“Un científico no puede renunciar al conocimiento, el objetivo de su trabajo no puede ser otro que la búsqueda de la verdad”
Salvador López Arnal
Prosigo, es la última. ¿Qué tienes en contra de la aproximación
neohumanista a nuestra Guerra Civil? ¿El marxismo no es, realmente, un
humanismo bien entendido?
Agradezco mucho esta pregunta
porque me va a permitir aclarar algunas cosas; «humanismo» es una
palabra a la que constantemente nos referimos pero raramente nos hemos
preocupado de significarla, y en consecuencia la asumimos con un valor
positivo, pero sin saber muy bien qué significa. Lo mismo ocurre, en
consecuencia, con neohumanismo. Entiendo por neohumanismo –concepto
también procede de nuestro mayor teórico marxista: Juan Carlos
Rodríguez– como una estrategia ideológica en la que se borran –de nuevo-
lo político y lo social (la historicidad) a favor de una lectura del
conflicto en términos humanos. El neohumanismo concibe que los hombres
en tanto que hombres son todos iguales, comparten un mismo espíritu, una
misma esencia que los iguala, sin tener en cuenta sus identidades
políticas o sociales. Lo que importa es el interior del ser humano (su
espíritu, su esencia) y no lo exterior, que se considera accidental (lo
histórico, lo político, lo social). En este sentido, en la novela sobre
la Guerra Civil, reconocemos una estrategia neohumanista cuando algunos
personajes, reales o ficticios, se igualan desde su interior, sin
atender a su exterior, si es republicano o golpista, cuestión que queda
en un segundo plano. En este sentido es paradigmática la novela La mula de
Eslava Galán, donde, en un episodio central, dos amigos enfrentados por
la guerra se funden en un abrazo indisoluble cuando se encuentran en
una plaza sin armas. Son iguales, se reconocen, se identifican, porque
hay algo común –comparten ese espíritu humano– y lo otro es accidental,
superficial, y solo desean que ese accidente llamado Guerra Civil se
termine para poder volver a ser Uno, un solo espíritu libre. Pero la
Guerra Civil no fue un accidente, tuvo un componente político y social,
histórico, que la lectura neohumanista desplaza.
Entonces,
me vuelvo a salir del guión, una aproximación como ésta (es de Manuel
Sacristán, de un largo artículo enciclopédico de 1958), ¿qué te parece?
“Desde
los primeros años de la posguerra se encendió una polémica en la que se
reprochó al marxismo ser infiel a su explícita afirmación de humanismo.
Los varios argumentos esgrimidos (por pensadores muy diversos, como
Croce, Popper, Sartre, Jaspers, Von Mises, Merleau-Ponty, los padres
Bigo, Chambre, Wetter, Bochenski, etc.) pueden acaso resumirse así 1.º
el marxismo no puede ser un humanismo porque determina económicamente al
hombre; 2º, el marxismo no se comporta como un humanismo porque admite
la violencia. Los argumentos marxistas contra esas críticas podrían
quizá compendiarse como sigue: 1º, el marxismo no postula la
determinación de la humanidad por factores económicos, sino que la
descubre y aspira a terminar con ella; 2.º, el marxismo no propugna la
introducción de la violencia en la sociedad, sino que comprueba su
existencia en ella en forma de instituciones coactivas de conservación
de la estructura social dada, así como en formas espirituales, como la
inculcación a los niños de las ideas morales, etc., representativas del
orden social establecido. La polémica tiene en su fondo una oposición
entre los conceptos de libertad tradicional y marxista: mientras que el
concepto tradicional de libertad se define negativamente -”libre
arbitrio de indiferencia”” o “nulidad” de la angustia
existencial-, en la teoría marxista, libertad equivale a “desarrollo
real de las capacidades del hombre”.
Insisto: ¿de qué
hablamos cuando hablamos de humanismo? Dice Carlos Fernández Liria, muy a
menudo, que se hace imprescindible fijar los conceptos sobre los que
estamos hablando para que no nos cambien de conversación. No digo que tú
lo hagas, aunque reconoces que te sales del guión con esta pregunta.
Por eso hay que ver qué entendemos por humanismo. El humanismo –y esto
también lo explica muy bien Juan Carlos Rodríguez, again- forma
parte del discurso ideológico de la primera burguesía que, frente a la
nobleza que legitimaba su posición de clase por medio de la sangre (si
esta es azul o roja), tiene que inventar –o producir- una nueva
categoría social mediante la cual poder disputar el poder a la clase
dominante, una nobleza feudalizante. Frente a la idea de que el exterior
(el cuerpo, la sangre) determina el status social de un individuo, la
burguesía inventa el interior, y se formaliza por medio de distintos
ideologemas: el alma, la virtud, el mérito, el trabajo, etc. La
ideología humanista sirve para legitimar la igualdad esencial de todos
los hombres para discutir los categorizadores sociales del feudalismo.
La igualdad esencial de todos los hombres contraviene la ideología hasta
el momento dominante, que decía que hay quien nace noble y a quien hace
plebeyo. La burguesía, si aspira a convertirse en clase dominante,
tiene que cuestionar esta idea y empezar a reivindicar la igualdad de
cuna. Y el humanismo opera en este cambio de paradigma, es una
herramienta de lucha de la burguesía para disputarle el poder a la
nobleza. Hemos de partir de aquí a la hora de dirimir si el marxismo es
un humanismo o no; pero, teniendo en cuenta el origen del mismo, habría
que redefinir previamente el término «humanismo» para fue diera el
resultado esperado en la lucha por la emancipación del proletariado.
Citas a Terry Eagleton en el apartado que estamos, que estás
comentando. ¿Te interesa su obra? ¿Tomas pie en sus reflexiones? ¿No se
pone a veces demasiado psicoanalítco?
Sí, me interesa
mucho Terry Eagleton. Es verdad que tiene obras en exceso
psicoanalíticas, sobre todo sus últimos libros, que además pueden ser
tremendamente complicados para alguien que no está habituado a la teoría
del psicoanálisis. En este sentido, recuerdo la lectura de uno de sus
últimos libros, Los extranjeros: por una ética de la solidaridad, que
empieza con una profunda y compleja reflexión sobre Lacan y los
espejos. Eagleton me interesa fundamentalmente como crítico literario,
ya que ha escrito libros imprescindibles para el estudio de la
literatura como pueden ser Cómo leer un poema o El acontecimiento de la literatura. Fuera de la teoría o la crítica literaria, me resultó muy útil Ideología: una introducción,
un libro fundamental para desentrañar cómo se ha ido transformando el
concepto «ideología» desde la Revolución francesa hasta prácticamente
hasta hoy. Y en un ámbito menos académico, me gusta mucho recomendar su ensayo Por qué Marx tenía razón.
Hablas
también en algunos momentos del descrédito de los paradigmas
objetivistas. ¿Qué es un paradigma objetivista? ¿Quiénes abonan ese
descrédito?
Ya que estamos hablando de Terry Eagleton, en su libro Las ilusiones de posmodernismo define
el posmodernismo como un estilo de pensamiento que desconfía de las
nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad. A eso me
refiero cuando hablo del descrédito de los paradigmas objetivistas, a
cómo, desde postulados posmodernos, se asume que el mundo –o la
Historia- no se puede aprehender en su totalidad; supone una renuncia a
la ambición de conocer, de acercarnos a la verdad, de tratar de entender
e interpretar el mundo. ¿Quiénes abonan ese descrédito? Aquellos
novelistas que se regocijan en la imposibilidad de saber, que hacen
elogio de la opacidad como actitud intelectual, como es por ejemplo
Javier Cercas, que no solo reconoce que es imposible conocer la Historia
y decide conformarse con su relato, sino que además cree que la labor
del intelectual es poner obstáculos al conocimiento mismo de la
Historia.
Sin que sea mi causa algunos comentaristas podrían
señalarte: pero si en la epistemología de las ciencias duras ya no está
de moda la mirada objetivista sobre la ciencia, la objetividad,
añadirían, es básicamente intersubjetividad compartida… y
provisionalmente además, ¿cómo se va a aspirar a la objetividad en
terrenos mucho más pantanosos? Con los buenos relatos ya es suficiente .
Que no esté de moda no significa que tengamos que renunciar a ella. Un
científico –sea de ciencias duras, sociales o humanas- no puede
renunciar al conocimiento, y el objetivo de su trabajo no puede ser otro
que la búsqueda de la verdad. Puede que no la encuentre, pero no puede
perder esa ambición. Soy consciente de que lo que estoy diciendo puede
sonar anticuado a más de uno, pero creo que tenemos que subrayarlo; de
lo contrario, abonamos el terreno para que vengan los que quieren
servirnos la ciencia y la Universidad a la bolognesa, diciéndonos que en
tanto que la verdad no se puede alcanzar y que por ende no podemos
poner la Universidad al servicio de la verdad, entonces pongámosla al
servicio de la sociedad –quieren decir: sociedad de mercado-. Es preciso
subrayar que el único fin del conocimiento es el conocimiento mismo, y
luego ya veremos para qué sirve. Creo que la búsqueda de la verdad es
también una forma de resistir ante la ofensiva neoliberal.
Citas positivamente una novela de una ex alumna de Sacristán, por cierto, de Rosa Regàs, Luna lunera. ¿Por qué? ¿Qué tiene de destacable?
Me interesó mucho Luna lunera de
Regàs porque creo que funciona como perfecto contrapunto de lo que
podemos denominar, dentro de este descrédito del paradigma objetivista,
la «negación del testimonio» como medicación válida para el conocimiento
de la Historia. Muchas novelas –y vuelve a ser un ejemplo Soldados de Salamina
de Javier Cercas- se construyen sobre esta negación del testimonio, se
nos dice que el testimonio, en tanto que sujeto con intereses en la
Historia, va a construir un relato en el que él salga beneficiado. Y, en
consecuencia, se niega la validez de cualquier testimonio porque su
reconstrucción de la Historia, y se concibe la Historia como un relato
de ficción personal. Como dice Cercas últimamente, todos somos
impostores. Y, si todos somos impostores, para qué vamos a escuchar a
alguien, si de nadie nos podemos fiar. Es cierto que todos, cuando
construimos relatos sobre nuestras vivencias, lo hacemos atravesados por
nuestra subjetividad y, llegado el caso, incluso podríamos mentir para
defender nuestros intereses. Aquí Cercas tiene razón, pero extraer de
esto que el testimonio no es válido, que la historia oral no es válida,
supone una renuncia a la ambición de conocer y, sobre todo, supone no
saber manejar ciertas herramientas metodológicas de investigación.
Porque precisamente la labor del historiador –y también del novelista-
es discernir entre la mediación (el testimonio y sus intereses) y su
objeto de estudio (la Historia), no negar la posibilidad de aprehender
la Historia porque el testimonio más que acercarte a la verdad, te
aleja. Basta con no confundir una cosa con otra.
Pero en realidad –que me iba- me preguntabas por Rosa Regàs y su Luna lunera.
Te decía que me interesaba porque se opone a esta «crisis del
testimonio», porque Regàs sí se detiene a escuchar a los distintos
testimonios que vivieron la guerra para hablarnos de la Guerra Civil.
Regàs, aunque asume, inteligentemente, que el testimonio no puede ser
totalmente un sinónimo de verdad, ya que el testimonio ha olvidado
cosas, otras las confunde, no recuerda del todo bien algún episodio, a
veces se puede contradecir, sí entiende que puede ser un vehículo para
llevarnos a la verdad. Simplemente hay que saber manejarlo. Además,
también de un modo muy inteligente, el único testimonio sobre el que
cierne una duda en Luna lunera es el abuelo protagonista, un
fascista catalán, católico, que actúa como un perfecto dictador
doméstico. Esa voz sí se pone en cuestión, porque es la voz del poder.
Ese es el gran acierto, en mi opinión, de Rosa Regàs.
Comentas también de la trilogía de Javier Marías. ¿Qué opinión tienes de este autor? ¿No es gran novelista en tu opinión?
Aunque Marías estructura su trilogía sobre la dialéctica
Historia/narratividad, casi a la manera de Cercas, y constantemente se
detecta una preocupación por el hecho de que la Historia –la verdad- se
someta al relato, en Javier Marías se dice, a diferencia de lo que
ocurre en Soldados de Salamina, que esta confusión forma parte de
nuestra época -que él no llama ni capitalista ni posmoderna- en la que
hay en circulación un exceso de relatos que, a la postre, terminarán por
suplantar la Historia. Solamente por este hecho, la trilogía Tu rostro mañana de Javier Marías me ha resultado interesante.
¿Qué
es una novela histórica apócrifa? ¿No lo son todas? Son ficción, no
aspiran a construir ensayos documentados de la A a la Z.
Una
novela histórica apócrifa es aquella en la que personajes históricos,
reales, se incorporan a la trama y, una vez dentro, o bien cambian el
sentido de la Historia o bien se explica lo que sucedió históricamente,
pero a través de un episodio ficticio. Creo que un ejemplo lo aclara: Riña de gatos de
Eduardo Mendoza está protagonizada, entre otros, por José Antonio Primo
de Rivera. Como sabemos, el 14 de marzo de 1936 José Antonio Primo de
Rivera ingresa en la Modelo de Madrid y que más tarde, el 5 de junio, es
trasladado a la prisión de Alicante. La novela de Mendoza recoge estos
hechos pero se explican a través de intrigas ficticias. En Riña de gatos José
Antonio no es detenido por posesión de armas –como así fue
históricamente– sino porque la duquesa protagonista ha visto últimamente
triste a su hija Paquita, con quien en el pasado se había entendido el
líder falangista, y cree que la causa de su desdicha se localiza en José
Antonio. La duquesa, entonces, va a hablar con el Presidente de la
República, Niceto Alcalá Zamora para pedirle que detenga al líder
falangista.
Pero no, no todas las novelas históricas son
apócrifas. Solo lo son las que así funcionan, que no son todas ni mucho
menos. Es cierto que hay que diferenciar entre una licencia poética
(como es este caso), que se queda en simple juego literario, y un
falseamiento de la Historia, cosa que no ocurre en Riña de gatos.
Pero hay un caso muy divertido, que quizá nos debería ayudar a
reflexionar un poco sobre las licencias poéticas, las historias
apócrifas y sus consecuencias. Pedro de Paz escribe una novela
policíaca, ambientada en la Guerra Civil, titulada El hombre que mató a Durruti.
Creo que el título es lo suficiente explícito como para tener que decir
de qué va. La cuestión es que el detective protagonista de la novela
llega a la conclusión de que a Durruti lo mató el sargento Manzana, que,
infiltrado en Madrid, tenía por misión terminar con el líder
anarquista. Lo que parecía un accidente (a Manzana se le disparó por
error el arma que hirió de muerte a Durruti), no fue tal, sino que fue
premeditado. Así se resuelve el enigma en la novela. ¿Por qué digo que
hay que tener cuidado con las licencias poéticas? Porque la novela de
Pedro de Paz cayó a manos de familiares del sargento, que al concluir la
guerra se exilió en México, y le pidieron al novelista una
rectificación, ya que consideraban que habían manchado la memoria de su
familiar. El novelista entonces incorporó un epílogo a la segunda
edición de la novela escudándose en la clásica idea de que la literatura
solo a la literatura se debe. Pero no: si quieres hacer novela
histórica también debes deberte a la verdad histórica, por muchas
licencias poéticas que quieran introducir.
¿Se aniquila la
memoria de los vencidos en muchas de las novelas analizadas?
¿Conscientemente? ¿Se pretende una revisión ideológica de nuestra
historia reciente?
En algunos casos, sí; en algunos casos,
podemos hablar de revisionismo histórico en la narrativa española
actual. Esos casos se tratan, sobre todo, en el capítulo segundo,
titulado «El mito de la cruzada de Franco en la narrativa española
actual», aspecto del que ya hemos hablado anteriormente.
Se nota tu entusiasmo por ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! de Isaac Rosa. ¿Quieres añadir algo más a lo que en su momento comentaste?
Simplemente que es una novela con la que comparto muchos puntos de partida; pero ya que me permites añadir algo, diré que ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! me
parece el mejor experimento narrativo de la literatura reciente, no
solo por lo que tiene de ingenioso incluir un nuevo personaje, que es el
lector, que al final de cada capítulo introduce una crítica al joven
novelista y le cuestiona sus planteamientos narrativos pero también
ideológicos, sino porque me parece que lo que hace Isaac Rosa en esta
novela es un gran ejercicio de autoconciencia que le permite romper con
su inconsciente ideológico, aquel que, en La malamemoria, le había impostado su voz.
Por cierto, ¿qué tal La malamemoria de la que la Otra maldita… sería, digamos, una reescritura?
No quiero competir en críticas con el impertinente lector que se cuela en La malamemoria y que incluso la retitula llamándola ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! Si queremos saber cómo era La malamemoria podemos leer ¡Otra maldita novela...!
porque Isaac Rosa no toca en absoluto el texto, simplemente, como digo,
añade la voz de un lector que le boicotea la novela, pero siempre al
final de cada capítulo, en cursiva y con asteriscos. La novela original
no se toca. Pero el texto original permanece intacto en su reescritura
En realidad el impertinente lector es muy educado. Pero La malamemoria es
una novela que reproduce muchas de las ideas dominantes de las que
venimos hablando y que contribuyen a la liquidación de la historicidad:
despolitización, guerra fratricida, neohumanismo, etc. Lo importante,
insisto, es cómo Isaac Rosa rompe con el Isaac Rosa anterior y se
enfrenta a su propia novela. Es un gesto de honestidad intelectual.
Pocos se atreverían a hacerlo.
El vano ayer
no es ciertamente una novela sobre nuestra guerra civil, pero, en tu
opinión, ¿ese es el tipo de novela que enlaza pasado y presente que
merece la pena?
El vano ayer es una de las
novelas más interesantes que se han escrito en España en las últimas
décadas. Es una reflexión muy honda sobre la escritura de la Historia.
Pero me está dando un poco de apuro hablar tan bien de Isaac Rosa... va a
parecer que es una forma de pagarle la deuda por el prólogo escrito.
Aunque, bien mirado, Isaac Rosa no tiene pinta de dejarte una cabeza de
caballo por no pagarle una deuda...
A mi me parece muy bien que
hables muy bien de Isaac Rosa. A la gente grande se la conoce en que
resulta aún más grande cuando se la conoce… y eso que yo no le conozco
personalmente.
Me apoyo ahora en tu coda: ¿cuándo una crítica es revolucionaria?
Cuando pretende transformar el presente, cuando persigue contribuir a
la construcción de un horizonte de emancipación político y social,
cuando discute con el poder y sus relatos, cuando señala quiénes son los
poderosos y cómo forjaron su poder.
Citas a una autora, Fina Birulés, y lo haces en catalán. ¿Eso está muy bien no?
No es un descuido, está hecho a propósito. Creo que tenemos que
normalizar que las otras lenguas oficiales del Estado español también
pueden servir como lenguas vehiculares. Sería una forma de reconocer
nuestra riqueza cultural, nuestra pluralidad lingüística. Debemos
abandonar la idea de que el hecho de que en este país de países se
hablen distintitas lenguas pueda suponer un obstáculo; al contrario, no
lo es, y debemos hacer lo posible para normalizarlo. En los textos
científicos y académicos es frecuente encontrar textos en inglés o
francés, incluso en alemán, pero resulta difícil encontrar textos en
cualquier otra lengua del Estado. Si no traducimos aquellos, por qué
vamos a traducir estos.
¿De donde tu pasión por las tesis de
Benjamin? Tu elogio de las aproximaciones que de ellas hace Reyes Mate
merece ser destacado. Por justicia y reconocimiento.
Walter
Benjamin es uno de los imprescindibles. Y, si me lo permites, hay que
decir que es uno de los nuestros. Digo esto porque estamos viviendo
(padeciendo) una apropiación de Walter Benjamin por parte de pensadores
posmodernos y post-estructuralistas que lo utilizan para explicar
cualquier cosa. Es cierto que Benjamin, cuya obra es tan rica en
interpretaciones, puede servir para explicar cualquier cosa, pero
observo que también estamos viviendo una despolitización de Walter
Benjamin. Y Walter Benjamin es un pensador marxista y revolucionario, y
hace crítica revolucionaria. Si desactivamos su crítica revolucionaria,
en el sentido que antes apuntaba, creo que no estamos leyendo bien a
Benjamin, o, con esas lecturas, se está produciendo una apropiación de
Benjamin por quien no pretende con su crítica transformar el presente a
favor de la emancipación.
Respecto a Reyes Mate, me interesó su lectura de las Tesis sobre el concepto de Historia que hace en Medianoche en la Historia. Es
un comentario de texto, en el buen sentido de la palabra, o una glosa,
de las tesis de Benjamin. Para acompañar las tesis de Benjamin, además
del ensayo Reyes Mate, también me gustaría recomendar Aviso de incendio de Michael Löwy o Walter Benjamin o hacia una crítica revolucionaria de Terry Eagleton.
¿Has pensado en extender tu investigación a las novelas sobre la guerra civil escritas en gallego, catalán o euskera?
Lo he pensado. Aunque espero que no sea necesario que yo lo haga, que
detrás de mí vengan otros con voluntad de emprender esta tarea. En
gallego y en euskera, no me veo capacitado; en catalán, posiblemente sí,
pero quizá hay que dejar que sean otros los que se encarguen de hacerlo
para que yo pueda empezar a estudiar otras cosas, que también creo que
son necesarias.
No sé cuántas novelas has leído y analizado
en total pero son muchas, muchísimas. ¿No duermes, los jóvenes de ahora
no descansáis?
Hace tiempo me comentó Antonio J. Antón, gran
especialista en ZiZek, que una vez le preguntaron al filósofo esloveno
si de verdad había leído todas las películas que analizaba en sus libros
y conferencias. Respondió que no, que en verdad no había visto ninguna,
porque temía que una mala película le pudiera estropear una buena
sinopsis y, en consecuencia, un buen análisis de la sinopsis. No sé si
es cierta esta metodología –por llamarlo de alguna forma- de Z izek o es una provocación más del personaje. En cualquier caso, yo no soy Zizek ni ocupo una posición tan privilegiada como él como para permitirse este tipo de bromas.
Mejor, mucho mejor para ti… Y para tus lectores.
Yo he tenido que ser más riguroso y he tenido que leer más allá de las
sinopsis. En cualquier caso, he de decirte que no pasaría un control antidoping, ya
que para realizar este trabajo he consumido mucho té y mucho café (y
algo de coca, pero en infusión, que me trajo del Ecuador mi buen amigo y
enorme periodista y mejor escritor Ramiro Díez). No, ahora en serio:
han sido cuatro años de intenso trabajo, de mucha lectura e
investigación.
¿Quieres añadir algo más? Por mi parte: un honor y un placer.
Sí, déjame añadir algo más. En la presentación del libro Insurgencias invisibles de
Luis Martín-Cabrera, dijiste algo un poco macabro, pero lleno de
sentido: «Soy un poco viejo, tengo casi 61 años. Me quedan, si tengo
suerte, unos 20 años de buena lectura. Esforzándome un poco: unos 600,
650 libros. Tengo que ir con mucho ojo, seleccionando bien». Agradezco
mucho, pues, que entre este cada vez más selecto criterio de seleccionar
lecturas que te has forjado, hayas elegido mi libro, hayas hecho esa
lectura profunda que demuestran tus preguntas y te hayas molestado en
preguntarme y repreguntarme cuestiones que son bien interesantes. Ha
sido un placer dialogar contigo. Voy a extrañar estas conversaciones.
Muchísimas gracias, Salvador.
A ti. Y hasta la victoria siempre querido David.