En la presentación en Madrid de su libro Cuando Google encontró a Wikileaks (Clave
Intelectual, 2014), Julian Assange dijo, por videoconferencia, desde la
Embajada de Ecuador en Londres, que el común de la gente concibe a Google como
un Dios todopoderoso, implacable pero misericordioso. Es omnisciente, sigue
todos nuestros pasos por la red, pero basta con ser buenos, con que no nos
desviemos del camino marcado, para no recibir su castigo. La complejidad de Internet
y el poco conocimiento que sobre él tenemos hace que parezca ante nuestros ojos
como un ente metafísico. Incluso, como sucede con la religión, lo miramos con cierto
escepticismo, ya que no lo vemos. Sin embargo, Google es muy real. Su poder,
añadió Assange, es superior al que ha ostentado la Iglesia a lo largo de su
historia: está mucho más centralizado y es más totalitario. “En Google todo está mediado por el centro de
control, como si sólo el Vaticano existiese, como si cada persona tuviese
contacto directo con un solo confesionario”, dijo el fundador de Wikileaks.
Cuando Google
encontró a Wikileaks empezó a gestarse, aunque su autor todavía no lo sabía,
un día del mes de mayo de 2011. Assange se encontraba entonces bajo arresto
domiciliario en Norfolk, una zona rural al nordeste de Londres, cuando recibió
la visita de Eric Schmidt y Jared Cohen, director ejecutivo de Google y
director de Google Ideas, respectivamente. Acudieron a Assange para
entrevistarle. Para Assange esa entrevista suponía una oportunidad única para
comprender –y acaso para influir sobre– la compañía más poderosa de la tierra.
De aquella reunión nació The New Digital
Age, un libro escrito por los dos directivos de Google, en el que Julian
Assange no salía muy bien parado y sus palabras sufrieron tergiversaciones de
todo tipo.
Cuando Google encontró a Wikileaks es, en parte, una respuesta al
libro de Schmidt y Cohen. Assange rebate lo escrito con la transcripción literal
de aquel encuentro que duró más de tres horas. Pero decimos «en parte» porque
sería injusto considerar este libro sólo como una réplica. Cuando Google encontró a Wikileaks es mucho más que un ajuste de
cuentas: es un riguroso análisis del punto de intersección entre el poder
global de Estados Unidos y las corporaciones estadounidenses de tecnologías; o
más concretamente, dando el nombre exacto de las cosas: entre la Casa Blanca y
Google.
Wikileaks demostró que Internet
se estaba convirtiendo en un lugar peligroso para el poder establecido. Como
dice Assange en su libro, «Internet estaba sufriendo una rápida transformación,
pasando de ser un apático medio de comunicación a una especie de demos, un pueblo que compartía cultura, valores y aspiraciones, un lugar en
el que tenía lugar la historia, con el que sus habitantes se identificaban y
del que incluso sentían que procedían».
El 15M en España o Occupy Wall Street en
la capital financiera del mundo son un claro ejemplo de la capacidad de
convocatoria, de movilización social, que pueden tener las redes sociales. Al
poder se le hacía urgente descubrir quién había detrás de las pantallas y
Estados Unidos empezó a establecer alianzas con el poder tecnológico que
representaba Google, una corporación con capacidad para recopilar más datos e
información que la propia NSA (Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos).
Google se convirtió en un
emisario de Washington, en un disimulado cuerpo diplomático, cuya función era
construir, desde las redes, la imagen de una sociedad civil que se organiza de
manera autónoma –y al margen de los partidos políticos– para manifestar los
intereses de la ciudadanía (pero con el apoyo de oscuras ONG y la financiación
política de millones de dólares). Google tenía que vigilar los movimientos
sociales que empezaban a emerger desde la red, potenciarlos cuando se opusieran
a gobiernos enemistados con Estados Unidos, o bloquearlos cuando constituyeran un
movimiento de oposición contra sus aliados. No es casualidad, como se muestra
en el libro, que a Cohen se le haya podido localizar en Egipto en algún momento
de la revolución, en Afganistán en 2009 o en Líbano, donde «trabajó en secreto
para crear e instaurar un rival intelectual y clerical de Hezbolá, la Liga
Chiíta». Google realizó tareas de «diplomacia encubierta», «haciendo cosas que
ni siquiera la CIA estaba en condiciones de hacer».
Google forma parte de nuestra
vida, se ha convertido en un orweliano Gran Hermano que todo lo mira. «Su
logotipo, colorista y juguetón, está impreso en las retinas de casi seis mil
millones de visitantes diarios», dice Assange. Nuestra vida –nuestras
búsquedas, nuestros gustos, nuestras amistades, nuestras ideas políticas, todo–
puede ser rápidamente transferido desde
Google a la Casa Blanca. Assange nos alerta de que somos demasiado tolerantes
ante este ataque a nuestra privacidad, quizá porque no somos del todo conscientes
de lo que ocurre en Internet. Pero, como apunta el fundador de Wikileaks, ha
llegado la hora de buscar alternativas, y anima a América Latina a que, como
Rusia y China, construyan otras redes que escapen de la red –nunca mejor dicho–
del poder global de los Estados Unidos. «Si el futuro de Internet es realmente
Google, mucha gente de todo el mundo [...] debería empezar a preocuparse
seriamente por buscar una alternativa a la hegemonía cultural, económica y
estratégica de Estados Unidos», concluye Julian Assange.
Cuando Google encontró a Wikileaks es un libro que da miedo. Podemos optar por vivir
dándole la espalda al miedo, ignorando su existencia, o enfrentarnos al miedo,
tomando conciencia de su poder real, y empezar a construir alternativas. El
libro de Julian Assange es una apuesta por lo segundo.