Estamos de celebración. Una de las novelas más emblemáticas
de la literatura ecuatoriana vuelve a publicarse después de cuarenta años sin
hacerlo. Nos referimos a la novela del poeta y novelista Jorge Enrique Adoum,
Entre Marx y una mujer desnuda. Publicada originalmente por Siglo XXI en México
en 1976, y que es ahora reeditada por la filial colombiana de Random House.
Entre Marx y una mujer desnuda debe considerarse, sin duda, como una de las
mejores novelas que se han escrito en lengua española, como una de las novelas
más interesantes que se ha producido en América Latina. Es una novela donde la
experimentación formal no está reñida con el compromiso político, sino todo lo
contrario: la subversión del lenguaje se concibe como una forma de subvertir
asimismo la realidad, y la presencia de lo onírico no aparece en el texto como
un inocente juego vanguardista, sino que se concibe —y ya lo apunta Lenin en la
cita que abre la novela— como posibilidad de futuro.
Entre Marx y una mujer
desnuda de Jorge Enrique —o Jorgenrique, como firmó en sus últimos años— es un
texto —¿acaso no nos atrevemos a decir que es una novela?— que puede leerse
como se mira una escultura: por cada uno de sus lados, de sus cuatro
dimensiones. Hay una escena en la que el autor/narrador/personaje dice que su
meta es «ensayar una novela más cercana a la escultura que a la pintura, es
decir que pudiera comprobarse lateralmente, leerse en cualquier orden, o
dejarla inconclusa a fin de poner a trabajar al lector acostumbrado a siglos de
pereza». Creo que no hay mejor manera de definir esta novela sino como una
escultura que se puede mirar por todos sus costados, y cada uno de ellos te
permite leerla de una manera diferente. Por eso es una novela donde los
significados se multiplican —no es lo mismo leerla desde un lado, que desde el
opuesto—. Jorgenrique consiguió una novela tetradimensional.
Tal vez por esta
razón la novela de Adoum es muchas novelas a la vez sin ser en realidad
ninguna. Porque el lector puede encontrar en Entre Marx y una mujer desnuda una
novela de adulterio, una novela biográfica o una novela del indio. Depende
desde dónde nos acerquemos a mirar la escultura. Si el lector quiere naufragar
en la anécdota, puede leer Entre Marx y una mujer desnuda como una trepidante
novela de adulterio, como la de los folletines decimonónicos, donde un escritor
pobre y acaso maldito se entiende con una mujer despechada y mal casada con un
rico hacendado. Una historia de amor prohibido incapaz de funcionar fuera de
los encuentros clandestinos de los amantes, porque en realidad ella no quiere
renunciar al estatus que le confiere su matrimonio. «No te casaste con un
hombre, sino con la burguesía, y es de ella de quien no quieres separarte», le
increpa el amante.
Pero a su vez, Entre Marx y una mujer desnuda puede leerse
como una biografía novelada del escritor comunista Joaquín Gallegos Lara.
Aunque a medida que avanza la lectura, el lector atento empieza a sospechar que
la novela está en parte protagonizada por el autor de Las cruces sobre el agua,
esto no se confirma hasta que alcanza a leer el prólogo de la novela que,
extrañamente, empieza en la página 233. Adoum homenajea con esta novela al
escritor del Grupo de Guayaquil a la vez que utiliza su minusvalía como
metáfora de un pueblo ecuatoriano políticamente inmovilizado. Porque, como dice
el texto, «a fin de cuentas, todos tenemos las piernas más o menos rotas por la
comodidad, atadas por la costumbre, deformadas por el temor, inválidas por la
complicidad con un sistema que rechazamos en nuestros momentos de lucidez pero
al que nos sometemos cada día».
Y Entre Marx y una mujer desnuda acaso sea
también una novela del indio. El conflicto de la novela se resuelve —o ha de
resolverse— a través de la acción del indio, que rompe a hablar al ver que la oligarquía
privatiza su agua, el agua que mana de los pozos que ha cavado: «Después de
cuatrocientos años de silencio alguien dice trabajosamente, como si las
palabras se abrieran paso a codazos a través de los siglos de frío y de humo:
“No podimos esperar más [...] No podemos seguir aguantando”».
Pero volvamos al
fragmento inicial, a aquel en el que Adoum entiende su novela como una
escultura. Aparece allí una idea clave que asimismo define su escritura: el
propósito de retar al lector, de poner a trabajar a ese lector acostumbrado a
leer una literatura lineal, demasiado sencilla, y casi siempre acrítica. Exigir
política y estéticamente al lector para activarlo es uno de los objetivos que
persigue esta compleja novela. Por medio de la complejidad narrativa que el
texto presenta, se busca transformar al lector, convertirlo en un sujeto activo
en el ejercicio de lectura, no un sujeto pasivo que asume —sin pensar— todo lo
que literariamente engulle. Forma y fondo se entrelazan en
Entre Marx y una
mujer desnuda; la experimentación en el caso de esta novela —y esto es casi una
excepción— es también una forma de compromiso político. No experimenta para
divertirse con las palabras, sino para emanciparnos de los sentidos
totalitarios que imponen quienes poseen los medios de producción de los
sentidos.
En esta novela, la experimentación es un modo de ahondar en la
función de la literatura en el capitalismo. Theodor W. Adorno se preguntaba
cómo se podría seguir escribiendo poesía después del horror que significó
Auschwitz. Parece como si Adoum se preguntara, en Entre Marx y una mujer
desnuda, cómo seguir escribiendo bajo el capitalismo, en un sistema que todo
aquello que toca lo convierte en mercado, en entretenimiento vacuo, en
espectáculo vacío. Porque el capitalismo ha convertido al escritor en un
payaso, en una niñera que entretiene a los lectores en sus ratos libres —se
apunta en la novela—. Porque el capitalismo demuestra que la literatura ha
fracasado cuando ha renunciado a intervenir en el debate público, cuando ya no
asume viejos compromisos de transformación social, y ha desertado de su función
de ser una fuente de conocimiento.
¿Cómo escribir bajo el capitalismo?, podría
ser la pregunta que se trata de responder Adoum en una novela que, desde la
primera página, se va construyendo y destruyendo. En una novela en la que
encontramos al escritor/narrador sacando la página que acabamos de leer de la
máquina de escribir, haciendo una pelota con el folio descartado, e intentando
una y otra vez escribir el comienzo de una novela.
El lector observa al
escritor en su trabajo productivo. Indeciso, siempre titubeando. Ve cómo
escribe y rescribe su novela y cómo borra y suprime pasajes; y, en
consecuencia, el lector se encuentra de pronto con capítulos inacabados y otros
a medio empezar. El lector ve al escritor reflexionar sobre la relación entre
el lenguaje y el mundo, pensando que tal vez la destrucción del lenguaje pueda
asimismo suponer la destrucción del capitalismo. Porque, bien lo sabe el autor,
el lenguaje ordena el mundo, construye relatos de legitimación, y acaso
desordenando el lenguaje, atentando contra él, sea posible hacer añicos ese
mundo que el lenguaje ordena. Se asume el riesgo de caer en aquello que ya dijo
Brecht de los poetas expresionistas: pretendían rebelarse contra el capitalismo
y terminaron por rebelarse contra la gramática.
Sin embargo, Jorge Enrique
Adoum se adelanta a nosotros y saca a colación otra acertada frase de Brecht.
Decía Gramsci que un momento de crisis es aquel en que el mundo viejo no termina
de marcharse, pero el mundo nuevo todavía no ha terminado de llegar. Como si
quisiera aplicar esta definición de crisis gramsciana al ámbito de la
literatura, Brecht nos dice —y así se cita en Entre Marx y una mujer desnuda—
que «en una sociedad como la nuestra, cuyas bases se encuentran en un proceso
de transformación revolucionaria, las viejas formas incapacitan a la literatura
para influir en la configuración de nuevos modos de vida». La complejidad de
Entre Marx y una mujer desnuda se debe, pues, a que se produce en medio de «un
proceso de transformación revolucionaria», donde las viejas formas narrativas
ya no funcionan y hay que buscar unas nuevas, explorar vías distintas para la
construcción de un discurso literario otro. Entre Marx y una mujer desnuda es
el resultado de esa búsqueda.
Pero a su vez, ya lo decíamos al principio, Entre
Marx y una mujer desnuda es una apuesta por los sueños. La cita de Lenin con la
que se abre la novela es en este sentido muy significativa. Dice Lenin que «el
desacuerdo entre el sueño y la realidad no tiene nada de nocivo, siempre que el
hombre que sueña crea seriamente en su sueño, que observe atentamente la vida,
compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, de una manera
general, trabaje a conciencia por la realización de su sueño». Y acaso no
estemos, al leer Entre Marx y una mujer desnuda, ante otra cosa que no sea un
sueño. Es obligación del lector descubrirlo. Y, les aseguro, valdrá la pena
descubrirlo. Porque, en mi opinión, estamos ante una de las novelas más
interesantes escritas en lengua española. Acérquense a ella como quien se
acerca a una escultura, y mírenla por todos sus costados, léanla lateralmente.
Y, como lectores, construyan un pedestal para que esta escultura pueda ser
vista también desde lejos. Porque, como decía Jorge Enrique Adoum en la
entrevista que le realizó su hija y periodista Alejandra Adoum para el
documental titulado Jorgenrique, dirigido por Poncho Álvarez, la literatura
ecuatoriana es una literatura de altura, de gran calidad, pero sucede que nadie
se ha preocupado en construir un pedestal desde el cual pueda ser contemplada o
leída. Esta escultura hecha de palabras titulada Entre Marx y una mujer
desnuda, como el conjunto de la literatura ecuatoriana, necesita apoyarse en un
pedestal para que no solo los ecuatorianos y las ecuatorianas puedan
disfrutarla y leerla. Hay en el Ecuador una producción literaria que poco o
nada tiene que envidiarles a otros países de habla hispana. Solamente hay que
trabajar, entre todos y todas, para construir ese pedestal que la literatura
tanto necesita.
Hagámoslo. Ya no hay excusas. Ha llegado el momento.
stamos de celebración.
Una de las novelas más emblemáticas de la literatura ecuatoriana vuelve a
publicarse después de cuarenta años sin hacerlo. Nos referimos a la
novela del poeta y novelista Jorge Enrique Adoum, Entre Marx y una mujer
desnuda. Publicada originalmente por Siglo XXI en México en 1976, y que
es ahora reeditada por la filial colombiana de Random House.
Entre Marx y una mujer desnuda debe considerarse, sin duda, como una de
las mejores novelas que se han escrito en lengua española, como una de
las novelas más interesantes que se ha producido en América Latina. Es
una novela donde la experimentación formal no está reñida con el
compromiso político, sino todo lo contrario: la subversión del lenguaje
se concibe como una forma de subvertir asimismo la realidad, y la
presencia de lo onírico no aparece en el texto como un inocente juego
vanguardista, sino que se concibe —y ya lo apunta Lenin en la cita que
abre la novela— como posibilidad de futuro.
Entre Marx y una mujer desnuda de Jorge Enrique —o Jorgenrique, como
firmó en sus últimos años— es un texto —¿acaso no nos atrevemos a decir
que es una novela?— que puede leerse como se mira una escultura: por
cada uno de sus lados, de sus cuatro dimensiones. Hay una escena en la
que el autor/narrador/personaje dice que su meta es «ensayar una novela
más cercana a la escultura que a la pintura, es decir que pudiera
comprobarse lateralmente, leerse en cualquier orden, o dejarla
inconclusa a fin de poner a trabajar al lector acostumbrado a siglos de
pereza». Creo que no hay mejor manera de definir esta novela sino como
una escultura que se puede mirar por todos sus costados, y cada uno de
ellos te permite leerla de una manera diferente. Por eso es una novela
donde los significados se multiplican —no es lo mismo leerla desde un
lado, que desde el opuesto—. Jorgenrique consiguió una novela
tetradimensional.
Tal vez por esta razón la novela de Adoum es muchas novelas a la vez sin
ser en realidad ninguna. Porque el lector puede encontrar en Entre Marx
y una mujer desnuda una novela de adulterio, una novela biográfica o
una novela del indio. Depende desde dónde nos acerquemos a mirar la
escultura.
Si el lector quiere naufragar en la anécdota, puede leer Entre Marx y
una mujer desnuda como una trepidante novela de adulterio, como la de
los folletines decimonónicos, donde un escritor pobre y acaso maldito se
entiende con una mujer despechada y mal casada con un rico hacendado.
Una historia de amor prohibido incapaz de funcionar fuera de los
encuentros clandestinos de los amantes, porque en realidad ella no
quiere renunciar al estatus que le confiere su matrimonio. «No te
casaste con un hombre, sino con la burguesía, y es de ella de quien no
quieres separarte», le increpa el amante.
Pero a su vez, Entre Marx y una mujer desnuda puede leerse como una
biografía novelada del escritor comunista Joaquín Gallegos Lara. Aunque a
medida que avanza la lectura, el lector atento empieza a sospechar que
la novela está en parte protagonizada por el autor de Las cruces sobre
el agua, esto no se confirma hasta que alcanza a leer el prólogo de la
novela que, extrañamente, empieza en la página 233. Adoum homenajea con
esta novela al escritor del Grupo de Guayaquil a la vez que utiliza su
minusvalía como metáfora de un pueblo ecuatoriano políticamente
inmovilizado. Porque, como dice el texto, «a fin de cuentas, todos
tenemos las piernas más o menos rotas por la comodidad, atadas por la
costumbre, deformadas por el temor, inválidas por la complicidad con un
sistema que rechazamos en nuestros momentos de lucidez pero al que nos
sometemos cada día».
Y Entre Marx y una mujer desnuda acaso sea también una novela del indio.
El conflicto de la novela se resuelve —o ha de resolverse— a través de
la acción del indio, que rompe a hablar al ver que la oligarquía
privatiza su agua, el agua que mana de los pozos que ha cavado: «Después
de cuatrocientos años de silencio alguien dice trabajosamente, como si
las palabras se abrieran paso a codazos a través de los siglos de frío y
de humo: “No podimos esperar más [...] No podemos seguir aguantando”».
Pero volvamos al fragmento inicial, a aquel en el que Adoum entiende su
novela como una escultura. Aparece allí una idea clave que asimismo
define su escritura: el propósito de retar al lector, de poner a
trabajar a ese lector acostumbrado a leer una literatura lineal,
demasiado sencilla, y casi siempre acrítica. Exigir política y
estéticamente al lector para activarlo es uno de los objetivos que
persigue esta compleja novela. Por medio de la complejidad narrativa que
el texto presenta, se busca transformar al lector, convertirlo en un
sujeto activo en el ejercicio de lectura, no un sujeto pasivo que asume
—sin pensar— todo lo que literariamente engulle. Forma y fondo se
entrelazan en Entre Marx y una mujer desnuda; la experimentación en el
caso de esta novela —y esto es casi una excepción— es también una forma
de compromiso político. No experimenta para divertirse con las palabras,
sino para emanciparnos de los sentidos totalitarios que imponen quienes
poseen los medios de producción de los sentidos.
En esta novela, la experimentación es un modo de ahondar en la función
de la literatura en el capitalismo. Theodor W. Adorno se preguntaba cómo
se podría seguir escribiendo poesía después del horror que significó
Auschwitz. Parece como si Adoum se preguntara, en Entre Marx y una mujer
desnuda, cómo seguir escribiendo bajo el capitalismo, en un sistema que
todo aquello que toca lo convierte en mercado, en entretenimiento
vacuo, en espectáculo vacío. Porque el capitalismo ha convertido al
escritor en un payaso, en una niñera que entretiene a los lectores en
sus ratos libres —se apunta en la novela—. Porque el capitalismo
demuestra que la literatura ha fracasado cuando ha renunciado a
intervenir en el debate público, cuando ya no asume viejos compromisos
de transformación social, y ha desertado de su función de ser una fuente
de conocimiento.
¿Cómo escribir bajo el capitalismo?, podría ser la pregunta que se trata
de responder Adoum en una novela que, desde la primera página, se va
construyendo y destruyendo. En una novela en la que encontramos al
escritor/narrador sacando la página que acabamos de leer de la máquina
de escribir, haciendo una pelota con el folio descartado, e intentando
una y otra vez escribir el comienzo de una novela.
El lector observa al escritor en su trabajo productivo. Indeciso,
siempre titubeando. Ve cómo escribe y rescribe su novela y cómo borra y
suprime pasajes; y, en consecuencia, el lector se encuentra de pronto
con capítulos inacabados y otros a medio empezar.
El lector ve al escritor reflexionar sobre la relación entre el lenguaje
y el mundo, pensando que tal vez la destrucción del lenguaje pueda
asimismo suponer la destrucción del capitalismo. Porque, bien lo sabe el
autor, el lenguaje ordena el mundo, construye relatos de legitimación, y
acaso desordenando el lenguaje, atentando contra él, sea posible hacer
añicos ese mundo que el lenguaje ordena. Se asume el riesgo de caer en
aquello que ya dijo Brecht de los poetas expresionistas: pretendían
rebelarse contra el capitalismo y terminaron por rebelarse contra la
gramática.
Sin embargo, Jorge Enrique Adoum se adelanta a nosotros y saca a
colación otra acertada frase de Brecht. Decía Gramsci que un momento de
crisis es aquel en que el mundo viejo no termina de marcharse, pero el
mundo nuevo todavía no ha terminado de llegar. Como si quisiera aplicar
esta definición de crisis gramsciana al ámbito de la literatura, Brecht
nos dice —y así se cita en Entre Marx y una mujer desnuda— que «en una
sociedad como la nuestra, cuyas bases se encuentran en un proceso de
transformación revolucionaria, las viejas formas incapacitan a la
literatura para influir en la configuración de nuevos modos de vida». La
complejidad de Entre Marx y una mujer desnuda se debe, pues, a que se
produce en medio de «un proceso de transformación revolucionaria», donde
las viejas formas narrativas ya no funcionan y hay que buscar unas
nuevas, explorar vías distintas para la construcción de un discurso
literario otro. Entre Marx y una mujer desnuda es el resultado de esa
búsqueda.
Pero a su vez, ya lo decíamos al principio, Entre Marx y una mujer
desnuda es una apuesta por los sueños. La cita de Lenin con la que se
abre la novela es en este sentido muy significativa. Dice Lenin que «el
desacuerdo entre el sueño y la realidad no tiene nada de nocivo, siempre
que el hombre que sueña crea seriamente en su sueño, que observe
atentamente la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el
aire y, de una manera general, trabaje a conciencia por la realización
de su sueño». Y acaso no estemos, al leer Entre Marx y una mujer
desnuda, ante otra cosa que no sea un sueño. Es obligación del lector
descubrirlo.
Y, les aseguro, valdrá la pena descubrirlo. Porque, en mi opinión,
estamos ante una de las novelas más interesantes escritas en lengua
española. Acérquense a ella como quien se acerca a una escultura, y
mírenla por todos sus costados, léanla lateralmente. Y, como lectores,
construyan un pedestal para que esta escultura pueda ser vista también
desde lejos. Porque, como decía Jorge Enrique Adoum en la entrevista que
le realizó su hija y periodista Alejandra Adoum para el documental
titulado Jorgenrique, dirigido por Poncho Álvarez, la literatura
ecuatoriana es una literatura de altura, de gran calidad, pero sucede
que nadie se ha preocupado en construir un pedestal desde el cual pueda
ser contemplada o leída. Esta escultura hecha de palabras titulada Entre
Marx y una mujer desnuda, como el conjunto de la literatura
ecuatoriana, necesita apoyarse en un pedestal para que no solo los
ecuatorianos y las ecuatorianas puedan disfrutarla y leerla.
Hay en el Ecuador una producción literaria que poco o nada tiene que
envidiarles a otros países de habla hispana. Solamente hay que trabajar,
entre todos y todas, para construir ese pedestal que la literatura
tanto necesita.
Hagámoslo. Ya no hay excusas. Ha llegado el momento.
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección:
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