Entrevista a David Becerra Mayor sobre "La guerra civil como moda literaria" (I)
“Son novelas donde la memoria no funciona como un instrumento de oposición al presente, sino de asimilación”
Doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid, documentado editor de La mina de López Salinas y La consagración de la primavera de Carpentier, responsable de la sección de Estética y Literatura de la FIM, colaborador de La Marea, Mundo Obrero, El telégrafo y El Confidencial, autor de numerosos estudios y artículos de crítica literaria, autor del ensayo La novela de la no-ideología, David Becerra Mayor ha publicado recientemente en la editorial Clave Intelectual La guerra civil como moda literaria. En su última obra de centra nuestra conversación
***
-Felicidades por tu nuevo libro. Permíteme unas aclaraciones previas
antes de entrar propiamente en materia. ¿Qué es una moda literaria?
-Podemos medir –y definir, que es de lo me preguntas– una moda
literaria desde un criterio objetivo pero también subjetivo.
Objetivamente, podemos hablar de «moda literaria» cuando llega al
mercado literario un tema que funciona bien en ventas, que tiene buena
acogida entre el público y la crítica, y, a raíz de su éxito, empiezan a
surgir epígonos. Y se comprueba que el número de epígonos, una vez
recogidos y cuantificados, no es nada desdeñable. Entendemos el epígono
no solamente como un libro que trata el mismo tema que aquellos otros
que inician el fenómeno, sino –y aquí está la clave, en mi opinión–
libros que lo tratan de la misma manera, con idénticas o parecidas
estratégicas literarias. En el caso de la Guerra Civil, se trata de
novelas que suelen partir de nuestro presente, siempre apacible y
tranquilo, están protagonizadas por un investigador o un nieto de un
combatiente de la guerra que de pronto y por casualidad descubre un
asunto turbio de su pasado familiar que le obliga a remontarse a la
Guerra Civil, y desde allí descubre su verdadera historia personal, etc.
Si existieran muchas novelas sobre un mismo tema pero donde no fuera
posible reconocer un punto en común en la forma de abordarlo en todas
ellas, difícilmente podríamos hablar de «moda literaria», ya que
difícilmente podríamos comprobar que estamos en efecto ante epígonos.
Hay que añadir también que, a su vez, las modas literarias vienen
acompañadas de reediciones de novelas clásicas –y no tan clásicas– que
tratan el mismo tema para satisfacer un mercado literario ávido de
novelas sobre el tema en cuestión. En nuestro caso, hemos podido
comprobar que, cuando se constituye esta moda literaria sobre la Guerra
Civil, empiezan a reeditarse textos que hacía tiempo que habían dejado
de editarse. En estos años se vuelve a editar a Max Aub, a Chaves
Nogales o a Juan Iturralde, entre otros, pero también se produce un revival fascista
que vuelve a poner de actualidad autores que provienen del bando de los
vencedores como Foxá o Sánchez Mazas, verdadero protagonista de Soldados de Salamina de Javier Cercas, dicho sea de paso.
Pero decía que también hay un criterio subjetivo para medir una moda
literaria. Y se reconoce en el hartazgo que llega a generar un tema,
cuando la moda empieza a agotarse. Es muy sintomático que algunos de los
autores que escriben novelas sobre la Guerra Civil y, en consecuencia,
han contribuido a la existencia de este fenómeno, han empezado a
afirmar, en entrevistas que concedieron cuando publicaron sus novelas
sobre la Guerra Civil, que en realidad las suyas no eran novelas sobre
la Guerra Civil sino sobre dilemas morales, porque estaban hartos de la
guerra, un tema agotador, en su opinión. Este intento de desvincularse
de «la novela sobre la Guerra Civil» constata dos cosas: que ha existido
una moda y que ha llegado, o está llegando, a su agotamiento.
-Me salgo un poco de tema. Hablabas de Max Aub. En El cura y los mandarines Gregorio Morán habla maravillas de su obra. ¿Esa es también tu opinión?
-Me interesa mucho Max Aub. Trabajé a fondo su obra hace unos años y
una de las conclusiones a las que pude llegar fue que no podemos
analizar la obra de Max Aub –en estricto la de ningún autor, pero en el
caso de Aub es evidente– como si fuera homogénea, porque poco tiene que
ver el Max Aub que vive y escribe bajo una guerra, que el que lo hace
durante los primeros años en el exilio, que además entiende como una
situación transitoria (no es casualidad que la revista que funda y
dirige en México se titule Sala de espera), que el Max Aub que
observa cómo España se incorpora al bloque capitalista, entrando a
formar parte de sus organismos internacionales, y desde entonces no
puede sino concebir que su exilio ya no es transitorio, sino que va de
durar mucho tiempo. La obra de Aub se va transformando a medida que va
cambiando su situación personal, que a su vez cambia a medida que se va
modificando la situación política española e internacional. Entre todos
esos Max Aub hay algunos que me interesan más y otros menos. Pero, a
grandes rasgos, coincido con Morán. Aub es un autor que conviene leerlo,
analizarlo, trabajarlo. Creo, además, que hay que destacar la labor de
recuperación de su obra que ha emprendido la fundación que lleva su
nombre; pero queda mucho por hacer, ya que hay mucha memoria literaria
pendiente todavía de rescatar.
-A la llamada guerra civil, ¿debemos seguir llamándola guerra civil?
-Convendría llamarla de otra manera, sin duda. Por dos razones: una
social y otra nacional. La primera, porque el adjetivo «civil» desplaza
otro concepto que seguramente es más apropiado para describir lo que
ocurrió en España entre 1936 y 1939, como es «guerra de clases». La
Guerra Civil –lo que denominamos «Guerra Civil»– no fue sino la
consecuencia de un golpe de Estado que dio el bloque histórico dominante
para poner fin a una «República democrática de trabajadores de toda
clase» (como se dice en la Constitución republicana), democráticamente
electa por el pueblo español. Por miedo a perder sus privilegios de
clase, se levanta en armas contra la República para recuperar una
posición social e ideológica dominante que empezaba a estar en
retroceso. La Guerra Civil y el franquismo fue su instrumento para
contener su pérdida de hegemonía.
El segundo motivo por el cual
no deberíamos seguir llamado «Guerra Civil» a la Guerra Civil es porque
en ella no sólo participan como fuerzas beligerantes ejércitos de un
mismo país con intereses contrapuestos. En la Guerra de España
participan, a pesar del Pacto de No Intervención, fuerzas extranjeras
desde el inicio mismo de la guerra. El nazi-fascismo europeo, Alemana e
Italia, no respetan el pacto firmado y entran en escena para dar apoyo
militar al bando franquista; después, como consecuencia, la URSS también
decide participar en defensa de la República, como respuesta a la
pasividad de las potencias democráticas burguesas que, a pesar de la
intervención de nazis y fascistas, decidieron mantenerse en un segundo
plano. En este sentido –y hay historiadores que así lo apuntan- la
Guerra Civil no sería tanto una guerra civil como una primera batalla de
la posterior Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el concepto «Guerra
Civil» está tan fijado que, aunque no describe con exactitud las
dimensiones de la guerra, seguramente resulta muy difícil poner en
circulación un concepto más adecuado para definir este momento
histórico.
-¿Y por qué la guerra civil, a la que no
deberíamos llamar “guerra civil”, se ha convertido en una moda
literaria? ¿Quién inauguró esa moda?
-¿Quién inauguró la
moda? No me atrevería a señalar a alguien en concreto, porque realmente
no lo hay: no creo en la idea de que hay un genio que inventa algo que
funciona y el resto lo imita. Creo que es más importante acudir al
contexto histórico y ver qué estaba pasando en España en esos años, que
favoreciera este fenómeno literario. Sin embargo, si tuviéramos que
buscar al «dogmatizador de una secta tan mala», como se dice en el
escrutinio del capítulo VI de El Quijote, creo que lo
encontraríamos entre los autores que publican entre 2001 y 2004. Entre
esos años se publican las novelas más celebradas –y también vendidas–
sobre la Guerra Civil: La voz dormida, Soldados de Salamina y Los girasoles ciegos.
El hecho de que esas tres novelas funcionen, y funcionen tan bien, hace
que los epígonos lleguen poco después (aunque el fenómeno venía
arrancando desde algunos años antes).
Pero, insisto, hay que
acudir al contexto y comprobar el modo en que intervienen varios
factores en la constitución del fenómeno. El primero ya lo hemos dicho:
la fórmula funciona comercialmente hablando y el modelo se imita. Pero
para que funcione tiene que existir un receptor que demande esos
productos. Y de ahí que la pregunta sea tan pertinente: ¿qué sucede en
España, después del cacareado estribillo de la Transición, con su pacto
de olvido y de silencio, para que de pronto empiecen a ocupar las
estanterías de las librerías novelas sobre la Guerra Civil? Que este
fenómeno exista –y funcione– significa que en la sociedad española
tienen que haber ocurrido cosas, que no es sólo por seguir una moda el
motivo por el cual los lectores empiezan a demandar novelas sobre la
Guerra Civil. Significa que lo que funcionó en la transición ya no
funciona en nuestros días. Una sociedad no puede vivir eternamente en la
amnesia, en el silencio, siempre mirando al futuro, hacia delante. Una
sociedad no puede vivir con el miedo de Lot, pensando que si mira hacia
atrás se convertirá en estatua de sal. La sociedad española ha empezado a
mirar al pasado porque quiere entender su Historia. Un síntoma del
cambio de mentalidad de la sociedad se localiza en la fundación, en el
año 2000, de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica
(ARMH), y en su labor realizada, y en su lucha. Que siete años más tarde
surja una Ley de la Memoria Histórica, aunque claramente insuficiente,
significa que la Historia vuelve a formar parte de la agenda política.
Y, en consecuencia, la sociedad empieza a demandar información sobre el
pasado, y acaso pretende encontrarla en las novelas.
-Te
preguntaré por alguna de las novelas que has citado más tarde. ¿Y es
malo que sea así, que haya irrumpido esa moda? Añado otra pregunta:
¿desde qué punto de vista, en qué coordenadas estético-políticas te
sitúas en tu análisis?
-No, por sí mismo no es malo. De
hecho, el fenómeno anuncia que la sociedad se ha interesado por su
pasado e, incluso, que la sociedad quiere comprometerse con su pasado.
El problema es que estas novelas no pueden satisfacer al lector que
quiera relacionarse activamente con su pasado, porque estas novelas no
resuelven nada. O mejor dicho: resuelven imaginaria o simbólicamente la
forma que tiene la sociedad de relacionarse con el pasado. Porque son
novelas donde la memoria no funciona como un instrumento de oposición al
presente, sino de asimilación. Con estas novelas no se trata de traer
al presente el pasado para que, una vez conocido el pasado, podamos
cuestionar el presente (que es heredero de ese pasado); con estas
novelas sólo se busca normalizar o asimilar que aquello ocurrió, pero
nunca cuestionar el modo en que nuestro presente está construido desde
las cenizas de aquella guerra.
En el libro utilizo dos
metáforas para explicar cómo se reconstruye el pasado en estas novelas:
una de Walter Benjamin y otra de Fredric Jameson. La primera tiene que
ver con el ángel de la Historia que protagoniza la tesis VI de las Tesis sobre la Historia de
Benjamin. Un ángel sobrevuela la Historia y la observa; cuando quiere
detenerse en las ruinas para observarlas de cerca, un viento huracanado
le impide detenerse y le empuja hacia delante. A nuestros novelistas les
sucede un poco lo mismo que le sucede al ángel.
-¿Qué les sucede?
-La clase dominante no quiere que su posición de clase se explique
desde los muertos que provocó su asalto al poder. Por eso es mejor no
detenerse a mirar las ruinas, porque allí se encontrarán los muertos que
la clase dominante dejó por el camino para ascender al poder.
Comprometerse con el pasado significa tener voluntad de detenerse en las
ruinas para entender cómo nuestro presente no es sino la versión de un
pasado victorioso. Las novelas que analizo en el libro nunca cuestionan
este continuum entre el pasado de la Guerra Civil y nuestro presente, en cómo nuestro hoy es heredero de aquel pasado.
La segunda metáfora la tomo, como decía, de Jameson. Estas novelas son
como el espejo reluciente del que hablaba el crítico estadounidense en La posmodernidad o la lógica del capitalismo avanzado, un
espejo al que nos miramos para vernos reflejados, pero cuando nos vamos
a mirar sale del espejo un destello de luz cegadora que no sólo nos
impide reconocer nuestro rostro sino que además nos hechiza. Como nos
hechizan estas historias de aventuras de pasión y muerte, de vidas
heroicas, de ideales y de un futuro todavía por escribir. Estas novelas
le impiden al lector reconocerse en su pasado, experimentar la Historia
de forma activa, al concebir el pasado como algo que le es ajeno, que es
atractivo, sugerente para una trama, pero no el lugar donde se
encuentran los muertos sobre los que edifica el presente.
Creo
que con estas dos referencias respondo, al menos sucintamente, en qué
coordenadas me sitúo y sitúo mi punto de partida para llevar a cabo la
investigación.
-Y no generalizas, apresuradamente por
decirlo en términos clásicos, cuando hablas de novelistas, de las
novelas. No sería mejor hablar de algunas novelas, de muchas novelistas,
etc.
-Ahora lo estoy haciendo, tienes razón. Pero en el
libro no generalizo ni compongo un discurso abstracto, sino que hago
descender la teoría a la práctica, analizo obras muy concretas y hago un
análisis muy apegado al texto, precisamente para no caer en una suerte
de impugnación teórica que luego habría que ver si en la lectura real
funciona. Uno de mis objetivos, al redactar el libro, era no caer en la
elucubración teórica sin más. Por ello, todo lo que digo queda
demostrado mediante una confrontación de la teoría con textos extraídos
de novelas concretas. Hay mucho de comentario de texto –bien entendido–
en este libro.
-Por lo demás, tu nuevo libro, que ya sé
que no es una novela, ¿no sería un ejemplo más que, paradójicamente,
abonaría esa moda literaria-ensayística?
-Si así fuera, me
habría salido el tiro por la culata. Porque lo que se propone este libro
es cuestionar cómo se nos está contando la Guerra Civil, no seguir
reproduciendo el mismo esquema estético e ideológico que nos hace creer
que 1) vivimos en el mejor de los mundos posibles y que, en
consecuencia, 2) acudimos a la Guerra Civil para armar una trama
atractiva, en un pasado que, a diferencia del presente, hay conflictos
que pueden alimentar muy bien una trama, servir como un interesante
material novelístico. Frente a la noción débil de memoria que plantean
estas novelas, en el libro se reivindica la necesidad de concebir la
memoria como un arma política –valga decir: revolucionaria– para hacer
añicos el presente. La memoria como oposición, no como asimilación; no
para resolver simbólicamente las contradicciones, sino para hacerlas
estallar. Solamente mediante una utilización revolucionaria
(benjaminiana) de la memoria será posible una ruptura radical con el
pasado del cual nuestro presente sigue siendo heredero. Creo que, como
decía Walter Benjamin, tenemos que disparar contra los relojes para
detener el continuum histórico que solamente privilegia a la clase dominante. Este era mi objetivo cuando redacté La Guerra Civil como moda literaria. Sin embargo, las novelas que en el libro analizo, más que disparar contra los relojes, parece que les dan cuerda.
-No te pregunto por el prólogo pero sí por el prologuista. ¿Por qué tu elección por Isaac Rosa?
-Creo que tiene mucho sentido que Isaac Rosa escriba el prólogo de este
ensayo, porque muchas de las cuestiones que se plantean en mi libro,
Isaac Rosa las había trabajado novelísticamente; y muchas de las
estrategias, tanto estética como ideológicas, que se ponen en
funcionamiento en muchas de las novelas sobre la Guerra Civil y que en
este ensayo se cuestionan, Isaac Rosa las había cuestionado también
desde el género desde el que trabaja: la novela. Tanto El vano ayer como ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil! comparten
con mi ensayo –o mi ensayo comparte con ellas– una idéntica voluntad de
exigir otro tipo de memoria, menos blanda que la que proponen las
novelas que sobre la Guerra Civil se escriben en la actualidad, una
memoria que de verdad busque convocar a los muertos a este presente para
transformarlo.
-Insisto en esto que señalas. Y ese menos
blanda, esa mayor dureza que pareces pedir-exigir, ¿en qué podría
consistir? ¿No hay ninguna novela escrita con esa no blandura que
demandas?
-No hay ninguna novela que plantee la necesidad
de la ruptura a través de la memoria, pero, y agradezco mucho esta
pregunta, pues me permite matizar mis palabras, hay distintos niveles
entre las novelas que forman parte del corpus. Evidentemente, no
es igual el modo en que, por ejemplo, se reconstruye la Guerra Civil en
las obras de Josefina Aldecoa, Almudena Grandes, Dulce Chacón o Alberto
Méndez, donde hay una voluntad de rescatar del olvido ciertos episodios
de nuestra Historia, silenciados, con la de otros como Manuel Maristany,
Antonio Muñoz Molina o Andrés Trapiello que, consciente o
inconscientemente, reproducen lo que Southworth denominó el mito de la
cruzada de Franco; o Javier Cercas que, desde una posición teórica
posestructuralista y por medio de un elogio de la opacidad, duda de todo
testimonio, de toda memoria, porque considera que el testimonio, más
que producir un discurso histórico, produce un discurso narrativo y, por
consiguiente, se acerca más a la ficción que a la verdad. Hay memorias
más blandas y otras más fuertes, pero difícilmente podemos encontrar una
memoria de oposición en estas novelas.
-Aparte de la
bibliografía (¡25 páginas!), tu libro está estructurado en tres partes,
una coda más un anexo. Empiezo si te parece por la primera parte: “El
boom de la memoria”. Comentas que al margen de la literatura escrita en
catalán, euskera o gallego, se han publicado 181 novelas sobre la guerra
civil española entre 1989 y 2011, es decir, durante 22 años, 8,2
novelas por año, unas 2 por trimestre, no llega a una por mes. ¿Son
muchas en tu opinión?
-El problema es que cuando se hacen
medias no se aprecia bien cuál es la tendencia, y se hace imposible ver
el recorrido y los altibajos que tiene el fenómeno. Dicho así, 2 por
trimestre, menos de una al mes, parece poco, sin duda; pero hay que
tener en cuenta que es un fenómeno que se va construyendo poco a poco y
que los números de libros publicados, cuando el fenómeno todavía es
incipiente, hace bajar mucho la media. Observemos que solamente en 2010
he podido recoger 17 novelas publicadas (es el punto más álgido), o en
2004, fecha que antes señalábamos, son 14 las novelas que se publican.
Son más de una al mes en ambos casos. No obstante, podemos entrar a
valorar si son muchas novelas, o no, pero como sé que los adjetivos
«muchas» o «pocas» carecen de valor científico, por su indeterminación,
lo que me interesaba era observar la tendencia in crescendo de
novelas que sobre la Guerra Civil se publicaban, y cómo a partir de
cierto momento empieza a crecer el número de novelas que se editan, en
comparación con los años anteriores. Soy consciente –y así lo reconozco
en el libro– de que es probable que, aunque era mi intención inicial
recoger el mayor número de novelas –incluso todas– que trataban sobre la
Guerra Civil, e incluso la búsqueda en algunas fases del trabajo de
investigación fue obsesiva, el corpus (como cualquier corpus)
es seguramente incompleto y seguramente habrá novelas que no habrán
sido recogidas; no obstante, la recopilación es abundante y nos permite
al menos inferir cuál es la tendencia.
-De hecho, lo
señalas en la página 32, entre 1975 y 1995 se publicaron 1.848 libros
sobre la Guerra Civil. No sé cuántos de estos libros fueron novelas,
pero parece que el tema interesó aún más en aquellos primeros 20 años
tras la muerte del dictador golpista. ¿No es un pelín sorprendente
teniendo en cuenta el pacto de silencio del que suele hablarse, con
razón y con frecuencia?
-El dato lo extraigo, como así
aparece referido en el libro, de un artículo de María del Rosario Ruiz
Franco y de Sergio Riesco Roche («Veinte años de producción histórica
sobre la guerra civil española (1975-1995): una aproximación
bibliométrica», Revista española de documentación científica,
vol. 22, nº 2 (1999), pp. 174-197). En este artículo se recogen no sólo
libros ensayísticos sobre la Guerra Civil, sino también artículos
publicados en revistas académicas y en otras publicaciones periódicas.
En ningún caso se recogen novelas.
-Lo siento. Perdona mi torpeza
-Y no son sólo libros publicados en España, también en el extranjero.
En cualquier caso, esta información es relevante porque nos permite
observar que el fenómeno no sólo es literario, también hay un interés
por la Guerra Civil desde otros ámbitos, como es el ensayo o el cine.
Tengo la sensación de que la novela llega un poco tarde, que el interés
que suscita la Guerra Civil dentro del ámbito académico es mucho
anterior al que despierta al conjunto de la sociedad y, más tarde, a
nuestros novelistas.
-Y en cuanto a poemarios, ¿se han publicado muchos poemarios centrados en nuestra llamada guerra civil?
-La poesía no formaba parte de mi objeto de estudio. No lo he estudiado
en profundidad y por ello no me siento autorizado para sacar
conclusiones ni para darte una respuesta definitiva. Gracias a
conversaciones que tengo habitualmente con Alberto García Teresa, poeta y
crítico literario, autor de un ensayo imprescindible titulado Poesía de la conciencia crítica, sé
que existen poemas concretos, escritos en la actualidad, donde se habla
de la Guerra Civil, pero no tengo constancia –lo cual no quiere decir
que no exista– de la existencia de poemarios cuyo núcleo temático sea
exclusivamente la Guerra Civil. Evidentemente, hubo mucha poesía escrita
en el frente, pero no creo que, en la actualidad, existan poemarios que
se retrotraigan a la Guerra Civil. Sí se han recopilado en un solo
volumen, en una magnífica edición de César de Vicente Hernando para la
colección «Nuestros clásicos» de Akal, la poesía producida durante la
contienda, pero no sé si la Guerra Civil nutre la poesía actual en la
misma medida en que ha nutrido la literatura y el cine.
-¿Hay algún novelista que tú consideres importante que no haya publicado su novela sobre nuestra guerra?
-Curiosamente, a excepción de Isaac Rosa, los novelistas que podemos
denominar críticos o disidentes en la actualidad, no han escrito sobre
la Guerra Civil española. Y quizá este hecho sea significativo. Estamos
dejando que el relato sobre la Guerra Civil lo escriban aquellos
escritores que en otro lugar he denominado novelistas de la
no-ideología, autores cuyas novelas interpretan todo conflicto desde lo
individual y nunca desde lo político. En consecuencia, tenemos estas
novelas tan despolitizadas sobre un episodio histórico tan politizado
como fue la Guerra Civil. Dice Isaac Rosa en el prólogo que, a pesar de
tantas novelas que se han escrito, todavía seguimos esperando la gran
novela sobre la Guerra Civil. Estoy seguro que si alguno de nuestros
autores disidentes, como puede ser, por ejemplo, Belén Gopegui –que
además en su ensayo Rompiendo algo tiene reflexiones muy
acertadas y pertinentes sobre la Guerra Civil y su literatura– se
pusiera a escribir una novela sobre la Guerra Civil, seguramente sería
capaz de escribir por fin una novela que haga de la Guerra Civil no un
escenario o telón de fondo –que es lo que hacen las novelas que analizo–
sino un lugar histórico de enormes conflictos sociales y políticos que
no pueden sino resolverse desde lo político y lo social.
-¿Y en otros países? ¿Ha habido autores importantes que hayan escrito sobre nuestra guerra?
-Sí, y no sólo novelas. Pensemos por ejemplo en la película de Ken Loach, Tierra y libertad. En el corpus,
para delimitar el objeto de estudio, sólo introduje novelas escritas
por escritores españoles (de lo contrario, temía que se me fuera de las
manos y, de inabarcable, se me volviera resbaladizo). Pero añadí una
excepción: la del mexicano Jordi Soler, autor de Los rojos de ultramar.
De entre todas las novelas leídas y analizadas, es una de las que más
me interesó, sobre todo porque en ella, si bien tampoco se pone en
funcionamiento una noción revolucionaria (rupturista) de memoria, sí se
denuncia claramente la amnesia de la sociedad española (y también
europea). Hay dos escenas en la novela que son sumamente interesantes.
En la primera tenemos al protagonista, homónimo de su autor, impartiendo
una conferencia sobre Teotihuacán en la Universidad Complutense de
Madrid. Al poco de iniciar la conferencia, un estudiante alza la mano y
le pregunta por qué siendo mexicano tiene un nombre tan catalán.
Entonces, les habla de la guerra y el exilio y observa cómo el silencio
que se impuso en la Transición ha convertido la Guerra Civil en un
episodio lejano que en nada se relaciona con el presente. La segunda
escena se produce en la playa de Argelès-sur-Mer, donde descubre que la
huella de los refugiados españoles –entre ellos, su padre– ha sido
borrada de la localidad francesa, que el mismo lugar donde ahora se
broncean los turistas fue un campo de refugiados donde murieron muchos
españoles republicanos que iniciaron el exilio tras la derrota de la
República en la Guerra Civil. La amnesia no es, pues, algo exclusivo de
la sociedad española.
-Allí, en Argelès, nació un amigo
mío, Eduard Rodríguez Farré, un gran científico republicano e
internacionalista. No me voy. Las novelas que has analizado, las muchas
novelas que has estudiado, ¿están bien documentadas históricamente?
-Hay errores en muchas de ellas, algunos de bulto, otros menores, y
señalo algunos en el libro. Aunque tampoco era ese el objetivo. Creo que
más interesante que señalar algunas inexactitudes era analizar cómo se
nos cuenta la guerra, cómo se despolitiza, cómo siguen perpetuándose
algunos mitos de la cruzada de Franco en la novela española actual, etc.
No obstante, si el lector curioso quiere ver los errores históricos de
algunas novelas, le remito a un artículo que publiqué con Julio
Rodríguez Puértolas en República de las Letras (nº 120, págs. 37-70), donde nos aproximamos críticamente a La noche de los tiempos de
Antonio Muñoz Molina, y señalamos algunas de sus inexactitudes: el
protagonista pasa por hoteles que todavía no se habían construido, lee
novelas que todavía no se habían traducido, se citan frases célebres que
todavía no se habían pronunciado, etc.
-Una curiosidad, ¿algunas de ellas toma la figura de Juan Negrín como eje central?
-Precisamente en La noche de los tiempos de
Muñoz Molina Juan Negrín aparece constantemente, representando un papel
de actor secundario en la trama novelística. Pero, como sucede en el
grueso de estas novelas, se elimina su dimensión histórica. Negrín
aparece en la novela de Muñoz Molina como un republicano burgués que
cree en una tercera España y que, igual que Ignacio Abel, el
protagonista, y que el propio Muñoz Molina, señala el potencial golpista
tanto de fascistas como de comunistas, situándolos en una simétrica
posición de responsabilidad respecto a la guerra que habría de venir. Y,
no sé si por esta razón, que acaso tampoco se ajuste mucho al personaje
histórico, la novela describe a Negrín como un gordo que siempre anda
comiendo gambas y jamón por las terrazas de Madrid.
Debe ser por eso porque Negrín fue otra cosa muy distinta.
-Estas novelas, te cito textualmente (página 36), “legitiman la
concepción de que nuestro presente, por oposición al mundo al que la
narración nos retrotrae, es un presente en el que no existen conflictos y
en el que, en definitiva, la Historia ha alcanzado su fin”. ¿Nos das
algún ejemplo? ¿Todas esas novelas abonan esa cosmovisión? ¿No hay
excepciones?
-Sí, así es. Me explico: Almudena Grandes en su Inés y la alegría,
una novela que persigue el loable objetivo de rescatar del olvido la
hazaña de quienes combatieron en la llamada «Operación Reconquista» (la
frustrada invasión de Arán por parte del ejército de la UNE durante el
mes de octubre de 1944), nos dice en el epílogo de la novela que se ha
«permitido el lujo de evocarla [esta historia]» ya que vive en un
presente «aburrido y democrático». ¡Qué transparente es a veces el
inconsciente ideológico! La autora nos está diciendo aquí que habla del
pasado no como una urgencia para cambiar el presente, sino como un
privilegio, ya que escribe desde un presente que no es preciso ser
cambiado. Lo mismo ocurre, por ejemplo, en otra novela de Muñoz Molina, El jinete polaco,
que después de que los protagonistas descubran su pasado, cómo fue la
guerra en su pueblo, Mágina, vuelven a vivir plácidamente en un presente
apacible, acostándose de nuevo en su pacífica habitación de hotel de la
ciudad de Nueva York. Hay más ejemplo, pero creo que estos dos son muy
significativos.
Al leer estas novelas, no sólo estas referidas,
sino muchas otras, no se puede tener sino la sensación de que estos
autores han asumido que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que
han interiorizado que, como dicta la ideología dominante, nuestra
sociedad es aconflictiva y si, como decía Bajtin, sin conflicto no hay
novela, estos autores necesitan acudir a un pasado conflictivo, como es
la Guerra Civil, para poder armar una trama. Nuestro presente es
aconflicto por oposición a lo narrado.
-Hablas también
de novelas pretendidamente progresistas, ancladas en la falsa izquierda,
que reproducen la lógica ahistoricista y despolitizada de la ley de
2007. ¿Falsa izquierda a quién refiere? ¿No hay, por lo demás, en esa
tesis o comentario una relación demasiado mecánica entre el espacio
político y la creación artística?
-El concepto de «falsa izquierda» lo tomo del ensayo de José Antonio Fortes, La guerra literaria (literatura y falsa izquierda),
donde el profesor de la Universidad de Granada pasa revista a los
autores que, aparentemente progresistas, no reproducen sino ideología
dominante en sus textos. Los dos autores citados en la respuesta
anterior pueden ser un ejemplo de ello. Por lo demás, como señalas, sus
planteamientos son muy parecidos a los que planteaba la, a todas luces
insuficiente, Ley de Memoria Histórica que propuso Zapatero en 2007, que
en ningún caso pretendía cuestionar un presente que es heredero de un
pasado vencedor, sino que se conformaba con reconocer y asimilar a los
vencidos sin cuestionar a quienes ostentan hoy el poder, un poder
labrado en la guerra y la dictadura, un poder que está manchado de
sangre. La conversión del Valle de los Caídos en lugar de culto
religioso donde « honrar la memoria de todas las personas fallecidas a
consecuencia de la Guerra Civil de 1936-1939 y de la represión política
que la siguió con objeto de profundizar el conocimiento de ese período
histórico y en la exaltación de la paz y de los valores democráticos» es
un objetivo muy poco ambicioso y, sobre todo, nada rupturista. Por
varias razones: ¿todas las personas fallecidas? ¿fallecidas? ¿no sería
mejor hablar de asesinadas? Y, ¿tienen que ser todas: víctimas y
verdugos por igual? ¿El lugar de la represión puede convertirse en
exaltación de la paz y los valores democráticos? ¿No debería serlo del
horror? Esta despolitización está también presente en muchas novelas,
que no buscan cuestionar el presente, sino más bien apuntalarlo, cerrar
definitivamente las heridas, pero sin reconocer quién abrió esas
heridas.
¿Establecer esta relación es mecanicista? He tratado
de rehuir el mecanicismo constantemente a lo largo del ensayo; sin
embargo, a veces, cuando se señalan fechas, cuando se observa que lo que
plantean las novelas también está planteado políticamente, puede
parecer mecanicista, pero no creo que lo sea. Creo que estas novelas en
realidad trasladan lo que Elizabeth Jalin denominó «conflicto de
memorias»: el mismo conflicto que se da en la sociedad se pone en marcha
en las novelas.
-Hablas de novelas que contribuyen a
reforzar una concepción homogénea y lineal de la Historia. ¿Qué
concepción es esa? ¿Cuándo abonamos una concepción con estos atributos?
-Creo que esta pregunta te la he ido respondiendo a lo largo de la entrevista. Se trata de romper el continuum histórico,
de disparar contra los relojes, de permitir que el ángel se detenga en
el lugar donde se encuentran las ruinas, los muertos en las cunetas,
para convocarlos a este aquí y ahora para hacer añicos el
presente. Esta es la reivindicación de una memoria revolucionaria que
persigo con el libro, una concepción que entra en oposición con una
noción dominante de memoria, que es la que se pone en juego en estas
novelas, que no tienen la más mínima intención de cuestionar nuestro
presente, porque han asumido que es perfecto, aconflictivo y por ende no
conviene cambiarlo; y porque son incapaces de ver –o de mostrar- que
este presente no es sino resultado de una derrota, la derrota
republicana en la Guerra Civil y, en consecuencia, de una victoria, la
victoria del fascismo que sirvió como «Estado de sitio» del capitalismo,
que necesitó acudir al fascismo para poder implantarse con todas las
garantías en España. Estas novelas refuerzan la concepción homogénea y
lineal porque no nos recuerdan que nuestro hoy carga con muchos muertos,
porque no se detienen en los momentos de ruptura.
-Mil gracias. ¿Abuso de ti si sigo preguntándote sobre otras aristas y nudos de tu libro?
Muchas gracias a ti por la lectura tan atenta que has realizado del
libro. Es un placer conversar contigo, Salvador. Quedo a la orden, y a
tu entera disposición para seguir con el diálogo.
-De acuerdo y muchas gracias de nuevo por tus más que generosas posibles. Y, desde luego, nos ordenaremos obedeciéndonos.
Salvador López Arnal. Publicado en Rebelión (26 de febrero de 2015). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=195853
He hojeado el libro de Becerra en una librería y acabo de leer esta entrevista. Ante todo debo decir que el autor, que seguramente es muy joven, ha puesto en el mercado una obra que será citada, muy citada. Yo lo felicito porque sin duda es un excelente trabajo, muy trabajado, sí,seguramente hasta la extenuación. Merece por ello el agradecimiento de sus lectores, que espero que sean muchos. Por lo que leí en la librería ya me di cuenta de que la obra ha sido escrita por un participante de la generación de Podemos, incluso que milita en este partido. Se nota enseguida. Leyendo la entrevista, muy buena, excelente, esa impresión se confirma. Quien esto escribe tiene por lo menos medio siglo más que el autor. Pero no por ser viejo he caído en lo que llama desmemoria de la Guerra Civil. No la viví. Nací en 1937 en un pueblo sevillano que fue "liberado" pocos días después del golpe rebelde. Durante mi adolescencia los recuerdos de la guerra entre los paisanos era muy viva aunque solo hablaban de ella en privado. Yo, no. desde mi 15 años descubrí que esa guerra no fue una Cruzada como se decía entonces sino una guerra fratricida. Y me refería a ella de forma clara y provocadora como Guerra Civil, hasta el punto de que mi padre, un represaliado por haber sido antifranquista en su fuero interno por miedo a más represión, me amonestaba por decir a las cosas por su nombre.
ResponderEliminarHabla con insistencia Becerra de que a partir de 1975 hubo un pacto de silencio. Así lo creía hasta hace poco y así se lo afeé a Santos Juliá en público. Él me cotestó que no era verdad y aportó numerosos autores y obras que lo atestiguaban. Poco a poco fui aceptanto esa verdad y por eso no estoy de acuerdo con Becerra.
La generación de Becerra, que tanto acusa de olvido, olvida que la Transición nu fue una mierda como gustan decir quienes no la vivieron. No es cierto que quienes la vivimos ollvidáramos la ttagedia de aquelos tres años de la contienda porque dedicamos tiempo a conocer sus episodios. Pero tampoco olvidamos los años de la II República, aquel sistema de gobierno que se impuso con quizás demasiada facilidad y por solo una de las dos Españas. En la Constitución de 1931 no colaboró la mitad del pueblo, esa mitad que era la depositaria de la tradición católica y rural, y no participó porque el objetivo era barrerla de la faz de la tierra. Así les salió el sistema y así se les reventó en las manos, sobre todo cuando ganó en Frente Popular con la propuesta de culminar la revolución obrera que se impuso como meta a pesar de que se intentaba disimular de cara al exterior.
La Transición no fue el resultado del olvido. Ni el resultado de los deseos de los vencedores de la guerra. Fue una sabia combinación de todo lo mucho de positivo que tuvo la República tratando de no caer en sus mismos errores.
Los jóvenes de hoy demuestran estar harto bien preparados y eso es algo que hay que poner en el activo de la Transición y de su resultado inmediato la Constitución de 1978, que no alumbró como gustan decir algunos el Régimen de 1978, sino el sistema de gobierno más equilibrado y más frctífero que ha tenido España desde la Constitución de 1812.
Solo les diría para erminar este largo comentario a David Becerra y a su generación que hacen mal con su adanismo. La Constitución vigente es una base sólida a pesar de sus debilidades y a pesar de sus orígenes desde la que se puede progresar mejorando sin prisa pero sin pausa. Cuando tiréis el agua sucia de la bañera procurar no tirar también a la criatura. Salud.
Querido Franjo, muchas gracias por sus palabras. Las agradezco. Solo le diré, para responderle brevemente, que aunque sea de la generación de Podemos, no milito en Podemos, ni mi visión de la Transición coincide con la suya. Le dejo este artículo que publiqué en el número de marzo de Mundo Obrero sobre la Transición y sus relatos (a partir del libro "Argentina contra Franco" de Mario Amorós) para que observe cuál es mi posición sobre el tema: http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=4724
EliminarDe nuevo, gracias por su interés y por su comentario. Un saludo.