El agua que falta de Noelia Pena (Caballo de Troya)
«Érase una vez dos peces jóvenes que nadaban juntos cuando de repente se toparon con un pez viejo, que los saludó y les dijo: ‘Buenos días, muchachos, ¿Cómo está el agua?’. Los dos peces jóvenes siguieron nadando un rato hasta que uno de ellos miró al otro y le preguntó: ‘¿Qué demonios es el agua?’»
Este
breve cuento de David Foster Wallace le sirve a Noelia Pena para construir uno
de sus textos –¿cuentos?, ¿reflexiones?, ¿relatos reales?... dejémoslo por el
momento en textos– titulado «Elegir cómo pensar». Porque, como señala la
autora, «pensar tiene que ver con esa realidad obvia», con discutir el «sentido
común» constituido para construir uno nuevo, uno desde el cual redefinir lo que
parece obvio –y que por su obviedad apenas nombramos. Como los peces que no sabían
que era el agua, nosotros tampoco sabíamos qué era el capitalismo, y navegábamos
en un mar de significantes imprecisos, hablando de crisis, de corrupción, de
puertas giratorias y ladrones que se lo llevan crudo, como si no supiéramos que
el agua se llama capitalismo, nombrando los elementos que lo componen, pero obviando
la totalidad que los provoca.
«‘Elegir
cómo vamos a pensar’ es la tarea más difícil porque nos sitúa delante de la
contingencia de una realidad que dejamos de pensar como obvia», dice Noelia
Pena en El agua que falta. Tal vez la
literatura –no toda, sino la que quieren intervenir sobre la realidad– puede ayudarnos a elegir la forma de pensar.
Puede que si los peces tuvieran literatura, ésta les indicaría qué es el agua.
O quizá no: nosotros sí tenemos y la literatura más bien sirve para poner un velo
sobre el capitalismo que vivimos, que nos construye y que nos explota. Pero hay
una literatura que no se resigna y trabaja para volver a nombrarnos, para
volver a nombrar la realidad que nos circunda. El agua que falta de Noelia Pena rema en esta dirección.
Pero, ¿los
textos que componen El agua que falta forman
en estricto una novela? Se trata de un conjunto de textos –relatos, aforismos,
versos, reflexiones, breves ensayos e incluso definiciones que imitan la forma
enciclopédica– que no guardan relación aparente entre sí, que no responden a la
lógica narrativa de la linealidad, que carecen de una trama unitaria y, por
supuesto, de personajes. El texto además tampoco invita a ser leído según un
orden convencional, de principio a fin, sino que gana en su lectura aleatoria,
sorprendiendo al lector que abre el libro por cualquier página y encuentra la
palabra justa, la reflexión adecuada. Se lee sin continuidad, al asalto de las
páginas que se abren por azar. Sin embargo nada de esto tiene que servir para descartar
que en efecto estemos ante una novela. Decía Alejo Carpentier, y acaso puede
aplicarse al texto de Noelia Pena, que «todas
las grandes novelas de nuestra época comenzaron por hacer exclamar al lector:
“¡Esto no es una novela!”». Si el lector de El
agua que falta exclama lo mismo, quizá signifique que Noelia Pena ha
cumplido con su propósito. Decía Brecht que «en
una sociedad como la nuestra, cuyas bases se encuentran en un proceso de
transformación revolucionaria, las viejas formas incapacitan a la literatura
para influir en la configuración de nuevos modos de vida». Por eso la
literatura –la que pretende intervenir y transformar el mundo– tiene que buscar
nuevas formas, nuevos lenguajes o, como señala Noelia Pena, «comenzar a hablar
es inventar una lengua que falta». Una nueva literatura quizá constituya la
manera de decirle a los peces qué es el agua, pero también ha de servir para
inventar otro mundo, un agua distinta: «¿Y si no se trata de lanzarnos a un
río, sino de inventarnos el agua que falta?».
***
PD: con la publicación de este libro se despide de los
lectores de Caballo de Troya quien hasta el momento había sido su director
literario: Constantino Bértolo. Y lo hace profanando el lugar del primer
encuentro entre el lector y el autor, el espacio de la sinopsis de la contracubierta.
El «editor que se va y me voy y no se ha ido (...) porque el mercado es real
pero la realidad no es el mercado, déjenme que les diga que ha sido un gusto y
un sueldo trabajar para ustedes». Igualmente. Fue bonito mientras duró.
David Becerra Mayor // Mundo Obrero, nº 277 (octubre 2014), pág. 27.