en los moteles de las películas norteamericanas. Pero, como estamos
donde estamos (y estamos como estamos), conviene empezar por el principio.
Juan
Carlos Rodríguez es, con total probabilidad, el mayor teórico de la literatura
de este país llamado España. Pero, además, y no estamos exagerando y ni
siquiera se trata del agasajo acostumbrado en este tipo de homenajes, es, con
total probabilidad, de nuevo, el mayor teórico marxista español. Ambas vertientes
se conjugan, se entremezclan y dan lugar a una concepción de «lo» literario
diametral y radicalmente enfrentada a la ideología literaria dominante y
establecida. En la primera página de la tercera edición de su ensayo La norma literaria el propio Juan Carlos
Rodríguez muestra, de forma muy transparente, de qué se trata:
Se trata de dar cuatro pasos en las nubes o cuatro pasos
en la tierra. Hay una visión generalizada sobre la literatura, sobre la manera
de escribirla, de leerla, de enseñarla. A esa visión se la puede llamar
esencialista o evolucionista. Se trata de dar siempre cuatro pasos en las
nubes, es decir, la misma esencia literaria desde Homero hasta hoy. Por el
contrario este libro trata de dar cuatro pasos en la tierra. Plantear que la
literatura es un efecto de la historia y de los individuos históricos. ¿Qué otra
cosa podríamos ser? Si se quiere, ahí empieza la polémica. Quiero decir que no
puede ser lo mismo lo que se escribía en el mundo esclavista grecorromano
(donde todo dependía de los Amos y de la Polis), que lo que se escribía en el
mundo feudal (donde todo dependía de la escritura de Dios sobre las cosas), que
lo que comienza a escribirse desde el primer capitalismo, entre los siglos XIV
y XVI, donde todo comienza a depender del mundo laico y del sujeto «libre»
(aunque se sea libre para ser explotado). A esto es a lo que he llamado Radical Historicidad de la literatura[1].
De eso se trata: de bajar de las nubes y de dar cuatro
pasos en la tierra. Es decir: de oponernos a la concepción dominante de la literatura –de estos discursos a los que
hemos convenido en denominar literarios–,
edificada sobre una base ideológica humanista e idealista, que concibe la
literatura como un discurso eterno, siempre igual a sí mismo, en el que las
sutiles diferencias que se reconocen entre unos textos y otros derivan de ese accidente
llamado Historia; y que, más allá de sus matices, comparten su esencia, debido
a que todos esos discursos han sido creados por un «autor» que posee el mismo y
eterno Espíritu Humano. Pero no: Juan Carlos Rodríguez nos hizo comprender que
ni la Historia es un accidente superficial que en nada altera las esencias ni
que los autores hablan en la voz de su espíritu; al contrario, la literatura es
un discurso radicalmente histórico como radicalmente históricos son los sujetos
que las crean y que, de igual modo, hemos convenido en denominar autores, unas veces; genios creadores, en otras.
De lo
que se trata, por lo tanto, es de estudiar –de leer, en un sentido más amplio–
la literatura como lo que radicalmente es: un producto o el resultado de unas
relaciones sociales, políticas, económicas –y asimismo históricas– que, lejos
de trascender el momento histórico en que se inscribe, las relaciones sociales
que la producen, opera como transmisor privilegiado de ideología y participa en
las confrontaciones ideológicas de su época. La literatura no es inocente ni es
un discurso autónomo situado al margen –o por encima– de la Historia. La
literatura es un discurso histórico y, por consiguiente, cada vez que abrimos
un libro no tenemos que buscar en él ese espíritu
humano que nos iguale, como lectores, con el autor, identificándonos con
sus preocupaciones, con sus conflictos, con sus sentimientos, que hacemos
propios por mucho que el texto se haya escrito hace años, décadas, siglos o
incluso milenios. Juan Carlos Rodríguez nos ha enseñado a leer de otra manera.
Después de leer Teoría e historia de la
producción ideológica nadie ha salido igual de sus páginas, nadie ha podido
seguir comportándose como lector del mismo en que se había comportado antes. Nace
un lector nuevo, crítico, en absoluto complaciente, que se enfrenta al libro,
se pone frente a él, nunca a su lado, concibiendo el ejercicio de lectura como
una forma de conocimiento radical, una búsqueda de la raíz histórica –la radical historicidad– que produce los
textos. Juan Carlos Rodríguez no ha enseñado que la literatura no aparece
porque sí, sino que es el resultado de la lucha de clases de una nueva clase
social, llamada burguesía, que en su enfrentamiento contra un sistema de
explotación feudal en descomposición, inventa
–más exacto sería el uso del verbo producir–
un nuevo discurso que opera en la legitimación de la burguesía en su lucha por
el poder contra una nobleza feudal (o feudalizante), cada vez en una posición
menos dominante y más residual. La teoría de Juan Carlos Rodríguez ya se
encontraba presente en el párrafo que abría su Teoría e historia de la producción ideológica:
La Literatura no ha existido siempre.
Los discursos a los que hoy aplicamos el nombre de
«literarios» constituyen una realidad histórica que sólo ha podido surgir a
partir de una serie de condiciones –asimismo históricas– muy estrictas: las condiciones derivadas del nivel ideológico
característico de las formaciones sociales «modernas» o «burguesas» en sentido
general[2].
Este párrafo, que sintetiza de manera muy notable el
pensamiento de Juan Carlos Rodríguez y su concepción de lo que entiende por literatura, abre la veda para la polémica:
la opinión generalizada de lo que debemos entender por literatura –la
conversación íntima entre dos sujetos
libres llamados autor y lector– no es
natural ni mucho menos eterna; al contrario, es radicalmente histórica. Hasta
que no aparezca –de nuevo: se produzca–
la noción de intimidad y la noción de
libertad, ligadas ambas a la aparición
de un nuevo espacio, el ámbito de «lo» privado, será inconcebible hablar de literatura en los términos modernos –i.e., burgueses– predominantes hoy (y,
como dice Juan Carlos Rodríguez, cuando decimos «hoy» queremos decir desde el
siglo XVIII, aproximadamente).
La
literatura no ha existido siempre. Pero parece que esta afirmación, que define
la literatura y plantea su debate en términos históricos, y que sirve para
cuestionar la ideología dominante al menos –aunque no sólo– en el ámbito de la
investigación literaria, no ha hecho tambalear suficientemente los pilares que
sostienen la estructura ideológica del capitalismo. Parece como si la teoría de
Juan Carlos Rodríguez haya sido apartada a esos espacios de marginalidad que, en aras de la libertad de expresión, concede el
capitalismo, pero que neutraliza por medio del silencio y el demérito,
convirtiendo a Juan Carlos Rodríguez, en particular, pero también a la teoría
marxista en general, en un clamor en medio del desierto. No es casualidad que
en su libro De qué hablamos cuando
hablamos de marxismo (…) reconozca Juan Carlos Rodríguez que cuando habla
de marxismo –o enfoque sus estudios de la literatura desde la teoría marxista–
le vengan a la cabeza unos versos de Góngora que dicen: «Gastar en Guinea
razones / y cruces de Bebería». El motivo lo expone a continuación:
Por supuesto que el sarcasmo implícito en estas imágenes
gongorinas se puede interpretar de mil maneras –suele ocurrir siempre con
Góngora– pero a mí me interesa sólo ahora un sentido literal muy preciso: si en
el XVII intentabas «predicar» en Guinea o intentabas colocar unas cruces entre
los bereberes, evidentemente ya se sabía cuál iba a ser el resultado: te
degollarían en cuanto empezaras a hacerlo.
¿Ocurre
algo parecido hoy cuando se trata de hablar de marxismo? Claro que ahora existe
la libertad de expresión, pero
obviamente –y diciéndolo de forma muy suave– «el resto es silencio»[3].
El marxismo, la crítica y la teoría literaria marxista,
aquella que no encaja en la concepción esencialista de la literatura, dominante
hoy, la obra de Juan Carlos Rodríguez, concretamente, forma parte de ese
silencio (…). Formamos parte del silencio instituido (…). Sólo somos silencio,
y lo sabemos. Pero sabemos también que solamente dejaremos de ser silencio
cuando superemos el capitalismo, es decir, cuando lo derrotemos, sea por
desbordamiento o por colisión directa. Dejaremos de ser silencio cuando exista
una sociedad en libertad, que, como dice Juan Carlos Rodríguez, es una sociedad
libre de explotación.
Ahora le toca al lector romper el silencio. Eso sí, sin
olvidar, que lo más importante sin duda es romper el inconsciente. Pues, como
decía Althusser, y Juan Carlos Rodríguez ha citado en múltiples ocasiones,
«Para cambiar el mundo de base (y junto a otras muchas cosas) es preciso
cambiar, de base, nuestra manera de pensar»[4].
[1]
Juan Carlos Rodríguez, «Prólogo a la tercera edición», La norma literaria, Madrid, Debate,
2001, pág. 5.
[2]
Juan Carlos Rodríguez, Teoría e historia de la producción ideológica, Madrid, Akal, 1990,
pág. 5.
[3]
Juan Carlos Rodríguez, De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, Madrid, Akal, 2013,
págs. 15-16.