Desde el 15 de octubre hasta el 15 de noviembre, la madrileña sala Utopic_US (Calle Duque de Rivas, 5) acoge la exposición La valla, 100 artistas en la Frontera Sur, comisariada por la actriz Amparo Climent, donde se exponen más de 40 dibujos realizados por emigrantes subsaharianos que se han tenido que enfrentar a las concertinas de la frontera de Melilla. Realizados desde el monte Gurugú, sus dibujos expresan sus sueños, sus miedos, sus vivencias.
Además de los dibujos de los protagonistas de esta historia, La valla se completa con dibujos y textos de artistas, escritores, ensayistas, etc., que han querido contribuir con sus obras e ideas en la causa de solidaridad que se persigue con esta exposición.
Mi contribución ha sido este breve texto:
"Decía Hannah Arendt que durante el nazismo la respetable
sociedad alemana en su conjunto había sufrido un colapso moral. Si bien es
verdad que no todos los alemanes colaboraron estrechamente con el régimen nazi,
no es menos cierto que en su indiferencia y su pasividad ante el horror, ante
lo abominable de los campos de concentración y la represión sistemática, en su
silencio impasible, la respetable sociedad alemana se hizo cómplice de la
barbarie. La cooperación pasiva permitió que el terror campara a sus anchas.
¿Acaso
no estamos sufriendo un colapso moral cuando contemplamos lo que ocurre en esos
lugares que llamamos fronteras?, ¿no estamos colaborando con el horror?, ¿no
somos cómplices de quien dispara?, ¿no estamos dando nuestro consentimiento a
que se violen los Derechos Humanos con nuestro silencio? Vemos imágenes a
diario, en prensa y televisión, y apenas nos conmovemos. Cuando el horror se
banaliza, se desdibujan los límites que separan el bien y el mal. Se difuminan
las fronteras en los conceptos morales mientras se fortalecen las otras
fronteras, las que separan a los seres humanos de uno y otro lado. Los vemos trepar,
sangrar, morir, pero no nos reconocemos en ellos: todavía los vemos demasiado
lejos como para ponernos en su piel (una piel que parece que no es como la
nuestra). Son otros, no son nosotros, y callamos. Y el silencio nos
hace cómplices. Nosotros no apretamos el gatillo, pero nuestra pasividad hace
legítimo el disparo.
No
permanezcamos en silencio –ellos son también nosotros– y salgamos de ese
colapso moral que denigra nuestra existencia como seres humanos".
David Becerra Mayor
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