En España, las elecciones del 20 de diciembre han asentado a dos
formaciones inexistentes en anteriores legislaturas, es decir, Podemos y
Ciudadanos, que tienen ahora un peso fundamental en el país.
Las elecciones generales acaban con el último escenario del Régimen del
78 que aún no se había adaptado a los profundos cambios que están
transformando la sociedad. David Becerra Mayor, Lolo Rico, César
Rendueles, Nuria Alabao, Emmanuel Rodríguez, Jaime Pastor y Pastora
Filigrana analizan estos cambios en un especial elaborado por Diagonal
para la jornada electoral del 20 de diciembre de 2015.
1) ¿Pueden suponer las elecciones generales del domingo el final del bipartidismo que puso en marcha el régimen del 78?
El 17 de diciembre de 2014, Raúl Castro y Barack Obama anunciaron la
decisión de restablecer las relaciones diplomáticas e iniciar un largo
proceso hacia la normalización de nexos bilaterales.
Un año
después de dicho anuncio ambos países han dado discretos avances hacia
el acercamiento, pero a pesar de esto el bloqueo de Washington sobre la
isla continúa vigente.
A lo largo de este año, entre los avances
que se han hecho están el incremento de los viajes autorizados, el
comercio o el flujo de información. Además se han tratado temas como el
crimen organizado o el medio ambiente. También se ha producido la
reapertura de las embajadas en La Habana y en Washington.
Uno de
los puntos clave ha sido el de la eliminación de Cuba de la lista de
países patrocinadores del terrorismo. Recientemente el presidente de
EE.UU., Barack Obama, ha declarado que espera poder visitar Cuba en
2016, en su último año de mandato, pero ha dicho que este viaje tendrá
lugar si se dan las condiciones para poder reunirse con disidentes de la
isla.
Invitados:
David Becerra, doctor e investigador de la Universidad Autónoma de Madrid
Manuel Llamas, periodista
Luis Esteba G. Manrique, analista internacional y periodista de Infolatam
Daniel Cristancho, periodista y analista internacional
Que la literatura no es un discurso inocente, neutro, ajeno
al momento social en el que se produce, ya lo hemos dicho muchas veces en estas
páginas. Pero, ¿qué sucede con las series televisivas de ciencia-ficción,
creadas aparentemente con la única misión de entretener al público? ¿Participan
también del conflicto político? Así parece tras leer Crónicas del neoliberalismo que vino del espacio exterior de
Antonio J. Antón Fernández, recientemente publicado por la editorial Akal.
Según el análisis de Antón Fernández, filósofo y miembro
de la sección de Pensamiento de la Fundación de Investigaciones Marxistas,
series como Doctor Who, emitida por
la BBC durante casi tres décadas, y cancelada en la simbólica fecha de 1989,
funcionaron como fiel reflejo del proceso que, en esos años, estaba
experimentando el capitalismo. Aunque las tramas se situaban en galaxias
lejanas, en realidad orbitaban alrededor de un tema que nos toca muy de cerca,
pues no nos hablaban de otra cosa que del inicio del neoliberalismo y sus
efectos negativos sobre la clase trabajadora.
El ensayo puede leerse como una historia del neoliberalismo
contado a través de distintas manifestaciones culturales. Las leyes que
hicieron retroceder los derechos laborales y las privatizaciones, que se
inauguraron con el gobierno de Thatcher en Reino Unido, encontraron su fiel
correspondencia en las tramas de ciencia-ficción. Como también tuvieron su
reflejo en series y películas de este género las huelgas de mineros de 1972 o
1974, el desmontaje del sistema nacional de salud o la desindustrialización
–como cuenta y analiza con todo detalle el autor de Crónicas del neoliberalismo que vino del espacio exterior.
Son
muchos los paralelismos que encontramos para que podamos pensar que estamos
simplemente ante meras coincidencias. En Doctor
Who, la caracterización –sin duda física, pero también ideológica– del
personaje Helen A., el nombre de la dictadora Rehctaht (Thatcher al revés), la
presencia de los misteriosos Gardsorm –«posiblemente un anagrama o metátesis
fonológica de “Margaret”», señala Antón Fernández– a través de los cuales sigue viviendo Rehctaht
una vez derrotada, o el nombre de la tirana robótica, llamada Thatchos, que
pretende acabar con «el ejército de los sesenta millones de parados» para
convertirlos en robots incapaces de rebelarse o declarar huelgas, indica que
detrás de una serie aparentemente inocente, de ciencia-ficción, como es Doctor Who, había una clara declaración
de intenciones, una clara vocación de denuncia ante el neoliberalismo
emergente. No en balde, y como señala el autor del ensayo, entre los creadores de
la serie encontramos al reputado marxista británico Ben Aaronovitch o a Rona
Munro, quien más tarde sería guionista del cineasta trotskista Ken Loach. Sin
embargo, estos paralelismos no son exclusivos de Doctor Who,y Antonio J.
Antón Fernández encuentra huellas del neoliberalismo –algunas veces
cuestionado, otras veces legitimado– en series como Los supersónicos, Men into
Space o Star Trek.
Aunque
esta forma de interpretar el neoliberalismo puede resultar extravagante para
lectores acostumbrados a ensayos más ortodoxos, lo cierto es que el libro
combina de forma magistral, con un estilo ágil y entretenido, un acercamiento
cultural al neoliberalismo desde la ciencia-ficción con densas reflexiones
sobre economía, historia política y filosofía. Personajes de Star Wars conviven sin problema con
Lenin, Žižeko Hegel en estas Crónicas
del neoliberalismo. Un libro que aborda, de un modo sin duda original, la
historia del neoliberalismo y su implementación, desde su nacimiento en la Gran
Bretaña de Thatcher hasta que nuestros días. Quizá la Revolución no será
televisada, pero no cabe duda que la llegada del neoliberalismo sí se narró en
la pequeña pantalla, como lo recoge –y analiza– Antonio José Antón Fernández en
estas Crónicas del neoliberalismo que
vino del espacio exterior.
David Becerra Mayor // Mundo Obrero, nº 290 (noviembre, 2015).
Cuando el 15 de mayo de 2011 bajamos a las plazas y desplegamos una
pancarta que decía «Juventud sin futuro», quizá pecamos de optimistas.
Porque, golpeados por la crisis, no es que no tuviéramos futuro; es que
ni siquiera teníamos presente. La juventud observaba que su horizonte de
expectativas se había derrumbado y que aquellas promesas de futuro a la
generación mejor formada de España de pronto se desvanecían. Dolía
comprobar que nos habían robado el futuro; pero más iba a doler
descubrir que también nos habían robado el presente.
El perfil sociológico de quien acampó en la madrileña Puerta del Sol –y
en otras plazas españolas (me ha traicionado el inconsciente
centralista)– era el de un estudiante universitario recién aterrizado a
un mercado laboral precarizado. A la generación mejor formada no le
correspondía la profesión mejor pagada. Su indignación era la
consecuencia lógica de una promesa incumplida. La promesa de que su
esfuerzo sería recompensado en el futuro se desmoronaba. Además, el
conocimiento desclasa siempre hacia arriba y, con un título bajo el
brazo, volver a la precariedad cuesta. La precariedad parece que siempre
la sufren los otros y que no nos va a tocar a nosotros. Muchos de los
pertenecientes a la juventud mejor formada de España han protagonizado
este proceso. La juventud sin futuro.
Otros no necesitaron la llegada de la crisis para saber qué era la
precariedad. Vivían en la exclusión social ya antes de la caída de
Lehman Brothers. Quizá por eso no bajaron a las plazas a compartir su
indignación. No habían perdido nada, porque nunca tuvieron nada. No
habían perdido el futuro, porque ni siquiera tenían presente. De esa
juventud «sin presente» habla la segunda novela del Lionel Tran, Sin presente.
Se trata de una novela que, como sucede siempre con las segundas
novelas, corría el peligro de decepcionar al lector sacudido por la
primera novela de Tran, Sida mental (Periférica, 2008). Su
primera novela –también reseñada en estas páginas– presentaba una
revisión –en el buen sentido de la palabra– del sesentayochismo, y lo
hacía a través de un texto construido desde la violencia. Pero no
violencia solo en la trama, también se violentaba el lenguaje, el
estilo, el propio género narrativo. Sin presente vuelve a
sacudir al lector por medio de una trama protagonizada por unos jóvenes
nacidos a comienzos de los años sesenta en un barrio periférico de Lyon,
en el suburbio de Vaulx-en-Velin. Crecen con los ecos de un nuevo mundo
que nace, el del «Fin de la Historia» proclamada por Fukuyama tras la
caída del muro de Berlín, de la crisis del petróleo, de la
reestructuración industrial, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la
mercantilización de la vida, la guerra del Golfo, Maastricht, la
flexibilidad laboral, la sociedad del espectáculo.
En este contexto, estos jóvenes se reconocen como una «generación sin
ideales, una Bof Génération». Si estamos en el Fin de la Historia, ¿para
qué luchar, si no hay horizonte posible?, se preguntarán
inevitablemente. Habrá quien tendrá posibilidades de sustituir los
viejos ideales políticos por metas individualistas, y dedicará su vida a
«tener éxito», pero ni siquiera eso es posible en un suburbio de Lyon.
Las drogas, el sida o el paro son su único horizonte. «Dejamos el
instituto, la facultad, las escuelas privadas, ni tenemos trabajo ni lo
queremos». Lo que se denomina en España NI-NI no es una opción, sino la
consecuencia de un contexto socioeconómico –lo que vale decir, político.
«La revolución no tendrá lugar aquí», afirman. Esta generación
desencantada es funcional al sistema que la excluye. No son peligrosos,
ya que han renunciado a la revolución. No convierten su desencanto en
potencial revolucionario, y eso les hace inofensivos. Han perdido toda
esperanza. Sin embargo, la violencia que soportan es tan fuerte que
puede llegar a desbordar la apatía de jóvenes como ellos y estallar en
algún momento. Y eso también lo saben: «Esperamos, algo va a pasar, está
en el aire, sentimos cómo sube la tensión, cómo aumenta, ya no se puede
dar un paso sin darse de bruces con la policía, sin que te registren
las brigadas antidelincuencia de paisano [...], se queman coches en los
barrios, se saquean supermercados, los parados se manifiestan, las
huelgas paralizan el país, el precio de la gasolina no deja de subir, la
abstención gana terreno, esto va a explotar, es palpable, no es
paranoia, la presión aumenta». Ya lo cuentan los diarios: «una bombona
de butano llena de clavos y pernos explota en el metro parisino» y se ha
producido un «tiroteo en los alrededores de Lyon».
La violencia cotidiana que soportan sus cuerpos, día a día, tal vez
encontrará su reacción. No quieren cambiar el mundo –han asumido que es
imposible– y no tienen conciencia política, pero, como reconoce el
protagonista al final de la novela, «sientes que en el fondo de ti
germina la ira, una ira fría». Que la ira que germina termine en un
motín o una Revolución depende de nosotros mismos.
Presentati ai lettori di Cuéntame: chi è David Becerra Mayor?
Sono
professore di letteratura spagnola contemporanea presso l’università
autonoma di Madrid, oltre che responsabile della sezione Estetica e
letteratura della Fundación de Investigaciones Marxistas e critico
letterario per diverse testate. Sono autore dei saggi La novela de la no-ideología (Tierradenadie, 2013) y de La Guerra Civil como moda literaria (Clave Intelectual, 2015), co-autore di Qué hacemos con la literatura (Akal, 2013), e curatore delle edizioni critiche di La consagración de la primavera di Alejo Carpentier e di La mina de
Armando López Salinas, uno dei romanzi più significativi del realismo
sociale spagnolo, che abbiamo potuto presentare per la prima volta senza
la censura imposta dal regime franchista.
Nel 2015 hai pubblicato il saggio La guerra civil como moda literaria. Di che cosa parla?
Negli
ultimi decenni sono stati pubblicati molti romanzi che parlavano della
Guerra civil spagnola (1936-1939). E questa è, all’inizio, una buona
notizia. Quando muore Franco (1975) e comincia la Transizione le élite
che la portarono a compimento spinsero la popolazione a dimenticare il
passato, a chiudere vecchie ferite – nonostante non si fossero
cicatrizzate – per remare tutti insieme verso il futuro. La società che
nasce dalla Transizione è una società privata della memoria.
Considerando questo, che si pubblichino tanti romanzi sulla Guerra civil
è un’ottima notizia. Era necessario analizzare il fenomeno, provare a
spiegare perché nasce e, soprattutto, osservare come e quali sono le
spiegazioni della Guerra civil che offrono i romanzi che si pubblicano
oggi; e, al tempo stesso, come si mette in relazione questo passato con
il presente dal quale lo si rilegge.
Perché
hai pensato che fosse necessario scrivere questo libro? E perché,
secondo te, nel 2015 si continua a parlare tanto della Guerra civil?
Era
necessario scrivere questo libro perché quando uno comincia a leggere i
romanzi sulla Guerra civil che si scrivono e che oggi si pubblicano
immediatamente si sente costretto a ridimensionare l’euforia con la
quale viene descritta. Non c’è niente da celebrare. Perché in molti di
questi romanzi, la Guerra civil non è che uno scenario. La Guerra civil
funziona come sfondo per trame d’amore, di passione e morte, ma a
malapena si tenta di mettere in luce, in questi romanzi, le cause
storiche – politiche e sociali – che portarono al conflitto. La guerra
viene depoliticizzata allo stesso ritmo in cui la Storia, in questi
romanzi, viene destoricizzata. All’improvviso quelli come noi, che
avevano bisogno di un racconto del proprio passato, per combattere
l’amnesia politica e sociale che nasce a partire dalla Transizione, si
rendono conto che la Guerra civil si era trasformata in uno scenario
comodo e affascinante. Tuttavia continua a esserci qualcosa di buono in
questo fenomeno: significa che la società spagnola attuale non è più la
stessa nata durante la Transizione; la società spagnola ha già perso la
paura di ricordare il passato, di ricostruire la memoria, di guardare
avanti. Che ci sia richiesta di romanzi sulla Guerra civil è un fattore
che lo indica; altra cosa invece è, come sostengo, che questi romanzi
debbano essere in realtà romanzi della memoria storica e che raccolgano
le potenzialità della memoria per una trasformazione sociale; invece
che, come accade nella maggior parte dei casi, la memoria storica sia
smarrita in favore di una sorta di nostalgia, che permette al lettore di
evadere dal presente per occuparsi di un passato conflittivo – molto
adatto a una trama narrativa –, ma che svanisce appena si chiudono le
pagine del romanzo.
Credi i romanzi sulla Guerra civil siano una scorciatoia per editori e scrittori per arrivare più in fretta a buone vendite?
La Guerra civil funziona come sfondo per trame d’amore e di passione, ma non si tenta di metterne in luce le cause storiche
I
bestseller – e molti di questi romanzi rispondono a quest’etichetta –
non sono innocenti e ancora meno privi di ideologie. I bestseller
captano molto bene quali sono i problemi di una società, i suoi
interessi e i suoi interrogativi, e sanno trasportarli in forma di
romanzo. Tuttavia, invece di mettere in luce le contraddizioni che
generano i problemi e di provare a offrire soluzioni radicali, i
bestseller fanno svanire queste problematiche per mezzo di una soluzione
immaginaria, che sia accettata dal sistema stesso. Nel caso concreto,
invece di far vedere la Guerra civil come la conseguenza di un colpo di
stato fascista che attenta contro un governo democratico e legittimo
preferiscono il messaggio secondo cui tutti gli uomini sono
essenzialmente cattivi (questa è solo una delle strategie utilizzate in
questi romanzi) e che per questo decidono di imbarcarsi nella guerra. I
sentimenti astratti, come il Male, sostituiscono le cause politiche. Dopo
la premessa, rispondo alla tua domanda. Questi romanzi nascono perché,
come dicevo prima, la società spagnola è cambiata e non è più la stessa
della Transizione. La società spagnola perde la paura di Lot, sa che non
si convertirà in una statua di sale se guarderà alle proprie spalle.
Nell’anno 2000 viene fondata la ARMH (Asociación por la Recuperación de
la Memoria Histórica) e nel 2007 il governo Zapatero approva una legge
sulla Memoria storica che anche se secondo me, e non solo, è chiaramente
insufficiente, accoglie un'istanza dal basso dei cittadini. La Spagna
chiede memoria e comincia a volere libri, a cercare risposte anche nei
romanzi. Quando sorgono domande, si pubblicano libri, più opportunisti
che opportuni, per disattivare il potenziale rivoluzionario delle
possibili risposte. Pertanto è una scelta sicura per scrittori ed
editori, visto che sanno che il tema è d’interesse, ma soprattutto che
si può spendere, anche politicamente, in favore del potere costituito,
che attraverso la letteratura prova a spegnere quanto di rivoluzionario
c'è nella memoria.
A
partire dal titolo, molto diretto, dai l’idea che questi romanzi non ti
piacciano. Ce n’è qualcuno che, invece, ti pare si elevi sopra la media
meritando di essere letto?
Non credo
che sia una questione in cui entrano in gioco i gusti – né che
dovrebbero entrarci – per arrivare a un giudizio critico. Il gusto è un
fattore soggettivo che non deve mai modificare, per niente, il giudizio
obiettivo del critico (diverso è come si costruisce il gusto e perché ci
piacciono i romanzi che ci piacciono, un argomento che sarebbe
interessante studiare). In La guerra civil como moda literaria
non introduco alcun giudizio personale; al contrario, cerco di
dimostrare come la letteratura si relazioni con il pensiero egemonico di
uno specifico periodo storico – in questo caso, il presente – e come il
dibattito, oltre a essere letterario, ne realizzi una perfetta
riproduzione e lo legittimi ideologicamente. Romanzi come Soldati di Salamina
di Javier Cercas, per esempio, compiono molto bene questa funzione;
però ci sono anche opere che si confrontano con la forma dominante del
racconto, come nel caso di ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil! di Isaac Rosa.
Il
romanzo storico può aiutare la gente che ha terminato da tempo gli
studi o a cui non piace la saggistica a imparare qualcosa del passato.
Al contrario, un romanzo scritto male può inficiare la realtà dei fatti e
offrirne un’immagine sbagliata. Pensi che il fiorire di romanzi sulla
Guerra civil abbia migliorato o peggiorato la conoscenza di quel
periodo?
Ci
troviamo di fronte al precetto classico dell’«insegnare, intrattenendo»:
una persona si diverte mentre legge un romanzo storico e per di più
quando finisce il libro è convinto di aver imparato qualcosa della
Storia. Questi romanzi compiono una doppia funzione: insegnano e
intrattengono. Però c’è una terza opzione, che è in realtà la più
importante: non solo si falsa il passato, convertendolo in uno scenario e
cancellando il tessuto politico e sociale per trasformare il conflitto
in conflitto individuale, morale oppure astratto; ma addirittura che
arriva a modificare la nostra concezione del presente e la relazione che
ha il presente con il passato narrato. Mostrando il passato come
qualcosa di lontano, quasi mitico, il lettore pensa che non gli
appartenga, che non abbia nessun legame con il presente, quando in
realtà il nostro presente continua a vivere del passato. Ma al tempo
stesso, in contrapposizione con ciò che si legge, con i conflitti della
Guerra civil, il nostro presente ci sembra «noioso e democratico», così
dice una scrittrice: mansueto, docile, ecc. Questi romanzi, allora, sono
concepiti come una forma d’evasione dal nostro presente grigio e
prosaico e come un modo di vivere avventure pericolose e affascinanti
che sarebbe impossibile vivere oggi; ma, come dice il professor Juan
Carlos Rodríguez, i romanzi di evasione sono sempre romanzi di invasione,
perché tramite loro ci invade l’ideologia dominante, e l’ideologia
dominante ci ricorda sempre che stiamo vivendo nel migliore dei mondi
possibili. Questi romanzi sono programmati affinché il lettore esca, a
fine lettura, intriso di questa sensazione, ed esclami: «Cavolo, che
fortuna che non mi è toccato vivere in quel periodo e che vivo nel
pacifico (sic) XXI secolo!».
Com’è, a parer tuo, la situazione della critica letteraria in Spagna?
In
Spagna, come in qualsiasi altro posto del mondo capitalista, c’è una
nozione dominante di letteratura che si riproduce tanto nella critica
universitaria che in quella letteraria nei vari mezzi di comunicazione.
Si concepisce la letteratura come discorso autonomo, neutrale,
innocente, che è capace di trascendere la stessa realtà storica in cui
vive. La letteratura è sempre uguale a se stessa, da Omero fino a oggi,
passando per Don Chisciotte. Tuttavia esiste anche – e ha
guadagnato visibilità grazie alla crisi, quando è stata messo in dubbio
l’egemonia capitalista – una critica che vorrebbe riportare con i piedi
per terra la letteratura, che intende il testo letterario come un
discorso storico che partecipa alle tensioni politiche e sociali
dell’epoca in cui nasce. Abbiamo, in Spagna, ottimi maestri, come Juan
Carlos Rodríguez o Julio Rodríguez Puértolas. E i loro discendenti, nei
quali mi annovero anch'io, stanno lavorando molto e molto bene in questa
direzione, mettendo in relazione la letteratura con la sua storicità.
A cosa stai lavorando in questo momento?
È stato pubblicato da pochi giorni un libro che ho curato: Convocando al fantasma. Novela crítica en la España actual (Tierradenadie,
2015). È un saggio collettivo che prova a offrire una visione d’insieme
sulla narrativa critica e dissidente in Spagna. Nella Spagna d’oggi
esiste una narrativa dominante che distrugge le contraddizioni radicali
del sistema e interpreta i conflitti che il capitalismo produce in
chiave individuale, psicologica o morale, dove l’impronta di ciò che è
politico e del sociale si annulla. Però c’è un’altra letteratura. Una
letteratura che non ha interesse a cancellare le contraddizioni, ma a
farle emergere nel tentativo di farle esplodere. C’è una letteratura
critica, dissidente, di opposizione al capitalismo: una letteratura che
continua a evocare il fantasma. Perché, come dice Belén Gopegui nel suo
ultimo romanzo, El comité de la noche, «scrivere è evocare il fantasma».
Aunque suele concebirse la poesía como un discurso en el que se hallan los valores más nobles
y profundos del ser humano, e incluso se ha llegado a afirmar que la
poesía es a lo único a lo que podemos aferrarnos para salvar la
humanidad, lo cierto es que la poesía, lejos de ser depositaria de tan
altos valores, suele participar –y asumir un alto grado de protagonismo–
en las más importantes encrucijadas históricas, legitimando por medio
de palabras bellas y metros contados el paso de la muerte por las nuevas
tierras conquistadas. La poesía es un excelente instrumento de
propaganda. Como decía Walter Benjamin en su tesis VI sobre la Historia, los documentos de cultura son también documentos de barbarie.
Los
atentados de París del pasado viernes 13 de noviembre han vuelto a
poner el foco informativo en el terrorismo yihadista. Analistas
procedentes de muy distintas disciplinas del conocimiento –desde
arabistas a politólogos– han puesto sobre la mesa datos, razones y
argumentos para tratar de clarificar y definir la ideología yihadista y
las causas por las que actúan. Pero, más allá de interpretaciones,
conviene preguntarse: ¿cómo piensan los yihadistas, cuál es su visión
del mundo, cómo se conciben a sí mismos y, sobre todo, cómo construyen
la imagen de su enemigo? En un artículo publicado en The New Yorker, Robyn Creswell y Bernard Haykel sostenían que una buena forma de entender el yihadismo era leer su poesía.
Acudir
a la poesía –o a la literatura, en general– resulta siempre oportuno
para comprender sociedades para nosotros lejanas –tanto en lo temporal
como en lo geográfico. Cuando en dicha sociedad la poesía ocupa un rol
social relevante, como es el caso que nos ocupa, resulta mucho más útil.
Como afirma la historiadora y experta en cultura árabe María Rosa de Madariaga, consultada por El confidencial, en la cultura árabe la poesía ha ocupado tradicionalmente una posición central.
"Como
característica general de la literatura árabe hay que destacar la
importancia que en ella ocupa la poesía. Por eso, a los niños se les
enseña desde bien pequeños en las escuelas los poemas de los poetas más
famosos desde la Antigüedad. Quizá esto contribuya a fomentar desde la
infancia la facilidad de los árabes para 'versificar'. Cualquiera tiene a
gala en el mundo árabe improvisar poemas. A este
ejercicio muy extendido en la sociedad, en el que a los árabes les gusta
mostrar sus dotes para 'improvisar' poemas, se le conoce como irtiyâl, literalmente 'improvisación'", apunta.
En
la actualidad, como una prueba más de la importancia de la poesía en el
mundo árabe, existe en Oriente Medio un programa de televisión titulado
Sha’ir al-Milyoon («Poeta millonario»), un talent show similar a Operación Triunfo donde
quienes concursan y compiten son poetas. Como afirman Creswell y
Haykel, el premio que se le otorga al ganador es mayor que el que se le
concede al Premio Nobel.
Algunos de los poetas que participaron en Sha’ir al-Milyoon se hicieron célebres y sus poemas se leyeron en las plazas de las primaveras árabes. La autoridad del verso –y del poeta que lo firma o lo recita– merece un enorme respeto
en el mundo árabe; la palabra del poeta es tan sagrada como la palabra
de un teólogo. No es casualidad, pues, que en este contexto se utilice
la poesía como instrumento de legitimación de la lucha yihadista.
Del 11-S a las primaveras árabes
«Abrazados
a la muerte los caballeros de la gloria encontraron su descanso. /
Sujetaron las torres con sus manos llenas de rabia y las demolieron
rápidamente como una catarata». Con estos versos tan plásticos describía
Bin Laden, que además de terrorista fue poeta, los
atentados del 11 de septiembre de Nueva York. Los terroristas suicidas
encuentran la gloria del descanso eterno tras cometer el atentado que
derribó las Torres Gemelas. Sus manos, rezan los versos, estaban llenas
de rabia. El poema muestra el atentado –y de este modo lo legitima– como
una consecuencia de una situación anterior que habría alimentado la rabia yihadista y que impulsó finalmente al terrorista a atentar contra el centro político y financiero, pero también simbólico, de occidente.
La
denuncia contra el imperialismo es un tema recurrente en la poesía de
la yihad. El poeta Isa Sa’d Al ‘Awshan escribió unos versos tras la invasión de Iraq
donde advertía que la lucha iba a ser sin descanso y que el combatiente
estaba dispuesto incluso a dar su vida para liberar a los musulmanes
del poder despótico del imperio. Decían así sus versos:
Anuncié que no habría más descanso
hasta que nuestras flechas aniquilen al enemigo.
Me amarré a mi ametralladora con la determinación de un muyahid
y perseguí mi meta con un corazón apasionado.
Quiero una de las dos cosas buenas:
el martirio o la liberación del poder despótico.
Uno
de los más famosos poemas de Bin Laden habla de la odisea que tienen
que sufrir los habitantes de los pueblos que han padecido el ataque de
occidente. El poema está estructurado en dos partes y el lector asiste,
como un intruso, a una conversación íntima entre un padre y un hijo,
expulsados de su tierra:
Padre, he viajado durante un largo tiempo por desiertos y ciudades.
Ha sido un largo viaje, padre, a través de valles y montañas,
Tan largo ha sido que he olvidado mi tribu, mis primos, incluso mi humanidad.
Con
las primaveras árabes, sin embargo, la yihad cambió de enemigo. El
enemigo externo fue sustituido por uno interno al que había que combatir
y tumbar. Como apunta María Rosa de Madariaga, en un artículo titulado 'La nebulosa yihadista y el Estado Islámico', publicado en el semanario 'Crónica Popular' el pasado mes de septiembre, "aprovechando la indignación popular hacia
los gobernantes, los islamistas se apropiaron del discurso radical de
los verdaderos autores de la revuelta, cambiándolo de signo y haciendo
hincapié en que la verdadera redención de los pueblos árabes solo podía
venir del Islam, con cuyo fin era preciso recurrir al yihad". La célebre
poeta Ahlam al-Nasr, conocida como la poeta del Estado Islámico,
escribió en la primavera de 2011, en cuyas protestas participó
activamente, un poema contra el presidente de Siria Bashar al-Assad:
Sus balas destrozaron nuestras cabezas como un terremoto,
incluso los huesos más fuertes crujieron después de romperse.
Ellos perforaron nuestros cuellos y esparcieron nuestros miembros
–¡fue como una lección de anatomía!
Ellos regaron las calles de sangre que todavía corre
como arroyos caídos de las nubes.
Como recuerdan Creswell y Haykell, Ahlam al-Nasr es autora de El resplandecer de la verdad, un
poemario compuesto por 107 poemas, entre los que se incluyen elegías,
lamentos, odas a la victoria y, curiosamente, cortos poemas que son en
realidad tweets –hecho que corrobora lo que tantas veces ha sido dicho
por los expertos: ISIS está en la vanguardia de la propaganda y el uso de las redes sociales
constituye para ellos una herramienta en absoluto desdeñable de
comunicación y de propagación ideológica. El libro se publicó en
internet y rápidamente circuló entre militantes yihadistas por las redes
sociales. Además de poeta, al-Nasr es autora de un breve ensayo de
apenas treinta páginas donde describe el Califato del Estado Islámico
como un paraíso donde los niños a la vez que juegan se preparan para la
defensa y las mujeres custodian los valores del Islam.
Contra los falsos musulmanes
Las
potencias de occidente y los estados laicos y con libertad de culto de
Oriente Medio como Siria aparecen como enemigos de la yihad. Pero, en la
poesía yihadista, irrumpen también como enemigos aquellos musulmanes
moderados que no siguen –según el parecer de los fundamentalistas– el
camino correcto del Islam.
Como recuerda de nuevo María Rosa de Madariaga, "aunque
estos neofundamentalistas consideran que el imperialismo occidental,
materialista y opresor, es el principal causante de los males que
aquejan a las sociedades islámicas, mayores enemigos del Islam que los
dirigentes occidentales son los propios dirigentes de los países
islámicos, que se dicen musulmanes, pero solo lo son de boquilla. En este sentido, estos grupos radicales entroncan directamente con el pensamiento del teólogo y jurista árabe Ibn Taimiya (siglos
XIII-XIV de la era cristiana), quien, además de considerar un deber de
todo buen creyente combatir a judíos, cristianos y a los no musulmanes
en general, pensaba que los mayores enemigos del Islam, a quienes había
que combatir en primer término, eran los que, autoproclamándose
musulmanes, no lo eran de veras, sino hipócritas (munâfiqûn), como el Profeta Mahoma designaba a los habitantes de Medina sobre cuya fidelidad al Islam abrigaba dudas».
El poeta yihadista asume la función del teólogo que debe despejar las dudas que surgen sobre todo en un mundo materialista
y de naturaleza confusa, plagado de tentaciones y deseos carnales, y
mostrar el camino correcto, el camino de la verdad, el camino del
Profeta. Estas dudas habitan en las cabezas de los musulmanes moderados.
Quien no enderece el rumbo, siguiendo el camino marcado por Dios, no
será sino tratado de enemigo. El poeta Isa Sa’d Al ‘Awshan en su Antología de la Gloria escribe:
Déjame esclarecer toda la oscura verdad y eliminar la confusión de quien pregunta.
Déjame hablarte del mundo y de lo que hay detrás de él. “Escucha: yo digo la verdad y no [tartamudeo.
El tiempo de la sumisión para el incrédulo ha terminado, él que nos hace beber copas [amargas.
En este tiempo de hipocresía, déjame decirte: no deseo dinero, ni una vida de bienestar,
pero tampoco el perdón de Dios y Su gracia.
Temo a Dios, no a una banda de criminales.
Me preguntas sobre la meta que he perseguido con celo y rapidez.
Preguntas, con miedo hacia mí, ¿es este el camino correcto, el buen camino?
¿Es este el camino del Profeta?”
Obsérvese
el modo en que el poema utiliza el recurso de la apelación,
dirigiéndose a un interlocutor concreto, que seguramente representa a un
musulmán que se ha desviado del camino de la fe. Este rasgo, propio de
la poesía oral, indica que estos poemas han sido compuestos para ser
leídos en voz alta, ante un público amplio. Por otro lado, se observa en
el poema que quien posee la voz poética no alberga dudas de tipo alguno
y, a la manera del teólogo, con gran seguridad y sin tartamudear, se
dirige a su interlocutor para esclarecer la oscura confusión que le
impide tomar el camino correcto.
Contra la nacionalidad y el estado-nación
La
poesía de la yihad expone asimismo elementos propios de su ideología.
"En el centro de la ideología yihadista está el rechazo del
estado-nación", afirman Creswell y Haykel. Se puede extraer de la
lectura de la poesía yihadista la radical oposición a la idea de nacionalidad
que emana del estado-nación moderno y la apuesta por una suerte de
universalismo islámico que busca integrar, como si fueran parte de un
solo cuerpo, a todos los musulmanes del mundo. Las fronteras del moderno
estado-nación –sostiene la poesía yihadista– no han sido sino una forma
de separar la unidad de su pueblo:
Mi patria es la tierra verdadera, los hijos del Islam son mis hermanos...
No amo más a los árabes del sur que a los árabes del norte.
Mi hermano en India, tú eres mi hermano, como lo eres tú, mi hermano en los Balcanes,
en Ahvaz y Aqsa, en Arabia y en Chechenia.
Si Palestina grita, o si Alfganistán grita,
si Kosovo es agraviado, o Assam o Pattani es agraviado,
mi corazón se extiende hacia ellos, deseando ayudar a los necesitados.
No hay diferencia entre ellos, es una enseñanza del Islam.
Nosotros somos un solo cuerpo, este es nuestro feliz credo.
Nos diferenciamos por la lengua y el color, pero compartimos la misma vena.
Se apela a la solidaridad entre los pueblos musulmanes oprimidos,
como a la necesidad de atender su llamada de auxilio; a la hermandad de
los pueblos y a la igualdad esencial de todos ellos –diferentes en
apariencia (lengua y color) son en el fondo iguales (comparten la misma
vena). Esta lectura, casi humanista, que construye un solo pueblo en muy
distintos territorios y naciones, no esconde sino un discurso que busca
legitimar la conquista de otras tierras que ellos asumen como propias.
Palabras
bellas al servicio de la guerra. Palabras que se integran en
estructuras poéticas muy bien construidas, con un estilo bien claro.
Como señala María Rosa de Madariaga, en la poesía árabe "los poemas son
monorrimos, es decir que cada verso ofrece un sentido tan completo que
resulta independiente del verso anterior y del siguiente. La prohibición
del encabalgamiento tuvo como resultado versos muy pulidos y
extremadamente concisos". La poesía yihadista sigue las pautas de la
tradición poética de la cultura árabe. La poesía no se arrodilla ante la
propaganda ni sacrifica su estilo, ni cuestiona su tradición; al
contrario, trata de ser una alta expresión de la tradición a la que se incorpora. La poesía no es un discurso inocente. En los documentos de cultura se hallan también las huellas de la barbarie.
NOTA: Los poemas citados han sido extraídos del artículo citado de
Robyn Creswell y Bernard Haykel y traducidos del inglés por quien esto
firma.
Cuando Gulliver naufraga en Lilliput y con el tiempo llega más o
menos a integrarse en la vida social de ese pueblo habitado por seres
diminutos, se sorprende al descubrir que esas personas en apariencia
inofensivas se encuentran en guerra permanente con sus iguales que viven en una isla vecina, en Blefuscu. El enfrentamiento tiene su causa en el modo en que cascan los huevos:
unos deciden hacerlo por la parte gruesa, mientras que los otros lo
hacen por la parte superior del huevo, más estrecha. A los ojos de
Gulliver, el motivo que desencadena la guerra resulta absurdo. Como absurdas -extrapola el lector- son todas las guerras; las causas son siempre ridículas en comparación con las nefastas consecuencias de un conflicto bélico.
Sin embargo, lo que no cuenta la novela de Jonathan Swift
es que seguramente si Lilliput se enfrenta a Blefuscu no es por la
forma de cascar los huevos; la causa se encontraría en la necesidad de
conquistar el territorio vecino y expoliar sus riquezas. Los huevos no
son más que el pretexto para iniciar la guerra, el discurso ideológico
-o la trampa- que toda clase dominante requiere para legitimar una
guerra. Las guerras no son absurdas; al contrario, son siempre políticas.
'La Guerra Civil contada a los jóvenes', de Arturo Pérez-Reverte -publicada por Alfaguara e ilustrada por Fernando Vicente-, les hace a sus lectores la misma trampa que los liliputienses le hicieron a Gulliver. Despolitiza la Guerra Civil convirtiéndola en un absurdo,
como si el pueblo español, en guerra constante contra sí mismo, hubiera
iniciado una guerra por su vocación sempiterna de no saber convivir en
paz. La Guerra
Civil se describe como un absurdo, como si en vez de causas políticas
–la agresión del fascismo contra un Gobierno legítimo y democrático–
encontrara su motivo en la forma de cascar los huevos.
Una guerra fratricida
'La Guerra Civil contada a los jóvenes' nos habla de un absurdo -no de un conflicto histórico.
Desde el prólogo mismo se encarga su autor de desplazar cualquier
lectura histórica -política y social- de la guerra a favor de un relato
fratricida de la misma. "Todas las guerras son malas, pero la guerra
civil es la peor de todas, pues enfrenta al amigo con el amigo, al
vecino con el vecino, al hermano contra el hermano". No hay conflicto político, simplemente un enfrentamiento entre hermanos, supuestamente iguales.
Como decía el filósofo español -exiliado en México- Adolfo Sánchez Vázquez,
"al presentar la guerra como una guerra entre hermanos, igualmente
brutales o igualmente nobles, como si los agresores y los agredidos, los verdugos y las víctimas,
fueran igualmente culpables o inocentes, se pretende ocultar que la
sangrienta Guerra Civil le fue impuesta al pueblo español por el
fascismo nacional y extranjero, y que aquel, al resistir la agresión en
las condiciones más desventajosas, no hacía más que cumplir con lo que su dignidad exigía".
El relato fratricida borra, pues, las verdaderas causas que
determinaron el conflicto y asimismo diluye las responsabilidades de los
autores de la barbarie al presentar la guerra como un enfrentamiento
entre hermanos.
Del mismo modo, se subraya en el libro que
la guerra dio lugar a los llamados "móviles personales", esto es, que
"bajo pretextos políticos se realizaron robos y solventaron venganzas
personales". Estamos de nuevo ante un intento de mostrar la Guerra Civil
como un conflicto despolitizado donde los hechos no sucedieron por
cuestiones políticas sino que fue un escenario donde se escenificaron rencillas personales,
protagonizas por personajes movidos por el odio y el rencor. Llama la
atención que en un libro tan breve como este, se conceda tanta
importancia a sucesos que, como señala el historiador José Luis Ledesma,
"no parece que puedan explicar toda, ni siquiera una parte
considerable, una violencia que solo era posible en el marco de la
guerra". ¿Por qué -tendremos que preguntarnos- no se habla de las causas
políticas, que fueron las que en verdad desencadenaron la guerra, y sí
el libro se detiene en estos anecdóticos crímenes personales? Parece que
subyace un interés por borrar la historia de esta historia.
La Guerra Civil tuvo sin duda ese componente fratricida
que enfrentó a familias, hermanos, padres e hijos, e incluso a vecinos;
pero su lectura no puede reducirse a eso. No se puede negar que, en la
guerra, participaron sentimientos como el odio o la venganza, y deben
reconocerse como síntomas del conflicto,
pero no como elementos determinantes que lo originan. Confundir las
causas con las consecuencias, lo determinante y lo determinado, puede
provocar un falseamiento total o parcial de la historia. Y eso sucede en 'La Guerra Civil contada a los jóvenes' de Pérez-Reverte.
Visión teleológica de la República
El libro de Arturo Pérez-Reverte reproduce una visión de la República que coincide sobremanera con la que se encargaron de edificar los historiadores revisionistas
-y mucho antes, los mismos ideólogos del franquismo. La República se
define en el libro de Reverte como sinónimo de caos, de inestabilidad,
de conflicto constante en las calles. Todo ello para justificar “la
confrontación inevitable”. Según su descripción, la República estaba condenada a desembocar en una guerra civil.
La descripción de la República se hace desde su final; se ofrece en el
libro una definición teleológica que borra la sustancialidad o la
autonomía histórica del periodo republicano -que solo existe para
explicar la guerra, reduciendo la República a mera causa o antecedente.
Cuando se hace crítica literaria -y acaso no otra
cosa se debe hacer ante un libro de historia que en el fondo no hace más
que ofrecer una ficción de lo que fue la Guerra Civil-, es más importante leer los silencios que las palabras escritas. En el silencio se puede observar el compromiso del texto con el poder.
En
'La Guerra Civil contada a los jóvenes', llaman la atención sus
múltiples -y significantes- silencios. De la misma manera que el libro
se detiene a presentar el periodo republicano como un estado de caos
permanente, no dice ni una sola palabra de sus logros y reformas. Ni reforma agraria, ni voto femenino, ni reforma educativa aparecen en el libro. Ni una palabra.
Poner
silencio sobre este asunto no solo contribuye a que el lector
desconozca la verdadera historia de la República, sino que además sirve
al autor para presentar la Guerra Civil como ese absurdo que se propone
presentar: Reverte no muestra el golpe de Estado como una reacción de la
oligarquía ante las reformas republicanas, sino como el resultado de una tensión entre "dos fuerzas enfrentadas" -quienes
no se sabe muy bien por qué se enfrentan- que, por medio de un relato
equidistante que sobrevuela todo el texto, se reparten las
responsabilidades entre los dos 'bandos'. Pero, hay que recordarlo una
vez más, la República no era un bando, sino un Gobierno legítimo y
democrático. Entre víctimas y verdugos no hay simetría.
El final feliz de la transición
La importancia que el libro concede a la República no se la concede sin embargo al franquismo.
Suele ocurrir en muchos libros sobre la Guerra Civil, que incluyen en
un mismo volumen República y guerra, en vez de hacer lo que sería más
oportuno: Guerra Civil y franquismo
-donde sí existe una relación inmediata de causa/efecto. Los efectos
sobre el imaginario colectivo son evidentes: se vincula la Guerra Civil
-y las connotaciones negativas que carga el conflicto- con la República y
no con el franquismo. La estructura de un libro -y la distribución de sus temas- nunca es inocente.
Reverte apenas se detiene a explicar la dictadura.
Salta rápidamente de la Segunda Guerra Mundial y de la existencia del
maquis a la modélica transición. El libro termina con un final feliz
protagonizado por dos grandes hombres -el rey Juan Carlos y Adolfo Suárez-
que con grandes gestos decidieron traer la democracia a España. "España
-dice Reverte- se convirtió en una monarquía parlamentaria por decisión personal del rey Juan Carlos".
Ni una palabra más, ni una sola referencia a las luchas y a la
resistencia del pueblo español que sufrió torturas y cárceles por
pretender conquistar la libertad y la democracia; ni una sola palabra a
los héroes anónimos que, desde las calles y la clandestinidad, hicieron
posible que la correlación de fuerzas cambiara para que el régimen no
pudiera perpetuar su poder. Esos personajes anónimos son borrados de la historia
para convertir en héroe al monarca que heredó del dictador la jefatura
del Estado y que juró fidelidad a los principios del Movimiento.
La desconfianza hacia los jóvenes
El
libro de Reverte sobre la guerra civil está dirigido -lo dice el
subtítulo- a los jóvenes. Parece que Reverte anda, de un tiempo a esta
parte, preocupado por la adquisición de conocimiento de los jóvenes.
Sin embargo, más bien parece que lo que pretende es limitar su
conocimiento. Hace un año presentó a los jóvenes una edición recortada
de 'El Quijote' (que analizamos aquí).
Inquieta la visión que pueda tener Pérez-Reverte de los jóvenes. A
juzgar por el estilo de su texto, pareciera que cree que son limitados, incapaces de leer textos complejos,
con una extensión mayor que los 600 caracteres que, más o menos, ocupa
cada uno de los 30 capítulos del libro. Se intuye, en esta obra, a un
autor que desconfía de la inteligencia de sus lectores. Y, cuando eso
ocurre, el peor beneficiado es siempre el libro.
Por
otro lado, el libro no cumple su función didáctica. El libro habla de
grandes acontecimientos que tuvieron lugar en el transcurso de la guerra
-desde el caso Unamuno, hasta Guernica, pasando por algunas de las
batallas clave, como la de Brunete o la del Ebro-, pero nunca se indican las fechas.
El lector tiene que acudir a los anexos del libro y consultar la
cronología para poder ubicar en el tiempo histórico lo que está leyendo.
La historia desaparece de este ensayo histórico. Pero no es un descuido. Forma parte del proyecto de deshistorizar la Guerra Civil.
Al borrar las huellas históricas -las causas políticas y sociales que
determinaron la existencia de la guerra-, el lector saca la conclusión
de que los españoles se mataron por una causa absurda y ridícula como es
la de cascar un huevo por su parte ancha o estrecha. Pero la Guerra
Civil no fue eso, sino un golpe de Estado fascista que
reacciona contra las reformas -esas que no aparecen- que puso en marcha
un Gobierno legítimo durante la República. Arturo Pérez-Reverte nos ha
hecho trampa como le hicieron a Gulliver: nos oculta el verdadero móvil que hay detrás de una guerra.
Puede parecer que una guerra es absurda y que no es posible encontrar
explicación a la misma; pero sí es posible encontrarla, simplemente hay
que tener voluntad de querer hacerlo. En la historia, no en los huevos.
La editorial Alianza ha reeditado el clásico ensayo del historiador británico Burnett Bolloten titulado La Guerra Civil española: Revolución y contrarrevolución. Publicado originalmente en la simbólica fecha de 1989, el libro de Bolloten, un extenso estudio
de más de mil páginas, podría considerarse como el inaugurador de una
escuela que hemos convenido en denominar “revisionismo histórico”.
La obra de Bolloten, voluntaria o involuntariamente, sirvió para
armar de argumentos –según Herbert R. Southworth, el autor del
imprescindible ensayo El mito de la cruzada de Franco– a una
corriente historiográfica que se encargó de edificar un relato en el que
Franco aparecía no como un fascista sino como un cruzado que luchaba
contra el verdadero enemigo de la civilización occidental: el comunismo.
Como ha señalado Paul Preston, “la erudición de Bolloten era
incuestionable pero Southworth estaba perplejo por su tono ferozmente
anticomunista y antiNegrín que le hacía infravalorar el papel de Hitler y
Mussolini en la victoria de Franco, y manifestar una simpatía con los
anarquistas que solamente se puede explicar como un arma para ennegrecer
más el papel de los comunistas”.
Franco y sus ideólogos legitimaron el golpe de Estado de 1936 y la
dictadura posterior por medio de la construcción de dos mitos: 1) la
inestabilidad y el caos permanente de la República que precisaba de un correctivo,
como pudiera ser un golpe de Estado, y 2) la necesidad de salvar a
España de una potencial revolución comunista auspiciada por la Unión
Soviética.
Ni una cosa ni la otra eran ciertas: ni el clima político y social en
el periodo republicano era tan alarmante como querían hacer creer los
ideólogos del franquismo, ni en España había una revolución en marcha.
Sucede, como sostiene Fernando Hernández Sánchez en su Guerra o Revolución: el Partido Comunista de España en la guerra civil (Crítica, 2010), que Bolloten emplea “la técnica de la imagen congelada
[que] consiste en fijar una impresión en la retina de sus lectores y
dejarla ahí como categoría inamovible a pesar de la cambiante evolución
de las circunstancias”. Una fotografía de una iglesia en llamas,
por ejemplo, sirvió para extender la idea de que en la República se
quemaban templos a diario. Por otro lado, y como recuerda también
Hernández Sánchez, la matriz historiográfica bolloteniana
construyó la imagen del PCE en la Guerra Civil como “un ciego ejecutor
de las órdenes de Moscú, que pretendió implantar una democracia popular
mediante la imposición de una hegemonía que solo podía conseguir a costa
de la laminación de sus competidores a derecha e izquierda: los
socialistas y los anarquistas”. Bien parece que Franco salvó a España
del caos y de una revolución cuyo objetivo parecía entregarle la
soberanía a los rusos.
El revisionismo histórico no es más que un lamento ante la ocasión
perdida de derrotar al comunismo. Por esta razón empieza a poner en
valor la llamada política de apaciguamiento, que en
cierto momento se plantearon las democracias burguesas –con los
conservadores en el poder–, que tenía el propósito de establecer una
alianza con los fascismos europeos para hacer frente común contra el
comunismo. Al considerar al fascismo como el verdadero enemigo, las
democracias burguesas perdieron la oportunidad histórica de aniquilar,
con cuarenta años de antelación, al comunismo.
Decían los ideólogos del franquismo, una vez que el nazi-fascismo
europeo salió derrotado del conflicto bélico, que España, con la
División Azul en el frente soviético, no combatía en la Segunda Guerra
Mundial, sino en la Tercera, aduciendo con ello que Franco participó en
la contienda no contra las potencias aliadas sino contra el comunismo
ruso, como una batalla más de su cruzada emprendida. Franco se mostró
como un pionero de la Guerra Fría. Y aunque la Tercera
Guerra Mundial, que se sirvió en frío, encontró su fin entre 1989 y
1991, con la descomposición del campo socialista, lo cierto es que
todavía hoy existe esa batalla. El revisionismo histórico es el
armamento con el que acude el capitalismo a una batalla ideológica que
se da en una alucinada Tercera Guerra Mundial contra el comunismo.
En España, por ejemplo, además de los conocidos revisionistas
mediáticos, desde Pío Moa o César Vidal, se publican novelas que
reproducen el mito de la cruzada de Franco y que señalan como el
verdadero enemigo a batir a los comunistas. En estos textos los
fascistas apenas aparecen y la responsabilidad de la guerra se atribuye
casi en exclusiva a los comunistas. Son novelas que, como el
revisionismo histórico, participan en una Tercera Guerra Mundial
semántica en la que se trata de desacreditar y deslegitimar el
relevante papel representado por los comunistas –nacionales e
internacionales– en la Guerra Civil. Porque hay que apuntar que sin la
intervención soviética en apoyo a la República –véase La soledad de la República,
de Ángel Viñas (Crítica, 2006)– la resistencia frente al fascismo
hubiera sido a todas luces insuficiente, sin la cual hubiera sido
inviable superar la asimetría estructural a favor de los sublevados; y
si bien no se pudo lograr la victoria republicana, al menos sí dejó
mermadas las capacidades del Ejército de Franco, impidiéndole
representar un papel protagonista en la Segunda Guerra Mundial, cuyo
destino posiblemente hubiera sido muy distinto con otra fuerza
beligerante en juego.
Sin embargo, el revisionismo no es un fenómeno exclusivamente español. Como recuerda el ensayo de Chris Bambery Historia marxista de la Segunda Guerra Mundial (Pasado & Presente, 2015), el revisionismo afecta, en la actualidad, a todos los países
que participaron en la contienda. Desde la década de los noventa, una
nueva generación de historiadores británicos, como John Charmley o
Maurice Cowling, justifican la política de apaciguamiento de
Chamberlain, aduciendo que la Unión Soviética representaba una amenaza
tan siniestra como la Alemania nazi. En Italia también existe un
movimiento revisionista similar; uno de sus representantes, Renzo de
Felice, biógrafo de Mussolini, considera que la destitución del dictador
y la firma del armisticio con los Aliados no puede sino definirse como
“catástrofe nacional”. En Alemania, a finales de los ochenta, surgió una
corriente revisionista que sostiene que los Aliados cometieron crímenes
iguales o peores que las Waffen SS y que el nazismo constituía la
salvaguardia de la civilización europea ante la amenaza bolchevique;
autores como Ernst Nolte, cuyos textos tratan de disculpar al Tercer
Reich, afirman que el Holocausto constituía una reacción preventiva ante
la URSS.
El revisionismo participa en una batalla ideológica en la que el
botín es la construcción del relato histórico. Aunque el enemigo
socialista haya desaparecido aparentemente del mapa, tras la
descomposición de la Unión Soviética, bien parece que el capitalismo
necesita fijar una visión de la Historia en la que el comunismo deje de
figurar como protagonista de la derrota del nazismo. El
comunismo tiene que encarnar el mal. Es preciso, aunque parezca bien
muerto, rematar al enemigo, también hermenéuticamente. El revisionismo
histórico se pone al servicio de una nueva cruzada. La Tercera Guerra
Mundial alucinada por Franco no ha concluido del todo.