Entrevista a David Becerra Mayor sobre "La guerra civil como moda literaria" (II)
“La memoria, en un sentido políticamente fuerte, tiene que ser un instrumento de oposición al presente”
Doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid, documentado editor de La mina de López Salinas y La consagración de la primavera de Carpentier, responsable de la sección de Estética y Literatura de la FIM, colaborador de La Marea, Mundo Obrero, El telégrafo y El Confidencial, autor de numerosos estudios y artículos de crítica literaria, autor del ensayo La novela de la no-ideología, David Becerra Mayor ha publicado recientemente en la editorial Clave Intelectual La guerra civil como moda literaria. En su última obra de centra nuestra conversación
***
Continuamos
si te parece. Creo que habéis presentado el libro en Madrid. No
estuviste mal acompañado -Julio Rodríguez Puértolas, Ángel Basanta,
Noelia Adánez y Lourdes Lucía. ¿Qué tal fue?
Fue muy bien,
gracias. La verdad es que sí, estuve y me sentí muy bien acompañado.
Todo un privilegio poder conversar con Julio, Ángel, Noelia y Lourdes
sobre el libro. Y también con el público que acudió al acto. Nos
recibieron muy bien.
La presentación fue el 3 de marzo, 39
años después de los asesinatos de Vitoria. ¿Casualidad o fecha buscada?
¿Una forma de enlazar pasado y presente?
Fue casualidad. Fue
la fecha que nos propuso la librería, La Central de Callao, y nosotros
la aceptamos. Otro episodio histórico, otro más, sobre el que valdría la
pena detenerse seriamente...
De acuerdo, tienes mucha
razón. Una novela que estoy leyendo toma lo que pasó como eje central y
enlaza con nuestro presente. Estábamos en el capítulo II del libro: “La
vuelta al pasado: un fenómeno posmoderno”. Cuando hablas de
posmodernismo, ¿a qué te refieres? ¿Qué es el posmodernismo para ti? Tú
mismo citas a Harvey cuando afirma que nadie se pone de acuerdo con la
definición de este término.
Es la primera advertencia que
se hace en el libro. Hablar de posmodernidad es, desde el comienzo
mismo, complicado. A pesar de ser un concepto que se difundió
rápidamente, y que incluso ha pasado a formar parte de la lengua
cotidiana, no está muy claro de qué hablamos cuando hablamos de
posmodernidad. Por eso, antes de asumir el riesgo de hablar de
posmodernidad, tuve la precaución de fijar el sentido que se le iba a
dar a lo largo de las páginas del libro al término «posmodernidad». Y,
en el ensayo, partimos de la definición que le dio Fredric Jameson, esto
es, como la lógica cultural del capitalismo avanzado.
¿Y qué lógica cultural singular es esa? ¿Capitalismo avanzado? ¿Por qué avanzado?
Jameson se enfrenta a las teorías que sobre la posmodernidad circulaban
a principios de los ochenta, que reducían el concepto a una modalidad
estética, afirmando que la posmodernidad no era sino la cara más
estrambótica de la modernidad. Jameson acierta en señalar que la
posmodernidad no supone un cambio estético sin más, sino que es un
cambio radical en la forma de concebir el mundo y de concebirnos en el
mundo; una concepción que deriva directamente de la nueva fase en la que
ha entrado el capitalismo. Ernest Mandel denominó esta nueva etapa
capitalista como capitalismo tardío; y en Jameson lo encontramos
referido como capitalismo avanzado. ¿Por qué avanzado?, me preguntas.
Por la traducción. En realidad, Jameson hablaba–y así aparecía en su
conferencia- de «late capitalism», que se ha traducido como «capitalismo
avanzado», pero se podría haber traducido –quizá más exitosamente- como
«capitalismo tardío», que es como en inglés se tradujo el ensayo de
Mandel: Late capitalism (en castellano: Capitalismo tardío).
Sea como fuere, y más allá del «traduttore, traditore», y yendo a la
singularidad sobre la que preguntabas, el capitalismo –digámoslo así-
avanzado se caracteriza por el hecho de que, a medida que va eliminando
sus antinomias, se va totalizando, se va convirtiendo en sistema-mundo; a
medida que esto ocurre, digo, se va constituyendo asimismo la idea de
que se trata del mejor de los mundos posibles, de que no hay una
alternativa mejor. El capitalismo se vuelve más hegemónico que nunca. El
capitalismo alcanza el conjunto del planeta, llega donde nunca antes
había llegado, y como dice Jameson –como así se lo atribuye Anderson- se
satura cada poro del mundo por el suero del capital.
Pero,
¿no hay aquí una cierta contradicción? ¡Pues vaya saturación es esa!
Bolivia, Ecuador, el zapatismo que sigue tan vivo como hace 20 años,
Venezuela plantando cara, victoria popular en Grecia,… ¿No hay
resistencias insumisas e invisibles que diría Luis Martín Cabrera?
Claro, las cosas están cambiando. Piensa que cuando se formula la
teoría de la posmodernidad, la URSS está en vías de descomposición. Y,
una vez caído el muro en 1989 y en 1991 cae la URSS definitivamente, el
capitalismo ya se ha extendido a lo largo y ancho del planeta. Y satura
todos sus poros. Ahora bien, que se hayan aniquilado las viejas
antinomias, que se hayan deshecho de sus antiguos enemigos, no significa
que no vayan a salir de nuevos. En 1989, cuando el neoliberalismo está
descorchando botellas celebrando y proclamando el «Fin de la Historia»,
en Caracas la Historia seguía su curso; en Venezuela se estaba plantando
la primera semilla de lo que después fue el proceso revolucionario
bolivariano y el socialismo del siglo XXI. El neoliberalismo es
hegemónico, sí, pero eso no significa que su política de ajustes y su
condena a la pobreza y la exclusión social a buena parte de la población
mundial no vaya a tener consecuencias políticas, respuestas articuladas
en torno a la transformación y la emancipación social. Claro que hay
resistencias insumisas e invisibles –por seguir con la terminología de
Luis Martín Cabrera-, y en algún momento esas luchas tendrán que tensar y
hacer estallar las contradicciones del capitalismo.
Hablas
también de las tesis de Fukuyama sobre el fin de la Historia. Pero,
¿alguien se cree a estas alturas de la historia reciente que lo único
que nos queda, que lo único a lo que podemos aspirar es al capitalismo
liberal?
Parece mentira, pero sí, nuestros novelistas se
lo creen. Y acaso también el grueso de la sociedad que todavía se
resiste al cambio, que tiene miedo al cambio. Lo que el thatcherismo
denominó TINA ( There is no alternative) es lo que cohesiona la
sociedad; el pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que
no hay una alternativa mejor porque, dentro de lo que cabe, no estamos
tan mal. La resignación. Nos han convertido en ciudadanos resignados,
sin esperanza, sin horizonte, apáticos en lo político. Este discurso
inmovilizador está muy presente en estas novelas, que no se plantean ni
una sola crítica –creo que ya hablamos de ello en nuestra conversación
anterior- al presente que habitan, un presente apacible, «aburrido y
democrático». Pero, quién sabe, quizá estamos ya cambiando y poco a poco
vamos a dejar de asumir que no hay alternativa. Quizá la literatura
también lo asuma y narrativice nuestro presente y nuestro pasado de otra
manera.
Pero no generalizas en exceso... Nuestros
novelistas, dices, se lo creen. Alberto Méndez, por ejemplo, te lo puedo
asegurar, no se lo creía en absoluto.
Hay excepciones,
claro. No muchas, pero las hay, y la de Alberto Méndez que mencionas es
una de ellas. Pero te garantizo que en el libro no generalizo en
absoluto, no establezco teorías generales; todas las conclusiones a las
que se llegan están respaldadas en un análisis muy apegado al texto.
Como te comenté en la entrevista anterior, hay mucho de comentario de
texto en este libro.
Pero eso está muy bien. Citando a Navajas, comentas que con Tiempo de silencio de Martín Santos se inicia el arranque de la estética posmoderna española. ¿Y eso es bueno o es malo? En El cura y los mandarines, como sabes, Gregorio Morán habla maravillas de la novela.
Creo que Navajas se equivoca cuando señala que con Tiempo de silencio se inicia la posmodernidad. Navajas, en mi opinión, aplica ex ante
el concepto posmodernidad. Y lo argumento de la siguiente manera: si la
posmodernidad es la lógica cultural del capitalismo avanzado, ¿cómo va a
ser posmoderna una novela producida en un capitalismo periférico,
subdesarrollado, como era el español de la década de los sesenta? Creo
que no se utiliza correctamente, cuando se define Tiempo de silencio como novela posmoderna, el término «posmodernidad». Luego, te diré que coincido con Gregorio Morán en que Tiempo de silencio es
una excelente novela, aunque lamentablemente la crítica literaria hace
un uso interesado de ella: se valoran sus recursos estéticos, su
experimentación, su inteligencia, las reflexiones profundas de sus
personajes, etc., solamente pare negar el valor –y expulsar del canon
literario- a los novelistas que la precedieron, esto es, los novelistas
sociales, los que escribían realismo social o socialista, como Armando
López Salinas, López, Jesús López Pacheco, Antonio Ferres, etc. Y eso
también hay que decirlo.
¿Y por qué crees
que no se dice? ¿Por desconocimiento, por sectarismo, porque piensan que
el realismo social está pasado moda, porque son novelas demasiado
políticas, escritas además por novelistas socialistas o comunistas,...?
Porque molesta, porque el realismo social(ista) ensucia el relato de la
Transición. El mito o relato de la Transición cuenta que la democracia
en España se la debemos a grandes hombres que, con grandes gestos, de un
día para otro decidieron sacar a este país de la dictadura y traerle,
como un regalo, la democracia. Nos cuentan que le debemos al rey y a
Suárez la democracia, que fue un mérito exclusivamente suyo. Los
novelistas socialistas, en cambio, nos recuerdan quienes son los que
lucharon, nos recuerdan que para que este país pueda vivir en democracia
tuvieron que acumularse luchas y muertos, que la democracia no es una
concesión de los poderosos, sino el resultado de muchos años de luchas.
La democracia germina en esas luchas, en esas luchas que tienen lugar,
por ejemplo, en los años cincuenta y sesenta que el realismo social o
socialista retrata.
Tomando pie también en él, en Navajas,
hablas de los narradores neomodernos. Elogias su línea de demarcación
con los narradores de la fase anterior. ¿Cuál sería el aire de familia
de los primeros?
He de decirte que no comparto esta
clasificación que hace Navajas entre posmodernos y neomodernos. Entre
los primeros cita a autores como Luis Martín-Santos o Juan Goytisolo,
mientras que en el segundo bloque introduce a los autores que yo analizo
en el ensayo. Creo que está bien diferenciar entre Martín-Santos y
Muñoz Molina, evidentemente hay una diferencia sustancial; lo que no
comparto son las etiquetas que Navajas propone. Creo que lo sencillo es
llamar a las cosas con su nombre y no poner en circulación más
terminología que nada aporta, como puede ser la de neomoderno. Luis
Martín-Santos no es un posmoderno porque no existía la posmodernidad.
En todo caso, tú sitúas en 1989 la marca del inicio de la posmodernidad. ¿Por la caída del muro de Berlín? ¿Por qué entonces?
Por lo que te refería anteriormente: sólo podemos hablar, en sentido
estricto, de la posmodernidad cuando el capitalismo ofrece su rostro más
totalizador. Y eso sólo puede ocurrir cuando se deshace de sus
contrarios. La caída del muro de Berlín es el primer síntoma que anuncia
que el capitalismo se está totalizando.
Haces referencia a Mijail Bajtin. ¿Qué opinión te merece su obra?
Es un teórico de la literatura fundamental para entender en qué
condiciones históricas «nace» la novela; o mejor dicho, se produce la
novela; cómo se define históricamente la novela, por qué surge de pronto
ese género nuevo que no se corresponde con los géneros clásicos –épica,
lírica y dramático–, con el surgimiento de qué clase social se acompaña
su aparición. Pero también en fundamental para estudiar Dostoievski o
Rabelais. Sin duda, un autor de cabecera.
Pero no muy conocido en España incluso en estos momentos...
Puede que tengas razón, aunque yo no he tenido esa percepción. De
Bajtin se habla mucho en mi Facultad (Filosofía y Letras de la UAM), es
una referencia constante en las clases. Iris M. Zavala, una de las
autoras de Historia social de la literatura española, coordinada
por Julio Rodríguez Puértolas y también firmada por Carlos Blanco
Aguinaga, ha trabajado mucho sobre Bajtin en las dos últimas décadas y
ha realizado una labor encomiable para su relectura y recuperación. Pero
es muy posible que mi percepción sea errónea y, en verdad, no sea muy
conocido en España en estos momentos.
Refiriéndote a una nota de Grandes sobre su Inés y la alegría, comentas
que ha interiorizado y asumido el carácter aconflictivo de nuestro
presente. Pero eso parece raro o imposible. Grandes no cesa de
intervenir en nuestros conflictos. Escribe sobre ellos, da su opinión,
se ha comprometido políticamente con fuerzas que no aspiran simplemente a
continuar el sistema, etc.
A veces la vida y la
literatura recorren caminos divergentes. Aunque lo peor que se le puede
decir a un escritor es que su «voz» en realidad no es «su voz», sino que
a través de ella habla la ideología que le imposta «su voz», lo cierto
es que a veces –y esto ya lo teorizaron Macherey y Balibar- el proyecto literario de un autor dista mucho de parecerse a su resultado ideológico. Precisamente, porque no es el autor quien habla, sino su inconsciente ideológico,
que diría Juan Carlos Rodríguez. También decían Balibar y Macherey que
un autor no inventa ideologías, sino que se las encuentra, y que su
texto funciona como un operador privilegiado de la reproducción y la
legitimación ideológica. El autor no lo explica todo, es sólo una
mediación más en el proceso de producción literaria. Por eso, un autor o
una autora, como puede ser Almudena Grandes, puede reconocer los
conflictos y tener un actitud crítica ante ellos –en sus intervenciones
en la radio, en sus columnas en prensa- pero, cuando esto se transforma
en literatura, puede ocurrir que el propio texto termine desbordando al
autor y lo que era el proyecto inicial tenga un resultado ideológico muy
distinto. En el caso de Inés y la alegría, su proyecto es
encomiable, muy loable, pues persigue el objetivo de contarnos una
historia que no sabemos, que ha estado sumida en el silencio, la llamada
«Operación Reconquista», la frustrada invasión de Arán por parte del
ejército de la UNE (Unión Nacional Española) que tuvo lugar en octubre
de 1944. Pero, ¿cuál es su resultado? El texto reproduce, como has
comentado en la pregunta, la idea de que nuestro presente es
aconflictivo. ¿Por qué? Porque nos dice que se «permite el lujo» de
contarnos esa historia del pasado porque vivimos en un presente
«aburrido y democrático». ¿De verdad vivimos un presente aburrido y
democrático? ¿Acudir al pasado es un lujo? De esta afirmación se extraen
dos conclusiones que son cruciales, porque definen su novela: que se
acude al pasado no por la urgencia y la necesidad de rescatar una
historia del pasado (que era su proyecto), sino como un lujo, como algo
accesorio y secundario; y segundo, que la vuelta al pasado no persigue
cuestionar nuestro presente, porque este no necesita ser cambiado, ya
que estamos tan bien en él, en esta aburrida y democrática España, que
no es necesario luchar para su transformación. Si la memoria no sirve
para cambiar el presente, ¿para qué recordamos? Esa pregunta habría que
hacérsela a Inés y la alegría, y a muchas otras novelas que sobre la Guerra Civil se escriben en la actualidad.
Pero, si me permites insistir... En defensa de la obra literaria de
Grandes se podría decir que eso que citas es un mero apunte, que es un
paso poco meditado, un descuido, que de acuerdo, que cometió un error
ahí, pero que su novela está lejos de ser coherente con eso mismo que
ella enunció...
Puede que sea un descuido, pero acaso en
los descuidos –en aquellos planteamientos que carecen de reflexión- es
donde más transparente se muestra el inconsciente ideológico. Pero,
insisto, en cualquier caso no me interesa tanto Almudena Grandes como la
voz que habla a través de Almudena Grandes. La voz de su inconsciente
ideológico que habla a través de su literatura. Eso es lo que a mí me
interesa estudiar.
Sin embargo, permíteme, Salvador, que
discrepe con esto último que señalas, que ese descuido no es coherente
con lo que narra la propia novela. En mi opinión –en realidad, no es
opinión, sino resultado de un análisis-, Inés y la alegría, con
su final feliz, nos está hablando precisamente que vivimos en una España
democrática y aburrida. La fotografía final de los personajes en la
puerta de un cine, que regresan, ya en democracia, del exilio y se
encuentran un Madrid moderno y muy iluminado, ciertamente está
reforzando esa idea. Porque el final feliz es también una construcción
ideológica.
Sin duda, sin duda, y gracias por el comentario crítico. En
un número importante de las novelas que integran “nuestro corpus”,
afirmas, pasado y presente conviven por medio del recurso literario de
la analepsis narrativa. El mecanismo, afirmas, deja al descubierto la
ideología y la complicidad con la que nos relacionamos con nuestro
pasado. ¿Y eso cómo funciona? ¿No es un recurso admisible en ningún
caso?
El recurso, por sí mismo, no es perverso. Creo que podría usarse la analepsis narrativa
perfectamente sin establecer una relación de complicidad con el pasado.
Pero estas novelas siempre –o casi siempre: matizo, que si no me dices
que generalizo- se sirven de este recurso para desactivar el presente y
el pasado. Se sale del presente para conocer el pasado, pero ese
conocimiento del pasado nunca sirve para llenar de sentido el presente,
para transformar el presente. El viaje al pasado es estéril. No
visibiliza la relación que hay entre el pasado vencedor y el presente
que es heredero de ese pasado. No se visibiliza la continuidad entre
pasado y presente; si no se establece esa continuidad, es muy difícil
tratar de establecer una ruptura, de romper esa relación de continuidad,
si las novelas nos muestran que pasado y presente no tienen nada que
ver, que son dos mundos distintos, discontinuos y desconectados.
La
aproximación novelística al pasado debe servir para que ese pasado deje
de intervenir en el presente. ¿Esa sería la característica común de la
“ideología” que subyace a las novelas analizadas? ¿Ese es uno de los
puntos fuertes de tu crítica?
Sí, esa es la función
ideológica que cumplen estas novelas. Nos hacen creen, como estaba
diciendo, que ese pasado no forma parte de nuestro presente. La memoria,
en un sentido políticamente fuerte, tiene que ser un instrumento de
oposición al presente; si se borra la línea continua que pone en
relación el pasado vencedor y su presente heredero, difícilmente habrá
ruptura. No podemos romper algo que no vemos. Y la función de la
literatura debería ser visiblizar esa línea, no borrarla, mostrar la
continuidad, descubrir que los que ayer vencieron siguen venciendo hoy,
porque siguen ocupando una posición de clase dominante.
Sorprendentemente citas a Lukács, al olvidado Lukács. ¿Tienes interés en su obra estética?
Sí, pero no lo digamos muy alto, que nos van a tachar de «marxistas
vulgares». Creo que, como todo, hay que saber leerlo en su contexto
histórico. Para el estudio del realismo, Lukács es un autor que puede
resultar muy útil, aportó muchas cosas; aunque quizá no tanto para el
estudio de las llamadas vanguardias históricas. Es un buen instrumento
teórico que hay que saber utilizar, sin prejuicios; si nos acercamos
seriamente a su obra, descubriremos que en absoluto se corresponde con
la caricatura que sobre él se ha realizado.
Lo de marxistas vulgares, depende de quien lo diga, puede ser incluso un elogio. ¿No te parece?
Sí, hay insultos que pueden ser elogios, ciertamente. Antes hablaba de la Historia social de la literatura española de Julio Rodríguez Puértolas, Carlos Blanco Aguinaga e Iris M. Zavala. Cuando se publicó, El País la
reseñó en dos artículos y la calificó de «inquisidora» y «estalinista».
Un artículo lo firmaba Rafael Conte y el otro Federico Jiménez
Losantos, ni más ni menos. Supongo que una calificación de este tipo,
que provenía de donde provenía, debió suponer todo un honor para los
autores.
Me da que sí. Te cito: “El capitalismo avanzado,
después del café descafeinado, la cerveza sin alcohol y el helado sin
grasa, que diría Zizek, nos presenta la novela histórica sin Historia”.
¿Te interesa la obra de Zizek? ¿No es él a veces, no digo siempre, un
intelectual muy posmoderno, muy asumible por el sistema a pesar de su
(aparente) radical heterodoxia?
Y ahora acaba de sacar un
libro de chistes... Sí, y ya que hablábamos de caricaturas, con Zizek da
la sensación de que antes de que alguien diseñe su caricatura, él mismo
se ha encargado de hacerlo. Sin embargo, creo que, a pesar de sus
contradicciones, es un autor que pone sobre la mesa reflexiones muy
pertinentes sobre la posmodernidad, situándose incluso el mismo dentro
-¿acaso alguien puede escapar de ella?- de la posmodernidad. Para
entender a Z izek, a ese intelectual posmoderno de pose radical, resulta muy interesante leer el ensayo que le dedicó Antonio J. Antón, Zizek. Una introducción
, un libro escrito desde la admiración al autor retratado, pero también
desde el rigor. A través de ese libro, he extraído una visión de que
Zizek, a pesar de todo, sí es un autor radical.
Pasamos
a la segunda parte del libro si te parece. Antes de ello... En el
mientras tanto electrónico de mes de marzo Juan-Ramón Capella habla
maravillas de una novela sobre la guerra civil publicada en 1987 y poco
conocida: Días de llamas, de Juan Iturralde, un pseudónimo de José María Pérez Prat fallecido en 1999. ¿La has leído? ¿Qué opinas de ella? Creo que Martín Gaite escribió el prólogo.
No entró en el corpus
por cuestiones cronológicas. Aunque sí he tenido ocasión de leerla;
creo que me referí a ella en nuestra anterior conversación.
Gracias, tienes razón, qué memoria la mía.
Por supuesto, Días de llamas es
una obra muy distinta a estas otras que constituyen la moda literaria
sobre la Guerra Civil. En ella la Guerra Civil es algo más que un telón
de fondo. Además, seguramente como consecuencia de este fenómeno
literario, en el año 2000 se reeditó en Debate, después de estar trece
años sin editarse. A veces, las modas literarias, también traen buenas
noticias. La reedición de Días de llamas es una prueba de ello.
Algo más que quieres añadir...
No, por el momento. Simplemente agradecerte tus preguntas y confesarte
que disfruto mucho respondiéndolas. Tal vez no haya mejor cosa en el
mundo, en este mundo que tanto nos aísla a los unos de los otros, que
tener buenos interlocutores. Así que mi más sincero agradecimiento.
¡Qué
generoso eres conmigo! El honor es mío y el que tomo notas soy yo. Sin
atisbo para ninguna duda que diría mi maestro Sacristán.
Salvador López Arnal. Publicado en Rebelión (9 de marzo de 2015). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196253
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