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viernes, 22 de septiembre de 2017

Homenaje a Julio Rodríguez Puértolas

Cuando se publicó Historia social de la literatura española (en castellano), un manual desmitificador de la Historia de España y su literatura, un periódico independiente y de la mañana –hoy: el periódico global– calificó a sus autores de estalinistas e inquisidores, de ignorantes y marxistas vulgares. Estábamos en 1978, en plena transición, y remover el pasado no convenía demasiado: se estaba fijando un relato y todo acercamiento desde abajo a nuestra historia, toda tentativa de construir una historia social de lo que fuera, incluso de la literatura, molestaba. El relato oficial se estaba construyendo desde arriba y estaba protagonizado por los de arriba: grandes hombres que con grandes gestos nos trajeron la democracia y la posibilidad de vivir en libertad. Como si la democracia fuera una concesión y no una conquista. Cuando los de arriba escriben casi siempre borran de la historia a los de abajo. Pero hubo oposición a ese relato que se estaba construyendo, también en el ámbito cultural, también en el ámbito literario. Historia social de la literatura española es testimonio y parte implicada de la batalla cultural de aquella transición, y en sus páginas relampaguea la posibilidad –y la esperanza– de que otra historia pudo haber sido posible.

Julio Rodríguez Puértolas fue, junto con Carlos Blanco Aguinaga e Iris M. Zavala, uno de los autores de Historia social de la literatura española. Al concluir su tesis doctoral bajo la dirección de Dámaso Alonso, realizó un lectorado en Inglaterra y a continuación trabajó como profesor de literatura española en distintas universidades norteamericanas, llegando a ser el catedrático más joven de la Universidad de California en Los Ángeles. Tras varios años en Estados Unidos, decidió regresar a España porque, como él mismo afirmó en una entrevista, «pensaba que enseñar lo que más o menos sabía de literatura podía tener más sentido social y político en España que en América». Sin embargo, como también él mismo contó, el regreso no fue sencillo y tuvo que enfrentarse a «oposiciones siniestras, terribles, degradantes, injustas (…). Finalmente llegué a saber, porque de todo se entera uno, que mi caso había sido discutido en un tribunal y el principal argumento que tenían contra mí era éste: ‘Ni un rojo más en la Universidad española’. Y esto era ya en el año 78, en la democracia». Finalmente entró y con los años fue nombrado catedrático de Literatura española en la Universidad Autónoma de Madrid.

Marxista y seguidor de Américo Castro, Julio Rodríguez Puértolas propuso un acercamiento antiesencialista a la literatura e incorporó a los estudios hispánicos una perspectiva histórica y radical: «la literatura no es sino una rama de la historia», decía. Y empezó a releer los clásicos de la literatura española, desde El Cid hasta Fortunata y Jacinta, pasando por La Celestina o El Quijote, desde otro lugar, desde un lugar radicalmente histórico. Sus libros De la Edad Media a la Edad conflictiva o Literatura, historia, alienación son una muestra del enfoque de Julio Rodríguez Puértolas. En la «Nota previa» de la Historia social… reivindicaba el ejercicio de una crítica literaria realista, que consistía en «la comprensión de cada texto, en sí, en su relación con otros textos, y en la relación de todos ellos con las ideologías y las cambiantes estructuras sociales en que se originan. Sólo desde esta perspectiva dialéctica, contra todo positivismo y contra toda visión idealista de la Historia, ha de ser posible una verdadera historia de la literatura, una crítica literaria realista».

Pero no solo se enfrentó a la tradición y a la relectura de los clásicos; también desenmascaró a los intelectuales orgánicos del franquismo que, de pronto, de la noche a la mañana, se despertaron demócratas y nos hicieron creer que eran demócratas de toda la vida, y que si en España había democracia se lo debíamos a ellos, y solo a ellos. Historia de la literatura fascista española fue un ejercicio de transparencia que puso luz a tanta oscuridad convenientemente diseñada. Como dijo César de Vicente Hernando, autor del epílogo que cierra el libro, Historia de la literatura fascista constituye «uno de los mayores estudios sobre el fascismo en España y el más exhaustivo de los dedicados a historiar la literatura escrita al servicio del régimen político surgido de la sublevación militar contra la Segunda República española el 18 de julio de 1936». No es casualidad que Historia de la literatura fascista apareciera en la Guía Bibliográfica de 2003, el Índex de Libros Prohibidos del Opus Dei, con grado de peligrosidad número 5, lo que, según reza la leyenda que acompaña al documento, es un libro que «no se puede leer, salvo con un permiso especial de la delegación».

«¿Qué hacemos con todo esto?», se preguntaba Julio Rodríguez Puértolas en sus clases tras exponer una serie de elementos aparentemente contradictorios que aparecían en los textos literarios. Pues bien, ¿qué hacemos nosotros con todo esto, con todo su legado, con todo el magisterio que nos ha dado, ahora que Julio Rodríguez Puértolas acaba de fallecer? Retumban en nuestras cabezas esos versos que escribió. Porque Julio Rodríguez Puértolas también era poeta:

Es la hora, termina la clase.
En la pizarra quedan nombres que tuvieron sentido,
palabras ya sin objeto:
Neruda, dialéctica, amor.

Nuestro deber –el deber de sus discípulos– es, entre otras cosas, que nadie pase el borrador por la pizarra.

Nos queda su obra, pero esto hoy no es consuelo, cuando lo único que nos queda –y sentimos– es su ausencia. Hoy preferiría escribir sobre otras tantas cosas que nos unieron, sobre las botellas que no querían abrirse, el sofá azul, algún corrido mexicano o la Pastora Marcela. Hoy me gustaría hablar de estas cosas y esperar a mañana para reivindicar su obra, para custodiar su legado crítico, teórico y literario. Me gustaría detenerme un momento a mirar fotografías. Pero es urgente que nosotros, sus discípulos, emprendamos desde hoy mismo la tarea de mantener viva esa luz que relampagueaba y que nos dice que otro mundo –y otra literatura—es posible. Teniendo en cuenta lo fuerte que soplan los vientos huracanados de la desmemoria, es mejor no dejar para mañana lo que se puede olvidar hoy.

Sabemos que no existe el cielo, pero sí la memoria. Y allí vivirás siempre entre nosotros. Un fuerte abrazo, Julio, amigo, maestro; ya te echamos de menos.

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