¿Recuerdan cuando, una vez
reconocida la magnitud de la crisis financiera global, en septiembre de
2008, Nicolas Sarkozy pronunció un discurso en el que señalaba la
necesidad de refundar el capitalismo y de construir un capitalismo sobre
bases éticas, con rostro humano? Sí, seguro que lo recuerdan. Cómo
olvidarlo…
Las palabras del otrora
presidente francés no tenían más objetivo que salvar el capitalismo,
tratando de hacernos creer en la existencia de un capitalismo bueno.
Había que hacerle un lavado de cara al capitalismo, apartando a los
corruptos y especuladores, para comprobar que el capitalista seguía
siendo el mejor de los sistemas posibles. Cuando se hizo evidente la
crisis y el capitalismo mostró su más despiadado rostro, su verdadero
rostro, Sarkozy debió sentir la misma perplejidad que sintió Marty
McFly, el protagonista de Regreso al futuro, cuando, tras hacer unos viajes en el tiempo a bordo de un DeLorean, regresa a su presente y descubre que nada es como era. El capitalismo pop
de la primera entrega de la trilogía, retratado con colores vivos,
música bailable, refrescantes bebidas gaseosas e incluso la posibilidad
de la rebeldía, había de pronto desaparecido. La ficticia ciudad
californiana de Hill Valley era ahora un foco de delincuencia,
violencia, corrupción y oscuridad. No quedaba nada de la luz y de la
libertad que McFly recordaba. Incluso su casa está habitada por negros,
por supuesto armados. El malvado Biff se había apoderado de la ciudad
tras enriquecerse con las apuestas, después de recibir de quien decía
ser su “yo” del futuro un almanaque en el que figuraban todos los
resultados deportivos desde 1950 hasta el año 2000. Por culpa de Biff,
Hill Valley se había convertido en un casino. La paz social de la aconflictiva
Hill Valley de la primera parte, representación simbólica del
capitalismo bueno, fue corrompida al subir al poder el déspota Biff. Su
ascensión representa la posibilidad de la existencia de un capitalismo
malo, si dejamos su gestión en manos de especuladores y corruptos; su
caída final, el happy end
fílmico, nos recuerda que es posible un capitalismo bueno, con rostro
humano: basta con apartar del poder a personajes como Biff. En
definitiva, lo mismo que dijo Sarkozy en septiembre de 2008.
La explicación de la crisis y la
reivindicación de un capitalismo bueno no es nada original; en realidad,
no es más que una especie de reformulación o reescritura de las
comedias neo-organicistas de Lope de Vega. Todas siguen un idéntico
esquema, muy similar al trazado por Sarkozy y Marty McFly. Tomemos como
ejemplo Fuenteovejuna, posiblemente su obra más leída y conocida. La trama transcurre en
un pueblo cordobés llamado Fuenteovejuna, en la época de los Reyes
Católicos, donde los lugareños sufren la tiranía del recién llegado
Comendador, Fernán Gómez. Su abuso de poder, su carácter dominante, la
mala gestión económica que hace del lugar, que deja el pueblo en escasez
de alimentos, así como su costumbre de violar a las mujeres que
voluntariamente no ceden a sus encantos, provoca que el pueblo se
levante contra la autoridad y termine asesinándolo. Su muerte supone el
triunfo de la justicia popular. La llegada, al final de la obra, de los
Reyes Católicos sirve para reafirmar el restablecimiento del orden en
Fuenteovejuna.
Pero en ningún momento se cuestiona en Fuenteovejuna el sistema establecido. No cometamos el error de deshistorizar la literatura y creer que en Fuenteovejuna están las bases de la revolución popular, como a veces se ha leído esta obra. Al contrario, Fuenteovejuna es
una obra en extremo conservadora. Esta obra de Lope de Vega solamente
reconoce que el sistema disfunciona en algunos aspectos pero ni mucho
menos se cuestiona en ella el sistema en su totalidad. Únicamente señala
que hay que extirpar el cuerpo corrupto de la sociedad, aquello que
provoca que la sociedad sea imperfecta y tenga sus fallas, pero asimismo
se reconoce –en la misma estructura de la obra– que una vez apartados
los elementos corruptos que degradan la sociedad, será posible que todo
vuelva a la normalidad y todo marche según su correcto funcionamiento.
En Fuenteovejuna el
sistema no falla, lo que falla son individuos concretos que hay que
apartar –el sistema funciona bien precisamente porque es capaz de
apartarlos a tiempo, sugiere la obra–, porque como todo lo que tiene que
ver con lo humano en desemejanza con lo divino, puede corromperse hasta
pudrirse (es lo que separa al hombre de Dios, al cuerpo del alma, según
la ideología organicista feudalizante que reproduce el texto). En
definitiva, lo mismo que dijo Sarkozy en septiembre de 2008.
Pero no existe un capitalismo
bueno. El capitalismo, por su propia esencia, o mejor sería decir por su
propio funcionamiento objetivo, es en sí mismo corrupto. Cuando empezó
la crisis parecía que Marx resucitaba, que el marxismo iba a volver a
ser el instrumento más apropiado para explicar el capitalismo y sus
crisis sistémicas, copando portadas, encabezando El manifiesto comunista las
listas de libros más vendidos. Pero pronto nos olvidamos de nuevo de
Marx y nos entretuvimos buscando a Biff y al Comendador. Desde Bárcenas
hasta las tarjetas negras de Blesa y compañía, pasando por los ERE y el
caso Pujol. Pero no se trata –sólo– de apartar a los corruptos para que
el capitalismo nos muestre su mejor rostro y de este modo se pueda
asentar sobre bases éticas. No se trata de eso precisamente porque la
corrupción es parte consustancial del capitalismo. Forma parte de su
estructura misma. A veces nos sacude la nostalgia y nos gusta pensar en
que hubo un día en que todo marchaba un poco mejor, que sonaba música
bailable, que bebíamos refrescantes bebidas gaseosas e incluso la
rebeldía estaba permitida; pero no nos equivoquemos, en esos días en
tecnicolor, que parecen contrastar con estos tiempos sombríos, el
capitalismo no era más bueno que éste de ahora. Es el mismo.
No nos conformemos con apartar a
especuladores, a corruptos, a Biff, al Comendador, a Bárcenas. Decía
Brecht que de nada vale denunciar el fascismo si no se denuncia el
capitalismo que lo origina. Con la corrupción, sucede algo parecido. No
se trata, pues, de terminar únicamente con la corrupción sino con el
capitalismo que la genera. De lo contrario, acaso no estaremos sino
regresando al pasado, no construyendo futuro.
Zygmunt Bauman dice en su libro reciente que la palabra misma que usamos, o sea, "una crisis económica" esconde la realidad de lo que está ocurriendo. Esa "crisis" es, en realidad, un estado permanente de nuestro mundo. Al plantearnos la idea de una crisis como un estado excepcional, estamos negando el hecho de que dicha excepción se ha convertido en una regla. De aquí no hay salida, señala Bauman. Lo que nos parecía normal crea todas las condiciones necesarias para el surgimiento de esta clase de crisis.
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