David Becerra (Granollers 1984) es doctor en Literatura por la
Universidad Autónoma de Madrid y en la actualidad profesor de Literatura
Española en la Universidad de Lieja. Su tesis doctoral, convertida en
el libro La Guerra Civil como moda literaria, es un afilado y
pormenorizado estudio de la literatura española reciente sobre la
guerra. Estuvo recientemente en Oviedo invitado por la asociación
cultural La Ciudadana y el local Cambalache. Colabora con la editorial
asturiana Hoja de Lata y ha sido uno de los responsables de la reedición
por ésta de la novela Tea Rooms. Mujeres obreras, escrita en 1934 por la madrileña Luisa Carnés, una autora olvidada por su condición de “mujer, exiliada y comunista”.
Diego Díaz / Historiador.
¿Qué tienen en común la mayoría de las novelas actuales que hablan sobre la Guerra Civil?
La guerra se ha convertido en un escenario muy común,
pero que tiende a ser poco más que un telón de fondo para narraciones de
intriga, amor o aventuras que en general suelen estar muy
despolitizadas. Los protagonistas de la mayoría de las novelas españolas
recientes ambientadas en la guerra suelen ser personajes
despolitizados, presentados como personas normales y comunes, sin
demasiada conciencia social, atrapados en un conflicto armado que muchas
veces se trata por parte de los novelistas desde la equidistancia,
borrando su carácter político. Que hubiera muchas personas
despolitizadas en 1936 no debería ocultar la clave política que está en
el origen del conflicto. Parece como si los autores hubieran asumido esa
idea conservadora de que hemos llegado a “el final de la historia”, un
presente afortunadamente “aburrido y democrático”, como dice Almudena
Grandes, y por eso proyectan en el pasado también a personajes no
politizados que se parecen más a nosotros.
Parece una reivindicación de esa llamada
“Tercera España”, democrática, liberal, republicana, pero no
revolucionaria, que también se ha puesto de moda.
La “Tercera España” es un concepto de Santos Juliá que
viene a decir que entre unos y otros acabaron con la República. Es un
concepto tramposo y equidistante que iguala a golpistas y resistentes.
Hay que recordar que la República no era un bando, era el Gobierno
legítimo contra el que se levantaron los golpistas.
¿Cuándo comienza ese boom de novelas sobre la Guerra Civil?
Más o menos yo lo sitúo entre 2003 y 2004 con la publicación de La voz dormida, Soldados de Salamina y Los girasoles ciegos.
En 2004 sube el número de novelas publicadas ambientadas en la
contienda y hay escritores de prestigio como Muñoz Molina, Almudena
Grandes o Eduardo Mendoza que se suben a esta moda literaria, que solo
comienza a descender a partir de 2010. Parecía que la moda literaria de
la Guerra Civil iba a ser sustituida por una nueva moda de novelas sobre
la Transición democrática, pero creo que el 15-M con su impugnación del
relato oficial sobre la Transición ha detenido esta corriente.
¿Hablar de moda literaria tiene algo de peyorativo?
No. Trato de recoger ese término como algo objetivo, es
decir, como algo que funciona dentro del mercado literario y tiene unos
códigos comunes y reconocibles.
Nin y el POUM
¿Es posible separar la calidad literaria de una
novela de su contenido político? ¿Cuál sería una novela sobre la guerra
interesante desde el punto de vista estético, más allá de sus valores
políticos?
No creo que exista esa distinción tan clara entre lo político y lo literario, que podamos aislar ideología y literatura. Soldados de Salamina
es una muy buena novela desde el punto de vista de los productores del
gusto literario, pero ideológicamente es una suerte de revisionismo
histórico, no a lo César Vidal o Pío Moa, tan burdo, pero sí de forma
intelectualizada termina poniendo en el mismo lugar a víctimas y
verdugos. Creo que si una novela funciona bien políticamente y construye
una noción de memoria fuerte, es porque también funciona bien desde el
punto de vista literario. Una buena novela sobre la guerra debería
mostrar la continuidad que ha habido en España entre quienes ganaron la
guerra y quienes a día de hoy detentan el poder, en lugar de concluir
con el “final feliz” de la Transición, que es a donde nos conducen
muchas de las obras de esta literatura reciente. La mayoría de los
autores no viajan al pasado para transformar el presente, sino que lo
miran como algo lejano, que no nos pertenece y que está definitivamente
concluido.
¿Ejemplos de esas buenas novelas políticas sobre la guerra?
Lunas de agosto de Justo Vila Izquierdo, Otra maldita novela de la Guerra Civil de Isaac Rosa, Los rojos de ultramar de Jordi Soler y Maquis de Alfons Cervera.
Dentro de esta moda literaria de la que habla,
parece haber otro subgénero que son las ficciones que tienen que ver con
la guerra dentro de la guerra en la zona antifascista, el POUM, mayo de
1937 y las purgas estalinistas en España.
Probablemente sea un efecto de la película de Ken Loach Tierra y libertad
y del interés despertado a raíz de ésta por el secuestro y desaparición
de Andreu Nin, el fundador del POUM. Lo curioso es que muchos de los
abordan en sus narraciones la cuestión del POUM no lo hacen porque sean
trotskistas o simpatizantes de Nin, sino por anticomunismo. No les
interesa tanto reivindicar la memoria del POUM como convertir al
comunismo y a la URSS en el antagonista de la narración, en la que el
franquismo desaparece.
¿Y el cine sobre la guerra?
La sensación es que hay muchas películas españolas sobre
la guerra. Recuerdo aquel gag en una gala de los Goya en el que el Gran
Wyoming proponía entregar a Franco el Goya honorífico por su
contribución al cine español. Creo de todas formas que quedan muchas más
por hacer. Faltan películas que piensen políticamente la guerra.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 48, ENERO DE 2017
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