Cuando se publicó Historia social de la literatura española (en castellano), un
manual desmitificador de la Historia de España y su literatura, un
periódico independiente y de la mañana –hoy: el periódico global–
calificó a sus autores de estalinistas e inquisidores, de ignorantes y
marxistas vulgares. Estábamos en 1978, en plena transición, y remover el
pasado no convenía demasiado: se estaba fijando un relato y todo
acercamiento desde abajo a nuestra historia, toda tentativa de
construir una historia social de lo que fuera, incluso de la literatura,
molestaba. El relato oficial se estaba construyendo desde arriba y
estaba protagonizado por los de arriba: grandes hombres que con grandes
gestos nos trajeron la democracia y la posibilidad de vivir en libertad.
Como si la democracia fuera una concesión y no una conquista. Cuando
los de arriba escriben casi siempre borran de la historia a los de
abajo. Pero hubo oposición a ese relato que se estaba construyendo,
también en el ámbito cultural, también en el ámbito literario. Historia social de la literatura española es
testimonio y parte implicada de la batalla cultural de aquella
transición, y en sus páginas relampaguea la posibilidad –y la esperanza–
de que otra historia pudo haber sido posible.
Julio Rodríguez Puértolas fue, junto con Carlos Blanco Aguinaga e Iris M. Zavala, uno de los autores de Historia social de la literatura española.
Al concluir su tesis doctoral bajo la dirección de Dámaso Alonso,
realizó un lectorado en Inglaterra y a continuación trabajó como
profesor de literatura española en distintas universidades
norteamericanas, llegando a ser el catedrático más joven de la
Universidad de California en Los Ángeles. Tras varios años en Estados
Unidos, decidió regresar a España porque, como él mismo afirmó en una
entrevista, «pensaba que enseñar lo que más o menos sabía de literatura
podía tener más sentido social y político en España que en América». Sin
embargo, como también él mismo contó, el regreso no fue sencillo y tuvo
que enfrentarse a «oposiciones siniestras, terribles, degradantes,
injustas (…). Finalmente llegué a saber, porque de todo se entera uno,
que mi caso había sido discutido en un tribunal y el principal argumento
que tenían contra mí era éste: ‘Ni un rojo más en la Universidad
española’. Y esto era ya en el año 78, en la democracia». Finalmente
entró y con los años fue nombrado catedrático de Literatura española en
la Universidad Autónoma de Madrid.
Marxista y seguidor de Américo Castro, Julio Rodríguez Puértolas
propuso un acercamiento antiesencialista a la literatura e incorporó a
los estudios hispánicos una perspectiva histórica y radical: «la
literatura no es sino una rama de la historia», decía. Y empezó a releer
los clásicos de la literatura española, desde El Cid hasta Fortunata y Jacinta, pasando por La Celestina o El Quijote, desde otro lugar, desde un lugar radicalmente histórico. Sus libros De la Edad Media a la Edad conflictiva o Literatura, historia, alienación son una muestra del enfoque de Julio Rodríguez Puértolas. En la «Nota previa» de la Historia social…
reivindicaba el ejercicio de una crítica literaria realista, que
consistía en «la comprensión de cada texto, en sí, en su relación con
otros textos, y en la relación de todos ellos con las ideologías y las
cambiantes estructuras sociales en que se originan. Sólo desde esta
perspectiva dialéctica, contra todo positivismo y contra toda visión
idealista de la Historia, ha de ser posible una verdadera historia de la
literatura, una crítica literaria realista».
Pero no solo se enfrentó a la tradición y a la relectura de los
clásicos; también desenmascaró a los intelectuales orgánicos del
franquismo que, de pronto, de la noche a la mañana, se despertaron
demócratas y nos hicieron creer que eran demócratas de toda la vida, y
que si en España había democracia se lo debíamos a ellos, y solo a
ellos. Historia de la literatura fascista española fue un
ejercicio de transparencia que puso luz a tanta oscuridad
convenientemente diseñada. Como dijo César de Vicente Hernando, autor
del epílogo que cierra el libro, Historia de la literatura fascista constituye
«uno de los mayores estudios sobre el fascismo en España y el más
exhaustivo de los dedicados a historiar la literatura escrita al
servicio del régimen político surgido de la sublevación militar contra
la Segunda República española el 18 de julio de 1936». No es casualidad
que Historia de la literatura fascista apareciera en la Guía
Bibliográfica de 2003, el Índex de Libros Prohibidos del Opus Dei, con
grado de peligrosidad número 5, lo que, según reza la leyenda que
acompaña al documento, es un libro que «no se puede leer, salvo con un
permiso especial de la delegación».
«¿Qué hacemos con todo esto?», se preguntaba Julio Rodríguez
Puértolas en sus clases tras exponer una serie de elementos
aparentemente contradictorios que aparecían en los textos literarios.
Pues bien, ¿qué hacemos nosotros con todo esto, con todo su legado, con
todo el magisterio que nos ha dado, ahora que Julio Rodríguez Puértolas
acaba de fallecer? Retumban en nuestras cabezas esos versos que
escribió. Porque Julio Rodríguez Puértolas también era poeta:
Es la hora, termina la clase.
En la pizarra quedan nombres que tuvieron sentido,
palabras ya sin objeto:
Neruda, dialéctica, amor.
En la pizarra quedan nombres que tuvieron sentido,
palabras ya sin objeto:
Neruda, dialéctica, amor.
Nuestro deber –el deber de sus discípulos– es, entre otras cosas, que nadie pase el borrador por la pizarra.
Nos queda su obra, pero esto hoy no es consuelo, cuando lo único que
nos queda –y sentimos– es su ausencia. Hoy preferiría escribir sobre
otras tantas cosas que nos unieron, sobre las botellas que no querían
abrirse, el sofá azul, algún corrido mexicano o la Pastora Marcela. Hoy
me gustaría hablar de estas cosas y esperar a mañana para reivindicar su
obra, para custodiar su legado crítico, teórico y literario. Me
gustaría detenerme un momento a mirar fotografías. Pero es urgente que
nosotros, sus discípulos, emprendamos desde hoy mismo la tarea de
mantener viva esa luz que relampagueaba y que nos dice que otro mundo –y
otra literatura—es posible. Teniendo en cuenta lo fuerte que soplan los
vientos huracanados de la desmemoria, es mejor no dejar para mañana lo
que se puede olvidar hoy.
Sabemos que no existe el cielo, pero sí la memoria. Y allí vivirás
siempre entre nosotros. Un fuerte abrazo, Julio, amigo, maestro; ya te
echamos de menos.
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