Clara Morales
Daniel Álvarez y Laura Sandoval, editores de Hoja de Lata,
exhiben con orgullo una fotografía. En la pantalla del móvil se ve a
una chica joven de pie en un vagón del metro de Madrid, enfrascada en su
lectura. La portada reza: "Tea Rooms. Mujeres obreras". La autora: Luisa Carnés. La menciona de nuevo Juan Ramón Puyol, nieto de la escritora,
con la misma satisfacción. Hace un año, ni él, ni nadie de su familia,
ni los editores del volumen podían soñar con esa imagen. Hace un año,
esa joven no conocía a la autora que ahora lee. Tampoco lo hacían las
otras 4.000 personas que se han hecho con el libro. Seguramente, tampoco
la conocían los funcionarios del Ayuntamiento de Madrid que ahora
ultiman los detalles para poner una placa en su honor en la calle en la que vivió.
El proceso de recuperación de la memoria de Luisa Carnés ha sido vertiginoso. Hasta el verano de 2016, los herederos de esta escritora de origen obrero, autodidacta y comunista aspiraban humildemente a que un reducido círculo de académicos contara con ella en sus estudios sobre la Generación del 27, sobre los autores españoles exiliados a Latinoamérica tras la Guerra Civil. El contacto con los lectores de hoy parecía todavía lejano, y acaso imposible. Pero llegó la publicación de Tea Rooms por Hoja de Lata, sello asturiano a cargo también de Trece cuentos (1931-1963), en librerías desde hace unas semanas. Si la lectora del metro es el último eslabón de una cadena de memoria, los editores serían el penúltimo. Antes de ellos, familiares, amigos y estudiosos tuvieron bien presente el rostro de la escritora. Así es cómo se salvó el nombre de Luisa Carnés de la crueldad del olvido.
Quienes sí la recordaban eran, claro, sus familiares. Ramón Puyol, el
hijo por el que se puso a trabajar como empleada de una confitería en
jornadas de 10 horas por tres pesetas, la experiencia que luego
plasmaría en Tea Rooms. Mujeres obreras, un título publicado en
1934 bajo la categoría de "novela-reportaje". El hijo con el que
pasaría la guerra y con el que huiría a Francia, sabedora de que su
compromiso con el PCE le traería problemas. El hijo que, a los siete
años, cruzaría el océano con ella para entrar a México por Nuevo Laredo (Tamaulipas), el 23 de mayo de 1939. En los documentos expedidos por el Servicio de Migración mexicano se leía "exiliada política". El hijo que descubriría luego que su madre había sido una pionera, escritora y periodista cuando a las mujeres les era imposible la entrada en el oficio, fichaje del primer holding editorial de España, defensora del voto femenino
y de la República. El hijo que quedó huérfano en 1964, en un accidente
de tráfico del que salieron ilesos él mismo y el poeta Juan Rejano,
pareja de Luisa. Ella tenía 59 años.
Ese hijo sigue aún vivo, con la memoria intacta pero dificultades para
hablar. Lo hace por él su hijo, Juan Ramón Puyol, portavoz de la familia
en este lío. "Está muy contento de descubrir todo esto alrededor de su
madre. Está desbordado de emociones", cuenta. Durante
años, la trágica muerte de la abuela —que empezaba, después de muchos
esfuerzos, a hacerse un nombre en tierras mexicanas— fue un tabú: "Ahí
fue cuando te das cuenta de que algo así, que son estadísticas de fin de
semana, te marca para toda la vida". El trauma familiar empezó a
sanarse en torno a 2002, cuando el historiador Antonio Plaza aparece en escena. Les propone entonces recuperar la novela El eslabón perdido
para la serie Biblioteca del exilio de la editorial sevillana
Renacimiento, dedicada a la recuperación de los autores que huyeron del
fascismo. "Lo que consigue Antonio", dice Puyol, "es abrir la caja en la
que mi padre había guardado las cosas de Luisa. Muy poco a poco, con paciencia, porque mi padre la tenía en un altar". Una vez abierta, ya no hay vuelta atrás.
Con el beneplácito de la familia, Plaza siguió investigando y publicando sobre ella:
su teatro, su compromiso social, su reivindicación de los derechos de
la mujer trabajadora... La pasión de este profesor del instituto Blas de
Otero de Madrid se acabó contagiando. Por ejemplo, a la filóloga mexicana Iliana Olmedo, que publicó en 2014, de nuevo con Renacimiento, una reelaboración de su tesis en Itinerarios del exilio. La obra narrativa de Luisa Carnés.
La familia veía con sorpresa cómo se editaba una completa semblanza de
la abuela con datos que en ocasiones ellos mismos desconocían. Pero
faltaban los lectores alejados de lo académico que no frecuentarían
necesariamente una colección dedicada a la recuperación histórica. No
era un salto pequeño.
El siguiente eslabón sería David Becerra, crítico literario que asistió, afortunadamente, a la conferencia de la profesora Raquel Arias Careaga sobre Tea Rooms "cuando
ni de la novela ni de la autora apenas casi nadie sabía casi nada". Era
2014, que Juan Ramón Puyol ha bautizado ya como "el año Luisa Carnés".
No solo se publicó el libro de Olmedo, también vio la luz en
Renacimiento De Barcelona a la Bretaña francesa,
crónicas de exilio de la autora. Y la asociación de libreros de segunda
mano Lance decidió publicar, para festejar el 80º aniversario de la
muerte de Luisa Carnés, su Tea Rooms en edición facsimilar y
tirada minúscula. Becerra pudo hacerse con uno de aquellos ejemplares.
"Comprendí por qué había sido olvidada, triplemente olvidada: por comunista, por exiliada y por mujer",
dice. "El canon literario español del siglo XX se construye —conviene
no olvidar las relaciones entre canon e ideología— durante el
franquismo, y el canon que hemos recibido ha dejado fuera —ha expulsado,
podríamos decir— toda una tradición literaria realista, social,
comprometida."
"Tea Rooms habla de temas que desgraciadamente son hoy parte de
nuestro día a día. Cuando la leemos, estamos haciendo un ejercicio de
recuperación de nuestra memoria histórica literaria, pero esta lectura
del pasado nos conecta de inmediato con nuestro presente",
analiza Becerra. En su opinión, esta es una evidencia de que las
novelas sociales, tan denostadas por cierta parte de la crítica, no han
perdido "ni la razón de ser ni el interés". Una demostración de ello es
la apuesta de Hoja de Lata por recuperar trece de sus mejores relatos,
dos de ellos inéditos y encontrados en la cartera que la escritora llevó con ella
al exilio como su posesión más preciada. "El gran riesgo que corre
Luisa es que sea autora de una sola obra", reflexiona Álvarez. Por eso
hay sido especialmente exigentes con la calidad de los cuentos, que no
podían "decepcionar a los lectores de Tea Rooms". Después de la experiencia, hay una pregunta que sobrevuela sus cabezas: "¿Cuántas Luisas Carnés habrá por ahí, acosadas por el olvido?".
Juan Ramón Puyol lleva un año dedicado por completo a la abuela. Presentaciones, entrevistas, ferias del libro.
Se ha sumergido aún más en la obra de Carnés, esa presencia fantasmal
de la primera infancia. Ha recorrido las calles que ella pisaba haciendo
cuentas: ¿dónde vivió Luisa? ¿Cuál era la cafetería de la que habla en Tea Rooms? Hace poco, recopilando datos para instalar la placa dedicada a la escritora, se plantó ante el número de la calle Lope de Vega
en el que parece que vivió. "Según íbamos subiendo la escalera,
ascendiendo en la buhardilla, te das cuenta de que estás metido en un
cuento", recuerda. Se refiere a "En casa", un relato de 1950 editado en Trece Cuentos en
el que la autora describe el regreso de un preso a su hogar. De alguna
manera, Puyol estaba también volviendo a casa. La presencia física de la
abuela, sin embargo, y por mucho que se acerque a su escritura, se
desvanece. "Confías demasiado en la literatura", le dijo la escritora
Laura Freixas. Los Puyol Carnés no podrán recuperar nunca del todo a la
abuela perdida. Los lectores —la lectora que pasaba con avidez las hojas
de Tea Rooms en el metro— sí lo han hecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario