Víctor Lenore
David Becerra Mayor es uno de los críticos más
rigurosos y tenaces de nuestro panorama cultural. Doctor en Literatura
Española, público el demoledor 'La Guerra Civil como moda literaria'
(2015), donde explicaba la dulcificación y desactivación política de la
mayoría de los relatos sobre el levantamiento fascista. Su intención
siempre ha sido descubrir los hilos invisibles que dominan nuestra
narrativa. Queda claro, ya desde el título, en obras como 'La novela de
la no-ideología' (2013) y 'Convocando al fantasma. Novela crítica en la
España actual' (2015). Denuncia el rechazo de nuestra industria cultural
a reconocer el valor artístico de los escritores que nos muestran el
lado más conflictivo del país.
Ahora publica 'El realismo social en España. Historia de un olvido'
(Quodlibet), que podemos describir como la crónica de un enterramiento
interesado, que busca ocultar una parte crucial de nuestro pasado
reciente.
PREGUNTA. ¿El problema que tenemos es una crítica literaria demasiado de derechas?
RESPUESTA.
No diría tanto. Más bien, forma parte del bloque histórico que ha
dominado España en las últimas décadas. De manera consciente o
inconsciente, la crítica reproduce el consenso de la Transición y el
consenso neoliberal. Por un lado, menosprecia aquellas obras literarias
que cuestionan el relato de la Transición. Por ejemplo 'La mina' de
Armando López Salinas, escrita y publicada en 1959, que nos habla de
cómo se va construyendo un movimiento de resistencia popular durante la
conformación del llamado desarrollismo económico franquista. Los
protagonistas, pertenecientes a la clase obrera, elevan su conciencia
para mejorar su situación y en muchos casos pierden la vida peleando por
un futuro mejor. Ellos son una parte importante de quienes luego
lucharán por la libertad y la democracia en España. Porque conviene
recordarlo: la democracia no es una concesión de los poderosos, como
reza el relato de la Transición, que convierte en protagonistas de la
historia al rey y a Adolfo Suárez. La democracia es una conquista.
P. ¿Se usa el concepto de 'calidad literaria' con motivos políticos?
La ‘calidad’
funciona como un subterfugio. La crítica no va a anunciar de forma
explícita que arranca estas páginas de la historia de la literatura
porque son obras que ponen en entredicho el consenso de la Transición.
La crítica, para ser eficaz, tiene que parecer crítica. Y se utilizan
argumentos de calidad para ello. Nos han convencido de que no debemos
perder el tiempo leyendo estas novelas porque están mal escritas, porque
son torpes en su estructura literaria, porque su lenguaje es vulgar,
etcétera. Son argumentos que podemos asumir acríticamente si no hemos
leído esos textos, pero que se deshacen cuando das una oportunidad a
'Central eléctrica' de Jesús López Pacheco o 'La piqueta' de Antonio
Ferres, entre otras.
P. ¿Sigue funcionando ese truco?
R.
Sí. De hecho, en España, con algunas excepciones, la crítica literaria
no hace críticas negativas, sobre todo cuando se trata de autores
españoles. Solamente encontramos críticas negativas a novelas con un
planteamiento político, con un compromiso social.
P. ¿Nos puedes poner un par de ejemplos?
R.
Recuerdo cuando Belén Gopegui publicó 'El padre de Blancanieves' (2007)
.El objetivo de los protagonistas consiste en hacer política en el
puesto de trabajo y tratar de transformar el mundo desde el lugar en el
que se producen las mercancías. Su propuesta nada tiene que ver con la
lucha obrera tradicional. Para llevar a cabo su acción, los personajes,
fuera de partidos políticos y sindicatos, se reunían en asamblea, en una
estructura organizativa horizontal, verdaderamente democrática. La
crítica, además de lamentar el modo en que Belén Gopegui sacrificara su
talento al poner la literatura al servicio de una causa política, de
hacer de la literatura un sermón, acusó a la escritora de nostálgica, de
hablar de una juventud que ya no existía, de estar cometiendo un
anacronismo al hacer pasar como un acontecimiento del presente una forma
de organización política que había desaparecido en la década de los
setenta.
Cuatro años después, tuvo lugar el 15M, cuya forma de
organización se asemeja mucho a la que mostraba Gopegui en su novela. No
es que los jóvenes de la Puerta del Sol, y de las otras plazas de
nuestra geografía, hubieran leído 'El padre de Blancanieves' y, para
organizarse, se inspiraron en los personajes. Nada de eso. Simplemente,
en la novela de Gopegui estaba el germen, el malestar de una sociedad
que empezaba a buscar la política en otras partes, situándose en los
márgenes de los centros de poder. Gopegui lo buscaba en la literatura y
la ciudadanía lo encontró en las plazas. Supo anticiparse y advertirnos
que, como se dice en la novela, "la catástrofe se acerca: están
dispuestos a arramblar con todo".
P. ¿Me das otro ejemplo?
R.
Más reciente es 'Made in Spain' (2014) de Javier Mestre, una novela
sobre la imposibilidad de un capitalismo con rostro humano en una
fábrica de zapatos en el País Valenciano. La crítica, claro, se despachó a
gusto y la tildó de maniquea, habló de su “banalidad discursiva”, de su
“excesivo prosaísmo” y sus “reiteraciones”. Es decir, los mismos
argumentos que han esgrimido tradicionalmente para desterrar el realismo
social.
P. Tu ensayo afirma que el realismo social de
mitad del siglo XX fue un sustituto del periodismo, ya que el franquismo
prohibió la prensa libre.
R.
Ese era uno de los objetivos de estas novelas, tal y como lo escribió
Juan Goytisolo en su ensayo 'El furgón de cola'. Goytisolo planteaba
que, a falta de medios de información veraces en España, la función de
la literatura era suplantar la función del periodista para de este modo
corregir el desajuste que existía entre la realidad “real” y la realidad
“contada” por los aparatos de prensa y propaganda de Franco. En este
sentido, estas novelas sí nos permiten conocer la vida de los de abajo.
De hecho, Goytisolo decía en su ensayo que la función testimonial de
estas novelas obligaría al futuro historiador de la sociedad española a
acudir a ellas para “reconstruir la vida cotidiana del país a través de
la espesa cortina de humo y silencio de nuestros diarios”.
P. Otra tesis crucial de 'El realismo social en España' es que la censura de mercado es tan eficiente o más que la de Estado.
R.
El mercado literario convierte al lector en un cliente y, como se sabe,
el cliente siempre tiene la razón. No hay que morder la mano que da de
comer. Como buen vendedor, el novelista tiene que agasajarle, mimarle,
seducirle. En este sentido, el crítico Ignacio Echevarría decía, con
suma ironía, que hemos pasado de la novela social a la novela sociable.
Entonces, y como afirma Constantino Bértolo en su libro 'La cena de los
notables', la poética de los escritores en la actualidad no es otra que
el marketing. Esto genera estrategias de censura y autocensura, formas
de domesticación del pensamiento, que no me atrevería a afirmar si son
tan represivas como las que ejerce una dictadura, pero sí son al menos
tan eficientes en la medida en que impiden la libre circulación de
pensamiento crítico.
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