Entrevista a David Becerra Mayor sobre "La guerra civil como moda literaria" (III)
“La labor del crítico es analizar qué tipo de discurso ideológico se esconde detrás de una novela y señalarlo”
Doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid, documentado editor de La mina de López Salinas y La consagración de la primavera de Carpentier, responsable de la sección de Estética y Literatura de la FIM, colaborador de La Marea, Mundo Obrero, El telégrafo y El Confidencial, autor de numerosos estudios y artículos de crítica literaria, autor del ensayo La novela de la no-ideología, David Becerra Mayor ha publicado recientemente en la editorial Clave Intelectual La guerra civil como moda literaria. En su última obra de centra nuestra conversación.
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Nos
habíamos quedado en la segunda parte de tu libro. Tendré que caminar
con pasos más agigantados. Señalas en el primer apartado de esta parte
que cuando aparece la II República en las novelas analizadas nunca
aparece como algo considerado en sí mismo sino como antesala de la mal
denominada guerra civil. ¿Y eso es grave? ¿Por qué? En algunos casos,
añades, la II República es sinónimo de caos y conflicto permanente. ¿No
fue el caso en algunos, en muchos momentos?
Creo que la
República tiene su propia sustancialidad histórica. La República se
puede entender y explicar sin necesidad de hacerlo desde la Guerra
Civil, como si sólo fuera una causa y no un episodio histórico
específico. Hay una visión, que es hoy dominante, no sólo en las novelas
que analizo sino también en buena parte de los ensayos que se escriben
sobre la República, que yo denomino teleológica: la República se explica
desde su final. Creo que hay que reivindicar qué fue verdaderamente
–históricamente- la República, señalando sus logros, asumiendo sus
grandes contradicciones, sus fracasos, sus expectativas logradas pero
también las no satisfechas, como hechos que le pertenecen a la
República, no como algo que tiene que desencadenar “inevitablemente” en
una guerra civil. Creo que esa sería la forma más rigurosa de acercarse a
la República. Y estas novelas no lo hacen. De hecho, no tenemos novelas
de tema estrictamente republicano; la República, como digo, siempre
aparece para explicar la guerra que ha de venir de un modo casi
inexorable. Esta descripción teleológica no hace justicia –desde un
punto de vista histórico- a la República.
Por otro lado, cuando
la República se define según el mito de la cruzada de Franco, que
aunque fue desterrado por Southworth sus fantasmas todavía merodean por
las páginas de nuestra novela reciente, la República aparece como
sinónimo de caos y conflicto permanente. ¿Fue así? Como tú señalas, en
algunos casos. Claro que hubo tensión social, conflicto de clase,
enfrentamientos políticos. Pero eso no puede aplicarse al conjunto del
periodo republicano y, ni mucho menos, utilizarlo como una forma de
legitimar (o relegitimar) el golpe de Estado, como sucede en algunas
novelas que analizo. Hay novelas que muestran el caos para legitimar la
necesidad de un correctivo que le devolviera a España el orden. Ese
correctivo fue el golpe de Estado.
Otra de tus críticas se
adentra en territorios soviéticos: la República, señalas, no fue una
marioneta de la URSS, el PCE no fue el brazo ejecutor de las políticas
dictadas por las instancias gubernamentales soviéticas. ¿Esta es también
una de las constantes de las novelas analizadas? ¿No resulta extraño
teniendo en cuenta lo que muchos historiadores, Ángel Viñas entre ellos,
Fernando Hernández Sánchez también, han sacado a la luz?
Así
es. Esta idea está muy presente en las novelas. Es una idea que
alimentaron los ideólogos de la cruzada de Franco. Ellos, los
autoproclamados nacionales, tenían que luchar contra una fuerza
extranjera que pretendía invadirles, convertir España en una colonia
soviética. Franco inició de este modo su cruzada contra el comunismo. Se
levantó para salvar España del comunismo. Esta idea, que, insisto,
creíamos que Southworth ya la había desterrado para siempre, vuelve a
aparecer en nuestra novela. Es verdad que tenemos historiadores
prestigiosos y rigurosos como Ángel Viñas o Fernando Hernández Sánchez o
Helen Graham que cuestionan, con datos y documentación, esta
teoría/mito; sin embargo, nuestros novelistas parece que prefieren
reproducir el mito de la cruzada de Franco que arrojar nueva luz para
desterrar el mito. Nuestros novelistas prefieren el mito a la Historia.
¿Cómo son tratados los hechos de Mayo de 1937 de Barcelona en las novelas que has analizado?
No son tratados. Hay referencias constantes, pero nunca se abordan “els
fets de maig” en profundidad, con voluntad historicista. Se alude a lo
que los comunistas hicieron en aquel mayo de 1937 en Barcelona, pero
apenas se dice nada de la posición de Azaña, del gobierno de la
República, de las causas que lo desencadenaron, de las contradicciones
que estallan en la retaguardia de un frente que va perdiendo una guerra;
simplemente se quiere transmitir la idea, sin contrastarla ni analizar
lo ocurrido con rigor, de que los comunistas españoles, a las órdenes de
Stalin, cometían todo tipo de barbaridades, mucho peores que las que
cometían los franquistas en su bando. Entre ellas, este episodio.
¿Y
la muerte-asesinato de Nin? ¿Hay alguna novela que te parezca
especialmente recomendable o destacable que se centre en la
“desaparición” del dirigente del POUM?
Lo mismo que lo anterior.
Se habla mucho de Nin. Pero tampoco hay un intento de clarificar nada.
Nin está puesto al servicio de la ecuación República/URSS, solamente se
utiliza para reafirmar la idea de que quien gobernaba en España no era
un gobierno democrático y legítimo, sino Stalin. A nuestros novelistas
no les importa la historia de Nin, les importa el uso interesado que se
puede hacer contando la historia de Nin. Hay una novela que sí se ocupa
del caso Nin en concreto; es La noche desnuda de Juan Carlos Arce . Es una novela policíaca.
Tal
vez esté equivocado pero dos de los novelistas que merecen más críticas
tuyas son Manuel Maristany y Antonio Muñoz Molina. Apenas conozco al
primero, pero ¿no ves también alguna transformación en las
aproximaciones del segundo al hilo de su evolución política? Algo así
como si su mano política guiase su mano novelística.
Manuel
Maristany es abiertamente un fascista. Y él mismo lo reconoce. Y afirma
que escribe desde su punto de vista de clase, que es la de alguien que
pertenecía a la burguesía catalana y que vio como la República hizo
retroceder sus privilegios. Y contra la República arremete, poniéndose
de lado de los golpistas. Y legitimando el golpe. El golpe fue
imprescindible para que su clase perdurara y pervivieran sus
privilegios. Y lo celebra. Salvó a España, en su opinión, cuando en
realidad salvó a los suyos. Por su parte, Muñoz Molina seguramente no
reconoce que es un fascista, y seguramente no lo sea, pero cuando leí su
novela La noche de los tiempos no puede sino pensar en aquella
frase de Thomas Mann que dice: “Colocar en el mismo plano moral el
comunismo ruso y el nazifascismo, en la medida en que ambos serían
totalitarios, en el mejor de los casos es una superficialidad; en el
peor, es fascismo. Quien insiste en esta equiparación puede considerarse
un demócrata, pero en verdad y en el fondo de su corazón es en realidad
un fascista, y desde luego solo combatirá el fascismo de manera
aparente e hipócrita, mientras deja todo su odio para el comunismo”.
Dicho esto, coincido contigo en que la mano política guía su mano
novelística. Si –acuérdate- en nuestra anterior conversación hablamos
del inconsciente ideológico, en el caso de Muñoz Molina no es el
inconsciente el que habla, él es muy consciente de lo que piensa, de lo
que dice, de lo que escribe.
Pero es un caso bastante peculiar. ¿No estuvo hace ya algunos años en las proximidades de IU?
Seguramente. Pero hace un par de años, quizá tres, defendió, desde su
posición de escritor y de académico de la RAE, que la palabra
«comunismo» tenía que equiparse, en el diccionario, a la de fascismo, en
tanto que, a su parecer, ambos son regímenes en esencia igualmente
totalitarios. Y lo decía sin tener en cuenta que en los textos
fundacionales del fascismo esta ideología política se definía a sí misma
como totalitaria, mientras que el comunismo nunca se ha definido a sí
mismo en esos términos. No sé a quién votará Muñoz Molina, ni me
interesa; lo que me interesa es ver qué dicen sus textos. Y su última
novela es claramente anticomunista y su anticomunismo se asemeja mucho
más al anticomunismo que construyó el fascismo que al anticomunismo
liberal. Aunque hay un poco de todo.
Hablas de una clara y
digna excepción, de una novela de Felipe Alcaraz. ¿Nos hablas un poco de
ella? Por lo demás, perdona la impertinencia: ¿no será que tu juicio
positivo sobre La muerte imposible está mediado o cuanto menos influenciado por tu mayor proximidad política a las posiciones del que fuera diputado del PCE?
Asumo la impertinencia, porque, si me permites el juego de palabras, es
muy pertinente. Cuando hago juicios positivos –y lo hago en el caso de
Felipe Alcaraz, pero también de Isaac Rosa- no lo hago por nuestra
proximidad política, sino porque creo que coincidimos en nuestra forma
de concebir la memoria no como una forma estéril de acercarnos al
pasado, sino como un modo de cambiar el presente. Pero me preguntas por
la novela.
Sobre ella te preguntaba
Es interesante, porque nos
habla de Mercedes Olmedo, una mujer que decide, cuando los fascistas van
a capturarla para fusilarla, no ser derrotada. Y se suicida. El
suicidio, se dice, es una victoria al revés. Aunque, como dice Pavese,
los suicidios son homicidios tímidos –y así se dice en la novela-,
también se contempla como una victoria. No lo han asesinado, no permitió
que la asesinaran, no permitió que en su cuerpo se encontrara ni una
sola huella de la derrota. Antes de sufrir la derrota, ella misma se
quitó la vida.
¿Cómo debería escribirse una novela sobre la guerra civil española? No sé si has leído Todo que ganar:
¿de esa forma, de la forma en que Juako Escaso relaciona y vincula
nuestro pasado relativamente reciente (Vitoria, 3 de marzo) y nuestro
presente?
No he leído, todavía, la novela de Juako Escaso.
La enorme labor que están realizando Eva Fernández y Alfonso Serrano en
la editorial La Oveja Roja hace que se nos acumulen lecturas. Qué mes de
febrero: Panfleto para seguir viviendo, Insurgencias invisibles y ahora Todo que ganar. La Oveja Roja demuestra que otra literatura es posible. Celebro que existan.
Tienes razón. Yo también.
Ahora bien, no sé –ni es la función del crítico saberlo- cómo debería
escribirse una novela sobre la Guerra Civil. El trabajo del crítico no
es normativo. Tienen que ser los novelistas quienes diriman cómo tiene
que tratarse un tema en su literatura; luego, la labor del crítico es
impugnarlo o celebrarlo, observar si es un discurso inmovilizador o
emancipador. No obstante, me aventuro con una respuesta: una novela
sobre la Guerra Civil tiene que mostrar la continuidad que existe entre
el pasado vencedor y nuestro presente, que es heredero de ese pasado.
Tiene que mostrar la continuidad para que podamos establecer una ruptura
con ese pasado que pervive todavía en nuestro presente.
Dos
preguntas un poco descorteses. De las novelas que has citado hasta el
momento, hay una en la que creo que eres un pelín injusto: Los girasoles ciegos.
A mí me parece que es una novela que ayuda a amar la República y la
resistencia antifascista, a acercarse a ellas, a proseguir con su
legado. Mueve al lector/a a la insumisión, no a pensar que vivimos en el
mejor de los mundos posibles, en una aburrida democracia por ejemplo y
que todo ya está hecho. No te oculto mi admiración por Alberto Méndez.
Tú nunca eres descortés, querido Salvador. Agradezco esta pregunta. A mí también me parece una buena novela Los girasoles ciegos.
De hecho, si no recuerdo mal, lo que en el libro analizo de la novela
de Alberto Méndez es bastante positivo: hablo de la posibilidad de hacer
de la escritura un instrumento para mantener viva la memoria, un arma
para combatir no ya contra la muerte física, sino la muerte
hermenéutica, aquella que condena a los muertos a la insignificancia,
aquella que borra su nombre de la Historia.
La segunda de estas
preguntas: ¿novela no es ficción, no es creación? ¿No estás
ideologizando en exceso el trabajo de un novelista? ¿No estás
presuponiendo que el novelista tenga que mancharse sus manos más de la
cuenta y que lo mire todo con ojos políticos?
Si asumimos que la
novela es sólo ficción o creación y que por lo tanto tenemos que
analizarla sólo desde la propia ficción y tenemos que aceptar que la
literatura sólo a la literatura se debe y no a la Historia, supone
asumir la visión dominante de lo que tenemos que entender por
literatura. Yo entiendo que la literatura no es sólo un discurso bello o
un discurso que nos entretiene, creo que la literatura es un operador
privilegiado de reproducción y legitimación ideológica, como nos enseñó
Althusser, Balibar, Macherey, Juan Carlos Rodríguez o Julio Rodríguez
Puértolas. Por eso, y no por voluntad inquisidora, analizamos la
ideología que late en los textos. Porque, en tanto que discurso público,
construye ideología, transmite una visión del mundo. La labor del
crítico, en mi opinión, es analizar qué tipo de discurso ideológico se
esconde detrás de una novela y señalarlo. Porque la literatura no es
inocente, no es un discurso autónomo y neutral, participa en la esfera
pública. Por ello es necesario analizarlo.
Un comentario de texto. El comité de la noche, se le pregunta en Diagonal a
Belén Gopegui, “tiene un lenguaje cuidado, una capacidad de crear
diálogos intensos, referencias intertextuales precisas. ¿Es posible un
lenguaje antagonista dentro de los códigos del poder?”. Su respuesta, la
respuesta de Belén: “Entre la frase de Audre Lorde “las herramientas
del amo no destruirán la casa del amo”, aquella de Chirbes “la buena
letra es el disfraz de las mentiras” y el verso de Adrienne Rich “éste
es el lenguaje del opresor / y sin embargo lo necesito para hablarte”,
transcurre un debate de siglos”. En realidad, prosigue la autora de Lo
real, “parte de la evolución de lo que sea que llamemos arte ha estado
marcada por la necesidad de cambiar las herramientas, violentar el
lenguaje y hacer estallar en pedazos la buena letra impuesta por la
clase dominante”. Cita entonces a Jesús Ibáñez (José Luis Moreno Pestaña
ha escrito un gran libro sobre él) quien “contaba la historia de aquel
maestro que le decía a su discípulo: “Si dices que este palo es real, te
pegaré con él, si dices que no es real, te pegaré con él, si callas, te
pegaré con él”. La salida, decía, era arrancarle el palo de las manos y
darle con él en la cabeza”. Dicho de otro modo y con respecto al arte,
concluye Belén, “aun manteniendo siempre la atención hacia todo lo que
los códigos y herramientas cuentan por sí mismos, y aun procurando
siempre destrozar esos códigos y esas herramientas, recordemos también
que la razón de destrozarlos no es un dilema formal, como si eso
existiera, sino arrebatar el palo, el monopolio de la violencia real,
microfísica, simbólica, que, de modo ilegítimo, ejercen el capital y el
patriarcado”. ¿Qué tal esta reflexión? ¿La suscribirías?
Totalmente. Belén Gopegui es una de las escritoras que más ha
reflexionado sobre las posibilidades de la literatura para la
emancipación y la transformación política y social. Aprendo mucho
leyéndola. Suscribo cada una de sus palabras.
Llegamos
a la tercera parte. ¿Abuso de ti si te propongo una cuarta entrevista?
La última, te lo prometo. Por cierto, ¿qué es eso de la liquidación de
la historicidad, el título de esta parte anunciada? ¿Liquidación de la
historicidad hablando de novelas que toman pie en la mal llamada guerra
civil española? ¿No es eso una verdadera contradicción?
En
absoluto abusas de mí. Agradezco mucho tus preguntas y la molestia que
te estás tomando. El interés que estás mostrando en mi trabajo. Es para
mí un placer enorme poder dialogar contigo. Y para responderte, voy a
utilizar un chascarrillo de Z izek, de quien ya hablamos en nuestra
última conversación. En el capitalismo avanzado la cerveza es sin
alcohol, el café sin cafeína, el helado sin grasa... y yo añado: y las
novelas históricas sin Historia. Parece una contradicción, en efecto,
pero esto es la liquidación de la historicidad. Novelas históricas donde
la Historia, en un sentido fuerte, como lugar de conflictos y
contradicciones, como algo vivo, en movimiento, desaparece de estas
novelas históricas. El pasado se vuelve un lugar estático, un escenario,
un telón de fondo, en una localización, donde ocurren conflictos
individuales, pero en vez de situarse en la actualidad se sitúan en
plena Guerra Civil. Seguiremos profundizándolo en la ¿definitiva?
entrevista. Será, insisto, para mí un placer proseguir este diálogo.
De acuerdo. Hasta pronto.
Salvador López Arnal // Publicado en Rebelión (16 de marzo de 2015). Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196513
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