Ficciones para una autobiografía de Angeles Mora (Bartleby, 2015)
Se puede escribir una autobiografía cuando ni
siquiera tenemos certeza de quién somos? ¿Se puede decir yo con la
garantía de estar hablando de uno mismo? ¿Se puede escribir sobre lo que
fuimos en el pasado si lo único que permite establecer una continuidad
entre lo que fuimos y lo que somos es nuestro nombre propio? ¿Somos
quienes fuimos? ¿Cómo escribir desde la memoria si esta en vez de
traernos al presente el pasado ha convertido en ficción nuestra
experiencia? Estas preguntas laten tras cada verso, cada estrofa, cada
poema de Ficciones para una autobiografía, el último poemario de Ángeles Mora.
La poesía de Ángeles Mora habla de la dificultad de decir yo soy. Porque nuestra identidad no es sino la contradicción entre lo que queremos ser, y para lo cual conquistamos espacios de libertad al margen de la explotación capitalista, y lo que realmente somos, individuos cuya subjetividad está atravesada por el capitalismo. La poesía de Ángeles Mora se configura por medio de una constante tensión entre el adentro y el afuera. El mundo exterior invade nuestro interior, nuestra subjetividad, coloniza nuestros pensamientos, ata nuestras manos, imposta nuestra voz y escribe con nuestras palabras. La escritura es un espacio de lucha, de resistencia ante el exterior que inocula nuestro inconsciente. El lugar para tomar conciencia de que la ideología es «como esa mancha que no sale del vestido».
No es posible escapar, pero sí buscar refugios. Habitaciones propias, la soledad o, por ejemplo, la noche. La noche, símbolo de libertad, metáfora del lugar que tenemos que conquistar para decir yo sin interferencias. Si el día es el tiempo del trabajo y las servidumbres, de planchar la ropa y poner la mesa, la noche es el refugio para la lectura y la escritura, un intento de escapada de la explotación, una posibilidad para decir yo soy. Aunque el día amenaza con volver con su explotación cada amanecer, con la luz del día «juro que mi derrota no es definitiva», cuando «ha llegado la hora / de cerrar la ventana» y «suave es la noche / todavía».
Pero la luz del día termina franqueando la ventana como el capitalismo atraviesa nuestra subjetividad. No es posible vivir eternamente en la noche o con las ventanas cerradas. El exterior finalmente nos invade y nos devuelve a la realidad. La poesía acaso no sea otra cosa que el juego inocente de los niños que, cuando imaginan mundos en el que son héroes y funcionan al margen de las normas que imponen los adultos, creen que habitan un mundo en verdad distinto. Pero la fantasía termina y la realidad vuelve a colocar a cada uno en su sitio. Así dicen los versos de «Adiós muchachos (Aprendiendo a aprender)»:
«Podíamos pasar la tarde / juntos como si fuéramos otros, / mezclando historias infinitas / con infinitas riñas, / gritos y arreglos / pacificadores. // Jugábamos a solas, / lejos de la mirada de los mayores, / como si no existieran / en nuestro espacio aparte. / Como si tras la puerta falsa / nos olvidase el mundo. // Pero éramos nosotros / los que no olvidábamos ese mundo / grande a nuestros ojos, ajeno / aunque empapándonos por dentro. // A solas, pues / –creíamos ilusos– / con campo propio de batalla, / señores de la historia / cada hora arrebatada al tiempo de los mayores, / al ritmo impuesto de las cosas, / con orgullo inconsciente. // Y sin embargo / nuestro precioso reino escondido / no era, al fin y al cabo, / más que el patio trasero de la casa / y nosotros heroicos fantasmas, / reflejos infinitos, / tan felices como infelices, / con el fuego de la ingenuidad. // Y así pasábamos las tardes, / aprendiendo a aprender / en un mundo de fábula, / aprendiendo a ser nadie».
Este poema bien podría haberse titulado «Poética». La poesía de Ángeles Mora se sintetiza muy bien en estos versos. Aunque creamos que el capitalismo queda fuera de nuestro refugio, sigue empapándonos por dentro (habita en nosotros), e igual que los niños creen –ilusos– que con su juego le arrebatan horas al tiempo de los mayores, nosotros creemos arrebatarle tiempo al capitalismo cuando construimos nuestro espacio en la noche, en las habitaciones propias, en la memoria. Pero las puertas, como las ventanas que se cierran para custodiar la noche, son falsas, y nuestro refugio no es más que un patio trasero de la vida.
La poesía es lucha y en la noche vive su retaguardia. No hay que menospreciar los espacios de libertad conquistados, los lugares de resistencia, los patios traseros donde podemos fantasear que somos libres y que arrebatamos tiempo al capitalismo. Porque, como cuenta «Palabras nuestras», otro poema imprescindible de Ficciones para una autobiografía, «...se acercan lentamente, / palabras nuestras, pálidas, / pues vienen de la noche. // Como el crujir de unos zapatos / hundiéndose en la arena / han de llegar abriendo / un día la mañana /.../ Germinan bajo tierra / donde la historia, poco a poco, / esparce sus semillas /.../ Y ellas florecen / allá donde se pierde el horizonte / abandonando sombras, / abriéndose en cascadas / repetidas / cristales de la noche, / con esa música secreta / que esconden / los nombres de mañana».
La poesía de Ángeles Mora convoca esas palabras nuestras que vienen de la noche, de una noche cultivada para el pensamiento y el ejercicio de la escritura en libertad. Los versos que habitan estas Ficciones para una autobiografía esconden las voces que nos traen los nombres de mañana, que acaso sean emancipación, igualdad y lucha.
La poesía de Ángeles Mora habla de la dificultad de decir yo soy. Porque nuestra identidad no es sino la contradicción entre lo que queremos ser, y para lo cual conquistamos espacios de libertad al margen de la explotación capitalista, y lo que realmente somos, individuos cuya subjetividad está atravesada por el capitalismo. La poesía de Ángeles Mora se configura por medio de una constante tensión entre el adentro y el afuera. El mundo exterior invade nuestro interior, nuestra subjetividad, coloniza nuestros pensamientos, ata nuestras manos, imposta nuestra voz y escribe con nuestras palabras. La escritura es un espacio de lucha, de resistencia ante el exterior que inocula nuestro inconsciente. El lugar para tomar conciencia de que la ideología es «como esa mancha que no sale del vestido».
No es posible escapar, pero sí buscar refugios. Habitaciones propias, la soledad o, por ejemplo, la noche. La noche, símbolo de libertad, metáfora del lugar que tenemos que conquistar para decir yo sin interferencias. Si el día es el tiempo del trabajo y las servidumbres, de planchar la ropa y poner la mesa, la noche es el refugio para la lectura y la escritura, un intento de escapada de la explotación, una posibilidad para decir yo soy. Aunque el día amenaza con volver con su explotación cada amanecer, con la luz del día «juro que mi derrota no es definitiva», cuando «ha llegado la hora / de cerrar la ventana» y «suave es la noche / todavía».
Pero la luz del día termina franqueando la ventana como el capitalismo atraviesa nuestra subjetividad. No es posible vivir eternamente en la noche o con las ventanas cerradas. El exterior finalmente nos invade y nos devuelve a la realidad. La poesía acaso no sea otra cosa que el juego inocente de los niños que, cuando imaginan mundos en el que son héroes y funcionan al margen de las normas que imponen los adultos, creen que habitan un mundo en verdad distinto. Pero la fantasía termina y la realidad vuelve a colocar a cada uno en su sitio. Así dicen los versos de «Adiós muchachos (Aprendiendo a aprender)»:
«Podíamos pasar la tarde / juntos como si fuéramos otros, / mezclando historias infinitas / con infinitas riñas, / gritos y arreglos / pacificadores. // Jugábamos a solas, / lejos de la mirada de los mayores, / como si no existieran / en nuestro espacio aparte. / Como si tras la puerta falsa / nos olvidase el mundo. // Pero éramos nosotros / los que no olvidábamos ese mundo / grande a nuestros ojos, ajeno / aunque empapándonos por dentro. // A solas, pues / –creíamos ilusos– / con campo propio de batalla, / señores de la historia / cada hora arrebatada al tiempo de los mayores, / al ritmo impuesto de las cosas, / con orgullo inconsciente. // Y sin embargo / nuestro precioso reino escondido / no era, al fin y al cabo, / más que el patio trasero de la casa / y nosotros heroicos fantasmas, / reflejos infinitos, / tan felices como infelices, / con el fuego de la ingenuidad. // Y así pasábamos las tardes, / aprendiendo a aprender / en un mundo de fábula, / aprendiendo a ser nadie».
Este poema bien podría haberse titulado «Poética». La poesía de Ángeles Mora se sintetiza muy bien en estos versos. Aunque creamos que el capitalismo queda fuera de nuestro refugio, sigue empapándonos por dentro (habita en nosotros), e igual que los niños creen –ilusos– que con su juego le arrebatan horas al tiempo de los mayores, nosotros creemos arrebatarle tiempo al capitalismo cuando construimos nuestro espacio en la noche, en las habitaciones propias, en la memoria. Pero las puertas, como las ventanas que se cierran para custodiar la noche, son falsas, y nuestro refugio no es más que un patio trasero de la vida.
La poesía es lucha y en la noche vive su retaguardia. No hay que menospreciar los espacios de libertad conquistados, los lugares de resistencia, los patios traseros donde podemos fantasear que somos libres y que arrebatamos tiempo al capitalismo. Porque, como cuenta «Palabras nuestras», otro poema imprescindible de Ficciones para una autobiografía, «...se acercan lentamente, / palabras nuestras, pálidas, / pues vienen de la noche. // Como el crujir de unos zapatos / hundiéndose en la arena / han de llegar abriendo / un día la mañana /.../ Germinan bajo tierra / donde la historia, poco a poco, / esparce sus semillas /.../ Y ellas florecen / allá donde se pierde el horizonte / abandonando sombras, / abriéndose en cascadas / repetidas / cristales de la noche, / con esa música secreta / que esconden / los nombres de mañana».
La poesía de Ángeles Mora convoca esas palabras nuestras que vienen de la noche, de una noche cultivada para el pensamiento y el ejercicio de la escritura en libertad. Los versos que habitan estas Ficciones para una autobiografía esconden las voces que nos traen los nombres de mañana, que acaso sean emancipación, igualdad y lucha.
David Becerra Mayor // Mundo Obrero, nº 286-287 (julio-agosto 2015). Fuente: http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=5020
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