2 de mayo de 1808. Madrid. El
pueblo se echa a la calle. Suenan disparos por todas partes. La Plaza
Mayor y la Puerta del Sol están desbordadas. Sucede en El siglo de las luces de
Alejo Carpentier. Sofía y Esteban, curtidos de otras revoluciones
fallidas y traicionadas, se suman a la multitud. “¡Hay que hacer algo!”,
grita Sofía. “¿Qué?”, pregunta Esteban. “¡Algo!”, le responde, y sale a
la calle. Simplemente había que hacer algo. No se sabía todavía qué
hacer –entre otras cosas porque no habían leído a Lenin–, no se sabía
hacia dónde iba a conducir ese levantamiento popular, cómo se iba a
articular políticamente. Se sabía que un viejo mundo se descomponía,
pero todavía eran incapaces de articular, a la manera gramsciana, una
realidad nueva. Pero había que hacer algo.
También en mayo y también en la
Puerta del Sol, aunque aquel día era 15 y habían pasado dos siglos y
tres años, quiso Madrid volver a ser rompeolas de todas las Españas (que
diría Antonio Machado). El pueblo madrileño respondía a la crisis
económica e institucional con la misma voz que Sofía, “¡Algo!”, con la
ocupación de las plazas, con el debate en las calles, con su indignación
y su decencia. Y se hicieron cosas. Surgió la PAH, surgió 15MPaRato,
surgió la Oficina Precaria, surgieron las Marchas de la Dignidad,
incluso es posible que se produjera aquello que se proclamaba: que el
miedo cambiara de bando. Y surgió Podemos. Y el tercer fin de semana del
mes de octubre de 2014 se ha celebrado su Asamblea Sí Se Puede para
constituirse orgánica y políticamente, para demostrar acaso que Podemos
no es otra cosa que la articulación política de la indignación popular
espontánea del 15M, del “¡Algo!” de Sofía.
Se ha publicado –y no se trata hoy
de matar al mensajero– que se han enfrentado en la Asamblea dos
posturas muy bien delimitadas: la encabezada por Pablo Iglesias y el
grupo promotor de Podemos (Monedero, Errejón, Alegre, Bescansa, etc.) y
la impulsada por Pablo Echenique e Izquierda Anticapitalista. La segunda
le imputa al grupo promotor que con la propuesta de un único portavoz,
que recuerda sobremanera a la figura del secretario general de la vieja
política que combaten, no se están sino reproduciendo las estructuras
políticas que han conducido al país al abismo. Y que, por consiguiente,
hay que inventar estructuras nuevas para tiempos nuevos. Y seguramente
tengan razón. Porque si algún día se alcanza el poder, dirán, ya se
habrá construido un nuevo modelo de organización que permitirá gobernar
de otra manera. Y seguramente vuelvan a tener razón. Pero sucede también
que vivimos tiempos de emergencia y que hay que tener sentido de la
urgencia. Que hay muchas cosas por hacer y que hay que hacerlas ahora.
No se puede esperar el día en que se llegue al poder; hay que llegar al
poder ahora. Y para ello hay que coger atajos. Confiar en un liderazgo
fuerte que sea capaz de construir la unidad de la diferencia. La
experiencia en América Latina puede ser útil: el Partido Socialista
Unido de Venezuela, que agrupa muy diversas corrientes ideológicas, pudo
contener la fragmentación gracias al poder simbólico de un líder como
era Hugo Chávez (cuestión que por el momento Nicolás Maduro está
solventado bastante bien). Algo parecido sucede en Alianza PAIS en
Ecuador, donde Rafael Correa es el símbolo de unidad indispensable para
que la Revolución Ciudadana no se descomponga. A veces los líderes son
necesarios, sobre todo cuando la oposición trabaja día y noche para
desgastar y hacer emerger contradicciones políticas en el interior de
los partidos emancipadores. No olvidemos que es precisamente la unidad
lo que está frenando en América Latina la llamada “restauración
conservadora”.
De nada sirve una organización
horizontal y democrática si su exterior no lo es. Y no lo es cuando el
poder se concentra en unas pocas manos, que son las que gestionan el
capital. Se pueden pasar años discutiendo sobre el modelo de
organización hasta llegar el pretendido consenso, pero mientras se
habla, se argumenta, se discute, se lleva a cabo un ejercicio tan sano y
democrático como es un debate abierto, la oligarquía se adelanta por la
derecha y sigue trabajando al ritmo urgente que imponen los mercados.
Por supuesto que hay que trabajar en organizarse de otra manera, pero lo
prioritario –y lo urgente– es tomar el poder. Y hay que hacerlo rápido.
De lo contrario, como se dice en El siglo de las luces de
Alejo Carpentier, “más que en una revolución parecía que estuviera en
una gigantesca alegoría de la revolución”. Basta de palabras, es la hora
de la realidad.
Que el liderazgo de Pablo Iglesias
haya salido reforzado de la Asamblea de Podemos es una buena noticia
para Podemos, pero también para el país, si de lo que se trata es de
disputar el poder, no de hacer alegorías de la revolución. Porque, en
definitiva, como decía Víctor Hugues, otro de los protagonistas de la
novela de Alejo Carpentier, “una revolución no se razona: se hace”. Y, en efecto, no se trata de otra cosa: “¡Hay que hacer algo!”, “¿Qué?”, “¡Algo!”.
David Becerra Mayor // La Marea (edición digital) (20/10/2014): http://www.lamarea.com/2014/10/20/hacer-algo/
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