Enric Llopis
Rebelión
“Escribir es convocar al fantasma”, señala uno de los personajes de la
escritora Belén Gopegui en la novela “El comité de la noche”. De aquí
toma el título “Convocando al fantasma. Novela crítica en la España
actual”, un ensayo de 500 páginas dedicado a Rafael Chirbes y presentado
recientemente en el Fòrum de Debats de la Universitat de Valencia, que
trata de responder a la siguiente pregunta: “¿Existe acaso y es posible
una novela crítica -disidente, contrahegemónica, de oposición- en el
capitalismo avanzado, cuando éste muestra su rostro más totalizador?”
Acepta el reto “Ediciones Tierradenadie”, que en principio puede abordar
libre de mordazas la cuestión porque, advierten en el sello editorial,
publican libros “que no son mercancías” y se organizan para no
convertirse en “maquinaria de producción de capital”. El ensayo analiza
obras específicas o la trayectoria literaria de Rafael Chirbes, Belén
Gopegui, Marta Sanz, Isaac Rosa, Alfons Cervera, Rafael Reig, Elvira
Navarro, Fernando Díaz, Eva Fernández, Javier Mestre, Matías Escalera,
Fanny Rubio y Juan Francisco Ferré. Dedica asimismo un apartado a la
novela contemporánea española de ciencia ficción crítica.
La
coordinación del texto corre a cargo de David Becerra Mayor, autor de
“La novela de la no-ideología” (Tierradenadie, 2013), “La Guerra Civil
como moda literaria” (Clave Intelectual, 2015), y coautor de la obra
colectiva “Qué hacemos con la literatura” (Akal, 2013). Es posible que
“Convocando al fantasma” no resulte un libro sencillo para un lector
poco avezado y no académico, es decir, no es de esos textos que se
devoran el domingo de una sentada. “Discute el canon establecido, pero
sin plantear un modelo cerrado, realmente el ensayo es una invitación al
debate”, explica David Becerra en la Universitat de València. La idea
del “fantasma” que enuncia el título procede del “Manifiesto Comunista”
redactado por Karl Marx y Friedrich Engels entre 1847 y 1848. Más en
concreto, remite a un libro del catedrático del departamento de
Literatura Española de la Universidad de Granada, Juan Carlos Rodríguez
Gómez, titulado “De qué hablamos cuando hablamos de marxismo”, en el que
se afirma: “Si la infraestructura (o sea, las relaciones
socio-económicas) se convierten en un fantasma evanescente, entonces
nadie -y nunca jamás- va a hablar o a luchar contra el capitalismo en sí
mismo, sino sólo contra sus pequeños o grandes fallos o lagunas: contra
los banqueros malos, los ejecutivos deshonestos, los jueces corruptos
(...)”.
David Becerra concluye que hay una literatura que toma
partido pero sin decirlo, que ha borrado al capitalismo del relato
dominante. En este campo “integrado”, el crítico literario inserta a
autores como José Ángel Mañas, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina,
Almudena Grandes o Javier Cercas. Es una literatura que en muchos casos
remite a problemas personales, de la que subyacen principios como que el
ciudadano ha vivido por encima de sus posibilidades. “La
responsabilidad es siempre subjetiva”, agrega el fundador y director de
la “Revista de Crítica Literaria Marxista”. El poema “Pulcritud”, de
Antonio Orihuela, autor inscrito en el movimiento de la “Poesía de la
Conciencia”, ilustra bien esta tendencia hegemónica: “En este poema no
hay sitio para la mugre./Ni el sudor, ni los malos olores, ni la basura/
tienen sitio en este poema./En este poema no se permite la entrada a
vagabundos, heridos, sedados, dopados, indignados, cobradores del frac o
parados”. Por esta senda crítica transitan poetas como Enrique Falcón o
Jorge Riechmann.
Ángela Martínez, Mélanie Valle, David Becerra, Alfons Cervera y Matías Escalera. |
Becerra Mayor pone como ejemplos de literatura
antagónica novelas como “El comité de la noche”, de Belén Gopegui, en la
que dos mujeres pugnan contra el tráfico y la compraventa de sangre. O
también “Made in Spain”, del periodista y escritor Javier Mestre, sobre
un joven que vive de manera apacible y un tanto evanescente en
Marruecos, cuando recibe en herencia una fábrica de zapatos. Entonces, a
pesar de sus propósitos, descubre la imposibilidad de forjar un
capitalismo “de rostro humano”. “Son novelas que visibilizan al fantasma
y nombran al capitalismo”, concluye David Becerra Mayor. “Si algo no lo
ves, no lo puedes combatir”. Cita en el mismo lado de la trinchera a
otros escritores como Matías Escalera, Alfons Cervera, Marta Sanz o
Elvira Navarro. La exposición de este joven doctor en Literatura es de
largo recorrido, de modo que sitúa en el punto de mira a la crítica
literaria española desde los años 60 hasta la actualidad. “No le gusta
la novela social y que se oponga al poder, habría que analizar desde qué
posición escriben y para quién”. En la década de los 50 y sobre todo en
los años 60, buena parte de la crítica decía que adentrarse en las
novelas del “realismo social” no merecía la pena, principalmente porque
estaban mal escritas. Esto se debía a que habían puesto por delante las
consignas políticas al estilo literario, opinaban los críticos. Asentado
este argumento de fuerza, se empezó a abandonar la edición de estas
novelas y a dejar de estudiarse en las universidades.
Hoy los
suplementos literarios de los periódicos dominantes -por ejemplo
“Babelia”, de El País- barren contra los escritores “comprometidos” con
argumentos parecidos a los que empleaban los críticos literarios de los
años 60: la pobreza de estilo, la falta de originalidad por los
argumentos recurrentes o un supuesto anclaje en la realidad de hace
cuatro décadas. Con independencia de estos señalamientos, David Becerra
Mayor apunta una diferencia importante de las novelas (críticas)
actuales respecto a las del realismo social clásico: “Las de hoy dejan
al lector en apuros, además, no sólo se preocupan por elevar la
conciencia crítica (también como ciudadanos) de los lectores, sino que
tratan de ponerles retos”. “Buscan su activación intelectual, al
contrario que la literatura Kleenex”. Recuerda asimismo las palabras del
escritor y poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, autor de “Entre Marx y
una mujer desnuda”, quien consideraba que en el capitalismo la
literatura se ha convertido en una simple niñera que se ocupa de los
adultos cuando salen del trabajo.
“Tierradenadie” es una pequeña
editorial que se podría definir como “socialista”, ya que renuncia al
lucro y la acumulación, de hecho, todo lo que gana en el proyecto se
reinvierte. Precisamente una de sus cláusulas esenciales es la renuncia
al beneficio, hasta el punto que el notario se tomó algo a broma estos
principios en el momento de la constitución, explica el novelista y
editor Matías Escalera. “Para nosotros los libros no son mercancías sino
herramientas de lucha ideológica, es un trabajo militante”. Esta
editorial de batalla ha publicado textos como “La dominación liberal”,
de John Brown; “Poesía de la conciencia crítica (1987-2011)”, de Alberto
García-Teresa; “La voz común”, de Antonio Orihuela; “Foucault y la
política”, de José Luis Moreno Pestaña; “El tiempo de la multitud”, de
Vittorio Morfino; “Campos de batalla”, de Eduard Ibáñez Jofre, y así
hasta más de una veintena de obras dedicadas al ensayo político,
filosófico, sobre sociología y de crítica literaria. Publicado en
septiembre de 2015, “Convocando al fantasma” es el cuarto de la serie
que “Tierradenadie” dedica a la Literatura en el mundo actual desde el
lanzamiento de “La (re) conquista de la realidad. La novela, la poesía y
el teatro del siglo presente”, texto coordinado por Matías Escalera y
cuyos derechos de autor fueron cedidos a Amnistía Internacional.
Mélanie
Valle es doctora en Literatura Española con la tesis “Por un realismo
combativo: Transición política, traiciones genéricas, contradicciones
discursivas en la obra de Belén Gopegui e Isaac Rosa”, del año 2014. En
el ensayo “Convocando al fantasma” dedica un artículo a cada novelista.
Destaca la responsabilidad y el compromiso con la realidad en la
narrativa de Belén Gopegui: “Pocas veces se define de modo riguroso la
manera en que se despliega este compromiso, más allá de artículos y
entrevistas”. Mélanie Valle ha estudiado todas las novelas de la
escritora madrileña con excepción de la última, “El comité de la noche”.
Algunos analistas han señalado críticamente los cambios formales en la
obra de esta autora, pero “creo que es una forma de renovarse para
expresar mejor tanto el contenido como la historia”. Belén Gopegui ha
otorgado relevancia en algunos textos a periodos como la Transición
española, por ejemplo en “La conquista del aire” plantea preguntas muy
nítidas sobre en qué se ha quedado, finalmente, la izquierda
institucional. En “El lado frío de la almohada” se ponen de manifiesto
los límites de esa misma izquierda para defender a la revolución cubana.
Además, en las novelas de Isaac Rosa uno de los elementos medulares es
el conflicto, que desapareció de la narrativa española después de la
Transición, explica Mélanie Valle. Así, la Guerra Civil, la dictadura
franquista y la Transición se han contado frecuentemente de manera
emocional, sin que figurara ese conflicto. En novelas como “La
habitación oscura”, Isaac Rosa pretende abandonar al lector en medio de
la tormenta, lo que en el fondo implica una obligación a que se
cuestione cuanto hay alrededor.
Ensayos como “La novela de la
no-ideología”, “Poesía de la conciencia crítica (1987-2011)” o
“Convocando al fantasma” representan propuestas para el debate
literario, la cuestión es “dónde”, se pregunta el escritor Alfons
Cervera, quien acaba de publicar la novela “Otro mundo” (Piel de Zapa).
“El capitalismo ha eliminado esos espacios”. Uno de los lugares que de
modo natural tendría que acoger el debate es la Universidad, pero “¿de
verdad pensamos que, en términos generales, a los docentes les interesa
este tipo de libros?” En las facultades francesas son más habituales los
foros de estas características. Cervera apunta otro de los males del
tiempo presente: hay muchos escritores a quines se les juzga por lo que
hacen al margen de sus libros. El fenómeno no es nuevo, y pueden
rastrearse numerosos antecedentes como la novela “Libro de Manuel”,
publicada por Julio Cortázar en 1973. Los críticos señalaron la
literatura de Cortázar como de mala calidad cuando el escritor se
posicionó a favor de las revoluciones nicaragüense y cubana. Sobre la
ideología, el estilo literario, la colisión de ambos factores y si
alguno de los dos tiene que primar, el escritor y periodista marca su
posición: “Hay que escribir bien”. Aunque estas discusiones resulten
difíciles de zanjar, porque un autor como Baroja posiblemente fuera un
mal escritor de acuerdo con el Canon establecido, pero era al tiempo un
gran narrador. Cosas similares se han afirmado del escritor de novelas
policíacas, Juan Madrid. Sin embargo, el autor de “Todo lejos” considera
que sería necesario alcanzar un acuerdo sobre qué se considera escribir
bien, el célebre “estilo” de Flaubert. “Para determinadas historias la
buena escritura es fundamental, al igual que la manera de contar”,
resume Alfons Cervera.
Una semana antes de que “Convocando al
fantasma” viera la luz, falleció el escritor Rafael Chirbes, a cuya obra
dedica el catedrático de Literatura Española, Ángel Basanta, un
capítulo del ensayo. Según Alfons Cervera, el autor de novelas como “En
la otra orilla” o “Crematorio” es uno de los grandes narradores del
siglo XX español. Pero también Chirbes es objeto de los “latiguillos”
literarios y los eslóganes facilones, por ejemplo, cuando se le etiqueta
como “el novelista de la crisis”. “Así se le marca el camino hacia el
olvido”, lamenta Alfons Cervera. A la falta de foros para el debate y el
esquematismo de las modas, se agrega otra barrera: el desequilibrio en
la correlación de fuerzas. Se percibe de modo palmario en historiadores
como Francisco Espinosa Maestre, quien destaca por los trabajos sobre
memoria histórica y represión franquista. Aunque respetado en los
circuitos universitarios, el autor de “Lucha de historias, lucha de
memorias. España, 2002-2015” siempre se ha movido en los márgenes de la
academia y ha cuestionado muchos de los relatos oficiales. El precio de
todo ello es que ha publicado su último libro en una pequeña editorial,
la sevillana Aconcagua, y pronuncia conferencias allí donde puede. No
tiene acceso a los altavoces a los que tiene acceso, por ejemplo, el
historiador Santos Juliá, el grupo Prisa. “Hay una gran desproporción”,
concluye Alfons Cervera.
Enric Llopis // Rebelión (19/03/2016). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=210148
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