“Es falso que los falangistas perdieran las páginas de la literatura,
quienes las perdieron son todos aquellos novelistas cuyas obras
desconocemos”
Salvador López Arnal
Estamos en la tercera parte del libro. “La liquidación de la
historicidad”. ¿Quiénes quieren liquidar la historicidad? ¿Hay aquí
algún plan oculto? Por cierto, ¿qué deberíamos entender por
historicidad?
No, no creo en un plan oculto. No creo que sea
necesario que nadie marque las pautas de cómo se debe escribir para que
en las novelas la historicidad aparezca liquidada. Creo que hablamos de
«inconsciente ideológico» en unas de nuestras anteriores conversaciones,
un término que tomo de Juan Carlos Rodríguez y que creo que es muy
válido para analizar la producción literaria. Frente aquella idea de
«falsa conciencia» del primer Marx, de que hay alguien en el poder que
nos manipula para que pensemos como los poderosos quieren que pensemos
–una definición que no descarto del todo-, se opone –o más bien se
complementa con- esta noción de la ideología como inconsciente, como
situación prerreflexiva de un individuo ante el mundo, de un sujeto que
no es consciente de cómo es el mundo ni de qué lugar ocupa en él.
¿Mundo?
Cuando
digo «mundo» me refiero a estructura económica, política y social. Y
cuando digo «sujeto» no me refiero a la subjetividad de un individuo,
sino a la posición objetiva que ocupa en un sistema de explotación (que
en el capitalismo no puede ser sino explotado o explotador). Esto es,
¿quién soy yo en la división entre explotado y explotador? El
inconsciente ideológico surge de las relaciones materiales y hace que
actuemos al servicio de la reproducción del sistema, en este caso del
sistema capitalista. No hace falta que alguien golpee nuestra espalda
para que aceptemos nuestra condición de explotados y hagamos funcionar
el sistema con nuestro trabajo, simplemente desarrollamos esa función,
porque la hemos asumido como natural. Juan Carlos Rodríguez no se cansa
de repetir que el capitalismo se ha hecho naturaleza, y estoy de acuerdo
con él. Del mismo modo que no hace falta que nadie, desde la sombra,
mueva como títeres a los novelistas para que reproduzcan la ideología
dominante a través de sus textos. Simplemente lo hacen, ya que no pueden
escindirse del todo de su propio inconsciente.
Pero me
preguntabas por la «liquidación de la historicidad». El sintagma lo
utiliza Jameson en el libro que hemos citado sobre la posmodernidad y la
lógica cultural del capitalismo avanzado. Cuando se habla de
historicidad debemos interpretar la Historia en términos de
materialidad, esto es, llenándolo de sentido político, social,
ideológico, para tratar de entender sus contradicciones, sus conflictos
de clase, sus tensiones, sus elementos dominantes, emergentes y
residuales, etc. No como un lugar en el que suceden cosas porque sí,
sino como un lugar en el que las cosas que ocurren están determinadas
por factores políticos, económicos o sociales. La liquidación de la
historicidad, por lo tanto, es esa narración de la Historia donde se
desplazan esas lecturas –políticas, económicas, sociales, como digo- a
favor de una lectura de todo conflicto en clave intimista o individual,
moral o psicologista. Y esto es lo que ocurre en buena parte de las
novelas que sobre la Guerra Civil se escriben en la actualidad.
Me
salgo un poco del libro. Hablas mucho y muy bien de Juan Carlos
Rodríguez, un filósofo acaso no suficientemente reconocido. ¿Qué te
atrae más de su marxismo, de su interpretación de la obra de Marx?
Aunque
creo que la etiqueta de «filósofo» le encaja a la perfección e incluso
no le queda en absoluto grande, en realidad Juan Carlos Rodríguez no es
filósofo, sino es Catedrático de Literatura en la Universidad de
Granada. Es teórico de la literatura. Cito mucho a Juan Carlos
Rodríguez, sí, incluso demasiado, y demasiado a menudo. Aunque a veces
creo que no le cito lo suficiente, teniendo en cuenta lo mucho que ha
aportado y que me ha aportado su teoría en mi formación académica. Juan
Carlos Rodríguez posiblemente sea el mayor teórico de la literatura
vivo, no en España, sino en el mundo. Y no solo en el ámbito de la
teoría marxista, cuyo trabajo es sumamente importante y ha permitido que
repensemos el marxismo como teoría, sino en el ámbito de la teoría de
la literatura en general. Sus aportaciones teóricas nos modifican
cualquier intento previo de acercarnos a la literatura, de interpretar
el significado de la literatura. A Juan Carlos Rodríguez, que es un
teórico que proviene de la escuela althusseriana, le debemos conceptos
clave como «inconsciente ideológico» o «radical historicidad», sin los
cuales resultaría ciertamente complicado estudiar la literatura desde
una posición verdaderamente materialista, de entender la literatura como
producción ideológica, como un discurso que es el resultado de unas
condiciones históricas –políticas, económicas, sociales- específicas y
que opera en la reproducción y legitimación ideológica de las clases que
luchan por la conquista del poder.
Pero hay que andar con
cuidado cuando se lee a Juan Carlos Rodríguez, porque nadie sale de un
libro suyo igual a como ha entrado.
¿Por qué?
Los
libros de Juan Carlos te transforman radicalmente, sales con una
concepción de la literatura radicalmente distinta a como la concebías
antes de abrir un libro suyo; pero también te transforma a ti mismo, que
desde entonces solo puedes concebirte como un «sujeto histórico» que
vive en unas condiciones históricas concretas, que nace con un
inconsciente que determina tu práctica, tu escritura, que te hace sufrir
contradicciones radicales que difícilmente podemos resolver
individualmente (salvo que pretendamos resolverlas imaginariamente).
Porque, aunque en la obra de Juan Carlos Rodríguez la literatura ocupa
su centro, y de literatura se ocupa en buena medida en su obra, en
realidad su gran preocupación y su gran planteamiento y su tema
verdaderamente central es la configuración del «sujeto libre» (moderno,
burgués) que nace con el primer capitalismo tras la crisis ideológica
del organicismo y del sistema económico y social sobre el que se
sostenía: el feudalismo. La obra de Juan Carlos Rodríguez, me atrevo a
decir, no habla de otra cosa que de lo que hoy llamamos «sujeto», y de
cómo se construye históricamente.
Decía que entrar en un libro de
Juan Carlos supone renunciar –o mejor: romper- con nuestra concepción
literaria, y no solo literaria, anterior. Su primer libro, Teoría e Historia de la producción ideológica, un
libro seminal de toda su teoría, ya desde la primera línea agita todos
los pilares sobre los que se sostenía nuestro mundo, nuestra concepción
sobre lo que entendemos por literatura: «La literatura no ha existido
siempre. Los discursos a los que hoy aplicamos el nombre de “literarios”
constituyen una realidad histórica que solo ha podido surgir a partir
de una serie de condiciones –asimismo históricas- muy estrictas: las
condiciones derivadas del nivel ideológico característico de las
formaciones sociales “modernas” o “burguesas” en sentido general». Lo
que puede sonar a provocación, por lo tajante de la afirmación («la
literatura no ha existido siempre»), en verdad no lo es, más bien
constituye la base teórica sobre la que se edifica la teoría de Juan
Carlos Rodríguez y que va a desarrollar no solo a lo largo de su primer
libro, sino a lo largo de toda su obra. Desde La norma literaria hasta De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, pasando, entre otros títulos destacados de su bibliografía, por La literatura del pobre, De qué hablamos cuando hablamos de literatura o su imprescindible ensayo sobre El Quijote titulado El escritor que compró su propio libro, Juan Carlos Rodríguez se ha dedicado a leer la literatura en los términos que anuncia el primer párrafo de su primer libro.
Juan
Carlos Rodríguez nos enseñó a bajar la literatura de las nubes, a
estudiarla en su radical historicidad. Y digo «enseñó», porque, aunque
nunca me dio clase, me considero un discípulo suyo en la distancia. Si
mi maestro cercano, de quien sí recibí clase e incluso me dirigió la
tesis doctoral, es Julio Rodríguez Puértolas, puedo considerar a Juan
Carlos Rodríguez como un profesor que me dio clase a través de sus
libros. Le tengo un enorme respeto y una gran admiración. De verdad que
no exagero cuando digo que es el mayor teórico de la literatura,
marxista o no, vivo. Lo que sucede –y permíteme la broma- es que Juan
Carlos Rodríguez ha tenido la mala suerte de llamarse Juan Carlos, de
apellidarse Rodríguez Gómez y de vivir en la periferia de un país
periférico. De lo contrario, hoy estaríamos hablando de Juan Carlos
Rodríguez como quien habla de Badiou, Jameson, Eagleton o incluso
Bordieu. Pero –e insisto: no exagero- creo que la obra de Juan Carlos,
en términos de lo que ha aportado, los supera de buen grado a todos
ellos. Aunque, también hay que decirlo, Juan Carlos Rodríguez tiene un
gran prestigio en Estados Unidos, donde su obra ha sido traducida, e
incluso ha sido estudiada en tesis doctorales.
De hecho, tu respuesta es casi una tesis doctoral o cuanto menos una reflexión que mueve a escribirla. ¿Qué es eso de la teoría de la equidistancia? ¿Equidistancia entre qué y qué? Soldados de Salamina,
según leo, sería un ejemplo de ello. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver la
muerte de don Antonio Machado con el fusilamiento no efectuado de Rafael
Sánchez Mazas?
La teoría de la equidistancia relata la
Guerra Civil situando la responsabilidad de lo sucedido en idéntica
simetría, donde se culpa por igual a golpistas y a quienes defendieron
un sistema democrático como fue la República. Se trata de igualar
moralmente y de exigirle la misma responsabilidad en lo ocurrido a los
llamados «dos bandos». Recuerdo que Carmen Negrín, en una conferencia
que impartió en la Universidad Autónoma de Madrid, en el marco de las
Jornadas sobre la Cultura de la República que organiza el profesor –mi
profesor- Julio Rodríguez Puértolas, dijo «bando: ¿dos bandos? Un
gobierno no es un bando?». La teoría de la equidistancia, como vemos, se
ha instalado en el lenguaje, como dijo muy bien Carmen Negrín: la
República no es un bando, es un gobierno golpeado, es un gobierno
legítimo, democráticamente electo, constitucional, nunca un bando. La
teoría de la equidistancia –y por ello era necesario dedicarle todo un
apartado en el libro- está muy presente en la narrativa española actual.
Cuántas referencias se pueden encontrar en las novelas que dicen «en
este país todos mataron por igual», «hay asesinos en ambos bandos»,
«tantas barbaridades cometieron unos como los otros», etc. Se difumina,
pues, la barrera que separa a verdugos y víctimas, a unos golpistas y a
un gobierno legítimo. La teoría de la equidistancia tergiversa la
historia, la falsifica e incluso funciona como caldo de cultivo para
posteriores revisionismos.
¿Qué tiene que ver don Antonio Machado con Rafael Sánchez Mazas?, me preguntas a raíz de Soldados de Salamina.
Nada. Salvo que por las mismas fechas en que Machado murió en Colliure,
en su camino hacia el exilio, el falangista Sánchez Mazas sobrevivió a
un fusilamiento en la provincia de Girona. Esa coincidencia –que tampoco
creo que sea tal, pero se la hace venir Cercas para montar su «relato
real»- es la que permite a Javier Cercas iniciar su novela. Cercas pone,
y lo dice literalmente, en idéntica simetría a la víctima (Machado) y
al verdugo (Sánchez Mazas), a quien tuvo que morir fuera de su país,
huyendo de la guerra, y a uno de los fundadores del partido que inició
esa guerra. Pero, ¿ambos fueron víctimas? Para Cercas, bien lo parece,
ya que al pobre Sanchez Mazas, lamenta Cercas, hoy nadie le lee ni le
recuerda, mientras a Machado sí, es leído, aplaudido y estudiado. Pero,
en mi opinión, no se les puede igualar.
En mi opinión tampoco.
Hablabas de Carmen Negrín. Me vuelvo a alejar un poco de tu libro.
¿Hemos reconocido como se debía la figura de Juan Negrín?
Seguramente
no. Aunque, en realidad, casi ningún protagonista de la Guerra Civil ha
sido debidamente reconocido todavía. Pero en el caso del doctor Negrín,
mucho menos. A pesar de ser socialista, se le ha retratado como un
títere de la URSS, de Stalin, cuando ni mucho menos fue así. En esos
relatos que se construyen sobre la ecuación República/URSS, Negrín suele
aparecer como un elemento fundamental para que la ecuación –otro mito
de la cruzada de Franco- se resuelva favorablemente.
Sueles
citar a varios autores, no digo que sean los únicos. Sus nombres: J.C.
Mainer, Muñoz Molina, Jordi Gracia, Javier Cercas, Trapiello, Almudena
Grandes,… ¿Qué tienen en común? ¿Comparten alguna cosmovisión sobre
nuestra guerra civil? Grandes es militante o cuanto menos simpatizante
de IU por ejemplo; no es el caso de Muñoz Molina.
En este
punto se hace imprescindible separar a Almudena Grandes de los demás
que citas. Puedo tener críticas hacia Almudena Grandes, y creo que
pertinente hacerlo aunque la autora haya militado en IU, pero hay que
reconocerle que ella siempre ha tratado de señalar quiénes fueron los
golpistas y quiénes sufrieron la agresión del golpe. A los demás, yo los
he denominado «los redentores por la vía de la estética», es decir,
autores que de pronto empiezan a vindicar a los escritores fascistas
pidiéndonos que dejemos de pensar en 1936 para valorarlos
literariamente. Trapiello dijo aquello que los fascistas ganaron la
guerra, pero perdieron las páginas de la literatura, y ahora quiere que
también la ganen, haciéndonos creer que literatura e Historia se pueden
separar, que podemos leer novelas que legitiman un golpe de Estado sin
sentir dolor por lo que sucedió. Nos pide que olvidemos lo ocurrido para
paladear la esencia de la literatura. Además, hay que añadir que es
falso que los falangistas perdieran las páginas de la literatura. Quien
perdió las páginas de la literatura son todos aquellos
novelistas muertos o exiliados, cuyas obras desconocemos. Pienso en la
autora doblemente olvidada, por mujer y comunista, Luisa Carnés, una
magnífica novelista, autora de Tea Rooms, de quien el profesor
Antonio Plaza está realizando una labor encomiable de rescate de su
obra; o el dramaturgo Francisco Martínez Allende, autor de Camino leal,
una obra sobre la Guerra Civil que escribió en un campo de refugiados
francés, y que hoy la conocemos porque la acaba de editar, por vez
primera, la Asociación de Directores de Escena de España, con un estudio
riguroso de Juan Antonio Hormigón. Queda mucho trabajo por hacer, queda
mucha memoria literaria que rescatar. Así que afirmaciones como las de
Trapiello no puede sino considerarse una boutade, una provocación o una falta de conocimiento de cuáles son en verdad las páginas arrancadas de los manuales de literatura.
Luisa
Carnés, Francisco Martínez Allende… no conocía su existencia. Yo mismo
soy ejemplo de esa desmemoria de la que hablas. Presentas a Jordi Gracia
como “abanderado de los redentores y acaso el protector de los
fascistas reciclados” pero el autor de La resistencia silenciosa
está lejos de comulgar con posiciones reaccionarias. Es un ciudadano de
izquierdas que tal vez haya apuntado, e intentado demostrar, que no tuvo
fue erial, literariamente hablando, en la España franquista.
Insisto
en que yo no analizo las actitudes de los ciudadanos, sino sus textos.
No todo fue un erial, y seguramente hay fascistas que escriben «muy
bien», pero no podemos olvidar que fueron fascistas, como pretende que
hagamos con Giménez Caballero, por ejemplo, al que rescata como figura
destacada del intelectualismo español de los años veinte y como el gran
impulsor de la vanguardia, pero nada dice de su ideología (ni de la
ideología de sus textos, que es lo que de verdad interesa).
¿Tratas
con equidad la figura de Dionisio Ridruejo? Fue lo que fue y hizo lo
que hizo, sin duda, pero ¿no tomó durante el fascismo posiciones
netamente democráticas aunque fuera ciertamente bastante o muy
anticomunista? La represión no pasó de largo sobre él.
No
trato la figura de Ridruejo, trato el modo en el que se moldea a
Ridruejo en la actualidad, donde solo se habla de él como un avanzado
demócrata, un moderno, un disidente del franquismo, como se humaniza su
figura a la vez que se olvida quién fue anteriormente Ridruejo, antes de
convertirse en ese «disidente» del que nos hablan. No obstante, creo
que Ridruejo si se opuso al franquismo no fue por vocación democrática,
sino porque, en tanto que fascista, no veía con buenos ojos la limpieza
de fachada y el proceso de desfascistización que inició el franquismo
para integrarse en el bloque capitalista a partir del medio siglo. Si se
opuso al franquismo no fue por convicciones democráticas, sino porque
consideraba que el franquismo había traicionado su ideología fascista,
su legitimación de origen.
Ahí, en las varias etapas de
Ridruejo, no te sigo del todo. ¿Qué es eso del aideologismo? ¿No está
bien superar la ideología, entendida ésta como falsa consciencia? Es,
además, programa o finalidad marxista si no ando.
El
aideologisimo es una forma más de liquidar la historicidad. Podríamos
llamarlo también despolitización. Se trata de describir la Guerra Civil
no como un conflicto político, o ideológico, sino como una suerte de
enfrentamientos entre individuos aislados que, no se sabe muy bien por
qué, se enfrentan en la contienda. Esta estrategia suele poner el foco
en los llamados «móviles personales» de la guerra, en gente que
aprovecha la coyuntura para matar al vecino que tanto odia, que le debe
dinero, o que tiene cuentas pendientes con él. Se desplaza la lectura de
que la Guerra Civil fue consecuencia de un golpe de Estado que dio el
«bloque histórico dominante», cuya hegemonía estaba en retroceso, contra
una República que había tratado de emprender reformas para lograr mayor
justicia social. Esta visión nos permite extraer la lectura de que la
Guerra Civil fue un lugar donde la gente actuó por miedo, odio o
venganza, y no como un enfrentamiento político. Categorías como las
señaladas –odio, miedo, venganza, etc.– deben reconocerse como síntomas
del conflicto, pero no como elementos determinantes que lo originan.
Confundir las causas con las consecuencias, lo determinante y lo
determinado, puede provocar un falseamiento total o parcial de la
Historia.
Haces tuyas en el capítulo 3.II palabras de
Adolfo Sánchez Vázquez. ¿Qué representa para ti la figura de nuestro
gran filósofo exiliado?
Decía Miguel Hernández, en la
elegía que le dedicó a Lorca, una vez le llega la noticia de su
fusilamiento, lo siguiente: «donde cultiva el hombre raíces y esperanzas
/y llueve sal, y esparce calaveras». Me parece una imagen que sintetiza
muy bien lo que fue el golpe de Estado, la Guerra Civil y el
franquismo. Si la República era un terreno fértil donde poder cultivar
raíces y esperanzas, el franquismo esparció sal y calaveras y convirtió
ese terreno en un erial. Que alguien como Adolfo Sánchez Vázquez
marchara al exilio al concluir la guerra forma parte de esa lluvia de
sal y de calaveras esparcidas. Forma parte de tantas, tantas cosas que
se perdieron tras perder la República la Guerra Civil española. Qué
distinta sería ahora la filosofía en este país si no hubiéramos tenido
que renunciar, que perder, a alguien como Alfonso Sánchez Vázquez.
Dejemos
constancia de nuestro recuerdo en estas páginas. Nosotros lo
entrevistamos antes de su fallecimiento para los documentales “Integral
Sacristán”. Te pregunto ahora por la aproximación neohumanista a nuestra
Guerra Civil. Eres crítico de ella.
Lo soy. Cuando quieras proseguimos.
Salvador López Arnal // Rebelión (23/03/2015). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196811
No hay comentarios:
Publicar un comentario