por Jesús Rocamora
Desde 1989 hasta 2011 se publicaron en España 181 novelas sobre la
Guerra Civil. ¿Cabe alguna más en las estanterías? ¿Cuál es la imagen
del pasado que nos transmiten? ¿Y qué dicen del presente que vivimos?
David Becerra se ha enfrentado a ellas y el resultado es La Guerra Civil como moda literaria
(Clave Intelectual), un análisis crítico de este fenómeno editorial
desde la lógica del capitalismo avanzado, en el que el pasado se ha
convertido en una mercancía más: algo blandito, dulce y que promete
desde su envoltorio una experiencia única al consumidor. Un adelanto de
la tesis del libro: hablamos de una novela histórica que se centra en
los conflictos personales pero que se olvida del contexto político, que
usa la guerra como escenario para aventuras y romances pero que asume la
versión heredada por la propaganda franquista y la Transición sin
cuestionarla, sin terminar de romper con ella. Best-sellers que
presentan la Guerra Civil como algo aislado, lejano, casi exótico, como
una época superada gracias a la comodidad de la democracia, lo que
produce la desactivación política del lector. Todo esto lleva, en última
instancia, a “una novela histórica sin Historia”.
Por estas páginas pasan Javier Cercas, Almudena Grandes, Javier
Marías, Dulce Chacón, Andrés Trapiello, María Dueñas, Eduardo Mendoza,
Rosa Regàs e Isaac Rosa, entre otros autores. ¿Un ejemplo ilustrativo?
Antonio Muñoz Molina y El jinete polaco, una novela donde
“nunca vemos a nadie haciendo la guerra, sólo hablando de ella,
construyendo relatos” pero no para cuestionar un presente que es
heredero de aquel conflicto, “sino para negar todo intento de contar la
Historia: para darnos a entender que todo intento de reconstrucción de
la Historia no será sino una forma de construir una ficción. Muñoz
Molina en El jinete polaco confunde intencionadamente la
Historia y la ficción, los iguala, rechaza que haya una forma de
aprehender la Historia en su totalidad”, se lamenta Becerra Mayor, que
es Doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid,
autor del ensayo La novela de la no-ideología (Tierradenadie, 2013) y fundador y director de Revista de crítica literaria marxista.
La primera pregunta que creo que te haría un escritor
(enfurecido) sería por qué la novela debe ser fiel al pasado y a la
realidad, si para eso están los historiadores y el ensayo. Hemos asumido
la idea de que la novela es un artefacto libérrimo y que no debe
ajustarse a ningún control. Es decir, ¿por qué debe ser útil la novela
sobre la Guerra Civil? ¿A quién?
Me encantaría debatir con los autores, enfurecidos o no, que analizo
en el libro. Sería muy beneficioso para la salud semántica de este país
que pudiera existir un debate serio sobre literatura sin caer en tópicos
o verter en él acusaciones de tipo personal. Y es muy posible que, como
señalas, algún autor llegara al debate esgrimiendo ese discurso: la
literatura sólo debe responder ante la misma literatura, y no ante la
Historia. Es un argumento legítimo y es legítimo que se defienda con él.
Ahora bien, creo que los lectores tenemos que exigirle algo más a la
literatura; tenemos que exigirle a la literatura en general –y a estas
novelas sobre la Guerra Civil en particular– que no se conformen con
entretener a los lectores por medio de aventuras pasionales ambientadas
en la Guerra Civil; tenemos que exigirles, como le exigimos a todo
ciudadano que participa en lo público, que cuando intervengan en lo
público lo hagan con la verdad y desde el rigor; que con su literatura
trasciendan la función que les confiere el mercado (vender y entretener)
y que participen en la construcción de una esfera pública discursiva
donde se pueda debatir, razonar, argumentar, etc., no sólo ofrecer y
recibir entretenimiento. No necesitamos niñeras ni cuentos para
conciliar el sueño, queremos discursos y queremos interlocutores.
Creo que la literatura debería trabajar en la construcción de ese
escenario, de un escenario donde la literatura se pusiera al servicio de
la ciudadanía y no del mercado. Y, concretamente, las novelas sobre la
Guerra Civil deberían contribuir a romper con un pasado que vive en
nuestro presente, porque nuestro presente está hecho de ese pasado que
ganó la guerra y del que hoy es heredera nuestra democracia y sus
instituciones. Las novelas sobre la Guerra Civil deberían servir para
establecer una ruptura con aquel pasado; lejos de eso, fortalecen la
relación de continuidad.
“Becerra emplea a fondo las armas de la crítica marxista”,
escribe Isaac Rosa en el prólogo de tu libro. El contexto en el que te
mueves es el mercado-mundo nacido en 1989, donde se han asumido “el fin
de la Historia” y donde el capital inunda todas las parcelas de la vida.
También citas a Walter Benjamin para hablar de un presente en el que
“los vencedores no cesan de vencer”. ¿En qué consiste la crítica
literaria marxista?
La crítica literaria marxista analiza, entre otras cosas, cómo la
literatura opera en la reproducción ideológica. Y de eso me ocupo en el
libro, de observar cómo estas novelas sobre la Guerra Civil están
legitimando una forma de concebir el pasado, pero también el presente.
Son novelas –y por eso arranco en 1989, fecha en que cae el muro de
Berlín y el capitalismo empieza a constituirse como mercado-mundo– que
han asumido la ideología propia del capitalismo avanzado, que han
interiorizado que vivimos en el mejor de los mundos posibles, sin
conflictos ni contradicciones, y que la Historia ya ha alcanzado a su
fin.
Decía Bajtin que sin conflicto no hay novela, y si nuestros
novelistas han asumido que vivimos tiempos a-conflictivos, ¿cómo
escriben una novela? La Guerra Civil constituye para ellos un escenario
idóneo, ya que es un pasado conflictivo donde sí es posible armar una
buena trama novelística. Esta vuelta al pasado es doblemente ideológica:
por un lado, su vuelta al pasado nos dice que vivimos en un presente
perfecto, sin conflictos, que les obliga a acudir a un pasado
conflictivo, y por otro lado, como decíamos antes, nos dice que ese
pasado no tiene nada que ver con el presente, que es algo lejano, un
escenario casi mítico, que no nos pertenece, que no tiene nada que ver
con nosotros.
Hablemos de Javier Cercas. ¿Hasta qué punto su Soldados de Salamina
es el paradigma de este tipo de novela tanto en su forma (posmoderna y
despolitizada) como en la manera de presentar la Guerra Civil (desde la
equidistancia y como un conflicto superado) y por su intención por
“humanizar” a un falangista como Sánchez Mazas? Quería preguntarte al
respecto por dos artículos: un reciente del propio Cercas, en el que él
mismo decía que “el problema de la memoria histórica es que se convirtió en un negocio”, lo que le supuso críticas por cínico. Y otro de Vicenç Navarro, que exponía aquí sus problemas con la última novela de Cercas, El impostor, y con que el escritor no refleje sino la visión heredada del “establishment político mediático español”: todos somos iguales, todos somos responsables en igual medida de aquel conflicto.
Soldados de Salamina es el paradigma de estas novelas por
los tres puntos que señalas. Pero, además, en ella se le da voz al
enemigo, al falangista Sánchez Mazas, y al darle voz, al humanizarlo o
subjetivizarlo, deja de ser percibido por el lector como enemigo. Cuando
damos voz al enemigo empezamos a concebirle no como el “otro”, sino
como alguien que es igual que nosotros, como una persona con sus
conflictos interiores, sus contradicciones, e incluso con sus razones.
Al darle voz al enemigo, le carga de motivos, y nos hace escuchar esos
motivos, los de un intelectual del régimen franquista, los de un
escritor que legitimó el régimen. Le escuchamos y le comprendemos. Se
difumina, según esta estrategia literaria e ideológica, la barrera que
separa a las víctimas de los verdugos. Le escuchamos y le comprendemos.
Ya no le vemos como un verdugo, sino como una víctima más, ya
despolitizada, de la guerra, como un hombre que como tantos otros sufrió
las consecuencias de la contienda. Porque, además, el falangista nos
cuenta lo mal que lo pasó cuando sobrevivió a un fusilamiento, y nos
compadecemos de él. De repente sentimos lástima por un fascista.
Javier Cercas ha puesto su literatura al servicio de la redención de
un fascista. Y al compadecernos de él, de ver cuánto sufrió un
falangista, no podemos sino asumir lo que se ha convertido en el
discurso dominante, y que tú señalas: en este país se mató por igual,
todos sufrieron y todos mataron, todos son responsables. Pero, ¿seguro?
¿Tiene el mismo nivel de responsabilidad quien defendió un sistema
democrático, legítimo, como fue la República, que quien se levantó en
armas contra él? Según nuestros novelistas, sí. Y esto, entre otras
cosas, es lo que se denuncia en el libro.
Respecto a la segunda parte de la pregunta, coincido con lo que
expuso Vicenç Navarro en su artículo. Me pareció muy acertado. Y,
contrariamente, coincido también con Javier Cercas con eso de que la
memoria se ha convertido en una industria; ahora bien, lo que me separa
de Cercas es que yo critico que la memoria se haya convertido en una
industria, mientras que él se beneficia de ella.
Hablas también de vivimos un revival fascista que
empuja a reeditar clásicos de autores falangistas. “La frase de
Trapiello –ganaron la guerra, pero perdieron las páginas de los manuales
de la literatura– se ha convertido en el buque insignia de los
redentores por la vía de la estética que defienden la pervivencia del
valor literario de los textos fascistas por encima de la Historia y las
ideologías”, escribes. Y también te refieres al caso concreto de Jordi
Gracia, para quien “la ideología no se tiene en cuenta, solo vale el
genio”. ¿Debemos revisar la coartada de la “genialidad” y del “arte”,
que aniquila cualquier lectura política, algo también propio de la
posmodernidad? En este sentido, parece que “arte” y “política” son hoy
conceptos opuestos.
Sin ninguna duda. Reivindico una lectura histórica y materialista de
la literatura. Nociones idealistas, y estáticas, como es la de genio,
entendido como un individuo que es capaz de trascender su momento
histórico, y asimismo la noción de arte como un discurso autónomo,
neutral e independiente de la coyuntura histórica en que se produce, no
me interesan en absoluto. No creo en la lectura como una comunión de dos
almas que, aunque alejadas en el tiempo, se encuentran en el momento de
la lectura. Creo que un lector activo y crítico tiene que saber leer
históricamente los textos, cuánta historia hay en un texto, incluso en
un poema de amor. Si solamente nos detenemos a medir la calidad
literaria de un texto –que alguien tendrá que explicar en algún momento
cómo se mide–, perdemos buena parte del sentido de ese texto. Por lo
tanto, tratar de redimir a escritores fascistas poniendo en valor sólo
su supuesta calidad literaria, y olvidando lo que esos textos dicen y
legitiman, me parece un ejercicio intelectualmente muy pobre y poco
honesto. Yo creo que hay que leer a los escritores fascistas, pero sin
desfascistarlos, sin desplazar de la lectura su sentido histórico y
político, viendo cómo opera la literatura en la legitimación de un golpe
de Estado. Si me paro sólo a contar metáforas, a celebrar el estilo,
perderé buena parte del sentido del texto.
Enlazado con lo anterior: sí que reconoces que una parte de
las novelas sobre la Guerra Civil aspiran a funcionar como “novelas de
memoria histórica”, pretenden dar voz a los olvidados e impedir la
segunda muerte: “la muerte hermenéutica, esto es, la que además de
quitarle la vida borra su nombre de la Historia y con ello toda
posibilidad de ser recordado”. ¿Consideras más válido este tipo de
novela sobre la Guerra Civil que aquella “donde lo individual y lo
humano ocupan la centralidad del discurso en detrimento de lo político y
lo social”? ¿A qué autores y obras “salvarías” por su función de
memoria histórica en este sentido de la masa de historias sobre la
Guerra Civil?
No es la primera vez que me hacen una pregunta de este tipo y en ella
se emplea el verbo “salvar”. De pronto me siento como un inquisidor o
como el cura y el barbero de El Quijote en el escrutinio del
capítulo VI. Pero no me incomoda. En realidad, todo crítico, cuando
selecciona sobre qué habla y sobre qué calla cuando escribe, participa
en un escrutinio. Te respondo: cuando establezco esa diferencia entre
las novelas que abiertamente reproducen los mitos de la cruzada de
Franco, que las hay, de otras que simplemente desplazan lo político a
favor de una lectura individualizada del pasado, y de aquellas otras que
sí buscan rescatar del olvido algunos episodios silenciados de nuestra
Historia, no lo hago tanto para “salvar” algunas novelas, sino para
matizar y señalar también que no todas las novelas que se analizan en el
libro se pueden analizar de la misma manera.
En este sentido hay novelas que, como Inés y la alegría de Almudena Grandes o La voz dormida
de Dulce Chacón, por señalar sólo dos ejemplos muy claros, parten de la
loable intención de evitar la muerte hermenéutica de algunos personajes
o episodios históricos. Sin embargo, en ambos casos, su final feliz se
levanta contra el propio proyecto novelístico. En La voz dormida,
por ejemplo, el final feliz se construye desde la asunción de una de
las estrategias propagandísticas del franquismo como era el indulto, que
permitía ofrecer una visión de Franco como misericordioso. El indulto
salva a uno de los protagonistas de La voz dormida, asumiendo la novela de forma acrítica lo que no fue sino una estrategia de lavado de cara del franquismo.
Por su parte, Inés y la alegría termina en plena transición,
en una España moderna y muy iluminada, donde ya todo lo malo pasó
definitivamente. El final feliz también es ideológico porque da por
cerrado un episodio histórico que, en realidad, continúa abierto. En
estas novelas, que se proponían rescatar del olvido un episodio
silenciado de nuestra Historia, se termina reproduciendo la idea de que
aquello ya pasó, que aquel pasado ya está cerrado y que ya no forma
parte de nuestro presente, plácido, tranquilo, «aburrido y democrático».
Frente a los libros de estos autores que se consideran de
izquierdas y hasta republicanos, que en el fondo asumen una visión
conformista del conflicto y del presente (no tiene nada de literatura
comprometida porque es cómplice, aseguras), propones recuperar otra
memoria, una memoria violenta, que se oponga de forma radical al sistema. ¿Podrías profundizar un poco esta idea de memoria violenta?
Tomo la idea de Walter Benjamin. Creo que la memoria tiene que ser un
instrumento de oposición al presente. ¿Por qué? Porque nuestro presente
está lleno de pasado, nuestro presente es heredero de aquel pasado que
ganó la guerra. Creo en una noción de memoria que visibilice la relación
de continuidad que existe entre aquel pasado y nuestro presente. Hay
que mostrar esa continuidad para romperla. Nuestros novelistas ocultan
esa relación de continuidad y por lo tanto, a partir de la lectura de
sus novelas, difícilmente podremos romper algo que ni siquiera somos
capaces de ver, porque no nos lo enseñan. La memoria tiene que servir
para cambiar el presente, para hacer añicos un presente que es heredero
del pasado que perdimos en la Guerra Civil.
En ese sentido empleo la noción de “memoria violenta”: una memoria
que no se conforme con la recordación del pasado, sino una memoria que
nos permita romper con un pasado que sigue instalado en nuestro
presente.
Con tanto hablar de conflictos pasados, en el fondo se evita
tratar conflictos presentes, dices: “Evocar un pasado conflictivo, como
es el caso del de la Guerra Civil española, se pone en funcionamiento el
mecanismo ideológico que desplaza la posibilidad de concebir nuestro
presente como asimismo conflictivo”. ¿Dónde ves la novela contemporánea,
la escrita hoy y sobre temas de hoy, con respecto de los conflictos
sociales y políticos actuales? ¿Se estudiará en el futuro la novela del
siglo XXI sólo para descubrir que no hay novelas que hablen del presente
porque todas están muy ocupadas hablando de otra cosa?
Hay novelas ambientadas en el presente, pero que no hablan del
presente. Eso lo traté en otro libro, al que antes hacía mención: La novela de la no-ideología.
Novelas que, como éstas, interpretan todo conflicto desde el yo, todos
los problemas de los personajes son individuales, nunca políticos,
sociales o colectivos. Esta forma de desplazar el conflicto –siempre
encontrando la explicación en el yo– es lo que define, en mi opinión, la
novela española actual, se ambiente en la Guerra Civil o en la
actualidad. Sin embargo, hay excepciones y hay novelistas que sí
visibilizan los conflictos. Belén Gopegui, Marta Sanz o Isaac Rosa,
entre otros, y señalo sólo los más conocidos, sí reconocen que nuestro
presente es conflictivo y ese conflicto, que sí es político, es abordado
en la novela.
En tu ensayo aseguras que el fenómeno que rodea la actual
novela de la Guerra Civil no es algo exclusivamente español ni producto
de la Transición, sino que se puede apreciar por ejemplo en la
literatura y el cine sobre la Segunda Guerra Mundial y su visión
“humana” de los nazis, lo que permite despolitizar lo sucedido y, entre
otras cosas, convertir a verdugos en víctimas. ¿Qué tiene el boom de las novelas de la Guerra Civil de fenómeno propio español y cuánto de corriente mainstream global?
Efectivamente, no es un fenómeno español. A veces creemos que somos
el ombligo del mundo y que todo se puede explicar desde nuestra concreta
coyuntura histórica. Y lo analizamos todo en clave Cultura de la
Transición. Y creo que ese análisis no es errado, pero sí incompleto.
Los mismos discursos que aquí denominamos Cultura de la Transición se
dan en otros contextos muy distintos. ¿Por qué? Porque en realidad es
cultura –o mejor: es la lógica– del capitalismo avanzado. La
despolitización, la equidistancia o poner el foco en lo humano para
desplazar lo político y lo social –lo histórico–, elementos
constitutivos de nuestra narrativa última, también están presente en
novelas y películas europeas y estadounidenses. Luego, y respondiendo a
la segunda parte de tu pregunta, lo que tiene propiamente de español
este fenómeno es el escenario –la Guerra Civil– y la visión cainita o
fratricida de la misma.
“Las novelas sobre la Guerra Civil española funcionan como
respuesta literaria al pacto del olvido que supuso la Transición”,
escribes, citando a María Corredera. ¿Te interesaba también con La guerra civil como moda literaria sumarte a la actual crítica a la Transición?
Me interesa, pero, como te decía, tiene sus limitaciones. Porque,
insisto, yo no creo que la cultura no-conflictiva (o lo que en otro
lugar he denominado “la novela de la no-ideología”) sea fruto de la
Transición, sino del capitalismo. Es el capitalismo el que nunca se
nombra, es la burguesía la clase innombrable. Centrarnos en la
Transición me parece limitar en exceso dónde está la causa que provoca
los efectos que hoy padecemos.
Por cierto, tras la invasión de las novelas de la Guerra
Civil, avanzas el siguiente fenómeno literario en ocupar librerías y
secciones de cultura de los medios de comunicación: las novelas sobre la
Transición. ¿Es aplicable a esta nueva novela de la Transición las
críticas que haces a la de la Guerra Civil?
Todo parecía indicar que, una vez agotada la moda literaria de la
Guerra Civil, ésta iba a dejar el relevo a novelas sobre la Transición.
Los primeros síntomas mostraban que iba a ser así, que se iba a poder
aplicar el mismo análisis, porque el esquema novelístico iba a ser
parecido. Sin embargo, desde que el relato de la Transición ha entrado
en crisis, creo que va a ser más complicado que se conforme esta nueva
moda y, llegado el caso, si se conforma, creo –y aun espero– que irá por
otros derroteros.
Estamos en un momento histórico en que el relato de la Transición se
viene abajo y eso dificulta que la Transición se convierta en moda
literaria. Pueden salir novelas contra el relato de la Transición –de
hecho están saliendo, y destaco Daniela Astor y la caja negra de Marta Sanz y El tiempo cifrado
de Matías Escalera– pero difícilmente saldrán otras que lo legitimen.
Aunque, quién sabe, quizá haya un repunte del relato cuando los
poderosos disparen su última bala, y bien podría ser posible que ésta
viniera acompañada de novelas que traten de relegitimar un relato que
está en crisis. Pero esto sólo es especulación, y sólo el tiempo lo
dirá.
Para terminar, ¿qué responsabilidad tienen los medios de
comunicación de masas en esta visión conformista del pasado, de la
Guerra Civil y el franquismo, en esta “desactivación política del
lector”? Los medios son altavoz de la visión dominante, pero además dan
cabida a este tipo de novelas en sus suplementos y secciones culturales
sin cuestionarlas.
Los medios de comunicación operan, como la literatura, en la
transmisión ideológica. Pero además tienen el poder de poner en
circulación unos discursos y no otros. Evidentemente, han utilizado su
poder para difundir discursos que coinciden con los dominantes, con
aquellos que participan en la desactivación del lector.
Jesús Rocamora // Publicado en La Marea (10 de marzo de 2015). Fuente: http://www.lamarea.com/2015/03/10/debemos-exigir-que-las-novelas-de-la-guerra-civil-trasciendan-la-funcion-de-entretener/
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